4. Laboratorio secreto
1
—Increíble, pero ya estamos en la boca del lobo —dijo Marcos a Melania, Se encontraban en un laboratorio situado en la zona más secreta de las Industrias Para. Todo se había desarrollado con asombrosa sencillez, pero seguía pareciendo increíble.
Dos semanas de adiestramiento intenso proporcionaron a Melania una base elemental de electrónica: su inteligencia y su capacidad de trabajo permitieron un resultado aceptable. Y, de pronto, una llamada de las Industrias Para ofreciendo a Marcos un contrato para desarrollar una investigación electrónica sobre un tema muy concreto de retrotransmisión de información por televisión. Una condición por parte de la empresa: secreto absoluto y aislamiento dentro de la zona del laboratorio durante la duración del contrato; ya era conocido el espíritu de sigilo de las famosas Industrias. Condición por parte de Marcos: debía incorporarse al equipo su ayudante y secretaria señorita Melania. Condición aceptada. Rápidamente se formularon los objetivos del contrato, se adquirió el material de investigación necesario y se puso a su disposición un laboratorio electrónico con las condiciones precisas.
Ahora podía, de verdad, investigar. Y a la vez ayudar a Melania en sus pesquisas.
Pero el propio tema de investigación ya era, en sí, apasionante: convertir los circuitos normales de televisión en elementos no sólo capaces de enviar información a un terminal, el receptor, sino de recibir información a partir de los telespectadores; información procesable para poder tener en un momento dado conocimiento del estado de opinión del país sobre cualquier tema tratado. Un sensor psicológico —aún en desarrollo— en cada uno de los receptores sería la fuente de retrotransmisión a la Central, donde se procedería a su análisis mediante computadores. Una revolución en las técnicas de información y comunicación de masas.
Melania, con su bata blanca, ayudaba a Marcos en la disposición de los aparatos. Se había informado ya de la situación del restaurante, del supermercado, de las salas de cine, del parque, y de la zona deportiva, previendo el posible aislamiento de unos meses.
Lo principal era —lo había dicho Patricia O’Malley— tener paciencia, saber esperar. No jugar ningún movimiento en falso.
Por ahora, los laboratorios secretos de las Industrias Para parecían de una enorme vulgaridad. A Marcos le parecerían maravillosos, como centros de investigación electrónica espléndidamente dotados, pero a ella le parecían unos laboratorios de investigación, y nada más. Y esperaba más.
Paciencia. Mucha paciencia.
Marcos y Melania siguieron disponiendo los aparatos.
2
El locutor de televisión, de cuidado aspecto y bien timbrada voz, enumeró los habituales desastres del día. La ola de individualismo, irresponsabilidad y desobediencia hacía peligrar la misma estabilidad del país. Los entrevistadores callejeros escrutaban la opinión pública.
—Creo que el Gobierno debía hacer algo —comentaba un ama de casa—. Mire la calidad de los productos: ínfima. El otro día los congelados estaban incomibles. Y de la carne sólo tiene cierta calidad la de importación, y eso si la mantienen en buenas condiciones.
—La gasolina, eso sí que es grave —añadía otro entrevistado—; llena de impurezas, que obstruyen el motor cuando menos se espera. Y puede ser muy peligroso. Si ocurre en un adelantamiento…
—Pues, ¿y los cortes de electricidad en el momento menos pensado? Y las empresas ni se preocupan de dar explicaciones. Dicen que los circuitos de distribución están anticuados. Pues que los revisen. También tengo yo en casa aparatos anticuados y los cuido.
—No se puede viajar. Ni los trenes ni los aviones salen a su hora. Y si uno planea un enlace…
Y el locutor de cuidado aspecto y bien timbrada voz pedía soluciones.
—El Gobierno, que debe obligar a que se cumplan los contratos.
—… a que se controle la calidad de los productos…
—Que las empresas de transportes cumplan los horarios.
—Sí, todo eso está muy bien —comentaba el locutor—, pero para ello el Gobierno debía disponer de poderes especiales, que poco a poco le habían ido recortando las Cámaras en las últimas legislaturas. ¿Estarían dispuestos a limitar en algo su libertad individual para que el país funcionara con mayor orden?
