6. Los autómatas

1

Lo fundamental, Melania, es que salgamos de aquí y avisemos a quien sea: a la policía, al Servicio de Información, al Presidente… Pero primero debemos salir. Y todas las salidas están controladas.

—Sí, Marcos. Tenemos que salir. Y hay un sistema muy sencillo.

—¿Cómo?

—Con un pase. Cuando se precisa salir de los laboratorios secretos hace falta una pase especial que firma directamente Herr Niedrig. Se obtienen en Dirección.

Marcos consideró la posibilidad en silencio.

—No creo que el doctor Niedrig nos firme tranquilamente el pase, Melania; no sé si ya sospechará de nosotros, puede ser que aún no, pero desde luego si pedimos el pase es cuando comenzará a sospechar.

—¿Entonces?

—Entonces tenemos que obtener dos pases de salida sin que se entere el doctor Niedrig.

—Pero ¡si los firma él!

—Pues imitaremos su firma. ¿Tienes algún documento firmado por él?

—Sí, las copias de las autorizaciones de material especial.

—Trae una para que la veamos.

Marcos examinó el complicado garabato con el que Herr Niedrig afirmaba su personalidad.

—¡Humm! Creo que con algo de práctica podremos obtener una firma aceptable, al menos para pasar el control de salida. Y, ¿quién tiene los impresos de los pases?

—Eso ya no lo sé. Supongo que los preparará alguna de las secretarias de dirección antes de que los firme el doctor Niedrig.

—¿Esas chicas tan rubitas, tan igualitas, tan sonrientes, tan perfectas?

—Sí, esas chicas tan monas. No me digas que no te gustan, Marcos.

—No sé, hay algo de raro en ellas. Recuerdan un cuerpo de ballet o un conjunto de revista: tan iguales, tan cumplidoras, tan exactas, tan sonrientes. Parece como si funcionaran a transistores…

—Siempre es una posibilidad —dijo Melania.

—Son curiosas. Y ahora que hablamos de ello, hay algo de extraño en todos estos laboratorios. Como una atmósfera de artificialidad, de programación. De falta de naturalidad. Cada uno está demasiado en su papel. Los tres Lamas, tan juguetones, tan efusivos, tan infantiles. Las secretarias de dirección, tan perfectas. El mismo doctor Niedrig, tan aislado en su puesto de dirección, con una mente tan imposible de penetrar.

—Y olvidas a Adolf.

—Quizá sea el más natural de todos, Adolf Sturm, Líder de Nacional Democracia y de la cruzada del orden y la seguridad ciudadana.

—Bueno, Marcos, déjate de reflexiones y lancémonos de una vez.

Marcos y Melania salieron hacia el edificio de Dirección.

Ambos sentían un nudo en el estómago.

2

—Plantearemos de urgencia —decía Marcos—, algo muy complicado para ellos, como la necesidad de que acuda un técnico especializado del otro extremo de los Estados Unidos, o de disponer de un material que sólo exista en el Departamento de Defensa. O mucho me equivoco, o sonreirán, dirán que esperemos y comenzarán con llamadas telefónicas de un lado a otro. Mientras, vigilaremos la oficina y veremos dónde se guardan los pases de salida.

Entraron en el edificio de Dirección. De pronto, al acercarse a la sección de oficinas se vieron envueltos en un grupo de personas de ambos sexos, con batas blancas similares a las suyas, siguiendo a un guía de Industrias Para, que levantaba el brazo para que le vieran.

—Por aquí —decía en voz alta—, síganme, por favor, no se dispersen.

Marcos y Melania se miraron y comprendieron. Se integraron en el grupo y siguieron al guía.

—Por aquí… —seguía dirigiendo—, señores, por favor.

Cruzaron un pasillo y se dirigieron a la parte posterior del edificio. Entraron en una sala que tenía forma de pequeño anfiteatro, y fueron sentándose. Marcos y Melania lo hicieron en la segunda fila. Miraron en torno, con curiosidad. Se trataba de un grupo de personas de muy diverso aspecto y edad, aunque predominando la cuarentena. Algunos llevaban carteras de trabajo; otros carpetas de apuntes. Parecía un grupo de colegiales.

