33

Tres días más tarde, yo esperaba a Milo en un lugar llamado Ángela, al otro lado de la calle de la comisaría de policía del oeste de Los Ángeles. En la acera de enfrente había un café. Detrás había un salón de cócteles donde detectives, abogados, fiadores y tramposos bebían y trabajaban sus tumores de pulmón.

Me senté en un reservado en la parte de atrás del salón, bebiendo café y tratando de concentrarme en el periódico de la mañana. Todavía no había nada de los crímenes del «mal amor», órdenes del alto mando hasta que les hubieran sacado todo. Coburg estaba en el hospital, y Milo había estado virtualmente secuestrado con Jean Jeffers en la cárcel del condado.

Cuando él apareció, quince minutos más tarde, venía con una mujer negra, de unos treinta años. Los dos se quedaron de pie en la entrada del salón, perfilados por la vaga luz grisácea.

Adeline Potthurst, la trabajadora social que yo había visto en la grabación, con el cuchillo de Dorsey Hewitt contra su garganta.

Parecía mayor y más gruesa. Llevaba agarrado firmemente delante de ella un gran bolso blanco, como una hoja de higuera.

Milo le dijo algo. Ella me miró y replicó. Un poco más de conversación, luego se estrecharon las manos y ella se fue.

Milo vino hacia mí y se deslizó en el asiento.

—¿La recuerdas? Ha estado hablando conmigo.

—¿Tenía algo interesante que decir?

Él sonrió, encendió un cigarrillo y añadió más polución.

—Oh, sí.

Antes de que pudiera explayarse, llegó una camarera y tomó nota de su pedido de una Coca-Cola Light.

Cuando se fue, él dijo:

—Han pasado muchas cosas. He obtenido los datos de Nueva York que sitúan a Coburg en Manhattan durante todos los robos por todo el East Side hasta el día después de la muerte de Rosenblatt: arrestado por hurtos en tiendas, fue detenido en Times Square dos días antes del primer robo, iba a juicio el día que empujó a Rosenblatt por la ventana, pero su abogado obtuvo un aplazamiento. Los registros indican su dirección como un local cerca de Times Square.

—Así que él lo celebró con un crimen.

Milo asintió sombríamente.

—Jean la Farsante finalmente confesó… su abogado la convenció para que vendiera a Coburg por una reducción de su pena a simple complicidad. Nombres, fechas, lugares, está cantando de plano.

—¿Qué conexión tiene ella con De Bosch?

—Ella dice que ninguna —dijo—. Dice que el asunto de la venganza era todo un juego de Coburg, y que ella realmente no sabía lo que él estaba tramando. Dice que le conoció en una convención de salud mental… abogacía para los sin hogar. Entablaron conversación en el bar y encontraron que tenían muchas cosas en común.

—Una trabajadora social encuentra a un abogado con interés público —dije—. Un par de idealistas, ¿eh?

—Dios nos ayude —se aflojó la corbata.

»Coburg probablemente fue a muchas convenciones. Con su falsa licenciatura en leyes y su interés personal por el bien público, encajaba muy bien en ellas. Mientras tanto, buscaba a los discípulos de De Bosch. Y trataba de deshacer su pasado. Simbólicamente. Todos esos años que pasó en instituciones. Ahora estaba en una situación de poder, codeándose con terapeutas. Era como un niño pequeño, pensando en términos de magia. Pretendiendo que podía hacer desaparecer todo aquello.

»Todavía estamos intentando desentrañar su plan de viajes, situarlos a él y a Jeffers al menos una vez más juntos: Acapulco, la semana que Mitchell Lerner fue asesinado. Jeffers admite que salió ese fin de semana (ha presentado un justificante), pero dice que no sabe nada de Lerner. Ella también admite que usó su posición para darle a Coburg listas de direcciones de psiquiatras, pero dice que pensaba que él las quería para anunciar el centro legal.

—¿Cómo explica que atase a Robin y me disparase a mí?

Milo hizo una mueca.

—¿Tú qué crees?

—El demonio la obligó a hacerlo.