—Mire, yo no entiendo de leyes. Sólo sé que estoy harto de este estado de cosas. Si alguien lo arregla, yo lo apoyaré.
—Los ricos, siempre son los ricos los que salen ganando.
Hace falta una mano fuerte que haga pagar los impuestos a quien puede hacerlo.
—Yo sólo digo que así no podemos continuar…
3
La cafetería del pabellón de la zona reservada de Industrias Para era grande y espaciosa, con rincones decorados en tono de intimidad que convertían el momento del café en un auténtico descanso. Industrias Para se esforzaba por instalar cuanto pudiera contribuir a mejorar el rendimiento físico y mental de sus trabajadores.
Marcos y Melania, acodados en la barra, tomaban su café de la tarde. La investigación comenzaba, y Marcos trabajaba ya activamente en el cálculo teórico de los circuitos necesarios y en la elaboración de los primeros circuitos experimentales. Los resultados se preveían extraordinarios.
Entraron tres chicos jóvenes de curioso aspecto. Tendrían unos veinte años, y vestían un mono verde, con la «P» de las Industrias Para a la altura del corazón. Se acodaron en la barra al lado de Marcos y Melania y comenzaron a hablar entre ellos.
En lenguaje y expresiones eran levemente infantiles; reían, parloteaban, se empujaban. Pidieron café con un levísimo acento extranjero en su voz.
Marcos y Melania siguieron hablando.
De pronto Marcos se sobresaltó al notar un movimiento junto a su taza de café. Miró fijamente y comprobó que procedía de la cucharilla: se movía. Ella sola. Lentamente, imperceptiblemente, la cucharilla giraba y comenzaba a deslizarse hacia uno de los extraños vecinos.
Melania, siguiendo la mirada de Marcos, también captó el movimiento. Y dio un chillido.
—Marcos, ¿qué ocurre?
El vecino más cercano de los tres se volvió hacia ellos.
—Les ruego me disculpen; creo que tengo parte de culpa de lo que está pasando. Permítanme que me presente: Jorge Lama —nombre ficticio, por supuesto, pero que sirve para reconocernos internacionalmente—. Y junto a mí, mis hermanos y compañeros de trabajo, Jaime Lama y Juan Lama. De la unidad especial del laboratorio.
—¿Unidad especial? —dijo Marcos—. Nunca oí hablar de ella.
—Es algo… digamos reservado —les indicó Jorge Lama—. Quieren que permanezca en secreto. Pero vosotros también trabajáis aquí, ¿no es cierto? En régimen de aislamiento, como nosotros.
—En efecto: me llamo Marcos y soy ingeniero electrónico. Y ésta es Melania, mi ayudante.
—Encantados —se saludaron todos desgarbadamente con gran complicación de manos cruzándose en una y otra dirección. Formaron un grupo único.
—Pero la cucharilla… —comenzó Melania.
—Sí, la cucharilla —cortó Jorge Lama con una gran risa—. Lo que han visto forma parte de nuestra deformación profesional. Somos expertos en parapsicología, y, según parece, dotados de ciertos poderes especiales. Tenemos algo de sangre tibetana, y en el Tíbet nos hemos educado y pasamos periódicamente largas temporadas. Cuando estábamos hablando volví de pronto la cabeza y me llamó la atención el brillo metálico de la cucharilla. Al parecer, concentré en ella la mirada y la moví.
—Pero eso es extraordinario…
—Bueno, no exageremos. Una sencilla experiencia de psicoquinesia.
—¿De qué? —preguntó Melania.
—Juan, tú que eres el teórico del grupo explica un poco lo que es la psicoquinesia.
Juan Lama no se hizo rogar.
—La psicoquinesia —dijo— es una propiedad parapsicológica del tipo de lo que pudiéramos llamar fuerzas extrasensoriales, que consiste en la capacidad de movilizar un objeto cercano por el solo influjo de la mente.
—Es interesantísimo… —en Melania surgía la vena del periodismo—. He escuchado algo en alguna ocasión, pero suponía que se trataba de poderes extraordinarios, y que nunca encontraría a nadie que los poseyera.
Los tres Lama sonrieron y saludaron protocolariamente.
