3. La fábrica de motores
1
La villa localizada en las cercanías de Roma se demostró muy adecuada para el proyecto: situada en un valle, aislada, contaba además con una gran extensión de terreno en torno. Se acotó y se rodeó de una guardia permanente; sólo se permitía el paso de los identificados. Junto a la gran casa de labranza se construyeron naves de fabricación de gran longitud, almacenes, talleres auxiliares, viviendas de obreros y técnicos. Un pequeño mundo rodeado del más absoluto secreto, ya que todos los implicados en la fabricación de motores de vapor y automóviles se encontraban aislados e incomunicados. Siguiendo las normas recomendadas por Columela para obtener el mejor rendimiento de los esclavos, y ampliándolas a los libertos, se cuidó de la comida, los turnos de trabajo, el descanso y las distracciones. Nada faltaba en aquel complejo, excepto la libertad de desplazamiento.
Adolfus, en las oficinas centrales, mostraba una feroz determinación en el cumplimiento del plan de producción. Provisto de tablas de rendimientos calculaba tiempos, hacía confluir cadenas de montaje, repasaba los depósitos de piezas, estaba, omnipotente y omnipresente, en todos los sitios, en los almacenes, en las fraguas, en las salas de comprobación, en los comedores, en los laboratorios de investigación. Parecía un Vulcano sudoroso y agitado cuando cruzaba las salas de pruebas entre martillazos y zumbidos del vapor.
Durante el escaso tiempo de funcionamiento de la fábrica se habían examinado los diversos prototipos de motores de vapor, eligiendo los de mejores características e iniciando los preparativos para su fabricación en serie.
En la sala de reuniones del edificio central, Adolfus concentró a los jefes de sección e impartió sus instrucciones:
—Comenzamos hoy, como saben, la fabricación de nuestro motor de vapor en el más absoluto secreto. La revolución que supone el nuevo motor, que ya han visto funcionar, viene acompañada de una revolución similar en su proceso de fabricación.
Todos asintieron.
—Hasta ahora nuestra industria ha sido artesanal, esto es, cada obrero ha construido el producto del principio al fin. A partir de ahora, sin embargo, trabajaremos en serie. Responsabilizaremos a cada sección de una parte de la fabricación, concebida como un conjunto de pasos de los que cada uno corresponde a un operario concreto. Las piezas así obtenidas se situarán en rampas deslizantes para ir convergiendo en una cadena de montaje, de cuyo final saldrá el motor o el automóvil definitivo.
»Hemos estudiado los tiempos de fabricación, y deben cumplirse. Tengan en cuenta que no tratamos de agotar a los trabajadores, ni mucho menos. Se trata de producir el máximo de lo que cada cadena de montaje permita. Tenemos mucha mano de obra, y, si fuera preciso, podríamos organizar turnos más cortos. Pero también queremos fabricar lo antes posible el mayor número de motores de vapor. Para ello utilizaremos de modo exhaustivo nuestros medios materiales de producción. Rendimiento máximo. Ésa es la consigna. ¿Entendido?
2
La sala de trabajo de Marcos era amplia, soleada. En ella se veían, arrinconados, algunos de los primeros prototipos del motor de vapor. Uno de ellos mostraba claramente los efectos de la explosión de la caldera. En el centro de la habitación se encontraba el último prototipo de automóvil, sobre el que Marcos trabajaba. En su diseño se apreciaban ya importantes novedades: dos asientos anteriores, motor posterior, menor altura, una rueda de dirección menor que en los modelos anteriores, que permitía con facilidad su manejo con ambas manos. Las ruedas de madera eran menores que en los anteriores prototipos. Daba impresión de ligereza y velocidad.
Con la entrada de Adolfus, Marcos se sobresaltó.
—Bien, bien, veo que esto marcha —dijo Adolfus complacido, pasándole el brazo por el hombro—. Veo grandes progresos desde la semana pasada. ¿Qué problemas hay ahora?
—La suspensión —Marcos señaló las ruedas—. El problema lo constituye ahora la suspensión. Cuando un automóvil circula por las carreteras a pequeña velocidad, apenas se aprecian las irregularidades del terreno; pero si aumenta su velocidad, alcanzando la de una biga o una cuadriga, podremos aplicar el mismo tipo de suspensión que utilizan estos carros. Con ello obtendremos al menos su misma estabilidad, si no más, porque nuestro vehículo es más pesado. Pero con el nuevo motor estamos en condiciones de ir aún más aprisa, y el problema a resolver es cómo mantener esa velocidad sin que cualquier pequeño obstáculo de la carretera vuelque el automóvil.
—Comprendo, y, ¿cómo lo vas a solucionar?
—Pienso que debemos variar el tipo de suspensión. Hasta ahora la hemos centrado en el eje, colocando muelles entre él y la estructura. Ahora estoy dando vueltas a un concepto revolucionario: añadir, aparte de esta suspensión, otro sistema colocado en la propia rueda.
—¿Cómo dices? ¿Suspensión en la propia rueda? —se sorprendió Adolfus.
