WATT

Watt observaba la fiesta, que fluctuaba y giraba a su alrededor como un torbellino desatado, sin molestarse en disimular la perplejidad que sentía.

La pista de baile, con el suelo de parqué de color blanco y negro, que se extendía a ambos lados del canal le recordaba a un reluciente tablero de ajedrez. Un sinnúmero de idiomas distintos resonaba discordante en sus oídos; había demasiadas personas hablando a la vez como para que Nadia intentase siquiera traducir nada. Sobre él se alzaban las dos gigantescas torres de los Espejos, elevándose en la oscuridad hasta alcanzar cotas inexploradas y vertiginosas.

Por primera vez Watt creyó comprender finalmente por qué les habían puesto ese nombre; esta ciudad era como un sueño, llena de reflejos y espejos. Hasta el último detalle de cada una de las torres (cada arco, cada cuadrado de cristal rutilante, cada curva en la barandilla de un balcón) se veía ingeniosamente replicado en la otra, ya fuese en carbonita de alabastro o en tersa neopiedra oscura. Incluso los movimientos de la servidumbre parecían coreografiados para imitar los de sus contrapartidas en la margen opuesta del canal.

Mirara donde mirase Watt, solo había mujeres con vestidos blancos o negros y hombres con esmóquines de diseño. No se veía ni una sola hebra de color en toda la fiesta, ni siquiera el rojo brillante de una guinda en el bar. El efecto era tan desconcertante como una obra de arte, como si Watt estuviera atrapado en uno de aquellos antiguos holos en dos dimensiones donde todo se mostraba en tonos de gris.

«Nadia, ¿a qué crees tú que venía todo eso que ha pasado antes con Cynthia?». No había podido dejar de pensar en cómo le había pedido que se quedara… justo antes de besarlo. ¿Qué iba a hacer cuando volvieran a verse? La idea le producía una congoja febril, un remolino de culpa y confusión combinadas.

—Lo sabes perfectamente, Watt —replicó Nadia susurrando las palabras en sus audiorreceptores.

Watt se puso alerta, sobresaltado. Nadia sonaba como si lo estuviera acusando. «¿He hecho algo malo?».

—Lo único que sé es que la situación ha cambiado, y que cada vez me resulta más difícil prever el resultado.

«Las chicas siempre son complicadas», pensó con resentimiento el muchacho.

—Las personas no son como las máquinas, Watt. Son impredecibles y más propensas a portarse de forma errática.

«Eso lo tengo clarísimo».

Cynthia le había dicho que los actos valían más que las palabras, pero ¿cómo interpretar eso cuando los actos de Watt eran más reactivos que proactivos? Hacía mucho tiempo que se sentía como si hubiera perdido el control, y se preguntó de repente si la culpa no sería exclusivamente suya.

Se había reunido con Leda en el aeropuerto, preparado para encontrársela furiosa y calculadora; iban a viajar en el avión de la familia de Avery, y Watt supuso que eso la pondría en tensión. Pero Leda estaba tan relajada que ni siquiera lo reprendió por haber llegado tarde. Tan solo se volvió hacia él en cuanto llegó, le informó de que el vuelo duraría cinco horas y le preguntó qué película le apetecía que vieran juntos. Cuando se pasó todo el viaje acariciándole la mano encima del apoyabrazos, Watt no dijo nada, pero tampoco la apartó.

Aunque apenas si habían visto a Avery ni a nadie más en todo el trayecto, Watt descubrió que en realidad no le importaba.

«Nadia —decidió preguntar—, ¿crees que me habré ganado ya la confianza de Leda?».

—Me resulta difícil evaluar los estados emocionales, excepto los tuyos —replicó Nadia—. Cualquier cosa que dijera sobre los sentimientos de Leda sería pura especulación. Para mí es más fácil analizar tu estado de ánimo, puesto que poseo años de información sobre ti. Por eso sé, por ejemplo, que Leda te gusta.

Era lo último que Watt esperaba oírle decir.

«¡Qué va!». Leda lo había drogado, manipulado y chantajeado, y el hecho de que se lo hubieran pasado bien juntos un par de veces (tan solo porque era divertido enrollarse con ella) no significaba que a Watt le «gustara».

—Todas las pruebas apuntan en esa dirección. Cuando estás con ella, exhibes todos los rasgos físicos típicos de la atracción: se te aceleran las pulsaciones, tu voz se vuelve más grave y, por supuesto, también está…

«Eso no cuenta —pensó furiosamente, interrumpiéndola. Unas chisporroteantes ruedas catalinas salieron volando de una escultura de fuego inmensa y se perdieron de vista en la noche—. Como tú misma has dicho, solo son datos, y además, la atracción física no tiene nada que ver con que te guste alguien o no».

—Has empezado a imitar sus gestos y sus ademanes. Te ruborizas en presencia de ella, lo que, según más de la mitad de los estudios, se relaciona con la formación de lazos emocionales —continuó Nadia implacable—, y no dejas de preguntarme por ella, lo cual…

«Tú no lo entiendes, ¿vale? —se encrespó Watt—. ¿Cómo podrías entender algo que ni siquiera eres capaz de sentir?».

Nadia guardó silencio.

—¡Watt! —Leda apareció a su lado, despampanante con un vestido blanco de estilo griego—. Estaba buscándote. Calliope está aquí.

