2. Maravillas de la técnica

1

Impresionante, rutilante, resplandeciente su caldera de cobre, soberbio sobre sus ruedas de madera barnizada, el automóvil I entró triunfante en el enorme salón. Conducía Marcos, joven de aspecto ensimismado, atento a la mecánica del vehículo. Le hizo dar una vuelta en torno a los comensales y finalmente frenó frente al semicírculo de triclinios. Denario se acercó.

—Aquí lo tienen, señores —mostró con aire orgulloso, como quien habla de su hijo favorito—. Aquí está el motor de vapor que, con esta disposición especial, es capaz de impulsar un vehículo. Imagínense este invento desarrollado cara al futuro: todo un mundo en descanso, todo un mundo en paz, porque todo trabajo pesado se encomendará a las máquinas. Vean, pues, la primicia del porvenir y la salvación del Imperio.

Los comensales se levantaron y se acercaron al vehículo. Lo rodearon, lo examinaron. Plinio manifestaba una enorme curiosidad por todos los detalles. Fabricio examinaba, especialmente, el motor. Vegetio consideraba con atención el sistema automático de alimentación de la caldera. Adolfus calculaba la potencia del automóvil para el arrastre y para la velocidad. Machinio miraba, satisfecho, la obra salida de sus manos.

—Marcos, ¿quieres explicar a nuestros invitados cómo funciona el automóvil? —invitó Machinio.

Marcos bajó del asiento del conductor. Se le veía tímido, forzado, violento, con dificultad de expresión.

—«Igual que yo», pensó Machinio.

—Bien, ilustres señores, senadores…

—No son senadores, Marcos. Déjate de presentaciones y al grano.

—Bien, bien —más azorado todavía—, esto, como ven, es un carro que en vez de tener tracción animal funciona impulsado por un motor. Este motor tiene una energía propia que proviene del vapor de agua —fue tomando seguridad en sí mismo—. La pieza fundamental es la caldera, de cobre remachado, con mecanismo de seguridad para evitar explosiones, porque en los ensayos previos… —observó el gesto de disgusto de Machinio—. Bien, creo que ya saben lo de las explosiones. La caldera funciona con agua, y se rellena periódicamente a partir de este depósito. El fuego se produce con la leña que tenemos aquí acumulada. En el primer automóvil que construimos se precisaba un esclavo que echara continuamente leña para mantener el fuego, le llamábamos «calefactor»; pero ahora hemos introducido un mecanismo automático que introduce en el horno trozos de leña desmenuzada o cáscaras de almendra sin necesidad de ningún calefactor. Con ello ahorramos peso y el vehículo puede ir más aprisa.

»Queda, ahora, el mecanismo de conducción. No se podía pensar en colocar riendas puesto que no hay caballos que dirigir; por eso hemos ideado un dispositivo que actúa sobre el eje de las ruedas delanteras, manejables desde este mando que también tiene forma de rueda como la que dirige el timón de los barcos. En la parte delantera del automóvil está el asiento del conductor con la rueda de dirección, el control de la velocidad, los frenos, etc.

—¿Qué potencia puede desarrollar este automóvil? —preguntó Fabricio, muy interesado.

Machinio contestó:

—El que ven aquí es un prototipo; tenemos ya en construcción otros automóviles que presentan importantes mejoras respecto al que aquí ven. Hemos desarrollado dos líneas de trabajo: automóviles de potencia, para transportar cargas, y automóviles de velocidad, para trasladar rápidamente una carga ligera. Llegará un momento en que las calzadas del Imperio estarán recorridas por toda una flota de automóviles que transportarán personas y mercancías garantizando nuestra Pax Romana.

»A pesar de ello —prosiguió Machinio— no quiero que se deslumbren con el automóvil. El invento fundamental es el motor de vapor. En nuestro taller experimentamos diferentes modelos para aplicaciones concretas. Este era uno de los temas a tratar con ustedes. De modo que si les parece correcto, digamos adiós al automóvil y sigamos conversando.

Marcos subió ágilmente al asiento delantero y manejó sus palancas. El automóvil comenzó a avanzar majestuosamente. Girando la rueda de dirección, Marcos rodeó de nuevo los seis triclinios y se dirigió hacia la puerta del fondo.

El automóvil desapareció dejando en la atmósfera de la sala pequeñas nubecillas de vapor.

