3. Tres cenas

1

Hay períodos en la historia en que sólo parecen suceder acontecimientos triviales y rutinarios. Hay momentos, sin embargo, en los que se concentran sucesos que deciden el porvenir de una nación.

En la actualidad las batallas no se juegan en los campos ni en las trincheras. Las principales batallas se celebran en las mesas bien servidas de los restaurantes de lujo o de los comedores privados. Durante comidas y cenas se marca la táctica y la estrategia, se hacen tratados y pactos, se formulan traiciones y se fraguan contactos. Y en momentos de delicadísimo equilibrio puede que la fragancia de un vino o el aroma de una salsa consigan más que miles de combatientes en acción.

Por eso, tres cenas celebradas en distintos momentos y con muy diferentes comensales iban a tener consecuencias muy importantes.

2

La primera de ellas se celebraba en el Gusti’s, restaurante situado en la calle M del distrito noroeste de Washington. Realmente acogedor, con sus luces discretas en pantallas rojas, manteles rojos con servilletas rojas y sillas de rojo respaldo. En el ambiente, suave música napolitana y excitantes olores de condimentos.

Marcos y Melania repasaron la carta y pidieron, él, lasaña y ossobuco, ella solamente una pizza Margherita. Y para acompañar se les sugirió un Chianti.

—Marcos; no quería contarte nada en la presentación, porque estaba toda la plantilla de la empresa. Y aún no sé si hacerlo.

—Melania, si es algo relacionado con las Industrias Para, me interesa muchísimo. Ya conoces mis aficiones.

—Sí, tu verdadera vocación, siempre lo dijiste, El investigador electrónico frustrado. Bien, no sé si conoces lo que le sucedió a una chica periodista, Patricia O’Malley.

—Me suena el nombre, aunque no sé por qué.

—Entró a investigar en las Industrias Para.

—¡Ah!, ya recuerdo… Aquella chica que perdió la memoria por completo. Se habló mucho del caso hace tiempo, pero luego no se volvió a comentar nada.

—En efecto; lo han silenciado totalmente. ¿Comprendes? Pero Patricia era mi mejor amiga. Digo era, aunque vive, porque no sabe nada, no dice nada, no recuerda nada. Sólo sabe recitar poesías y cantar canciones infantiles.

—Es tremendo. Y ¿dónde está ahora?

—Continúa internada en el sanatorio psiquiátrico y allí estará seguramente de por vida. Tiene la mente completamente borrada. Voy a visitarla de vez en cuando —le asomó una lágrima— y es tremendo, no reconoce, no sabe, no dice nada. Sólo sus dichosas canciones y poesías… es tremendo.

Apoyó su mano en la de Marcos. Éste la sintió cálida y nerviosa.

El restaurante se iba llenando. Otros grupos ocupaban mesas. En una cercana, de espaldas, una joven, sola, consumía lentamente un plato de pasta. En la mesa, sobre el mantel rojo, destacaba su paquete de cigarrillos y su encendedor.

Pero no fumaba.

El paquete de cigarrillos tenía en su parte lateral unos finos orificios que en conjunto formaban un círculo. Estaba orientado hacia la mesa de Marcos y Melania.

—¿Cómo conociste a Patricia, Melania?

—En la escuela de periodismo. Era inteligente, pero sobre todo era decidida, activa. Hizo algunos reportajes sorprendentes. Consiguió ser la primera periodista que voló en un vehículo espacial, viajó por todas partes, y de pronto… esto.

—¿Y no sabes nada de lo que le ocurrió?

—Sé que quería hacer un reportaje sobre las Industrias Para.

Intuía que investigaban sobre temas extraordinarios. Por eso buscó allí un puesto de trabajo. Era lista, sabía que no lograría nada inmediatamente. Que había que tener paciencia, mucha paciencia. Por eso trabajó a conciencia durante meses, hasta que tuvo la confianza de la empresa y logró un ascenso. Ocupó un puesto de cierta responsabilidad, y ya no sabemos más. Debió llegar a conocer algo muy secreto o muy peligroso, y no pudo continuar. La debieron sorprender. Y le borraron la mente.