El guía se dirigió al grupo.

—Y ahora, señores, en esta visita de Directivos del Comercio a las Industrias Para, con motivo de su reunión anual, este año en Washington, hemos llegado a la parte más recóndita de nuestra empresa, los laboratorios de investigación, donde se sientan los fundamentos de un mundo futuro.

Los asistentes callaron, impresionados. Conocían la importancia de las investigaciones secretas de las Industrias Para, y sabían que constituía un honor que les hubieran permitido visitarlas y acceder al laboratorio de investigación.

—Perdonarán que no les informemos de todas las líneas de trabajo actuales de la empresa —seguía el guía—. Como tiene escrito uno de nuestros investigadores en su despacho, «mi trabajo es tan secreto que ni yo mismo sé lo que estoy haciendo». ¡Ja, ja! —rió la gracia, y los asistentes también, sin demasiado entusiasmo—. Sin embargo, y haciendo una excepción única para ustedes, les vamos a mostrar los nuevos productos que ya están prácticamente terminados y que podremos ofrecerles los próximos meses para sus comercios.

A pesar del crítico momento en que se encontraba, Marcos no pudo sustraerse a la magia de los nuevos aparatos ideados por los investigadores de Industrias Para. A medida que el expositor describía otro producto, salía una de las inefables secretarias —limpia, pulcra, aseada, perfecta, sonriente—, exponiendo los nuevos tipos de cassettes para el Somnus-Uno, los programadores de aprendizaje, los libros electrónicos con depósito de información, los preparadores electrónicos de bebidas, los acondicionadores de atmósfera al aire libre, el crece pelos electrónico, y una sucesión de muy diversos aparatos para una humanidad más feliz más electrónica, más programada.

—Y finalmente —decía el demostrador—, veamos el último logro de Industrias Para, que constituirá una auténtica revolución del mercado nacional: el perfecto acompañante.

A una señal, dos secretarias salieron por una puerta lateral llevando cada una de ellas una silla de ruedas. En una había un muñeco y en otra una muñeca, ambos de tamaño natural.

—Vamos a hacerles, decíamos, una demostración de lo que constituirá el mayor éxito de ventas durante los próximos años.

Como nos informan las estadísticas, cada vez es mayor en nuestro país el número de personas que viven solas; bien porque no quieran formar pareja, estable o transitoria; bien porque se hayan separado después de un tiempo de prueba… El caso es que más del cuarenta por ciento de nuestra población, vive solitaria.

»Sin embargo, hombre y mujer necesitan un acompañante. Rompen con el suyo porque no es adecuado para ellos. Hay maridos brutales, que humillan y pegan a sus mujeres e hijos, que se emborrachan, o simplemente, que roncan, tiran al suelo la ceniza o eructan en la mesa. Hay mujeres desaseadas, irascibles, violentas, o simplemente feas. Bien, pues Industrias Para ha resuelto el problema de la convivencia y, por tanto, el de la soledad.

»¿Qué requisitos exige una persona a su acompañante? Por una parte, requisitos prácticos. Nuestros investigadores los concentraron en cuatro: compañía, ayuda, trabajo doméstico y placer sexual. Por otra parte, requisitos estéticos: rostro atractivo, tipo atractivo.

»Veamos una demostración. Aquí tenemos a nuestra pareja. Roberta y Roberto. Éstos son los dos únicos prototipos, pero como les indiqué, dentro de muy poco tiempo estará la serie completa dispuesta para su distribución comercial. Como entre ustedes hay mayoría masculina, permítanme que presentemos primero a Roberta. Observen que el manejo se realiza oprimiendo ligeramente los controles situados en el cuello.