—Pues aquí nos tienes, los tres integrantes del equipo Psi, como se nos conoce en el plan de trabajo de Laboratorios Para, que ponemos a tu disposición nuestras extraordinarias facultades.
—Y, ¿qué más sabéis hacer? —preguntó Melania. Y de pronto sonrió—. ¡Oh, perdonad! Me parece que os trato como si os viera en el circo o en una barraca de feria. Pero es todo tan extraño…
Los tres Lama rieron, francamente.
—No te preocupes, Melania —dijo Jorge Lama—. Ya estamos acostumbrados. Nos dedicamos a dar exhibiciones y a que estudien nuestros poderes en los laboratorios especializados. No es frecuente que exista un conjunto de personas con tantos poderes parapsicológicos como nosotros tenemos. En este sentido somos únicos. Por eso precisamente nos contrataron para venir aquí.
—He leído algo de todo este tema —intervino Marcos— y me gustaría que me lo aclaraseis. Sé que hay muchos fenómenos distintos, así que os preguntaré alguno. ¿Producción de ruidos?
Jaime Lama, callado hasta entonces, afirmó con la cabeza. Cerró los ojos y en la mesa del mostrador se oyeron una serie de golpecitos rítmicos, como llamadas a una puerta. Abrió los ojos y sonrió.
—Hecho —exclamó. Juan-Ramón Zaragoza.
—¿Producción de luces? ¿Fosforescencia? —preguntó de nuevo Marcos.
Fue ahora Juan Lama quien se concentró un momento.
En torno a su cabeza comenzó a aparecer un halo fosforescente, cuya intensidad aumentó rápidamente. Con igual rapidez comenzó a decrecer hasta que Juan Lama abrió los ojos.
—¿Movimiento de objetos? Bueno, ya lo acabo de ver con la cucharilla —cortó Marcos—. ¿Lectura de textos ocultos?
Juan Lama sacó el bolígrafo de su bolsillo y tomó una servilleta de papel. Escribió dos largos números y se los pasó a Marcos. Éste los leyó. El primero correspondía a su número de identificación nacional, que estaba en el documento de identificación que tenía en su bolsillo, dentro de la cartera. Pasó el papel a Melania, quien comprobó que el segundo era el suyo.
—Bueno, lo que habéis visto es sólo una pequeña muestra de nuestras posibilidades —seguía Jorge Lama que era, al parecer, el más dotado para la comunicación—. Pero como nos seguiremos viendo, ya comentaremos sobre nuestro trabajo.
—Nos vamos —dijeron casi al unísono los tres hermanos—. Adiós. Encantados.
Sorbieron lo que les quedaba del café y se dirigieron a la puerta. Se sonreían entre ellos y se palmoteaban mutuamente, juguetones.
—Extraño —dijo Marcos.
—Realmente extraño —confirmó Melania.
Se quedaron pensativos viéndolos marcharse.
4
Adolf Sturm realizó su visita periódica a las Industrias Para a fin de comprobar los planes de fabricación, discutir las nuevas ideas y planear los objetivos de la empresa. Durante la visita no se hablaba de política: sabía separar muy claramente los dos aspectos de su personalidad, el de empresario y el de hombre público, sin mezclarlos.
Aquel día recorrió el departamento comercial y las cadenas de fabricación; aprobó la construcción de un nuevo pabellón; vio los modelos finales del proyecto de investigación del «perfecto compañero», y comentó con el Director Gerente el hecho de que una sabia mezcla de organización de la empresa y atención del personal habían convertido las Industrias Para en una de las pocas del país en las que se podía confiar en cuestión de plazos de entrega y calidad final de los productos, por lo que se avecinaban nuevos contratos del Departamento de Defensa.
Tras la atareada mañana se despidió de los directivos de fabricación y se encaminó, finalmente, al pabellón de investigación. Tras identificarse, él mismo y su chófer, en la entrada (claro que le conocían, pero le gustaba que hasta él mismo tuviera que enseñar sus credenciales, para dar ejemplo) se encaminó a la sección de Investigaciones Parapsicológicas. Allí le esperaba el Director de Investigación, Hans Niedrig.
—Bien, Herr Professor Niedrig —saludó. Se trataba de una persona de unos sesenta años, alto, rubio, muy delgado, que hablaba con un marcado acento alemán y que mostraba una inquebrantable fidelidad hacia Adolf Sturm—. Aquí me tiene, ansioso por conocer la marcha de las investigaciones.