—Exactamente, señor. Se lo voy a demostrar —tomó una rueda del suelo—. Ésta es una rueda normal, de las que hasta ahora usamos en los automóviles: de madera, con reborde metálico. Al pasar por encima de un objeto —colocó un ladrillo en el suelo e hizo rodar la rueda hasta sobrepasarlo—, ¿qué ocurre?, un impulso hacia arriba, un golpe que tiene que amortiguar la suspensión que hasta ahora colocamos en el eje. O sea, que la rueda transmite todo el impulso del obstáculo al eje.
—Todo eso está muy claro, pero ¿cómo evitarlo?
—Muy sencillo, señor. Usted, cuando duerme, ¿lo hace sobre un colchón o sobre una tabla?
—¡Qué preguntas haces, Marcos! En mis tiempos de soldado he dormido sobre tabla, sobre jergón o directamente sobre el suelo. Ahora duermo lo más cómodo posible.
—Exacto, señor, y es lo normal. ¿Por qué? Porque al dormir cómodo, sobre un colchón, amortigua el peso del cuerpo, lo que no ocurre si duerme directamente sobre la tabla. O sea, que para que la suspensión sea mayor debemos rodear las ruedas de un colchón.
—Entiendo la idea, pero no cómo aplicarla a las ruedas.
—Muy sencillo: ya está aplicado y comprobado. Mire esta rueda: es también de madera, pero su borde es distinto. Es como un tubo ancho, y tiene en su interior esponjas comprimidas, rodeadas de un lienzo fuerte y engomado. Verá cómo pasa por el mismo obstáculo.
Lanzó la rueda por el suelo, llegó al ladrillo y lo sobrepasó, con una sacudida muy pequeña.
—Vea, señor. La propia rueda ha hecho de amortiguador. Colocando en el automóvil cuatro ruedas de este tipo, podrá aumentar notablemente su velocidad, ya que el motor lo permite sin comprometer su estabilidad.
—Marcos, ¡es una solución extraordinaria! —Adolfus miraba la rueda una y otra vez—, ¡es un invento genial en su sencillez! ¿Se puede pasar ya a la fabricación en serie?
—Quedan algunos detalles, señor. La rueda es eficaz, pero se desgasta mucho. Aún quedan por hacer algunas comprobaciones. Para ello necesito la ayuda de un técnico en tejidos, que conozca la resistencia de todos los lienzos existentes. Y también necesito saber si hay algún material que pueda sustituir a las esponjas.
—Lo tendrás todo, Marcos. Te enviaré al mejor técnico en tejidos que consiga. Y en cuanto al relleno, consultaremos con Plinio qué material es el más adecuado, y lo traeremos de donde sea, aunque tengamos que ir al fin del mundo.
Dirigió una última mirada al prototipo.
—Te felicito, Marcos. Sigue trabajando.
3
En el extremo de la villa se alza un pabellón solitario. Allí se dirigió Adolfus. La vigilancia era aún más extremada que en el resto del recinto. Si dentro de la villa se podía circular con cierta libertad, la entrada a este pabellón estaba rigurosamente prohibida.
Como todas las semanas, Adolfus realizó una detenida inspección. Permaneció más de dos horas, y salió con expresión satisfecha.
Seguidamente pasó a la sala de montajes.
4
Al día siguiente, de mañana, dos mensajeros llamaron a la sala de trabajo de Marcos. Con ellos venía una joven alta, morena, de pelo negrísimo, de cara agradable e inteligente.
—De orden del señor Adolfus —dijo el mensajero— se incorpora, a su laboratorio la técnica en tejidos que había solicitado.
Marcos quedó cohibido. No tenía costumbre de trabajar en equipo, y menos con una mujer como compañera. Contestó, distraído:
—Gracias, pueden retirarse.
La joven quedó en pie, esperando.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Marcos.
—Melania.
—¿Conoces bien los tejidos?
La mirada de Melania brilló, desafiante.
—Conozco todo lo que se puede saber de tejidos. He trabajado desde la infancia en hilaturas y telares, y he manejado las distintas fibras, los tintes, los tejidos resistentes y suaves, la púrpura, los tejidos de oro y plata…
—Lo creo, Melania. Te explicaré el problema. Esto que ves aquí es un automóvil. No habrás visto ninguno hasta ahora, porque lo acabamos de fabricar, pero es un carro que avanza sólo por la fuerza del vapor. Sin embargo, para construir unas ruedas resistentes tenemos un problema. Marcos explicaba con pasión. Melania asentía suavemente.
5
—El proyecto avanza —declaró Adolfus a Denario—. Dentro de poco contaremos con los primeros motores de vapor producidos en serie. A partir de este momento produciremos diez motores grandes y veinte pequeños por semana. Los grandes serán para las aplicaciones industriales, los pequeños, para los automóviles.
—¿Y qué hay de las experiencias de Vegetio?
—Él y Plinio se han encerrado en uno de los pabellones de investigación analizando lo que llaman combustibles líquidos. Han comenzado probando el aceite refinado, luego el espíritu de vino y ahora los destilados del aceite de Arabia. De hecho ya tenemos un motor alimentado con espíritu de vino, que nos permitirá regular perfectamente la velocidad del automóvil.
