8. Operación Cocoliso
1
Habéis hecho un trabajo extraordinario, muchachos —les dijo Morgan—. Se están examinando cuidadosamente los documentos y revelan unos planes escalofriantes. Ya hemos informado al Secretario de Información, y, por supuesto, al Presidente.
Se encontraban en la cálida intimidad del despacho privado de Morgan en el edificio del Servicio de Información. Unos sillones bajos les acogían mientras fumaban y tomaban unas copas.
—Aquí está, en líneas generales, el plan de control de la televisión el día de la emisión, si bien parece que no desciende a detalles —decía Morgan, repasando las fotocopias de los documentos—. Y aquí tenemos el plan general de establecimiento de la Nacional Democracia, lo que se denomina, en clave —y señaló el documento concreto—. «Operación Cocoliso».
—Por lo que sé de las Industrias Para —dijo Marcos—, lo voy imaginando.
—Claro, esto sólo son las líneas directrices; supongo que el plan completo estará en la caja fuerte del Partido, o quién sabe dónde. Pero esta información de que disponemos ya es bastante importante.
»El Secretario de Información nos está preparando una entrevista con el Presidente. Por desgracia mañana es totalmente imposible, porque es el día de la intervención en televisión de los candidatos a la Presidencia. De modo que le veremos pasado mañana. Así nos dará tiempo de estudiar bien los documentos.
—Y de que haya pasado la actuación de Adolf en la televisión —dijo Melania.
—Por supuesto. Como les dije, tenemos controlada toda la línea de transmisión y las antenas del estudio central. Ahora, y por si acaso, ordenaremos también la vigilancia de los repetidores. El personal de los estudios también está siendo vigilado, sobre todo los miembros o simpatizantes de Nacional Democracia. ¿Se les ocurre alguna cosa más que podamos hacer?
Todos pensaron, sin decir nada.
—Usted, Marcos, como ingeniero, ¿ve alguna otra posibilidad de realizar un enlace con la cadena nacional de televisión?
—No, no creo. Ya tratamos de eso el otro día y me mantengo en lo que dije: o por el cable que va a la antena, o sobre la antena misma. Cualquier otra actuación sería, por lo menos, de resultados parciales.
—Me alegro de su opinión. Nuestros expertos dicen lo mismo. Pero perdonen que insista tanto: necesitamos una seguridad absoluta. Está en juego el futuro del país. Y ahora, permítanme que les deje solos mientras ultimo unos detalles.
Morgan salió del despacho con su aire de comerciante provinciano. Desde la puerta se volvió y dijo:
—¡Ah, me olvidaba! Sería mejor que todos ustedes se quedaran aquí hasta mañana, cuando concluya la transmisión. No creo que Adolf planee nada contra ustedes durante hoy ni mañana, porque tiene que concentrar todas sus energías en el programa electoral, pero de todas formas prefiero que tomemos precauciones. Aquí tenemos unas cuantas habitaciones; pídannos todo lo que puedan necesitar.
Y salió definitivamente.
Melania se relajó en el asiento.
—Qué sensación tan extraña, esta tranquilidad —dijo—, estar días enteros en tensión y ahora encontrar que todo ha pasado…
—Y que ya no podemos hacer nada —terminó Marcos—. Ahora son ya otras manos las que se encargan de la vigilancia.
—Al menos nos queda el consuelo de haber hecho bien nuestra parte —dijo Melania—. Por cierto, Celia, ¿cómo se sentirá Adolf cuando vea que ha escapado?
—Se enfurecerá —dijo Celia—. Se enfurecerá brutalmente. Es como un niño. Vanidoso, dominador, obstinado, orgulloso. A veces me da pena.
—¿Pena? —exclamó Marcos, horrorizado—. Pero si es un monstruo. Basta leer el proyecto de «Operación Cocoliso»…
Celia le miró. En sus ojos se leía una enorme ternura.
—Yo no puedo juzgarle por sus proyectos. Le puedo juzgar por nuestra vida en común. Y a veces es infantil como un niño.
—Es violento y dominador.