—Ach, mein Direktor —contestó éste—. Por un lado las experiencias de transmisión de la fuerza psi por cable han sido extraordinariamente satisfactorias. Mucho, mucho —exclamó feliz, frotándose las manos—. Puede decirse que el sistema ya está prácticamente conseguido.
—Me alegro mucho, Herr Niedrig. ¿Cuándo podremos hacer una comprobación?
—Podremos hacer una prueba dentro de unos minutos; en realidad ya estamos comprobando las últimas conexiones. En cuanto al paso ulterior, la transmisión de la fuerza psi por ondas, encontramos mayores dificultades de las que esperábamos. Necesitamos resolver ciertos problemas previos que nos impiden la transmisión del impulso psi a distancia.
Adolf Sturm se sentó, con aire fatigado. El proyecto tenía que realizarse rápidamente y no cesaban de aparecer dificultades en todo momento.
—¿Y el nuevo fichaje, Herr Niedrig? Tengo entendido que se trata de uno de los mejores expertos en transmisiones por ondas, ¿no es eso? ¿No quedamos en recabar su colaboración al precio que fuera?
—Y así se ha hecho, Herr Direktor. Ha venido aquí con las condiciones que solicitó, y debo decirle que en el corto tiempo que trabaja para nosotros ya ha resuelto algunos problemas importantes de nuestro proyecto. Sin embargo, tenemos algunos inconvenientes con él.
—¿Cuáles?
—La necesaria discreción respecto al proyecto. No podemos darle a conocer todo el alcance del programa, por razones obvias. Aunque tenemos previsto que se quede con nosotros hasta la fase final del plan, Seguridad insiste que sólo le demos a conocer lo estrictamente necesario para cada investigación concreta. Eso es muy fácil de decir —se volvió a retorcer las manos— pero en ocasiones es muy difícil plantear objetivos concretos de investigación sin conocer realmente el proyecto en el que se encuadran.
—Comprendo. Y ¿qué sabe él hasta ahora?
—Se le ha explicado que se trata de aprovechar la transmisión por onda que proporciona básicamente la televisión para desarrollar un sistema de retrotransmisión de la información. Con esta idea básica hemos podido hacer que investigue algunos problemas concretos relacionados con nuestro proyecto Psi.
Pero si conociera la totalidad…
—No sé, no sé. Puede ser peligroso —dudó Adolf Sturm. No en balde conocía el informe previo proporcionado por Seguridad donde se resaltaban las conexiones de Melania con la periodista Patricia O’Malley y su deseo de investigar los objetivos secretos de las Industrias Para—. No es sólo por razones de seguridad, Herr Niedrig. También es posible que de conocer todo el proyecto se negase a colaborar. Manténgale por ahora sólo con la información necesaria, y si se plantea la necesidad de que conozca todo el plan, pídame primero autorización.
—De acuerdo, Herr Direktor. Así se hará. Y ahora, creo que ya está preparado nuestro pequeño experimento.
Se sentaron ante un monitor de televisión. La pantalla mostraba una pequeña sala de espera vacía.
5
El teléfono sonó en el laboratorio llamando a Melania. La agradable voz de una secretaria le informó que podía pasar por Dirección a recoger las solicitudes de material ya autorizadas.
Melania salió del pabellón de investigación, atravesó el césped y penetró en el edificio señalizado como «Laboratorios de Investigación Para. Dirección-Administración». Cruzó el vestíbulo y penetró en el área de Dirección. Una secretaria sonriente —siempre la misma sonrisa, siempre la misma amabilidad, siempre los mismos suaves modales— le rogó que esperase unos momentos en la sala de espera, mientras le proporcionaban la documentación.
Melania entró en la pequeña sala; era cerrada, sin ventanas, e iluminada por unos tubos de luz fría. En la mesa, revistas y folletos descriptivos de las Industrias Para. En un rincón, sobre un mueble, un pequeño televisor en funcionamiento.