Tocó ligeramente el cuello de Roberta y ésta se levantó. Su cara, de látex, era perfecta, ligeramente sensual. Su cabellera pelirroja le llegaba a los hombros. Sus labios se abrían en una agradable sonrisa. Su nariz, ligeramente respingona, le daba un aire de juventud. En conjunto daba una sensación de compañía tranquilizante y agradable.

Marcos y Melania seguían la demostración absortos, sin perder un detalle.

—Quiero que consideren —decía el presentador—, que estamos viendo el modelo estándar. Sobre la misma base se puede elaborar, a precios especiales, la mujer deseada, para lo cual disponemos de un detallado cuestionario: talla, raza, color del pelo, color de los ojos, contornos principales (pecho, cintura, cadera), edad representada, detalles faciales y sexuales. Lo mismo existe para el modelo varón. Además, como las piezas se pueden cambiar con facilidad, disponiendo de la base se puede renovar periódicamente el aspecto físico del perfecto acompañante.

Roberta, la muñeca, sonreía electrónicamente. La secretaria, a su lado, sonreía también casi mecánicamente. Marcos comenzó a notar una gran semejanza entre ambas.

—Pero, ¿qué hace nuestra muñeca?, se estarán preguntando ustedes. Pues bien, veamos qué nos proporcionan sus computadores. Primero, compañía. Se incluyen en su estructura programas para jugar a cualquier juego: ajedrez, damas, póker, bridge, etc., con diversos niveles de dificultad para igualar la capacidad de juego del poseedor. Tiene también un circuito para ayudar a resolver crucigramas y jeroglíficos. También un circuito conversacional con varios registros: normal, convencional o noticias, este último acoplado a la radio de modo que rellene la memoria en ausencia del propietario y a la vuelta le comente los principales acontecimientos en tono dialogal.

»No puedo detallarles en una simple presentación todas las posibilidades de Roberto y Roberta. En el terreno del trabajo doméstico están preparados para cocinar platos sencillos y para realizar trabajos caseros y trabajos de fuerza, como trasladar muebles. Disponen también de un circuito de regulación térmica que permite variar su temperatura externa entre 26 y 48 grados centígrados, convirtiéndolos en compañeros ideales para las noches de verano e invierno.

»En el terreno de ayuda y auxilio disponen de tres circuitos básicos: ayuda médica, ayuda en accidentes domésticos y prevención de accidentes. Tienen incorporado un detector de escape de gas y otro de fugas eléctricas. También tienen en su estructura un botiquín que resuelve las eventualidades de urgencia, ya que Roberto y Roberta pueden aplicar inyecciones intramusculares o incluso una mascarilla de oxígeno mientras se avisa al puesto de socorro más cercano.

»Finalmente, en el plano de la convivencia sexual es donde Industrias Para ha estudiado cuidadosamente a Roberto y Roberta para ofrecerles una auténtica maravilla. No nos extenderemos en detalles, recibirán la información completa en nuestros folletos, pero sus diversas programaciones permiten que el usuario quede satisfecho con amor heterosexual, homosexual, sadismo, masoquismo, voyeurismo, etc. En la esfera del amor heterosexual, que es la programación más utilizada, la suavidad y versatilidad de ambos acompañantes es extraordinaria, siendo también graduables en intensidad de actuación. Puedo asegurarles que tanto Roberto como Roberta satisfarán al cliente más exigente.

»Y ahora pasemos ya a demostrarles prácticamente sus habilidades.

Marcos miró una vez más a la concurrencia mientras las siempre-sonrientes-y-perfectas-secretarias-rubias preparaban a Roberto y a Roberta. En la primera fila, un típico comerciante de pequeña población, unos cincuenta años, grueso, gafas concha, calva amplia y rojiza, admiraba extasiado a Roberta. «Se comprará una para él sólo, el viejo sátiro», pensó Marcos. Una señora de edad indefinida miraba, en cambio, embelesada, a Roberto, valorando sus posibilidades. Algunos asistentes hablaban entre sí. Por fin las azafatas tuvieron preparados a Roberto y Roberta.