—¿Cómo sabes que… le borraron la mente?

—¿Y qué otra cosa pudo ser? Han hablado de amnesia repentina, causada por un traumatismo, por una impresión súbita… tonterías. Yo conocía a Patricia. Era lanzada, decidida, pero psicológicamente muy estable. No se asustaba fácilmente. Nunca tuvo problemas mentales. Por eso, Marcos, estoy convencida de que le borraron la mente. Lo cual quiere decir que en Industrias Para tienen poder para borrar la mente. Y que lo hacen.

Marcos sintió un escalofrío.

—Marcos, tú que conoces todo este mundo de la electrónica, ¿hay posibilidad de borrar la mente?

Marcos consideró la difícil respuesta.

—Ha habido intentos, desde luego. La técnica del electro-shock, que se aplicaba a ciertos enfermos mentales, producía alguna amnesia; pero nunca de tanta intensidad ni duración como la que presenta tu amiga.

Melania le indicó, suplicante:

—Marcos, tienes que ayudarme. Quiero ayudar a Patricia; quiero hacer todo lo que pueda por ella. No puede seguir así toda la vida.

—Lo comprendo, Melania. Y yo quiero ayudarte, Pero, ¿qué podemos hacer?

Melania aseguró, firmemente:

—Marcos, quiero entrar a trabajar en las Industrias Para.

Marcos se sobresaltó.

—¿Estás loca, Melania? ¿Qué dices?

—Lo que oyes, que quiero entrar a trabajar allí. Como periodista siempre me interesó el tema, como le pasó a Patricia; sólo que nunca tuve la decisión que tuvo ella. Pero ahora, como amiga, quiero saber qué le ha pasado y si hay alguna esperanza de que se recupere.

Marcos bebió automáticamente mientras encajaba la decisión. Luego dijo:

—Melania, creo que te propones algo muy peligroso. Pero también creo que es inútil discutir contigo. Así que, repito, ¿cómo te puedo ayudar?

—Sé que es mucho pedirte, Marcos. Pero necesito dos cosas. Tú eres uno de los mejores técnicos de telecomunicaciones del país, y lo sabes. Quiero que me enseñes algo de electrónica; que me dejes unos libros elementales y me des algunas explicaciones. Lo justo para tener una base y poder trabajar como operaría en las Industrias Para. Y luego quiero que me recomiendes allí. Esto es todo.

—No creas que aprender es fácil, Melania. Exigirá algún tiempo.

—No tengo tiempo, Marcos —sus ojos brillaban con decisión—. Trabajaré intensamente todos los días que haga falta. Pero ayúdame, por favor. Tengo que hacer todo lo que pueda por Patricia.

Marcos se frotó nerviosamente las manos.

—De acuerdo, Melania. Te enseñaré rápidamente lo fundamental de la electrónica. Y te recomendaré.

La gratitud que mostraba Melania era su mejor recompensa.

—Y que sea lo que Dios quiera…

La música napolitana, intemporal, eterna, les envolvió. La luz rojiza rodeó la cabellera negra de Melania con un extraño contraste.

Marcos quiso decir algo pero sintió un nudo en la garganta. Tras el helado y el café, salieron.

3

Pocos días después de la conferencia de Adolf Sturm en el Club «Democracia Abierta», se celebraba una cena en el comedor privado de la Casa Blanca. Sólo había cinco comensales: el Presidente de los Estados Unidos, el Secretario de Defensa, y el Presidente del Tribunal Supremo, el Secretario de Información y el Decano de la Facultad de Parapsicología de la Universidad de Washington.

—Les agradezco su asistencia —comenzó el Presidente—. Por supuesto, todo lo que aquí tratemos se deberá considerar como secreto. Por eso, para evitar filtraciones, y como ustedes tendrán que informar en sus casas o en sus instituciones de los motivos de esta reunión, dirán, en todo caso, que hemos tratado con gran reserva de la infiltración de elementos subversivos en la universidad y de las posibilidades de actuación por parte del Gobierno.