—También hay niños violentos y dominadores. Escuchen: vivo con él desde hace más de cinco años. Sí, desde que comenzó con ese juego del Partido. Nadie conocía mi existencia. Él era el Jefe. Yo prefería estar en la sombra, ser ignorada. Casi nadie sabía de mi existencia. Para los vigilantes de la casa yo era una especie de secretaria muy particular, pero nunca la amante de Adolf.
»Porque todo hombre necesita tener una expansión. Yo era su válvula de escape. Me lo contaba todo; me leía sus discursos; ensayaba sus actitudes. Pensaba en voz alta. Me exponía —no para discutir, porque eran sólo monólogos— sus nuevos planes a desarrollar en las Industrias Para.
»Y hace un año, poco más o menos, algo comenzó a fallar. No sé exactamente lo que pasó. Quizá coincidió con lo de la periodista que quiso saber demasiado…
—Patricia O’Malley —intervino Melania—, era amiga mía. Le borraron la mente. ¿Qué sabe de ella? —preguntó ansiosa.
—No sé gran cosa. Al parecer llegó a conocer algunas de las experiencias más avanzadas que se estaban haciendo sobre el control de la mente en el laboratorio secreto; y le aplicaron lo que entonces habían descubierto: el borrado mental. Sólo que aún no dominaban el procedimiento. Querían que olvidara sólo lo que había visto durante los últimos días. No querían que el nombre de las Industrias Para apareciera ligado a algo que no fuera respetable. Pero se pasaron. Al parecer, el borrado de la mente fue casi total.
En efecto, y así está. ¿No hay posibilidad de que se recupere?
—Melania —dijo Celia—, he pensado mucho en esa pobre chica, y me da la impresión de que en este mundo de súper especialistas a veces falta enfocar las cosas con un poco de sentido común. He leído todo lo que han dicho los periódicos: es absurdo. Los médicos se empeñan en que recupere su memoria, y eso no puede ser. Está perdida, completamente perdida. Hay que comenzar desde cero, y reconstruirla.
—¿Cómo?
—Como si fuera un niño pequeño. Mentalmente es un niño pequeño, pero no un niño tarado. Su mente está vacía, pero no está dañada. Te lo aseguro yo que he oído muchos informes y he pasado horas muy tediosas oyendo datos sobre el control de la mente. A esa chica hay que comenzar por el principio: enseñarle a leer, escribir, educación básica, acomodación a la vida. ¿Qué hacen con ella ahora?
—Está en el Instituto Psiquiátrico. Creo que iban a probar con ella un nuevo fármaco, unos concentrados de DNA con moléculas de recuerdo…
—Tonterías. Su problema no es de médicos, es de maestros.
—Desde luego, lo que dice Celia es muy lógico —intervino Marcos—. Deberías llamar lo antes posible al Instituto Psiquiátrico, Melania, y decir todo eso al Director.
—Por supuesto que lo haré. Pero el tema de Patricia surgió porque Celia contaba…
—Sí —continuó Celia—, que quizá fuera por ella, quizá por el periodista a quien hicieron desaparecer… el hecho es que Adolf comenzó a volverse cauteloso conmigo. En aquel momento el Partido comenzó a tener verdadera fuerza en las calles, sus simpatizantes le exaltaban, él era su dios. Por otra parte, las Industrias Para triunfaban y obtenían enormes beneficios. Intuí que temía que le pudieran traicionar.
»Esto creó una tensión entre nosotros. Me necesitaba y me temía a la vez. Fueron momentos muy duros para ambos. Agradecía el apoyo psicológico y sexual que yo le daba, pero no se atrevía a confiarse, el gran cabezota. Yo estaba nerviosa, porque le he querido muchísimo, y sé que él me ha querido a su modo, estoy segura, ocupando siempre un lugar secundario respecto a su Partido, su industria y su ambición. Porque yo no era para él la mujer colaboradora, sino la muñeca casera que se tiene en una jaula de oro para cuando se la necesita.
—¿Y entonces…?