—Veamos algunas escenas reales —indicaba el presentador—, Roberta sufre un ataque cardíaco y Roberto reacciona.

Roberta simuló un desvanecimiento y una lenta caída al suelo. Roberto reaccionó vigorosamente: se abalanzó sobre ella, le hizo masaje cardíaco y rápidamente, acercó el brazo derecho al izquierdo, abrió una pequeña ventanita de plástico y sacó una inyección preparada que aplicó en la región glútea de Roberta. Ésta, a los pocos momentos, pareció recuperarse y se reanimó totalmente. Los asistentes aplaudieron frenéticamente. Al detectar su circuito los aplausos, Roberto y Roberta, complacidos, saludaron.

—Otro ejemplo de sus posibilidades —decía el presentador—, actuación doméstica.

Las eficientes secretarias prepararon un aspirador (de Industrias Para), una nevera y un horno (de Industrias Para). Roberto tomó el aspirador y repasó rápidamente la moqueta del estrado de las demostraciones; Roberta abrió la nevera, tomó los ingredientes y preparó en la cocina (de Industrias Para), un sandwich caliente que partió en cuatro y ofreció a los espectadores de la primera fila, (entre ellos al hombrecillo grueso, calvo, de mirada lúbrica).

Saludaron. De nuevo un aplauso atronador llenó la sala de demostraciones.

—Y ahora, para terminar —indicó el demostrador—, una escena de amor entre Roberto y Roberta. Hemos programado en ambos amor heterosexual, intensidad de primer grado, o sea, con la máxima delicadeza. Les advertimos, no obstante, que las posibilidades de programación son muy variadas.

Una de las secretarias accionó el mando de música ambiental, y los suaves, armoniosos compases de un vals de Strauss llenaron la sala. Se apagaron varias luces hasta que la iluminación quedó reducida a un único cono que destacaba brillantemente a Roberto y Roberta sobre un fondo oscuro.

Ambos autómatas se miraron con inmenso cariño. Comenzaron a andar suavemente uno en torno al otro, con movimientos gráciles, etéreos, casi de ballet. Roberta comenzó a quitarse la ropa. Su piel plastificada tenía un tono natural de tostado de alta montaña. Dejó cuidadosamente el traje a un lado y quedó con una elemental ropa interior. El vals, melódico, seguía prestando un suavísimo fondo a la actuación.

Marcos miró a Melania. Ésta, extasiada, se concentraba en ambas figuras. Los espectadores, casi olvidados de que eran autómatas programados, seguían en silencio su actuación como si se tratara de personas reales.

Roberto pareció excitado por la actuación de Roberta. Se quitó la camisa y mostró un torso viril, musculoso, equilibrado. Roberta se quitó lentamente el sostén; aparecieron unos pechos perfectos, ligeramente grandes (gusto medio del varón estadounidense). Luego, lentamente, se quitó el slip y resplandeció, bajo la luz dominante, en una maravillosa desnudez plastificado-bronceada que quitó la respiración a los espectadores. El silencio continuaba siendo impresionante.

Roberto, ante la desnudez de Roberta, se quitó también pantalón y slip, y quedó gloriosamente, atléticamente desnudo; cuerpo musculoso, moreno, inspirador de admiración por su perfección como el de los atletas griegos cuando resplandecían ebrios de sol en su desnudez, como los dioses antiguos que reunían todas las perfecciones.

Y entonces comenzó el amor. El vals se hizo levemente apresurado, ligerísimamente insinuante, y Roberto y Roberta trazaron unos pasos en el que ambos cuerpos se miraban admirativamente, se acercaban, se buscaban, se encontraban. Finalmente Roberta se sentó en el suelo, se extendió, se ofreció y esperó anhelante mientras que Roberto, cuidadosamente, dulcemente, amorosamente, se fue dejando caer sobre ella introduciéndose en un larguísimo instante que Roberta subrayó finalmente, con un suave gemido.