Todos asintieron. Sabían que el Presidente era metódico y procuraba no dejar ningún cabo suelto.

El Presidente Samuel Donovan tenía unos cincuenta años, era alto, de tez morena, de cabello blanco que empezaba a clarear, y reunía dos cualidades muy difíciles: la energía y la delicadeza. Llevaba sus propósitos adelante con exquisita corrección hacia los demás y respeto al adversario. Se le recriminaba que su táctica retrasaba algunas acciones, a lo que él respondía que en un estado democrático había que seguir los caminos trazados por la Ley y obviar cualquier iniciativa personal que oliese a dictatorial.

Sirvieron el vino y el pescado. El Presidente continuó, con aire preocupado.

—Si tomo tantas precauciones es porque los Servicios de Información nos han comunicado sus sospechas de la posible existencia de algo que pudiera definirse como una conspiración de alcance nacional. No se trata de ninguna acción sobre las fuerzas armadas, o ningún atentado contra la persona del Presidente, lo que en todo caso constituiría una acción limitada —acalló las protestas que se iniciaban—. Se trata de un atentado contra la democracia; sí, contra nuestro sistema democrático y contra la democracia en general.

»No puedo darles más detalles, porque no los tenemos. El Secretario de Información repasará ahora los datos de que disponemos, que, de todas formas, no pasan de un nivel de rumor. Sin embargo, la intención es tan grave que he querido llamarles a ustedes como consejeros de la Presidencia, y como buenos amigos míos, para que me den alguna impresión, por supuesto particular, sobre el asunto.

»Y ahora —señaló con el tenedor— el Secretario de Información nos dirá lo que conoce de este asunto.

El Secretario de Información dio un sorbo del excelente Pinot blanco y se enjugó los labios con la servilleta.

—Poco más puedo decir que lo indicado por el Presidente. Saben ustedes que nuestros agentes recogen impresiones, frases, conversaciones, retazos de noticias. Las comunican al cuartel general y allí las examinamos; las de más interés se procesan. De esta forma, a veces unos elementos engarzan con otros, y partes de procedencia muy distinta acaban formando un conjunto inteligible.

»Pues bien, desde hace algunos días hemos recogido ciertos rumores sobre una actuación de tipo aún desconocido cara a las cercanas elecciones. Parece que algunos elementos, vinculados a la directiva de uno de los partidos minoritarios del país, que apenas consiguió votos en las elecciones pasadas, han manifestado en conversaciones privadas su seguridad de obtener una mayoría aplastante en las actuales elecciones. Nuestros agentes no han logrado saber en qué basan su afirmación, si es una simple fanfarronada o si se trata de algo con más fundamento.

—¿Puede saberse qué grupo es ése? —inquirió, preciso, el Presidente del Tribunal Supremo—. Me lo imagino, pero quisiera confirmarlo.

El Secretario de Información consultó con la mirada al Presidente, quien le autorizó con una inclinación de cabeza.

—Bien, ya lo habrán adivinado. Se trata del partido de la Nacional Democracia, cuyo fundador y Líder es Adolf Sturm.

—Lo suponía. En los tribunales tenemos frecuentes problemas con la actuación de estos grupos. Pero siga, por favor.

—No hay más. El resto son suposiciones, adivinaciones. Los únicos datos reales son éstos: existen conversaciones entre los altos dirigentes de Nacional Democracia que expresan su total convicción de obtener mayoría absoluta en las próximas elecciones, por métodos no muy claros, pero sin alterar el orden democrático.

—Realmente interesante —dijo el Secretario de Defensa—. Según creo, Adolf Sturm es a la vez el Presidente y accionista único de las Industrias Para.

—Lo es, en efecto.

—Industrias muy eficaces, sin duda —continuó—. Han realizado muchos contratos con el ejército y a nuestra completa satisfacción. Son un ejemplo en el desconcierto laboral que padecemos hoy en día. Pero me pregunto, ¿tendría alguna relación esa seguridad en el triunfo con algo que se fragüe en los laboratorios secretos de las Industrias Para?