—Entonces fue cuando los del laboratorio dieron con la técnica de la programación. Comenzaron por las muñequitas sexuales; ya no eran sólo muñecas de goma, que resistían pasivamente las fantasías eróticas del varón, sino que actuaban, gemían, incitaban, adoptaban posturas especiales… Tuvieron gran éxito de venta. De ahí pasaron a un programa especial que denominaron «el perfecto acompañante», y que suponían que iba a ser el gran éxito de las Industrias Para.
—Ya lo han hecho —interrumpió Marcos—. Ayer lo presentaron comercialmente.
—Sí, pero basándose en estos estudios comenzaron a programar personas vivas. Creo que fue una sugerencia de ese monstruo que dirige el laboratorio, el doctor Niedrig. Una vez hubo una huelga del personal de oficinas. Durante diez días los pedidos estuvieron parados. Las secretarias no atendían al teléfono, ni contestaban cartas, ni remitían informes. Parece que se perdieron millones. Adolf estaba excitado; decía que con la Nacional Democracia estas cosas no pasarían, y que había que corregir la situación para siempre. Y el doctor Niedrig le dio la solución.
—Que fue la programación…
—En efecto: reunieron las veinte secretarias, las llevaron a una clínica secreta y les implantaron los electrodos; luego les aplicaron el microcomputador con el programa que habían elaborado y que llamaron «secretaria perfecta». Y ya no hubo más problemas.
—Pero las familias…
—Les escribieron que les ofrecían un contrato de trabajo extremadamente ventajoso con tal de vivir en la propia industria. Pero además de eso pueden alternar y conversar correctamente, por lo que no muestran nada extraño a las visitas. Sólo les ha cambiado la motivación. Para ellas su vida es su trabajo, que realizan con una gran perfección; son unas secretarias extraordinarias.
—Una pregunta —dijo Marcos—. ¿Sólo tenían entonces disponible el programa para secretarias?
—En efecto, lo diseñaron con urgencia para resolver la situación de huelga, y fue el primero que consiguieron. Luego vino el de actividades domésticas.
—El que aplicó luego a la servidumbre.
—Sí, pero eso los programadores nunca lo supieron. Niedrig los tenía engañados, y ellos suponían que realizaban programas para autómatas, o sea, los que luego aplicaron al perfecto acompañante.
—Entonces, la aplicación del programa doméstico en humanos se realizó bajo la única responsabilidad del doctor Niedrig.
—En efecto, lo experimentaron en las sirvientas de la casa. Tengo cinco, y todas están programadas.
—Y luego le tocó a usted.
—Lo mío fue algo especial. Adolf sugirió a los programadores un estudio a realizar conjuntamente con neurofisiólogos; se trataba de realizar un programa, no de actividades, sino de motivaciones. Un programa vocacional… no sé cómo expresarlo. Creo que empezó a pensar en él a partir de las experiencias con el sueño artificial. Si por medio de impulsos eléctricos el sujeto soñaba que actuaba como un artista, o como un deportista, o como un viajero, también se podría conseguir en la vida real, y por medio de impulsos eléctricos cerebrales, la misma motivación estando el sujeto despierto.
—Realmente ingenioso —dijo Marcos—. Y ése fue el programa que le implantaron.
—En efecto, ese programa fue. Adolf estaba entusiasmado con los resultados; creo incluso que lo recibió como parte del plan que denominó «Operación Cocoliso», y que era un paso previo para la obediencia total que reclamaba la Nacional Democracia. El caso es que un día tuvimos un altercado fenomenal. Los dos estábamos muy nerviosos. Yo le dije que era un monstruo, y que me iba.
»De pronto, adiviné lo que pensó, y me dio miedo. Me tomó de la mano; me resistí, me retorció el brazo, me hizo daño, me llevó a mi habitación y me encerró.
»Yo grité, golpeé la puerta y las paredes, rompí espejos, desplacé los muebles… De pronto Adolf entró, enormemente serio, con un vaso en la mano: “Bébelo”, dijo. “¿Qué es?”, pregunté. “Es un tranquilizante. Te sentará bien”, pero su expresión no permitía dudas: me lo tuve que beber. Me dormí en seguida.