Pese al contenido de la demostración, la perfección de los cuerpos, la elegancia de los movimientos y la delicadeza de la presentación, proporcionaron una sensación de amor físico puro y perfecto, gloriosamente manifestado en dos cuerpos jóvenes que buscaban su unión completa para perfeccionar el milagro del amor humano. Por ello los espectadores aplaudieron intensamente, de modo más amplio y prolongado que en las anteriores ocasiones.

Roberto y Roberta se levantaron y, en su total y armónica desnudez, saludaron a los espectadores. Las secretarias perfectas les sentaron, desnudos, en las sillas de ruedas, y se dispusieron a llevárselos. Las luces de la sala se encendieron con su intensidad inicial.

Los aplausos seguían, torrenciales.

Marcos se inclinó a Melania:

—¿Te gustó? —dijo—. Qué maravillas de automatización hacen en las Industrias Para…

—Ya vi que te fijabas mucho en Roberta —dijo Melania—, pero no creas que voy a tener celos de una muñeca…

—Te equivocas, Melania. Desde luego que me he fijado en Roberta, ¡está fabulosa! Pero me fijé en algo más. En las secretarias.

—Que también están extraordinarias.

—En efecto, lo están. Pero tienen un comportamiento totalmente mecánico. Durante la exhibición final de Roberto y Roberta, no se han alterado lo más mínimo; han seguido toda la actuación con su misma cara apacible, sonriente, idéntica, sin permitirse el más leve gesto.

—Están acostumbradas, eso es todo.

—No es sólo eso, Melania. Sabemos que Roberto y Roberta están programados, y, ¿dónde tienen los mandos?

—En el cuello, ya lo han dicho. Una simple presión en el cuello y se cambia el programa.

—Exacto. Pues las dos secretarias que estaban en la sala también tenían un pequeño resalte en el cuello.

—¿Qué dices?

—Lo he visto bien, me fijé. Cuesta algo de percibir, pero cuando sabes cómo realizan la programación y dónde están los mandos, se descubre. Melania, te lo digo muy en serio y es terrible: las secretarias están programadas.

—Pero, ¿son autómatas?

—No, Melania: es mucho más monstruoso: son personas vivas, pero programadas. Les han debido implantar unos electrodos en el cerebro, pero tienen una programación que también se maneja desde el cuello. Y supongo que según la programación que se aplique podrán hacer de ellas lo que quieran: la secretaria perfecta, la amante, la asesina, lo que se les antoje. Todo es cuestión de programar. Incluso podría haber una persona con diversos registros de modo que según cada uno de ellos mostrara una personalidad diferente.

—Marcos, todo eso es diabólico. No es posible…

—Melania, aquí todo es posible. Tenemos que escapar. Tenemos que explicar esto al Presidente, al mundo entero.

Los murmullos habían cesado. El expositor indicó: «Les ruego, señores, que vayan saliendo de la sala.» Fueron abandonando los asientos y saliendo a la puerta exterior del pabellón de investigación. Marcos y Melania procuraron situarse en el centro del grupo. En la puerta, un autobús de Industrias Para esperaba. Se introdujeron. Marcos se sentó, e inmediatamente notó a su lado la presencia del señor gordo de la primera fila que devoraba con los ojos a Roberta. Melania se sentó más atrás. El autobús arrancó.

—Interesante la exhibición, ¿eh? —dijo el gordo.

—Sí, desde luego —dijo Marcos, sin comprometerse.

—¿A qué firma pertenece? —preguntó el gordo.

Marcos, de momento, no supo qué contestar.

—Vengo por mi cuenta —dijo al fin.

—¡Ah!, pequeño almacenista, ¿eh?

—Sí, eso es.

—Curioso, curioso —murmuró el gordo.

Marcos sintió el escalofrío de sus momentos de tensión. Miró hacia Melania y vio que estaba sentada junto a una señora de unos sesenta años encerrada en un completo mutismo. (¿Recordando a Roberto?) Al menos, por ahí no había peligro.