—Ése es el problema —asintió el Presidente—. Un nexo muy probable, como comenté anteriormente con el Secretario de Información.

Hubo una pausa pensativa.

—En efecto —amplió el Secretario de Información—. Cuando tuve en mi poder los primeros informes, los pasé al Presidente; juntos analizamos el problema y convinimos en convocar esta reunión para intercambiar ideas e información con todos ustedes.

—Por eso —añadió el Presidente— hemos invitado también al Decano de la Facultad de Parapsicología a quien, por cierto, aún no hemos dejado hablar, para que nos dé su opinión sobre el asunto.

—Señores —dijo éste—, les agradezco muchísimo que hayan contado conmigo, pero sólo soy un modesto investigador que…

—Nada de eso, Profesor —insistió el Presidente—. Todos conocemos su valía y sus descubrimientos. Pero si prefiere que le hagamos preguntas concretas, vamos allá. Primero: ¿cree usted que hay alguna posibilidad psicológica o parapsicológica, de influir en el resultado de las elecciones de un modo tan intenso como pretenden los directivos de la Nacional Democracia?

El Profesor meditó unos momentos mientras retiraban los platos de pescado y comenzaban a servir la carne.

—Ante una pregunta concreta debo dar una respuesta concreta —dijo—. Decididamente, no. Con los métodos actualmente conocidos, no es posible, ni psicológica ni parapsicológicamente modificar en tal cuantía unos resultados electorales. Se podrían, en todo caso, variar ligeramente los porcentajes, pero no hasta estos extremos, sobre todo si en las elecciones pasadas, según parece, no obtuvieron ni un cinco por ciento de los votos.

—Cuatro punto ochenta y ocho —concretó el Secretario del Interior.

—Confieso que es la primera vez que oigo estos rumores —indicó el Decano— y tienen algo de sorprendente, porque es una conducta totalmente a la habitual. Normalmente todos los partidos afirman, cara al público, su seguridad de ganar las elecciones; es incluso obligación suya hacerlo así. Y sólo en las conversaciones privadas de los directivos se valoran las posibilidades reales. Aquí, al parecer, ocurre precisamente lo contrario —y dirigiéndose al Secretario del Interior, insistió— por qué dice usted que estas afirmaciones de ganar se realizaban en conversaciones privadas.

—En efecto —confirmó éste—. El partido Nacional Democracia declara en público su seguridad de constituir en el Congreso un grupo minoritario, pero decisorio, mientras que en privado afirma que va a ganar las elecciones por una mayoría aplastante.

—Realmente interesante —el Presidente comenzó a cortar su solomillo—. Y ahora, Decano, una segunda pregunta también muy concreta, ¿qué sabe usted de las investigaciones de las Industrias Para en relación con la parapsicología?

El Decano tomó un sorbo del excelente tinto de la Presidencia. Siempre procuraba hacer una pausa antes de cualquier pregunta comprometida, para ordenar sus ideas.

—Señor Presidente —dijo—, podría decir lo mismo que el Secretario de Información sobre el asunto que nos trae aquí: que sabemos muy poco sobre el tema —y sonrió—. Veamos. Las Industrias Para surgieron con un objetivo muy concreto: investigar y aplicar las posibilidades de la parapsicología en la vida práctica, así como fabricar aparatos electrodomésticos diversos.

—Correcto —afirmó el Secretario del Interior—. Lo hacen muchas industrias. Si el objetivo definido como fundamental no resulta, siempre pueden fabricar transistores o calculadoras.

—El caso es que Industrias Para llegó a realizar muchos equipos de interés en parapsicología, como unidades con mini ordenador para estudiar propiedades telepáticas, cabinas de estudio de la influenciabilidad de los sueños, medidores de intensidad de la telequinesia, etc. Pero en realidad estos equipos tan especializados tuvieron poca salida, y por ello la empresa derivó a una electrónica general con cierta predilección biomédica. En esta esfera han trabajado en el tratamiento electrónico del dolor, en la obtención de prótesis por impulso nervioso, en injertos artificiales de nervios y en otros muchos temas. Hoy, precisamente, han presentado un aparato de programación del sueño que es una verdadera novedad en su campo. He estado en la demostración y ha sido espectacular.