»Cuando desperté me noté algo extraña. Adolf estaba junto a mí. Por primera vez durante los últimos días, le noté muy amable conmigo. “Verás, Celia —me dijo—, nuestra vida va a cambiar; va a ser totalmente distinta.” Y me tocó suavemente el cuello.
»De pronto sentí un impulso enorme hacia él. Le amé, le deseé, le quise intensamente. Aún estaba en la cama y me lancé en sus brazos… “Abrázame, apriétame, hazme daño”, le dije, sintiendo la enorme necesidad de ser querida, amada, estrechada, aprisionada. Él lo hizo, con un deseo enorme. Nos amamos intensamente. Quedé saciada y dormí profundamente.
»Al despertar, por la tarde, me encontré de otra forma. Sentí ahora unos deseos enormes de ayudarle en su trabajo. Pedí todo un arsenal de secretaría y monté una verdadera oficina. Adolf estaba contentísimo. Ya no nos peleábamos. Durante días organicé archivadores, dictáfonos, carpetas. Recordé rápidamente lo que sabía de escribir a máquina, y me perfeccioné.
»Al parecer, el programa tenía varias posibilidades, e incluso se podían introducir nuevas programaciones. He sido pintora, artista, princesa romántica, vampiresa de cine, secretaria. He vivido intensamente cada personalidad, como una actriz de teatro, sólo que sin fingir, porque realmente era yo la deportista, la secretaria, la amante…
—Hasta nuestra aparición —dijo Melania.
—En efecto. Cuando les vi bajo la personalidad de secretaria de Adolf, estaba realmente atendiendo a unos enviados suyos, pero cuando me desconectaron la batería volví a ser yo misma; Celia, la amante de Adolf, como dirán algunos, pero amante voluntaria, no por ningún circuito implantado. Porque, a pesar de que comprendo que es un monstruo, que lo que ha hecho conmigo es incalificable, que no puedo volver nunca con él, a pesar de todo le sigo queriendo porque sé que lo hizo para conservarme.
Marcos y Melania se miraron, comprendiendo.
2
En la sala de reuniones del Secretariado de Información esperaban ya sentados diversos Jefes de Servicio y Técnicos. Se abrió la puerta y entró el Secretario de Información. Ocupó el asiento libre en la presidencia de la mesa.
—Señores; ya se les ha informado anteriormente de la extraordinaria importancia de los momentos que vivimos; se puede decir que está en juego la existencia misma de la democracia en nuestro país, que puede verse sustituida por un sistema totalitario como hasta ahora no hemos sido capaces de concebir.
Asintieron, preocupados.
—Afortunadamente tenemos controladas todas las cadenas de televisión del país, y muy especialmente la emisora central, que puede ser el punto neurálgico de la posible intervención extraña. No obstante, para aclarar cualquier duda en nuestra campaña de protección, he rogado que acuda a esta reunión el ingeniero de Telecomunicación, señor Marcos, que posiblemente nos podrá facilitar las informaciones adicionales que necesitemos.
En aquel momento se abría la puerta y entraban Marcos y Morgan. Se sentaron a la mesa, junto al Secretario de Información, que continuó:
—Y como ya tenemos entre nosotros al señor Marcos, pueden ustedes comenzar a hacer preguntas.
—Veremos si las puedo contestar —indicó Marcos.
—Supongo que la mayoría sí, porque se referirán a aspectos técnicos de la cuestión —dijo el Secretario—. Adelante, señores.
—Soy el Jefe de la Sección de Protección —se presentó uno de los asistentes—. Señor Marcos, nos interesa conocer si no hay ninguna forma de detener el efecto de esto que llamamos fuerzas psi, es decir, algún tipo de barrera, blindaje o similar.
—No, no existe —contestó rotundo Marcos—. No son ondas electromagnéticas que se puedan anular mediante un revestimiento metálico; no son ondas mecánicas, cuya transmisión se pueda detener mediante el vacío. Son ondas especiales, de naturaleza desconocida, y cuya progresión no se puede, por ahora, detener de ninguna manera.
—Entonces —siguió preguntando el mismo—, ¿todos estamos siendo afectados por las ondas psi?
