Notas

No es frecuente que una novela incluya notas y bibliografía adicional. Sin embargo parece que, dada la índole de los temas tratados, conviene aportar algunos datos concretos.

La principal dificultad de una novela de historia-ficción consiste en acoplar los personajes a sus épocas sin cometer demasiados anacronismos. Hemos procurado que sean los menos posibles. De todas formas se han deslizado algunos, más o menos consentidos para la unidad de la narración.

La primera parte transcurre en Roma durante el año 78, bajo el reinado del emperador Vespasiano. Es cierto que los romanos conocieron, al menos a escala elemental, la utilización del vapor.

Lo prueban, entre otros, los ingenios construidos o diseñados por Herón de Alejandría: su turbina de vapor está documentada históricamente. También realizaron mecanismos de gran precisión mecánica, como bombas aspirante-impelentes, que emplearon, sobre todo, en minería, y complicados aparatos de relojería que aplicaron, entre otros ingenios, a las clepsidras. De haber seguido por este camino —y aquí ya entra la extrapolación— hubieran podido construir un motor de vapor. De hecho, en las reflexiones de Plinio el Viejo incluimos esta pregunta: ¿por qué, teniendo todos los elementos tan a la mano, no llegaron los romanos a construirlo?

Si esta posibilidad no es muy desatinada, tampoco lo es su acoplamiento a un vehículo automóvil. De hecho, han existido numerosos automóviles y autobuses colectivos movidos por favor, desde el inicial vehículo de Cugnot en 1769 hasta los modelos muy perfeccionados del siglo XIX y principios del XX que poseían gran velocidad y capacidad de carga. Una buena fuente de información sobre el tema es el libro de David Burgess, Steam on the Road, ed. Hamlyn, London, 1974.

Del carácter de Vespasiano, Tito y Domiciano nos informan abundantemente los historiadores de la época, sobre todo Tácito, Suetonio y Tito Livio, de quienes recogemos descripciones y actitudes. En su Vida de los doce Césares relata Suetonio que Vespasiano presenció en el Foro la demostración de una máquina de colocar columnas, a la que, por otra parte, no concedió demasiada importancia. Los literatos de la época que asisten a la reunión de Alodio se retratan según sus obras, su edad y el testimonio de sus contemporáneos. Así hacemos con Quintiliano, Marcial, Plinio el Viejo, Plinio el Joven, Tácito, etc. Debemos recordar que Plinio el Viejo tuvo, en su tiempo, mayor fama como literato e historiador que como naturalista. El hecho de que se perdieran sus obras históricas ha sido el motivo de que en la actualidad casi sólo se le recuerda por la Historia Natural. En cuanto al café, si lo conocían los árabes (aunque no haya testimonios escritos correspondientes a esta fecha) y se comerciaba con ellos, bien pudieron aportarlo al Imperio y ser una digna sorpresa preparada por Denario al naturalista Plinio.

La segunda parte transcurre en Washington un año electoral, el 2016. La ficción se centra en la utilización de las fuerzas parapsicologías para el control de la mente. En la presentación que el doctor Schlaff hace del Somnus-Uno menciona las experiencias iniciales realizadas en el siglo XX sobre transmisión de información en sueños. Estas experiencias son reales y las han llevado a cabo, entre otros, los doctores M. Ullman, St. Krippner y S. Feldstein en el Maimonides Hospital de Nueva York (ver la obra de Hans Bender, catedrático de Parapsicología de la Universidad de Friburgo, Unser sechter Sin, Deutsche Verlags, Stuttgart, 1972, cap. 3). Por ello la presentación del aparato Somnus-Uno como programador de sueños resulta muy plausible.

El control de la mente mediante implantaciones de electrodos ha sido estudiado por numerosos investigadores, entre los que destaca Rodríguez Delgado. Existe incluso una interesante novela de Michel Crichton (El hombre terminal, Bruguera, Barcelona, 1973) donde se aprovecha esta técnica, si bien para controlar un caso patológico.

La base de la producción de fenómenos parapsicológicos siguen siendo los dotados, de los que la bibliografía mundial muestra casos tan extraordinarios como los de David Hume, Florence Cook, Eusapia Paladino, Gerard Croiset, Artur Orlop, Ted Serios o Nina Kulagina (ver, entre otros, los siguientes textos. Brian Inglis, Natural and supematural, Abacus, London, 1979; Robert Amadou, La parapsicología, Paidos, Buenos Aires, 1976; René Sudre, Tratado de parapsicología, Buenos Aires, 1975; Hans Bender, La parapsicología y sus problemas, Herder, Barcelona, 1976; Heinz Berendt, Parapsicología, Morata, Madrid, 1976; Rudolf Tischner, Introducción a la parapsicología, Dédalo, Buenos Aires, 1977; Oscar González Quevedo, Las fuerzas físicas de la mente, Sal Terrae, Santander, 1975, etc.). En nuestra novela los Tres Lamas no sólo tienen poderes parapsicológicos, sino que los multiplican al actuar en resonancia, según el descubrimiento personal del doctor Niedrig.

Por otra parte, y proyectando hacia el futuro las condiciones alienantes del mundo actual, debemos prever un aumento de las situaciones de soledad vital, por lo que creemos que pronto constituirán una realidad, al menos parcial los autómatas Roberto y Roberta, algunas de cuyas programaciones —como jugar al ajedrez, al bridge o traducir elementalmente— ya encontramos en los comercios.

La tercera parte transcurre en Paris el año 1776, poco antes de la Revolución. Allí se dieron cita una serie de personas muy notables. Voltaire había abandonado su retiro de Ferney para acudir al estreno de su Irene, recibiendo constantes pruebas de admiración por parte de los intelectuales y del pueblo. Allí coincidió con Franklin, embajador oficioso de los Estados Unidos, entonces en lucha por su independencia. El abrazo emocionado de estos dos genios hizo época.

También residía por aquellos años en París un personaje bien distinto, que llevaba una extraña y tumultuosa vida, Giuseppe Balsamo, que se hacía llamar conde de Cagliostro y se dedicaba a la medicina, a la alquimia, a la investigación esotérica y a la organización de una rama especial de la obediencia masónica (ver, entre sus biografías, la muy documentada de Roberto Gervasio, Cagliostro, Espasa Calpe, Madrid, 1977). La ficción de convencer al conde de Fleury de la posible obtención de oro, según las recetas de la antigua alquimia, no está demasiado desencaminada.

Existía igualmente en aquellos momentos una pléyade de científicos de extraordinaria calidad. Hemos escogido los que presentan alguna relación con la electricidad, como el abate Nollet, sin duda uno de los precursores, que en su libro Sobre la electricidad de los cuerpos brindó una síntesis del tema, o como Marat, que aparte de revolucionario fue médico y apasionado de las aplicaciones médicas de la electricidad, escribiendo algunas memorias sobre el tema. O como Alessandro Volta, que fue realmente conde algunos años más tarde (lo hizo Napoleón) y que también fue algunos años más tarde cuando publicó su primera memoria sobre la pila eléctrica («On the electricity excited by the mere contact of conducting substances of different kinds», Philosophical Transactions of Royal Society, Londres, 1800, páginas 403-431), aunque por la época de la supuesta reunión científica ya había descubierto el electroforo, que gozó de amplio reconocimiento en el mundo científico. Perdón por estos pequeños anacronismos, que no entorpecen la marcha de la narración.