Al mirar en la dirección que le señalaba Leda, Watt vio a Atlas acompañado por la chica de las fotos: esbelta, bronceada y de aspecto feroz. Sus cabellos oscuros se desparramaban sobre unos hombros dorados, y el vestido negro que llevaba puesto se ceñía con familiaridad a sus formas. De repente, todas las piezas encajaron en su lugar.

—¿Querías espiar a Calliope porque está saliendo con Atlas? —preguntó Watt muy despacio. ¿Se trataba una vez más de Atlas y Avery? ¿Era él tan solo un suplente, un pasatiempo…, una distracción insignificante mientras Leda intentaba conseguir al chico que realmente le gustaba?

—Sí, claro —dijo ella impacientándose.

A Watt le sorprendió lo enfadado que estaba. Bueno, tampoco Leda había significado nada para él, se recordó.

—Está matando a Avery —añadió Leda, y había una nota extraña en su voz (un afán de protección visceral, teñido de preocupación por Avery) que acalló el estridente zumbido que atronaba en la cabeza de Watt.

—Espera —dijo el muchacho—. A ver si me aclaro. ¿Estás espiando a Calliope porque está con Atlas… porque quieres que Atlas esté con Avery?

Ledo hizo una mueca.

—Sé que te parecerá extraño, pero no soporto ver sufrir a Avery. Además, si esa tal Calliope realmente oculta algo gordo, Atlas tiene derecho a conocer la verdad.

Watt seguía sin entender nada.

—Pensaba que Avery y tú ni siquiera os dirigíais la palabra.

Se sentía como un cretino por escarbar en aquel melodrama entre amigas, pero necesitaba saberlo.

Leda hizo un ademán desdeñoso, todavía más impaciente que antes.

—Eso es agua pasada, ya hemos resuelto nuestras diferencias. —Sonrió de oreja a oreja—. Nadia no está precisamente a la última, por si aún no te habías dado cuenta.

—Pero si hoy hemos evitado a Avery en el avión… Creía…

Leda se carcajeó, consiguiendo que el muchacho se sintiera todavía más tonto.

—Avery estaba evitándote a ti, Watt. Porque, por el motivo que sea, piensa que estás molesto con ella. Además, se me ocurrió que sería más divertido estar sentados a solas los dos —añadió en un tono ligeramente menos seguro.

—Oh —fue todo lo que acertó a articular el muchacho.

Todavía estaba esforzándose por comprender este nuevo mundo en el que Calliope competía con Avery por Atlas; en el que a Leda le parecía normal que Avery y Atlas salieran juntos y encima intentara mostrar consideración por sus sentimientos. Se preguntó en qué lugar lo dejaba eso a él.

Leda se enganchó de su brazo.

—¿Quién es esa que está con ella?

Watt volvió a fijarse en Calliope. Se había separado de Atlas, casi furtiva, y se dirigía a una mujer que estaba en el borde de la terraza.

Junto a él, Leda murmuró las instrucciones necesarias para que sus lentes de contacto ampliaran la imagen. Watt no tuvo que decir nada porque Nadia ya se había concentrado en la desconocida. Parecía una versión ligeramente mayor de la misma Calliope (no debía de tener muchos más años que ella, quizá treinta y tantos), similares sus rasgos aunque más acusados, cincelados por el cinismo y el paso del tiempo.

—Avery me contó que Calliope vive con su madre —aventuró Leda—. Debe de tratarse de ella, ¿verdad?

Sus miradas se cruzaron. Era evidente que se les había ocurrido la misma idea a la vez.

—Watt… ¿Puede ejecutar Nadia un reconocimiento facial de la madre? —preguntó Leda.

«Ya está en proceso», replicó el cuant todavía enfurruñado. Había pasado de comunicarse mediante la voz a hacerlo por texto, superponiendo sus palabras al campo visual de Watt como si de un parpadeo entrante se tratara.

«Lo siento de veras».

«No te preocupes. Como tú bien has dicho, carezco de sentimientos que puedas herir».

Watt sabía que aquello era cierto, y sin embargo, por alguna razón que no alcanzaba a entender, las palabras de Nadia le produjeron una inexplicable tristeza.

Vio que Calliope y su madre seguían hablando. Al principio, sus respectivas expresiones eran inconfundiblemente tensas; rígidos y secos sus ademanes, cargados de connotaciones ocultas. Entonces, la madre de Calliope dijo algo, y la muchacha esbozó una sonrisa dubitativa.

«Nadia, ¿estás captando lo que dicen?».

El cuant le envió una transcripción de la conversación, sin ningún comentario añadido. Cuando la leyó, Watt enarcó las cejas de golpe, sorprendido.

—Leda —empezó a decir, pero ella lo interrumpió con impaciencia.

—¡Estoy escuchando! LabioLector —añadió en respuesta a la pregunta que le formuló él con la mirada.

LabioLector era una aplicación diseñada para las personas con discapacidad auditiva. Watt se preguntó por qué nunca se le habría ocurrido emplearlo para escuchar a nadie a escondidas.

No supo si sentirse impresionado o aterrado por el ingenio de Leda.

Volvió a inclinarse hacia delante para observarlas más de cerca. En ese momento, Nadia le envió los resultados del análisis de reconocimiento facial de la madre de Calliope.

—Leda —dijo Watt con voz ronca, agarrándola por el brazo y alejándola a rastras un poco más, pese a sus protestas—. Esto tienes que verlo.