—En realidad lo estamos —contestó Marcos—. Lo que ocurre es que su intensidad es tan pequeña que no ejercen ningún efecto sobre nosotros. Parece ser que si desde un emisor —que por ahora sólo son las personas dotadas de poderes especiales—, se emiten estas ondas psi, su efecto decrece con la distancia. La clave del control de los ciudadanos utilizando las ondas psi reside en dos artificios; primero, en aumentar la intensidad de estas ondas mediante un amplificador ideado, precisamente, por las Industrias Para; segundo, el introducir estas ondas amplificadas en las redes normales de la televisión para que el receptor de televisión actúe, cara a los espectadores, como un emisor de ondas psi. De este modo, los que ven la televisión en el momento de la emisión de la onda psi amplificada quedan sometidos a su efecto sin posible rechazo.
En aquel momento entró un ordenanza que tendió silenciosamente un télex al Secretario de Información. Este lo leyó rápidamente y entornó los ojos.
—Ingeniero Marcos —dijo—, permítame que le lea el télex que acabamos de recibir y le pregunte si tiene algún sentido para usted. Escuche:
«Greensburg (Virginia). Éxito insospechado de la campaña antitabaco. En el momento en que la televisión difundía el anuncio de la Secretaría de la Salud sobre propaganda antitabaco, todos los ciudadanos arrojaron sus cigarrillos, puros y pipas. Seguidamente salieron a la calle formando una manifestación que se dirigió silenciosamente al Ayuntamiento, donde expresaron al Alcalde su adhesión a la campaña estatal, rogando se clausuraran inmediatamente todos los establecimientos expendedores de tabaco. Seguidamente, se retiraron ordenadamente a sus casas.»
—¡Claro que tiene sentido! —dijo Marcos, excitado—. Quisiera preguntar…
—Pregunte. Creo que le daré la respuesta.
—¿También estaban viendo un canal único de televisión en Santa Mónica?
—En efecto. Se transmitía un encuentro de base-ball de gran rivalidad local y toda la población estaba pendiente de las pantallas cuando dieron el anuncio.
—Y el enlace local ¿es por cable o por ondas?
—Por ondas. Existe un repetidor cercano al pueblo que amplifica la señal y la emite a la población.
—Está clarísimo —concluyó Marcos—. Ya han conseguido la emisión de la onda psi adicionada a la onda de televisión y además, tienen un dispositivo móvil para hacerlo. Supongo que será un camión con remolque. Y además han controlado la intensidad del efecto; sin ser tan violento como en el caso de Little Falls, han conseguido igualmente lo que pretendían.
Sonó el teléfono situado junto al Secretario. Este lo tomó y escuchó, asintiendo. Colgó y se dirigió a Marcos.
—Nuestros agentes de Virginia han informado que de la encuesta iniciada se deduce que en el momento de la emisión existía un gran camión cerca del repetidor. No se tienen detalles de él, porque no tenía ninguna señal de identificación, y quienes lo vieron no le prestaron demasiada atención. Después del momento de la emisión del anuncio, el camión había desaparecido. Hemos iniciado una amplia búsqueda por la zona, pero las posibilidades de localizarlo no son muchas. Y ahora, señores, ¿alguna pregunta más?
—Sí —pidió otro de los asistentes—. Soy el jefe de la Sección de Control. En su opinión, señor Marcos, si a pesar de nuestra protección el grupo de Nacional Democracia intentara interferir la emisión de televisión con ondas psi, ¿en qué momento lo harían?
—Una pregunta interesante —contestó Marcos—, porque nos obliga a especular. Desde luego, la onda psi se puede superponer a la emisión normal en cualquier momento; por tanto, más que sobre consideraciones técnicas nos hemos de basar en consideraciones psicológicas.
»En primer lugar, sabemos que cuando la imagen y el sonido de la emisión coinciden con la motivación, el efecto se refuerza. Por ejemplo, no tendría objetivo motivar contra el tabaco en el momento en que se hace la propaganda de una marca de tabaco. De modo que podemos prever que la emisión de la onda psi se hará en un momento de propaganda televisiva favorable a Nacional Democracia. En segundo lugar, sabemos que se pretende conseguir el máximo efecto, lo que quiere decir que se buscará el momento de máxima audiencia. Desde mi punto de vista ambas consideraciones nos permiten suponer que el intento de superposición de la onda psi se realizará durante la actuación ante la televisión del Líder de Nacional Democracia, Adolf Sturm.