Los asistentes volvieron a la conversación.

2

—Bien, ya estamos todos en el secreto —dijo Denario—. Para unos habrá sido una novedad total. Para otros —señaló a Machinio y Adolfus— sólo parcial, por conocer parte de lo que aquí hemos visto. Pero quiero exponerles ya el proyecto completo.

»Se trata de aplicar progresivamente el motor de vapor a toda la actividad industrial del Imperio, para sustituir la mano de obra humana mal. El motor de vapor se aplicará a todo: automóviles, barcos, transportes, fábricas, construcción, minería, ejército. No obstante, aún quedan algunos problemas técnicos por resolver, en especial los que llamaríamos de organización de empresa.

»Se necesita construir una sociedad. Una sociedad formada por un grupo de personas que reúnan distintas capacidades y recursos y que lleven adelante la empresa. Pero que sea a la vez lo suficientemente limitada para qué todos los integrantes se conozcan personalmente, y lo suficientemente amplia para integrar dentro de ella los distintos aspectos de la investigación y fabricación de los motores de vapor.

»Esta sociedad, señores, la podríamos constituir nosotros. Y aunque no haga falta repetir los motivos de la elección de cada uno, conviene considerar su posible aportación particular al proyecto.

»Por mi parte, y discúlpenme si me menciono el primero, aporto el capital necesario, la idea básica y los estudios y prototipos realizados hasta el momento. Y solicito, en compensación, ser el director de la empresa.

»Fabricio aportaría su enorme conocimiento de las obras públicas. Los motores serán una ayuda inestimable para la construcción, que, no olvidemos, constituye hoy en día la principal actividad económica del Imperio. Y si pensamos en el tráfico mediante automóviles, se requiere el acondicionamiento de las carreteras así como la construcción de depósitos de combustible y de agua. Lo mismo podríamos decir si iniciamos ensayos de navegación a vapor.

»Machinio ya ha desarrollado en su taller los prototipos de los motores y del automóvil, y será el responsable de su ejecución. Un día celebraremos una reunión en su estudio y podremos apreciar los extraordinarios proyectos que bullen en su mente.

»En cuanto a Vegetio, en cuya expresión veo la sorpresa que le produce su adscripción al proyecto, tiene un papel excepcional: la investigación sobre los combustibles más aptos para la alimentación de las máquinas de vapor. Sabemos que el empleo de la madera presenta problemas de suministro; las experiencias con carbón dan mejor resultado, pero lo ideal sería utilizar un combustible líquido. Pensamos que esos estudios que está realizando con los aceites minerales llegados de Arabia, o con el espíritu de vino, conducirán a obtener algún combustible fácil de transportar y de utilizar.

»Adolfus, que conoce parte del proyecto, aunque no todo, es una pieza clave de la sociedad: debe organizar toda la fabricación de los motores y de los automóviles. En anteriores empresas me ha demostrado sus extraordinarias aptitudes de mando; ahora recaerá sobre él la tremenda responsabilidad de un proceso industrial como hasta ahora no ha conocido el Imperio. Porque hasta ahora hemos trabajado de forma artesanal, haciendo pieza a pieza nuestros barcos o nuestras catapultas. Ahora Adolfus ha puesto en marcha un plan que llama de “fabricación en serie”, con lo que se podrán conseguir cifras de fabricación realmente fabulosas.

»Y finalmente, Plinio, tan respetado por sus conocimientos y por el ejemplo de su vida, debe ser el Presidente de nuestra sociedad. Es, sin ninguna duda, el hombre conocedor de todos los recursos de la naturaleza, que orientará nuestros problemas con su poderosa inteligencia y que unirá nuestros conocimientos científicos y técnicos con el humanismo indispensable para que la pura técnica nunca oprima al hombre, sino que lo perfeccione y lo sublime. Sobre él debe recaer la enorme tarea de orientar las aplicaciones pacíficas de la energía del vapor y evitar que se convierta en patrimonio de grupos que lo utilicen como medio de esclavizar a la humanidad.

Denario calló. Esperó un momento, anhelante. Sus ideas, largamente acariciadas en noches de trabajo y estudio, esperaban en el aire. Los elegidos, las personas más capaces de Roma para la empresa que se proponía, meditaban. Nadie se atrevía a romper el silencio.