—Es una posibilidad. Mientras su relación se desarrollaba, Coburg empezó a dominarla psicológica y físicamente. Ella empezó a sospechar, pero estaba demasiado asustada para alejarse de él.

—¿Físicamente significa sexualmente?

—Ella dice que había algo de eso, pero sobre todo control mental, amenazas e intimidación para introducirse en su mente. Una especie de cosa a lo Manson: una mujer pobre y vulnerable engañada por un Svengali psicópata. Dice que la noche que le anunció que iba a por ti, ella no quería tornar parte en aquello. Pero Coburg la amenazó con decirle a su marido que ellos habían estado teniendo relaciones desde hacía cinco años, y como eso no funcionó, él sencillamente dijo que la mataría.

—¿Cómo explica ser tan vulnerable?

—Porque habían abusado de ella cuando era niña. Dice que fue eso lo que la unió a Coburg… sus experiencias compartidas. Al principio, su relación era platónica. Comer juntos, hablar del trabajo, Coburg que ayudaba a algunos de sus pacientes con sus problemas legales, ella que le ayudaba con asistencia social para los suyos. Finalmente se convirtió en algo más personal, pero todavía no había sexo. Entonces, un día, Coburg la llevó a su apartamento, le preparó la comida, tuvieron una charla íntima y él le contó toda la mierda que había soportado cuando era niño. Ella le dijo que también había pasado por lo mismo y acabaron teniendo su gran escena emocional… catártica, dijo ella. Entonces se acostaron juntos, y la relación entera empezó a tomar otro cariz.

—Cinco años —dije—. Es entonces cuando empezaron los crímenes… ¿Quién dice que abusó de ella?

—Su papá. Ha contado libremente todos los detalles feos, pero es imposible comprobarlo… tanto sus padres como su único hermano han muerto.

—¿Causas naturales?

—Lo estamos comprobando.

—Muy oportuno —dije yo—. Todo el mundo es una víctima. Creo que puede estar diciendo la verdad acerca de que abusaron de ella. La primera vez que la vi, me dijo que violar la confianza de un niño era lo más bajo, que nunca podría trabajar con casos de abusos. Pero es posible que estuviera jugando conmigo… ella y Coburg resultaron muy juguetones.

—Aunque fuera verdad, eso no cambia el hecho de que ella es una bruja psicópata. Una pareja de jodidos psicópatas… ahí está tu argumento de las dos patologías.

—El lazo entre ellos quizá no fuese tan fuerte. A ella no le ha costado mucho traicionarle.

—Honor entre malhechores —le trajeron la bebida y se enfrió las manos con el vaso.

Pregunté:

—¿Y qué pasa con Becky? ¿Según Jean, cuál es el nexo entre ella y Coburg?

—Jean dice que no tiene ni idea de cuál fue su motivo —Milo sonrió—. Y, ¿sabes qué? No tenía ninguno, excepto hacer feliz a Jean.

—¿Becky fue un asunto de Jean?

—Acertaste. Y eso es lo que le voy a cargar a ella. Toda su cooperación en los otros crímenes no la ayudará, porque voy a hacer un expediente independiente por un motivo: Becky y Dick Jeffers tuvieron un lío. Durante seis meses.

—¿Cómo averiguaste eso?

—Por la señora Adeline Potthurst, que ahora ya habla. Adeline vio a Becky y Dick Jeffers juntos, los vio salir a hurtadillas durante una fiesta de Navidad en el centro. Besarse apasionadamente, con la mano de él bajo la falda de ella.

—No fueron demasiado discretos.

—Parece que Becky y Dick no lo eran… él solía pasar a recoger a Jean y acababa hablando con Becky, lenguaje corporal en toda la extensión del término. El asunto era de semipúblico conocimiento en el centro… lo comprobé con alguno de los otros trabajadores y ellos me lo confirmaron.

—Eso significa que Jean lo sabía.

—Jean lo supo porque Dickie se lo dijo. Tuve una conversación con él esta mañana (el chico es un inútil total) y él lo admitió todo. Seis meses de pasión ilícita. Dijo que estaba planeando dejar a Jean por Becky, y que Jean lo sabía.