—Qué será —aclaró el Secretario— inmediatamente antes de la intervención del Líder de la Oposición Mayoritaria, a la que seguirá la intervención del Presidente.
—Exactamente a las ocho treinta de la tarde —precisó Morgan.
—Exacto —dijo el Secretario—, de modo que cuando cese la intervención de Adolf Sturm podremos decir también que habrán cesado nuestras preocupaciones.
Todos asintieron. El Secretario de Información se levantó y todos siguieron su ejemplo, saliendo por las puertas laterales.
Marcos se acercó un momento al Secretario.
—Señor Secretario —dijo—, durante la conversación he tenido una idea que quizá le pueda parecer absurda, pero que a lo mejor resulta de gran interés.
Se la explicó resumidamente. El Secretario asintió con la cabeza, tomó alguna nota y trazó un rápido bosquejo.
—Desde luego —comentó—, parece totalmente absurdo, pero debemos probarlo todo. Daré las órdenes oportunas.
3
Adolf entró en su piso furioso. Minutos antes le habían informado de lo ocurrido. Era increíble. Habían entrado en la casa con un truco de niños, se habían llevado importantes documentos y le habían raptado a Celia. Porque desde luego era un rapto, de eso no cabía la menor duda.
Repasó los documentos que quedaban y dio un respiro. No habían encontrado el que contenía el Plan Definitivo. Y por pura casualidad; porque los detalles se habían ultimado recientemente y él, con las reuniones de los últimos días, aún no lo había comentado con Celia. Y precisamente para comentarlo con ella lo había guardado en otro sitio. De modo que no se podrían imaginar cómo iba a realizarse el enlace.
Pero estaba el rapto de Celia. ¿Quién lo habría hecho? Debería esperar una comunicación de los raptores. Daría todo el dinero que pidieran. Y después, con la Nacional Democracia, ya se encargaría de ellos.
Porque no se podía exponer a que Celia contara sus intimidades —le recorrió un sudor frío—. Pero no. Eso era imposible. Estaba programada. Y ninguno de sus registros de programación permitía el recuerdo; el recuerdo sólo quedaba —le habían dicho— en el subconsciente de la auténtica personalidad.
Debía concentrarse. Adolf, debes concentrarte, recobrar la calma, Adolf, en el momento crucial de tu vida, Adolf, al borde mismo del poder. El plan estaba comprobado experimentalmente en dos pequeñas localidades, todo estaba preparado, el doctor Niedrig, los enlaces, los tres Lamas. También el consejo de la Nacional Democracia dispuesto para la toma de posesión, para comenzar a actuar inmediatamente desde las nuevas Secretarías. Y trazados los planes de control completo del país, la «Operación Cocoliso».
Sonó el teléfono. Adolf escuchó. Contrariamente a lo habitual, no hizo ningún comentario. Sólo un seco: «Está bien. Adiós.» Y se dejó caer en el sillón.
Así que el asalto parecía organizado por el Servicio de Información, y Celia se encontraba ahora en la sede del Servicio, al parecer voluntariamente.
Terrible.
Se sintió enormemente abatido.
Pero no, el plan no podía fallar. Eran años de dedicación y trabajo, Estaba ajustado y perfilado cuidadosamente, paso a paso. Y después de todo, los documentos filtrados sólo proporcionaban información general, pero no los detalles. Y para destruir el plan había que conocer los detalles. Seguramente vigilarían la emisora central de televisión y los repetidores. Eso ya estaba previsto. Pero no afectaba nada al desarrollo del plan.
Lo importante era que Celia se había ido. Voluntariamente. Eso estaba claro.
Sintió una ola de ira que le saturaba.
Años de intimidad para eso. Para que escapara con sus planes y sus secretos, por fortuna ocultos bajo la programación. Y para que le dejara solo, completamente solo.
Se acercó al mueble bar y se preparó un whisky doble. Lo bebió de un trago. Se sirvió otro.