—Y dígame, Profesor, ¿no sabe qué líneas de trabajo desarrollan en estos momentos?

—Sobre eso no tenemos ninguna noticia. Parece que en alguna ocasión les robaron alguna idea, o se les adelantaron en alguna patente, o algo por el estilo. Desde entonces han cerrado a cal y canto su laboratorio de investigación y no existe pista alguna de sus líneas de trabajo. Sólo periódicamente lanzan un aparato totalmente nuevo, que pasa a la red comercial, mientras que la rama de investigación de Industrias Para vuelve a su mutismo.

—Una auténtica torre de marfil, ¿no? Bien, señores —dijo el Presidente Donovan—, preguntémonos cómo podemos obtener más información. Tiene la palabra —señaló con la mano— el Presidente del Tribunal Supremo.

Este se arrellanó en su silla. Había terminado el solomillo y se servía más vino.

—Mira, Samuel —dijo; el ser amigo íntimo del Presidente le permitía tratarle confiadamente—. Particularmente me puedes pedir lo que quieras, pero como Presidente del Tribunal Supremo debo hacer cumplir estrictamente la Ley. No empecemos de nuevo.

—Sabes —le cortó el Presidente— que presumo de ser el más estricto cumplidor de las leyes de nuestro país. Si tramáramos algo ilegal, no te habríamos llamado. Y estás aquí en calidad de consejero particular del Presidente, y, además, de amigo íntimo. La cuestión es: ante una presunta actuación ilegal de un grupo minoritario, que se jacta en conversaciones privadas de que va a obtener una mayoría aplastante en las próximas elecciones, lo cual es imposible con las posibilidades normales, y ante presuntas sospechas de que quizá en las Industrias Para se encuentre la clave de una conjura contra la democracia, ¿no podemos ejercer un control de comunicaciones —teléfono, correos, télex— y hacer unas visitas de inspección al pabellón de investigaciones?

—Mi querido Donovan —cuando empleaba el apellido en vez del nombre del Presidente es que hablaba con completa seriedad—, tengo la responsabilidad del cumplimiento de la Ley en el país, y la Ley es la base de toda democracia. Sólo oigo hablar aquí de sospechas, de presunciones, de retazos de conversaciones que unos han contado a otros, de suposiciones de lo que quizá se hará en unas fábricas que hasta ahora han estado, y siguen estando, pues no hay pruebas en contra, en la más estricta legalidad. Mi respuesta es no. La justicia funciona con pruebas. Dame una prueba concreta de lo que estáis suponiendo y te autorizaré bajo mi responsabilidad los controles que necesites.

El Secretario de Información se movía, impaciente, en su silla.

—¡Pero si es precisamente lo que tratamos con los controles! ¡Queremos adquirir pruebas! ¡Para eso necesitamos el permiso especial! ¡Para defender la democracia!

El Presidente del Tribunal Supremo se puso solemne:

—Mire lo que le digo —dijo al Secretario del Interior, apuntándole con el cuchillo—. La democracia se debe defender con métodos democráticos. Si por la sospecha de instauración de una dictadura, y para destruir este intento, suprimimos los derechos democráticos de cualquier persona o institución, habremos hecho lo contrario de lo que pretende la democracia, porque habremos instaurado la dictadura desde el propio poder.

Y tras un momento de silencio añadió:

—Porque el Presidente que tuviera el poder de intervenir en las comunicaciones o en la vida privada de los ciudadanos e instituciones que se le han confiado sin la oportuna autorización legal, ya actuaría como un dictador.

El Presidente Donovan apreció en lo que valían las palabras de su amigo el Presidente del Tribunal Supremo; por eso era uno de sus Consejeros; aun más, por eso se preciaba de tenerle por consultor y confidente. Quiso quitar un poco de tensión en la conversación.