—¿Cómo reaccionó ella?

—Calmada. Tuvieron una agradable charla y ella le dijo que le amaba, que estaba comprometida con él, por favor piénsalo un poco, pidamos ayuda a alguien, etcétera.

—¿Lo hicieron?

—No. Un mes después, Becky estaba muerta. Y no hay razón para que nadie relacione… un loco que la apuñala. Yo lo veo tal como tú dijiste: Jean y Coburg buscaron un loco que pudiera ser manipulado para matarla y dieron con Hewitt… ambos tenían lazos con él.

—¿Cuál era la relación de Jeffers?

—Jeffers fue su terapeuta antes de transferírselo a Becky… supuestamente porque tenía mucho trabajo.

—Ella me dijo que Becky era la única terapeuta que él había tenido.

—Adeline dice que no, que Jeffers lo trató, definitivamente. Y Mary Chin, la secretaria de Jeffers, lo confirma. Sesiones de dos veces por semana, a veces más, durante al menos tres o cuatro meses antes de que Becky lo tomara. No podemos encontrar notas de aquella terapia (no hay duda de que Jeffers las destruyó), pero eso sólo la hace parecer a ella más culpable.

—Ella insistió mucho en decirme que ya no hacía terapia… otro juego mental… ¿por qué el hecho de que ella había trabajado con Hewitt no salió a la luz después del asesinato de Becky? —pregunté.

Milo se pasó la mano por la cara.

—No lo preguntamos, y nadie lo dijo. ¿Por qué iban a hacerlo? Todo el mundo lo vio como un psicópata que mata a una chica. Y nosotros matamos al psicópata. Nadie sospechó una maldita cosa… nadie del personal del centro, ni Dick Jeffers. Él está bastante alucinado ahora. Se da cuenta del monstruo con el que ha estado viviendo. Dice que está dispuesto a testificar contra ella… si lo mantiene o no, habrá que verlo.

—Un sucio asunto —dije yo—. Qué vulgar. Jean se acuesta con Coburg durante cinco años, pero Becky es la que obtiene la pena de muerte… típica forma de pensar psicopática, el ego fuera de control: tú me hieres, yo te mato.

—Sí —replicó Milo, bebiendo y lamiéndose los labios—. Así que dime, específicamente, ¿cómo elegirías a un loco como Hewitt para matar?

—Cogería a alguien con fuertes tendencias paranoicas cuyas fantasías se hicieran violentas cuando no tomaba su medicación. Entonces le quitaría la medicación, o bien convenciéndole de que dejara de tomarla o bien sustituyéndola por un placebo, y trataría de controlar su psique lo más posible mientras se fuera deteriorando. Quizás usaran algunas técnicas de regresión temporal (hipnosis o asociación libre, retrotrayéndole a la niñez) obligándole a enfrentarse a la indefensión de la niñez. A sentirla. El dolor, la rabia.

—Los gritos —añadió Milo.

Asentí.

—Por eso probablemente lo grabaron. Hicieron que gritara y manifestara su dolor, se lo hicieron escuchar… recuerdas lo duro que resultaba oírlo. ¿Puedes imaginar a un esquizofrénico sufriendo eso? Mientras tanto, también le estaban enseñando cosas del mal amor, los psiquiatras malos… adoctrinándolo, diciéndole que había sido una víctima. E insinuando a Becky en el delirio, como una terapeuta malvada de las más grandes…, la proveedora oficial de mal amor. Continuaron incrementando su paranoia alabándole por ello. Le convencieron de que era una especie de soldado con una misión: matar a Becky. Entonces se lo transfirieron a ella. Pero apuesto a que Jean continuó viéndolo aparte. Aleccionándolo, dirigiéndolo. Respaldada por Coburg… otra figura autoritaria para Hewitt. Y lo mejor de todo es que si Hewitt no hubiera muerto en el escenario del crimen y hubiera hablado, ¿quién le habría creído? Era un loco.