Fue finalmente Plinio quien lo hizo.

—Querido Denario… No hace falta que te diga lo que me impresionan tus razonamientos y tus inventos. Es, simplemente, un proyecto fantástico. Doy gracias a los dioses que me han permitido ver este día.

»Sí, en efecto, soy estudioso de la naturaleza y de la historia, pero sobre todo me interesa el hombre. Y estoy convencido de que la maldad humana es consecuencia de la falta de instrucción. El hombre que conoce el bien es incapaz de apartarse del bien. Sólo obra mal el inculto, el que no ha tenido oportunidad de liberar su espíritu para conocer, por la filosofía, cuál es la conducta humana justa, correcta, ética, liberada de las tempestades que las pasiones producen en nuestro ánimo.

»Creo que las máquinas podrán evitar al hombre el yugo del trabajo y permitirle cultivar su espíritu. Por eso estoy contigo, Denario, y me presto a colaborar totalmente con el entusiasmo de haber encontrado una noble causa. Ya estoy en la cincuentena y, la verdad, me resiento de que mi obra sea recopilativa y no creadora. Pues bien, tu oferta me llega en el momento en que quiero dar un sentido creador a mi existencia, haciendo un trabajo útil para los hombres, patricios y plebeyos, libertos y esclavos, romanos y extranjeros. Cuenta conmigo, contad conmigo, queridos compañeros, si es que vosotros aceptáis, y comencemos a trabajar cuanto antes.

Terminó Plinio, con una discreta pose dramática, y los demás aplaudieron fuertemente. Todos proclamaron su identificación con el proyecto y comenzaron a tratar los pasos inmediatos.

—Por mi parte —continuaba Plinio— ya intuía las enormes propiedades expansivas del vapor. Perdonad la pedantería, pero siempre estuve muy interesado por los volcanes, y no cabe duda que la ruptura de la tierra que producen en su cono se debe a la brusca producción de vapores y gases en su interior. Algún día me acercaré a un volcán para comprobar mis teorías.

—En cuanto al combustible —afirmaba Vegetio— hay enormes posibilidades. Se dice que en la lejana China hay una mezcla inflamable, que denominan pólvora, que bien pudiera ser una fuente calorífica de enorme poder.

—¡Lo que podríamos ahorrar! —exclamaba Fabricio—. Para proveer de agua a Roma hemos de construir acueductos de cientos de kilómetros, mientras que si con los motores pudiéramos elevar el agua del Tíber purificada…

—A cientos —indicaba Adolfus—, hay que producirlos a cientos o a miles. Mediante un plan de fabricación intensivo. Hay que comenzar de inmediato.

Comentando, animándose, argumentando, filosofando, volvió la tranquilidad a la reunión. Denario les participó que ya se había iniciado la construcción del gran taller de «fabricación en serie» en un lugar secreto cercano a Roma. Y que allí se situaría la sede de la sociedad, donde celebrarían las próximas reuniones.

—Y ahora, finalmente, una pequeña sorpresa. Sé que ustedes no son amigos ni del exceso del vino, ni de las mujeres livianas. Pero he querido honrar su visita a mi casa haciéndoles participar de una bebida exótica.

Dio unas palmadas y los esclavos, atentos, entraron con unas bandejas llenas de unas jarras humeantes que despedían un estimulante olor.

—Les voy a servir una bebida que es, según creo, la primera vez que se puede saborear en Roma. Se trata de una infusión realizada con los granos tostados de una planta oriental llamada café. Tiene un aroma muy especial y, si al principio les parece amargo, se puede endulzar. Pero tiene propiedades estimulantes muy notables: aguza el entendimiento y proporciona una grata sensación de bienestar.

Los esclavos fueron sirviendo café a los concurrentes, y Denario fue el primero en tomar una taza y explicar cómo se preparaba y endulzaba.

—Nos espera mucho trabajo —dijo—. He preparado para cada uno de ustedes un tarro de estas semillas. Les aconsejo que mientras trabajan para el proyecto tomen de vez en cuando una taza de café; apreciarán el estímulo que les proporciona.

El olor de la infusión dejó por toda la sala su aroma excitante, que acompañó las despedidas de la cena de trabajo, tan distinta a los festines de todo tipo que en aquel momento se celebraban en tantas y tantas residencias romanas.