—¿Van a Washington? —preguntó el gordo.

—¿Cómo que si vamos?

—Sí, usted y la señorita que le acompaña.

—Ah, sí, es verdad. Sí, vamos a Washington.

—¿Tienen coche? ¿Quieren que les acerque?

Marcos pensó de nuevo antes de contestar. ¿Sería alguna encerrona de Industrias Para? No, no podía ser. En el grupo nadie le conocía ni sabía sus propósitos. Podía ser —lo era, segurísimo—, un comerciante del gremio que se ofrecía para llevarles y seguramente para cambiar impresiones sobre las oportunidades comerciales de los productos Para.

Además, el ofrecimiento solucionaba el problema de desplazarse lo antes posible a Washington, ya que su coche estaba encerrado en el pabellón de investigación.

Por ello contestó:

—No, no vine en mi coche. Está estropeado. Le agradezco el ofrecimiento.

El gordo suspiró.

—¡Por desgracia las averías son tan frecuentes ahora! ¡En mis tiempos!

Pero no siguió. Indicó:

—Por supuesto, tendré mucho gusto en llevarles a Washington y en comentar algo de lo que hemos visto.

Llegaron a la puerta principal. Se bajaron, devolvieron las batas blancas y fueron tomando unas abultadas carpetas llenas de folletos y de modelos de contratos.

El demostrador fue despidiendo cordialmente a los comerciantes murmurando frases amables. También a Marcos y Melania les despidió con un ligero gesto de incertidumbre —no recordaba su nombre, ni sus caras, ni su empresa, y eso era una falta grave en un encargado de relaciones públicas—. Los asistentes salieron por la gran puerta de las Industrias Para, y comenzaron a desaparecer sus automóviles.

—¡Vengan, vengan conmigo! —les insistió el comerciante grueso—. ¡Les llevaré donde quieran!

Marcos y Melania le siguieron. Subieron a la parte posterior de su automóvil, un potente deportivo.

La puerta se cerró con un sonido opaco.

El gordo arrancó, hizo maniobra y enfiló la carretera hacia la Capital Federal.

Giró a medias la cabeza y se presentó.

—Inspector Morgan, del Servicio de Investigación de los Estados Unidos. ¿Cómo está, ingeniero Marcos? ¿Cómo está, señorita Melania?

3

Se detuvieron en un parador para poder conversar largamente.

Cuando terminó la comida, Morgan comentó:

—Presentíamos que se preparaba algo extraño para volcar masivamente el voto de la nación hacia la Nacional Democracia. Pero no teníamos detalles del plan. Por supuesto, los datos que me acaban de proporcionar son fundamentales. Sabiendo las grandes líneas del plan de acción, ya podemos intervenir de modo eficaz.

»De todos modos, y antes de informar, quisiera saber si conocen el plan previsto para conectar las fuerzas psi a la televisión estatal.

—La verdad —dijo Marcos—, es que existen dos posibilidades, y aún no sé cuál elegirán. Una de ellas consiste en conectar la fuerza psi a la salida electrónica del impulso de televisión, o sea, a la corriente que va hacia la antena. Con ello se asegura la distribución del impulso por todas las redes enlazadas, que en este caso serían las de todo el país. La otra posibilidad es lanzar la fuerza psi en forma de onda.

—¿Desde una emisora?

—Exactamente, desde una emisora portátil focalizada. Según el proyecto, se trata de un camión que lleva en su interior un emisor paraboloide, como una pequeña pantalla de radar, que enfoca un punto determinado y allí concentra todas las fuerzas psi. Si ese punto es la antena central de televisión, o un repetidor de televisión, toda la zona dependiente de él quedaría bajo el influjo del mensaje parapsicológico enviado por el emisor.

—Entonces, para que el efecto se produjera en todo el país, tendrían que actuar sobre la antena central, ¿no es eso?