Miró en torno. El gran salón se le antojó terriblemente frío. Lo recorrió a grandes pasos mientras bebía y meditaba.
A punto de lograr el máximo poder mundial, ¿que le ocurría? ¿Qué era esa tristeza, ese decaimiento? Como si la tensión de los últimos días le hubiera abandonado y en su lugar sintiera una tremenda flojedad.
Iba a ser el hombre más poderoso del mundo, y se encontraba solo.
Tenía que dominarse. Pero, curiosamente, siempre había comentado todo con Celia, y estaba acostumbrado a su presencia confortadora y programada; ya no podía pensar sin Celia.
Y ahora, cuando más planes tenía que hacer, cuando más decisiones tenía que tomar, casi no podía pensar. Era completamente absurdo.
Se sentó, irritado. Necesitaba hacer algo. Necesitaba pensar. Necesitaba concentrarse.
Llamó por el teléfono interior.
—Que suba Bárbara, por favor.
A los pocos momentos llamaron a la puerta del salón. Entró la muchacha programada, con su aspecto eficiente, pulcro, dispuesto y respetuoso.
—¿Qué desea el señor?
—Bárbara —al verla confirmó su recuerdo: tenía la talla y el tipo de Celia, si bien era morena—. Venga conmigo. Pase a la habitación de la señorita Celia.
Entraron. Él abrió el armario de Celia, con gesto brutal, y repasó rápidamente los trajes. Tomó uno y lo tiró en la cama. Eligió unos zapatos y los apartó igualmente. Sacó una peluca rubia de Celia de su soporte y se la tendió a Bárbara.
—Ponte todo esto, Bárbara; maquíllate como la señorita Celia y luego sal al salón.
—Sí, señor —dijo Bárbara; su programación elemental sólo le permitía cumplir órdenes. Comenzó a prepararse.
Adolf volvió al cuarto de estar. Encendió la lámpara baja del rincón donde se sentaba Celia, y disminuyó la intensidad de las luces generales.
Bárbara salió. Se había identificado con lo que se le pedía. Con el traje de Celia, su peluca, sus zapatos, su tipo de maquillaje y unos discretos adornos, el parecido era grande. Y la discreta niebla de alcohol de Adolf suplía las pequeñas diferencias.
—Muy bien, Bárbara. Lo has hecho muy bien. Ahora siéntate ahí, estate quieta y escucha. No interrumpas. Sólo cuando te pregunte algo contestas sí o no, o mejor, sólo afirmas o niegas con la cabeza.
—Sí, señor —dijo Bárbara. Y se sentó en el rincón preparado.
—¡Ah! Y te llamaré Celia todo el rato, ¿entendido?
—Como quiera, señor.
Adolf tomó otro trago. Parecía difícil empezar, pero con el alcohol vio a Celia, identificó a Celia. Se comenzó a encontrar seguro.
—Celia —dijo—, vamos a estudiar el plan de mañana. A primera hora, repaso general con el doctor Niedrig. Luego, reunión con el Comité político de Nacional Democracia. Repaso final de la intervención ante la televisión. Reunión larga, sin duda. Consigna: no asustar al electorado. Si es necesario, concesiones; no importa cuántas. Imagen de orden y autoridad, pero asegurando los derechos constitucionales y la continuidad de la democracia.
Bárbara-Celia asintió discretamente, posesionada de su papel de apoyo emocional y admirativo. Adolf la miró rápidamente y recordó a Celia. ¿Cómo le podía haber influido tanto, sin que él se diera cuenta?
—Luego —continuó—, comida de trabajo con el equipo de propaganda. Detalles finales para la intervención: traje, corbata, fondo, entonación. Posible alusión a algún problema importante de última hora que nuestro Partido solucionará. Acción, movimiento de brazos. ¿Alguna imagen intermedia? No parece necesario.
»Tarde: corto descanso tras la comida, para estar en forma. Salida hacia los locales de Nacional Democracia. Saludo al Comité político. Preparación. Control de las noticias. Llegado el momento, transmisión del mensaje en directo. Y coincidiendo con la frase final, “Votad mañana Nacional Democracia”, introducción del impulso psi. Control de los telespectadores.