Melania lo miró. El televisor transmitía un documental sobre las Industrias Para. Sabía que tal era el proceder en las esperas del área comercial —el locutor mostraba la sección de proyectos, las cadenas de producción, los aparatos terminados, el amplio muestrario de productos— pero le extrañó que hubieran dispuesto el mismo sistema en el área de investigación, donde sólo se podía entrar con un control muy severo.
De pronto, comenzó a sentir algo. Una sensación indefinible (¿Sumisión? ¿Flojedad? ¿Obediencia?). Le pareció que del aparato emanaba algo indescriptible, extraño, que a la vez inquietaba y subyugaba.
Y comenzó a sentir calor. Un calor agradable, como el de una playa tropical a orillas del mar. Como el producido por el sol en la alta montaña.
Y sintió de pronto una voz interior que mandaba: «Desnudarse, desnudarse». A la vez comenzó a sentir un impulso irreprimible de hacerlo, de quitarse las ropas que molestaban, que oprimían. La voz seguía murmurando, insistente: «Desnudarse, desnudarse».
Y Melania comenzó a desnudarse.
Comenzó por la bata blanca de trabajo. Luego fue el traje. Un momento de duda, pero la voz seguía, penetrante, insistente: «Desnudarse, desnudarse». Y Melania se quitó su ropa interior. Quedó desnuda, maravillosamente desnuda, gloriosamente desnuda, su joven cuerpo expuesto por completo al aire del mar, al sol de las alturas, al calor de las playas.
Y Melania se tumbó desnuda sobre la moqueta de la sala de espera sintiéndose relajada, feliz, acariciada por el sol deslumbrante, sintiendo el aire susurrar entre las ramas de las palmeras, con el lejano rumor de las olas acariciando la arena dorada.
En el televisor, el locutor seguía, persuasivamente, enumerando las cualidades de las Manufacturas Para.
Y de pronto, Melania se dio cuenta de todo. Que ella, Melania, se había desnudado por completo, sin causa ni motivo, en la sala de espera, y que estaba allí, ridículamente tumbada en la moqueta, con sus ropas en torno.
Avergonzada, se vistió rápidamente. Repasó, para que todo quedara en orden. Abrió la puerta para salir.
En aquel momento se acercaba la secretaria rubia, sonriente, amable, perfecta, con unos papeles en la mano.
—¡Ah, señorita Melania! Precisamente pasaba a entregarle los documentos que buscaba.
Melania los tomó, y tras balbucear algo ininteligible, salió a toda prisa hacia el laboratorio.
6
—Magnífico, Herr Niedrig. Un éxito, un verdadero éxito.
Adolf Sturm y Hans Niedrig acababan de contemplar la experiencia por circuito cerrado.
—Como ve, Herr Direktor, el sistema es totalmente satisfactorio. Como le dije, para la transmisión por cable tenemos el sistema resuelto. Le voy a mostrar los puntos básicos.
Se levantó y precedió a Adolf Sturm, indicándole los elementos fundamentales del proceso.
—Primero, en esta habitación, el centro productor de fuerzas parapsicológicas o fuerzas psi. Mire, por favor.
La habitación era una pequeña sala insonorizada con tres sillones, ocupados por los tres Lama, y una mesa baja con un papel donde se alcanzaba a leer, escrito con grandes caracteres: «Desnudarse». Los tres Lama aún tenían en la cabeza unos cascos que recordaban vagamente los secadores de las peluquerías de señoras. Al sentirse observados saludaron alegremente a Niedrig y a Sturm.
—¿Son los dotados de que me habló, Herr Niedrig?
—En efecto. En el estado actual de nuestra investigación parapsicológica aún no podemos fabricar las fuerzas psi de modo autónomo; tenemos que recurrir a las personas especialmente dotadas para producirlas. Y en este sentido hemos tenido que hacer un enorme esfuerzo para localizar y obtener la colaboración de estos tres dotados, que son los más convenientes para un programa como el que queremos desarrollar.
—¿Y son tibetanos, decía el informe?
—Tienen una vaga ascendencia tibetana, pero lo más importante es que los tres hermanos, hijos de un diplomático destinado en el Tíbet, se educaron en la doctrina lama y conocen muchos secretos que podríamos calificar como de parapsicológicos. Trabajando con ellos descubrí una propiedad especial, no descrita aún: que si trabajan conjuntamente como emisores, actúan «en resonancia», esto es, que la intensidad de la emisión psi se refuerza muchísimo, alcanzando valores superiores al triple, es decir, de lo que se conseguiría con la suma de los tres actuando aisladamente.