—Esa es la manera en que yo lo veía —dijo Milo—. Pero oírte a ti expresarlo de esta manera me ayuda.

—No hay pruebas claras.

—Lo sé, pero las circunstanciales están construyendo el caso, poco a poco. El fiscal del distrito va a dejar que el abogado de Coburg sepa lo extensamente que Jeffers lo está delatando, y entonces le ofrecerá un trato: no habrá pena de muerte a cambio de que Coburg delate a Jeffers por lo de Becky. Mi apuesta es que Coburg lo tomará. Los cogeremos a los dos.

—Pobre Becky.

—Sí. ¿Te imaginas cómo empezaron Dick y ella? Jeffers salió a comer con Becky, simpatía supervisor-estudiante y todo eso. Los ojos por encima del pollo frito, un par de golpecitos de rodilla. Al día siguiente Becky y Dick estaban en un motel.

—La señora Basille dijo que pensaba que Becky tenía un nuevo amigo. Becky no hablaba de ello, lo que hacía sospechar a la señora Basille que era alguien que ella no habría aprobado… lo que ella llamaba un perdedor. Becky había ido con hombres casados antes, tipos que le prometían divorciarse, pero nunca lo hacían. Dick era exactamente su tipo: casado e inválido.

—¿Qué tiene que ver con esto que sea inválido?

—Becky tenía una debilidad especial por los tipos con problemas. Pajarillos heridos. La pierna que le falta a Jeffers cuadra perfectamente con eso.

—¿Él perdió una pierna? ¿Por eso cojea?

—Lleva una prótesis. El padre de Becky era diabético. Perdió algunos de sus miembros.

—Dios mío —suspiró Milo—. Así que ahí hay algo de todo ese rollo psicológico, ¿eh?

Pensé en Becky Basille, atrapada en una habitación cerrada con un loco.

—Todo lo que hicieron Jean y Coburg era parte del ritual. Como inventar las notas de terapia de Becky y escribirlas para simular que Becky estaba teniendo un lío con Hewitt. Además de desviarnos, una vez más, hacia Gritz, añadió el insulto a la injuria humillando a Becky. Como si eso pudiera deshacer la humillación que Becky había causado a Jean.

Milo apagó su cigarro.

—Hablando de Gritz, creo que le he encontrado. Una vez me di cuenta de que Coburg y Jeffers probablemente le estaban usando para despistar, me imaginé que la esperanza de vida del pobre mamón no era demasiado grande, y empecé a llamar a los depósitos de cadáveres. Long Beach tiene a alguien que coincide con su descripción perfectamente. Múltiples puñaladas y una ligadura alrededor del cuello… una cuerda de guitarra.

—El nuevo Elvis. Debí comprobar el estuche de la guitarra de Coburg.

—Del Hardy ya lo ha hecho. Coburg tiene un montón de guitarras. Y un decalador de tonos y otros aparatos de grabación. En una de las fundas había un juego de cuerdas nuevas. Faltaba la del mi menor. Otras cosas interesantes que aparecieron eran una camisa de hombre demasiado pequeña para ser de Coburg, rota y usada como trapo, todavía apestando a licor. Y una antigua lista de asistencia de la Escuela Correctiva del año mil novecientos setenta y tres, rola.

—Una camisa pequeña —dije—. Gritz era un hombre pequeño.

Milo asintió.

—Y era cliente del centro legal. Coburg le había sacado de un caso de robo, también, hace un par de meses.

—¿Alguna indicación de que conociera a Hewitt?

—No.

—Pobre tipo —dije—. Ellos probablemente le atrajeron con la idea de convertirle en una estrella del disco… le dejaron jugar con las guitarras y los aparatos, hacer una prueba. Por eso hablaba de hacerse rico. Entonces le mataron y le usaron como pista falsa. Ninguna relación familiar, la víctima perfecta. ¿Dónde fue encontrado el cuerpo?

—Cerca de la bahía. Desnudo, sin identificación, maltratado. Estaba en uno de los refrigeradores con una etiqueta de Desconocido. Ellos creen que pudo morir en cualquier momento desde hace cuatro días a una semana.