—Bien; sólo quiero recordarles a todos el carácter informal de toda esta conversación, y el hecho de que a lo mejor nos movemos por simples sospechas. Puede que todo sea una falsa alarma.

El ambiente se distendió. Se trataron otros temas menos apremiantes. Se retiraron los platos de la carne y se sirvió el helado, el champán y el café.

Y el Presidente del Tribunal Supremo dijo por lo bajo al Presidente Donovan.

—Y en cuanto a las fotografías aéreas que habéis realizado a las Industrias Para es cierto que no hay doctrina en contra, pero en estricta justicia…

4

La tercera cena se celebraba en la sede de la Nacional Democracia. La sala sobria, de muebles rígidos pesados y algo anticuados servía de escenario a la cena que Adolf Sturm compartía con sus más inmediatos colaboradores, y donde se planteaba la estructura de la Nueva Sociedad.

Los que no conocían a Adolf Sturm en la intimidad quedaban maravillados de su personalidad. En un círculo de amistades selecto y controlado, desaparecía la imagen dura, opresiva, vigorosa y dictatorial, y aparecía una persona fina, inteligente, capaz de la amistad y de la risa franca. Lo cual no significaba ninguna concesión en ideas fundamentales suyas o de la Nacional Democracia. Al contrario, en ocasiones estas dotes de persuasión servían para ganar a su causa a personas que, fiadas sólo en los modales duros y autoritarios —quizá más reales—, hubieran manifestado reparos a su ideología.

Adolf Sturm conversaba, con sus íntimos, sobre lo que llamaba bases biológicas de la Nacional Democracia.

—No hay duda —dogmatizaba— de que en la humanidad existe una evolución histórica. Pero es una evolución condicionada por la biología. Y la biología nos dice que aún estamos muy cerca de nuestros antepasados, los antropoides, y de su inmediato predecesor, el eslabón perdido común para los hombres y los monos. ¿No es eso, Frank?

El aludido sonrió. Le llamaban «el profesor» por sus amplios conocimientos sobre cualquier materia.

—En efecto, Jefe —contestó—. Con Darwin se pensaba que el hombre procedía del mono. Ahora sería más correcto afirmar que hombre y mono procedemos de un eslabón común, aún no bien conocido.

—O sea, que no somos hijos de los monos, sino primos hermanos.

—Más o menos, Jefe.

—Esto no hace sino reforzar mi tesis. Los biólogos sólo han comenzado muy recientemente a estudiar el comportamiento animal, la etología. Y ¿qué han encontrado? Una serie de modos de comportamiento que parecen profundamente humanos. A ver, Frank, dinos algunos de ellos.

Frank habló de nuevo, encantado.

—Hay, en efecto, formas del comportamiento de los monos, en especial de los gorilas, que son muy peculiares de su especie, pero que además son de gran interés si las comparamos con el comportamiento de la especie humana. Como en toda la escala animal, hay un sentido jerárquico muy rígido, pero aquí, en vez de estar basado solamente en la fuerza, se asienta también en la edad y en la inteligencia. Existe un espacio vital ligado a cada individuo y a cada tribu, y este espacio vital individual es tanto mayor cuanto mayor es la categoría de quien lo ostenta, y es celosamente guardado; para entrar en él hay que pedir permiso, y sólo si se concede se puede acceder al sujeto que está en su centro. Hay reconocimientos explícitos de la autoridad: cesión del paso, palmoteos en la espalda, formas de sumisión…

—Ya basta, Frank, ya basta. Y dinos, ¿hay mucha individualidad en las agrupaciones animales?

—No, Jefe. Estas agrupaciones están rígidamente estructuradas. En casos extremos —las abejas, las hormigas— la diferenciación de funciones ha producido, a lo largo de siglos de evolución, un cambio en la forma del individuo: existen la obrera, el zángano, la reina, el soldado. Pero incluso en las sociedades en las que no hay formas biológicas distintas hay una sumisión rígida al principio de autoridad. En todo grupo hay un Jefe, debidamente caracterizado, y una escala jerárquica conocida. La actuación es siempre en grupo y bajo una dirección. Y sólo así se consigue el fin concreto del grupo, sea conseguir comida, una emigración, la organización de un hábitat, la defensa, la reproducción. El individuo aislado, el que no se somete a las normas del grupo, es expulsado de éste y perece.