»Para trabajar se les da el pensamiento clave, preferiblemente escrito, se concentran en él y emiten el impulso psi que actuará sobre el receptor. En este caso —por comentar el experimento que acabamos de ver— la palabra clave era “desnudarse”, y esto es lo que han transmitido.
—Sencillamente sorprendente.
—Realmente, Herr Direktor.
—Y, ¿no hay posibilidad de que esos tres Lama… cómo diría yo… nos traicionasen?
—No, Herr Direktor. Yo mismo me encargué de ellos. Le diré que, como pieza clave que son de nuestro plan, están convenientemente tratados. Tienen todo lo que necesitan y se encuentran felices en su situación actual. Sólo se aprecia que el control mental a que están sometidos hace que su conducta sea a veces un poco infantil, algo estrambótica, como los gemelos de Alicia en el País de las Maravillas, pero este hecho no nos debe importar. Después de todo, su intimidad es asunto suyo.
—Bien, Herr Niedrig. Si están tratados y bajo su control no puede haber ningún problema. ¿Y cuál es el paso siguiente?
—Si seguimos por aquí —guió a Adolf Sturm hacia la habitación conjunta; los tres Lama les despidieron con alegres saludos de manos y amplias sonrisas— verá ahora el amplificador de fuerza psi. Este aparato es uno de nuestros mayores secretos, y la clave de todo el proyecto. Con él podemos aumentar miles de veces la intensidad del impulso psi inicial. Se fundamenta en la resonancia interna…
—Ahórrese explicaciones técnicas, Herr Niedrig. ¿El paso siguiente?
—El impulso psi, debidamente amplificado, se introduce en un cable conductor normal. Puede ser de un teléfono, de un hilo musical o de un televisor por cable. El problema es que el terminal debe ser apto para convertir el impulso de nuevo en fuerza psi, y eso sólo lo hemos conseguido con los televisores. De este modo, el telespectador que tenga sintonizado el aparato por el canal por el que emitimos, experimentará en el momento del impulso la enorme potencia de la fuerza psi, y realizará lo que el mensaje le sugiera.
—Bien, entonces para nuestro plan…
—Ach, Herr Direktor —Niedrig se frotaba las manos, de nuevo, con pesar—. Podemos controlar, por ahora, los televidentes de aparatos conectados por cable, pero hay pocos aparatos basados en este sistema. Necesitamos conseguir rápidamente la posibilidad de acoplar la salida del amplificador a la emisión normal de la televisión por ondas. En ello tenemos trabajando al ingeniero Marcos.
—Es preciso conseguirlo, Herr Niedrig. Puedo decirle que este trabajo no es una mera investigación; es algo vital para el país, y hasta diría que para la humanidad. Debemos conseguirlo pronto, Herr Niedrig.
—Sí, Herr Direktor.
—Haga lo que quiera, gaste lo que necesite, contrate a quien haga falta. Prometa lo imposible. Pero consígamelo, y pronto.
—En ello estamos, Herr Direktor.
—Y en cuanto a la experiencia que hemos presenciado…
—A eso iba, Herr Direktor, cuando usted me ha interrum… me ha solicitado conocer el estado de nuestra investigación. Elegí al sujeto receptor que tenía más a mano, ya que dentro del propio Laboratorio de Investigación hay personas que están al tanto de aspectos parciales del proyecto. Esta joven, Melania, es, como, sabe, la ayudante del ingeniero Marcos. Tenemos en dirección la sala de espera que ha visto con un monitor oculto, con lo que nos puede servir de sala de experimentación. Conectamos el amplificador psi al televisor que funciona allí —ya sabe, uno de los comerciales normales— y transmitimos una orden simple.
»En este caso nuestra orden tenía una segunda intención. Cuando se hipnotiza o se sofroniza a una persona, se la puede sugestionar, pero nunca hasta extremos que superen la moral convencional. Un hipnotizado no se desnuda, ni viola, ni mata, ni se suicida. No hace nada que esté contra su código moral.
