Intermedio
Los Espíritus se reunieron para juzgar el comportamiento de Marcos en su trayectoria vital. En el centro se veía una pesada balanza romana, de bronce. Sus dos platillos esperaban amenazadoramente su carga de buenas y malas acciones.
—Comencemos a valorar —dijo el Espíritu Decisor—. Tiene la palabra el Espíritu Fiscal.
—No hay duda —dijo el Espíritu Fiscal— que Marcos trabajó intensamente para las fuerzas del mal. Sólo él hizo posible la fabricación de las máquinas de vapor y, en especial, de los automóviles blindados, que iban a ser el arma decisiva para establecer una dictadura sangrienta.
—¡Protesto! —dijo el Espíritu Defensor—. Lo hizo, primero, engañado, y luego, obligado. Sus primeras experiencias se dirigieron a construir una máquina que aliviase el trabajo de la humanidad y limitase el esfuerzo físico de los esclavos.
—Pero no supo rebelarse a tiempo —insistió el Espíritu Fiscal—. Cuando supo claramente que estaba trabajando para el mal, debió cesar inmediatamente, aun a riesgo de la propia vida.
A medida que se manejaban los argumentos, la balanza oscilaba suavemente hacia el lado de las buenas o hacia el de las malas obras.
—Sí, pero ¿cuándo es el momento de la rebelión? —apuntó el Espíritu Defensor—. Es cierto que durante algún tiempo colaboró en la fabricación de los automóviles blindados, pero también es cierto que los saboteó y que, finalmente, quedaron destruidos.
—Pero al final, en su huida, se sintió identificado con Adolfus.
—Eso es injusto. Fue sólo un momento, cuando se salvaron del peligro de la persecución.
—Lo que yo digo es…
La balanza seguía moviendo pesadamente sus brazos en uno y otro sentido a medida que se aportaban nuevos hechos.
—¡Señores! —intervino el Espíritu Decisor—. Hemos oído sus argumentos, todos ellos muy correctos. Como ocurre en todo juicio, expresan una parte de la verdad, pero no toda la verdad. Podría prolongarse la sesión interminablemente. Por eso les sugiero que procedamos objetivamente: acabemos de poner todos los hechos de la vida de Marcos en la balanza y atengámonos al resultado.
Respondiendo a esta sugerencia, volaron a ambos platillos todas las acciones positivas y negativas de la vida de Marcos. Éste miraba, intranquilo, el proceso.
La pesada balanza inició una serie de lentas oscilaciones.
—Está muy equilibrada —comentó el Espíritu Decisor—. Tendremos un veredicto difícil.
Y, finalmente, paró. El fiel marcaba, exactamente, el punto medio.
—¡No puede ser! —comentó el Espíritu Secretario— ¡nunca hemos tenido un caso así!
—Y sin embargo, aquí lo tenemos —comentó objetivamente el Espíritu Decisor—. Es, realmente, un caso límite. Habrá que tomar una decisión.
Todos quedaron pensativos.
El Espíritu Secretario se atrevió a apuntar:
—¿Y si hiciéramos una nueva prueba?
—¿Otra vez? —dijo el Espíritu Decisor—. No existen precedentes.
—Puesto que no hay una prisa excesiva, y tratándose de un caso límite… —insistió el Espíritu Secretario—. Después de todo, tenemos todo el tiempo del mundo.
—Eso es cierto.
—Veamos —resumió el Espíritu Decisor—. Quizá el fallo de Marcos fue nacer antes de su tiempo. Se trata de una persona hábil, de un técnico, y le hemos hecho vivir en una época en que la técnica aún no tenía una consistencia social. Por eso fue utilizado por grupos que querían manejar la técnica en su provecho.
»Pues bien, vamos a probar cuál será su actuación en un mundo plenamente tecnificado. Podemos probar —eras y civilizaciones dieron vueltas en su mente— ¡ya está!, en los Estados Unidos, en el siglo XXI. Allí, estoy seguro, podrá desarrollar plenamente sus capacidades.
—Esperémoslo —deseó piadosamente el Espíritu Secretario, mientras anotaba en el libro-en-el-que-todo-se-escribe. Y esperemos también que tengamos elementos de juicio suficientes para poder decidir.
De esta forma Marcos inició su segunda experiencia vital en Washington, capital federal de los Estados Unidos en el siglo XXI. Se suponía que esta vez iba a ser decisiva.