—¿Qué les parece? —exclamó Adolf, radiante, mientras atacaba su enorme trozo de carne casi cruda—. En toda la naturaleza hay autoridad, hay organización, hay orden. Y ese orden es reconocido y acatado.

—Pero Jefe —dijo uno de los asistentes, a quien llamaban «el filósofo»—, no hay que olvidar que son animales…

—¡Claro que son animales! Y ¿qué es, básicamente, el hombre? Y digo básicamente, pero no exclusivamente, por supuesto.

Pues un animal. Lo que afirmo es que hemos dado demasiada importancia a los factores disgregantes de la sociedad humana —democracia, libertad, realización, autenticidad, todos esos nombres huecos y anarquistas— y demasiada poca a los factores de unión, de trabajo y progreso auténticos que son el orden, la autoridad y la obediencia.

El círculo íntimo de Adolf Sturm consideraba las palabras de su Jefe como un oráculo. Básicamente estaban de acuerdo con todo lo dicho, porque era a ellos, con él, a quienes correspondería la tarea de implantar la Nacional Democracia. Cada uno en su Ministerio, en su organización, implantarían en toda la sociedad las bases que ya existían en el propio partido, disciplinado y unido como pocos.

—Jefe —preguntó otro militante—, aunque hasta ahora nuestra experiencia en el Partido sea totalmente satisfactoria, una cosa es disciplinar y organizar un grupo de personas básicamente adictas a nuestro ideario, y otra cosa es actuar sobre toda la sociedad.

Adolf pensó unos momentos.

—Lo que dices es totalmente cierto. Por eso los métodos de adoctrinamiento de un pequeño grupo son radicalmente distintos a los que emplearemos para toda la población.

Hizo una pausa, que nadie osó interrumpir.

—Han existido muy diversos métodos de adoctrinar a las masas —dijo—. Unos de tipo político, como la unión frente a un enemigo exterior, real o supuesto. Otros psicológicos: apelar a ideas inconscientes de dominio, de revancha, de raza o de espacio vital. Pero en la Nacional Democracia partiremos de la biología, de la propia naturaleza humana. A la larga, todos los métodos de control ajenos al propio hombre fracasan, y nosotros necesitamos controlar la sociedad de modo continuo, total e implacable.

—Entonces, Jefe —preguntó el director de la campaña electoral—, ¿no cree que las técnicas psicológicas puedan ser suficientes?

—No, como único recurso —contestó Adolf Sturm—. Eso está bien para la fase inicial, para realizar una campaña electoral, para conseguir votos. Pero una vez establecidos en el poder necesitaremos el planteamiento biológico de la adicción de toda la sociedad a las ideas del Partido.

—Y, ¿cómo piensa hacerlo? —se leía una confiada esperanza en la pregunta.

—Puedo decir que por medios biológicos no conocidos hasta ahora. Hay quien ha sugerido tratar el agua de bebida con neurolépticos de modo continuado; otros opinan que la presión de los medios de información debidamente manejados desde el Gobierno pueden mantener el control de todos los ciudadanos. Yo sólo quiero deciros que estas técnicas van a revelarse enormemente anticuadas frente a lo que preparamos. Que el partido dispondrá del medio de lograr la adicción completa, total y satisfactoria de todos los ciudadanos. Pronto os podré proporcionar más detalles.

»Por ahora debemos concentrar todos nuestros esfuerzos en la campaña electoral. Haremos todos los esfuerzos posibles para aumentar nuestro porcentaje de votos y lograr un papel importante en el Congreso.

»No obstante, dejemos ahora los detalles de la campaña electoral para su Comité, y concentrémonos en tratar de la sociedad futura que nuestra Nacional Democracia propugna. Comencemos por la política interior…