Pero en este caso no ocurre así; parece que tenemos poder para actuar sobre los individuos incluso por encima de su propio código moral. La orden de desnudarse completamente, en sí inocua, sin embargo, va en contra del sentido del pudor que toda mujer tiene a desnudarse por mandato de otro.
—Siga, Herr Niedrig. Todo esto es muy interesante.
—Allá voy. Las fuerzas psi crean una potencialidad interna tal, que el receptor realiza lo mandado. Otro descubrimiento nuestro es que si en condiciones normales sólo hay un porcentaje de personas que sean receptoras, al intensificar la emisión de fuerza psi todos se convierten en receptores. No sabemos hasta dónde podremos llegar por este camino, que obviamente aún está en experimentación. Pero creo que conociendo bien las técnicas a aplicar tendremos asegurado el control absoluto de toda la población.
—Extraordinario, Herr Niedrig.
—Le pediría, Herr Direktor, poder continuar en este campo de trabajo. Necesitaría un centro especial, y, sobre todo, una suficiente experimentación. Para ello sólo me hacen falta unos cientos de personas. Y la necesaria discreción. Quizá se pueda producir algún accidente en las pruebas.
Adolf Sturm puso su mano sobre el hombro del experimentador.
—Herr Niedrig, resuélvame el problema de la transmisión por ondas y le prometo lo que quiera. Un gran centro de experimentación, todos los recursos materiales que necesite y los sujetos de experimentación que desee.
Los ojos de Herr Niedrig se llenaron de lágrimas de agradecimiento.
7
—Es horrible, Marcos —Melania lloraba copiosamente, contándolo—. No puedo comprender lo que me ha ocurrido.
—Calma, Melania, ¿qué dices que te ha pasado?
—Es todo tan absurdo… no me lo puedo creer.
—Melania, creo que comenzamos a sufrir una tensión nerviosa muy perjudicial. Esta investigación es tan comprometida y debe realizarse tan rápidamente…
—Pero Marcos, aquí ocurren cosas muy extrañas. Algo terrible se está fraguando a espaldas nuestras, y lo peor es que estamos colaborando.
—No digas tonterías. Mira, basta por hoy. Cerremos el laboratorio y vayamos a dar una vuelta por el parque.
Por los senderos enarenados, por el césped y bajo los tilos, Melania pudo completar con todo detalle el incidente. Marcos quedó pensativo.
—¿Dices que el aparato de televisión funcionaba continuamente? Es curioso. He estado alguna vez en esa sala y no recuerdo haber visto ninguno.
—También me extrañó a mí. Parecía recién instalado.
—Sí. Y además, tu llamada a Dirección no era necesaria.
—Desde luego. Podían haber enviado los documentos directamente, como hacen otras veces. Ni siquiera tuve que firmar nada.
—Parece como si te hubieran elegido para hacer un experimento… de algo que llevan muy en secreto.
—¿Crees que los tres Lama tienen algo que ver en eso?
—Si tienen algo que ver será como nosotros, sin saber exactamente para qué trabajan. Son tan… frívolos.
—Marcos, ¿quién dirigirá todo el plan?
—Imagino que el doctor Niedrig. Es el director de toda la División de Investigación.
—Pero a ti te habrá explicado algo al marcarte los objetivos de tu trabajo.
—Bueno, me ha dado explicaciones reales, pero supongo que parciales. La investigación es muy interesante, tiene unos planteamientos muy concretos, pero a veces pienso si valía la pena el lujo de medios y sobre todo de seguridad que despliegan para lo que en la práctica se espera de mi trabajo.
—Marcos —dijo Melania, tomándole súbitamente de la mano— está muy claro. Tu investigación se va a utilizar con un objetivo distinto del que te han dicho.
—¿Crees, Melania? —Marcos se detuvo un momento—. Es posible, pero no sé realmente cómo. Es un tema muy especializado.
—De todas formas, Marcos, tenemos que seguir observando y recogiendo todos los datos de que dispongamos. Es como componer un mosaico, y ya se empiezan a perfilar algunas figuras.
Se abrazaron estrechamente. Un ligero viento frío les envolvió.
Melania recordó a su compañera Patricia, solitaria en su habitación de la residencia psiquiátrica, cantando canciones infantiles y recitando a Shakespeare.