—Y Fabricio, ¿sigue estudiando las aplicaciones a la construcción?
—En efecto, mediante dos líneas de trabajo. Una, la construcción de un vehículo a vapor con un rodillo pesado para igualar el nivel de la carretera y permitir la libre circulación de los automóviles; le llama apisonadora. Por otra parte ha ideado una máquina de transportar y colocar columnas, aligerando lo que es, sin duda, una de las tareas más pesadas de la construcción.
—¿Cuándo tendremos preparada la demostración para el Emperador?
—Dentro de muy poco. Es preferible mostrar realidades que proyectos. Vespasiano es un hombre muy práctico, sobre todo cuando ve posibilidades de obtener dinero de cualquier negocio. Pero tiene que verlo muy claro: la demostración debe ser un éxito.
6
El trabajo conjunto entre personas de distinto sexo genera compañerismo, y, en ocasiones, el compañerismo se convierte en amor. Marcos y Melania acabaron unidos bajo la tensión de resolver los problemas prácticos planteados por la construcción del automóvil, y, a medida que los iban resolviendo, se creaba en ellos un espíritu de triunfo indicador de la victoria de la técnica sobre la materia.
—¿Dónde aprendiste mecánica, Marcos?
—En realidad, Melania, comencé trabajando en una carpintería. Pero ese trabajo no me gustaba: lo mío eran las máquinas. Así que en cuanto pude pasé a trabajar en el primer taller que encontré relacionado con los metales: el de un fundidor de estatuas de bronce. Allí aprendí a manejar el metal, desde que se encuentra en estado bruto hasta que se le domina con el fuego dándole la forma deseada. Trabajé ayudando a fundir, transportar y montar las principales estatuas que hay en Roma. Pero luego vi otras posibilidades. Yo no soy artista, así que nunca podría ser un creador. Sería siempre el ayudante, el técnico colaborador.
—¿Y qué hiciste entonces?
—Seguía muy interesado con las máquinas… Es un mundo fabuloso. En nuestro taller fabricamos unas bombas de agua para un tal Machinio. Él había hecho el diseño, y nosotros fundimos las piezas e hicimos el montaje. Pero cuando estuvieron construidas las bombas vimos que no funcionaban bien: tenían unos escapes y el agua no alcanzaba la presión debida.
—¿Por vuestra culpa?
—No, los planos estaban bien hechos, y la fundición y montaje de las piezas también lo estaban. Pero algo fallaba. Me di cuenta que era un problema de las válvulas y del rozamiento de los émbolos —bueno, no te lo cuento en detalle, no vayas a aburrirte—. Pero el caso es que propuse unas mejoras, se hicieron y la bomba funcionó de maravilla.
—Y entonces fue cuando te llamó Machinio.
—En efecto, parece que le impresionó mi capacidad. Dijo que nunca había visto a nadie con tanta habilidad mecánica. No lo dijo así exactamente, pero…
—¿Cómo lo dijo exactamente? —insistió Melania.
—Oh —Marcos se ruborizó. Dijo—: este chico tiene cortos alcances, pero una habilidad maravillosa. Podrá desarrollar cualquier idea que se le dé, aunque no tenga ideas propias —agachó la vista, mientras se frotaba las manos con un trapo para quitarse la grasa—. Puede que sea así. A veces duele que digan las verdades. Pero, qué remedio. Ése soy yo.
—Mi pobre Marcos… —dijo Melania, con simpatía—. Creo que, en efecto, eres así. Pero no te avergüences. En el mundo hay sitio para todos. Para los inteligentes, para los hábiles y aun para los necios.
—Sí, Melania. Pero a veces me preocupa no saber bien el alcance de lo que estamos haciendo. ¿Te das cuenta de que estamos aquí, encerrados, aislados en esta villa, trabajando en estos motores que dice Machinio que van a revolucionar el Imperio, bajo el control de Adolfus, que está en todos los sitios a la vez con su energía fabulosa? Supongo que trabajamos para el bien de la humanidad, pero a veces me entra miedo de que estemos creando algo tan grande, tan impresionante, que se nos escape de las manos.
—No seas ingenuo, Marcos. Yo soy partidaria del progreso. He visto mucha pobreza y mucha miseria, y creo que hay que hacer algo por remediarla. Se necesita comida, vestidos, casas, transportes. Y todo eso barato, para acabar con la esclavitud. Creo que el progreso nos hará libres, que la técnica nos traerá la felicidad.
—Puede ser, Melania. No te lo niego. Pero lo que yo veo es que cuanto más trabajo por el progreso y la libertad, menos libertad tengo. Cuando hacía estatuas, recorría toda Roma; cuando empecé a trabajar con Machinio en el primer motor de vapor me impuso una discreta vigilancia para que nuestro trabajo no trascendiera; y eso que estaba seguro de mi discreción. Y ahora, cuando empezamos la fabricación en serie, me encuentro encerrado en esta villa desconocida, con total prohibición de salir, solo, aislado del mundo.
—No totalmente solo —dijo Melania—, me tienes a mí…