»Finalmente, con el comité político, escuchar las intervenciones del Líder de la Oposición Mayoritaria y del Presidente Donovan. Cena y primera reunión, informal, por supuesto, del nuevo Gabinete. Designación definitiva de Secretarías y estudio de la puesta en marcha de la primera fase de la “Operación Cocoliso”.
Se detuvo, indeciso. Miró, ahora más intensamente, a Bárbara-Celia, que apenas se había movido, aureolada la caballera rubia a la luz de la lámpara baja, tal como le ocurría a Celia cuando se sentaba en aquel rincón del sofá.
Y Adolf sintió, de pronto, una ternura inmensa.
Súbitamente, cambiando de tema, se encaró con ella.
—Y tú, Celia, dime —exclamó de pronto—, ¿por qué te has ido? ¿Por qué me has dejado solo, en este momento, cuando más te necesito, cuando estamos a punto de alcanzar el triunfo?
Y tras una ligera vacilación, siguió:
—¿No sabías que yo, a mi modo, te quería? ¿Que encontraba un enorme consuelo durante estos ratos juntos, cuando contigo trabajaba y organizaba? ¿Qué contigo descansaba, me estabilizaba? ¿Que te amaba? ¿Por qué me dejaste, Celia?
Se acercó a Bárbara-Celia y se sentó junto a ella. Se sentía terriblemente cansado.
—Sabes, Celia —dijo, acariciándole la rodilla—. Siempre he estado muy solo. Los líderes siempre estamos solos. Es nuestro destino.
»Sólo contigo encontré la compañía que necesitaba. Te programé, es cierto, pero era porque quería conservarte y veía que si discutíamos, en algún momento me podías dejar.
Bárbara-Celia escuchaba, asintiendo. Su programa no le permitía conversar, la única alternativa de que disponía su mini computador era el asentimiento reposado.
Adolf la abrazó, emocionado.
—Celia, por qué te has ido… —dijo. Y rompió a llorar.
Y lloró, como hacía mucho tiempo que no lo hacía, quedamente, lentamente, mansamente, abrazado a Bárbara-Celia y sintiendo, extrañamente, una profunda frustración humana en el momento en que estaba a punto de conseguir el mayor grado de poder imaginable en el mundo.
Así estuvo largo rato.
Finalmente, se fue calmando. Se serenó, se limpió las lágrimas. Bárbara-Celia se arregló ligeramente el pelo y el vestido y continuó en su mutismo sonriente.
Adolf se levantó y dio unos pasos por el salón. Pasada su debilidad, debía concentrarse para el día cumbre. Y además, se sentía relajado. Expresar libremente los sentimientos liberaba, sin duda alguna. Unas horas de sueño y una ducha y se encontraría nuevo.
Sólo faltaba resolver un detalle.
Se acercó a la mesa del despacho y tomó unas tijeras de escritorio. Cortó uno de los cordones de las cortinas y, en la penumbra, se acercó a Bárbara-Celia, impasible en el círculo de luz de la lámpara baja.
—Lo siento, Celia —murmuró—, pero tengo que hacerlo. Debo asegurar mi intimidad.
Bruscamente, le pasó el cordón por el cuello y comenzó a apretar.
—Perdona Celia —siguió, condolido—, pero es la única solución segura.
Bárbara-Celia se agitó bruscamente y se llevó las manos al cuello. Los minicomputadores no podían controlar el instinto vital; el ser vivo, programado o no, lucha siempre por conservar la vida.
Bárbara-Celia se debatió furiosamente. Adolf siguió apretando, jadeante. Bárbara-Celia se contorsionó, se agitó violentamente. Su cara se puso rojiza. Por fin fue moviéndose cada vez más quedamente, y finalmente quedó inmóvil.
Adolf cedió la presión del cordón en el cuello. Tomó el cuerpo fláccido y lo tumbó en el diván. Le puso, con cuidado, una manta por encima, cubriéndola totalmente.
—Tenía que hacerlo, Celia —dijo.
Pasó a su dormitorio y se durmió, agotado.