—En efecto, porque si actuaran sobre un repetidor la fuerza psi sólo tendría efecto en la zona cubierta por ese repetidor. Y para los discursos de propaganda electoral, la emisora central se ha situado en Washington.

—En resumen, o conexión electrónica al cable de salida, o focalización sobre la antena de los estudios centrales de Washington.

—Si se quiere actuar sobre todo el país, sí.

—Creo que ya es hora de que haga mi llamada para transmitir las indicaciones que me ha proporcionado. Vamos a disponer la vigilancia de todas las instalaciones, y especialmente de la emisora central.

Desapareció hacia el coche para manejar el radioteléfono.

Marcos y Melania se miraron.

—Marcos —dijo Melania—, no puedo olvidarme de esas pobres chicas… las secretarias. Son seres vivos, pero son como autómatas. Están programadas para su trabajo. Quién sabe qué otras horribles programaciones estarán maquinando.

—Sí, Melania, es terrible. Pero ¿qué quieres? También, sin tanta sofisticación, en la sociedad humana el trabajo marca, la sociedad humilla y programa cuando no se tiene en cuenta el ser humano que existe en cada trabajador, en cada estudiante, en cada enfermo. Cuando no consideramos al otro como una persona única, valiosa por sí misma, irrepetible, lo estamos denigrando en nuestro interior, lo estamos programando para nuestra sola utilidad.

—Y para conseguir esta sociedad ha luchado la humanidad durante siglos… Decían que el progreso, la técnica, liberaría al hombre, nos protegería de todos los males y nos proporcionaría una humanidad feliz… Total, para eso, para convertirnos en autómatas humanos.

—Es cierto, Melania. Por eso debemos luchar con todas nuestras fuerzas para que no venga un mundo así. Aunque en el país haya huelgas, altercados y desórdenes, aunque a veces suframos porque no funcionan los servicios públicos, aunque nos quedemos unos días sin correo o sin electricidad, todo ello, es un precio muy pequeño a pagar por poder disfrutar de una sociedad en democracia y en libertad. Si la alternativa es estar programados, por los poderes públicos o por grupos de presión, mediante la propaganda o mediante una intervención quirúrgica, nuestro mundo se habrá acabado.

Removieron el café, inquietos.

Morgan se acercó, sonriente.

—El Secretario de Información les transmite su más calurosa felicitación. Con los datos que nos han proporcionado, estableceremos una vigilancia muy estrecha en torno a la emisora central; si es necesario solicitaremos la colaboración del ejército y de las fuerzas aéreas. Cuando pasemos las elecciones recurriremos a las vías legales: su testimonio es insustituible para que los tribunales nos concedan una orden de registro de las Industrias Para.

—Es como salir de una pesadilla —dijo Marcos—. No obstante, no me acabo de sentir seguro. Me gustaría conocer en detalle los planes de Adolf Sturm.

—¿De qué otra forma podría actuar?

—No lo sé, Morgan, pero es una persona extraordinariamente inteligente y muy decidida. No me extrañaría que aparte de su plan inicial tuviera alguna otra posibilidad en reserva.

Morgan asintió, preocupado.

—Es muy probable lo que dice, Marcos, pero, ¿cómo podríamos conocer sus planes con detalle?

—Ése es el problema. Partamos del hecho de que cualquier plan planeado por Adolf Sturm requiere una serie de acciones complejas y coordinadas. Estos pasos deben estar establecidos con todo detalle en algún documento. Y este documento, que estará en poder de Adolf Sturm, debe estar depositado en algún lugar relacionado estrechamente con sus actividades. Creo que sólo hay dos sitios posibles: o su despacho en las Industrias Para, o el que tiene en los locales de Nacional Democracia.

—No —dijo Morgan—. Creemos que los guarda en otro lugar: en su vivienda privada. Es un edificio macizo, sólido, vigilado, donde nadie tiene acceso y donde hasta ahora no hemos logrado establecer ningún contacto.

Y mirando a Marcos y Melania, dijo:

—Tendremos que intentar entrar allí, muchachos.