—Justo cuando llamaste a Jeffers y le dijiste que hablara conmigo. Dijiste que ella pensaba que reconocía mi nombre. Cuando fui allí pretendió que era por el caso de la Casa de los Niños. Pero lo conocía de la lista de éxitos de Coburg… debí haberle chocado, la siguiente víctima ante su cara, así como así. El hecho de que relacionase la cinta del «mal amor» con lo que le ocurrió a Becky. Otra persona hubiera dado marcha atrás, pero saldar la lista era demasiado para Coburg… él no podía dejarlo. Así que él y Jean decidieron seguir con ello y usar a Gritz como un seguro extra. Jeffers me envía a Coburg, Coburg casualmente recuerda que Gritz era amigo de Hewitt y me dirige a la Pequeña Calcuta. Entonces, por si todavía no habíamos mordido bien el anzuelo, Jeffers falsifica las notas de terapia con todas esas referencias a «G.». Quizá debí haberme preguntado… Jeffers insistió mucho en que Becky no era muy buena tomando notas, y entonces aparecen esas mágicamente. La señora Basille dijo que Becky era una auténtica cumplidora de las normas, pero supuse que ella no se enteraba mucho.

—No había manera de saberlo —interrumpió Milo—. Toda esa gente es de otro planeta.

—Esa comida con Jeffers —continué, sintiéndome repentinamente frío—. Ella se sentó frente a mí… me tocaba la mano, dejaba que se le escaparan las lágrimas. Llevar a Dick también fue otro ritual: Becky vencida, derrotada, Jean estaba mostrando sus despojos. Cuando acabamos de comer, ella insistió en acompañarme hasta el coche. De pie en la acera, se abrochó mal la chaqueta, y tuvo que volvérsela a abrochar. Probablemente una señal para Coburg, que esperaba en alguna parte al otro lado de la calle. Ella vino conmigo todo el camino hasta el Seville… señalando a Coburg cuál era el coche. Este me siguió hasta Benedict y supo dónde me escondía.

Él sacudió la cabeza.

—Si no los hubiéramos cogido, probablemente ellos hubieran salido volando.

—En la comida, le dije a Jeffers que iba a ir al día siguiente a Santa Bárbara para hablar con Katarina. Eso les dejó la preocupación de que yo averiguara algo (quizás incluso que encontrara el registro de la escuela). Así que se vieron forzados a romper la secuencia… Coburg se me adelantó y mató a Katarina antes que a mí. Y registró la casa. ¿Ninguna idea de por qué Coburg se llamaba a sí mismo Seda y Merino?

—Se lo pregunté a ese cerdo. No me contestó, sólo sonrió con esa lúgubre sonrisa suya. Empezó a salir y entonces dijo: «Búsquelo». Así lo hice. En el diccionario. «Coburg» es una vieja palabra inglesa que significa imitación de seda o de lana… Ya basta, me estalla la cabeza. ¿Qué tal os va a ti y a Robin?

—Hemos podido volver a la casa.

—¿Os falta algo?

—La mayor parte son cenizas.

—Lo siento, Alex —se excusó Milo.

—Sobreviviremos… estamos sobreviviendo. Y vivir en la tienda no está mal… la pequeñez también es una comodidad.

—¿Te está dando la paliza la compañía de seguros?

—Tal como me predijeron.

—Si puedo hacer algo, házmelo saber.

—Lo haré.

—Y cuando necesites un contrastista tengo algo para ti… un expolicía, trabaja bien y relativamente barato.

—Gracias —dije yo—. Gracias por todo… y lo siento por la casa alquilada. Estoy seguro de que tu banquero no esperaba agujeros de bala en las paredes. Dile que me mande la factura.

—No te preocupes por eso. Es la cosa más emocionante que jamás le ha ocurrido.

Yo sonreí. Él miró a un lado.

—Duelo en el corral de Beverly Hills —dijo—. Hubiera debido estar allí.

—¿Cómo podías haberlo sabido?

—Conociendo mi trabajo.

—Te ofreciste a llevarnos a casa, y yo lo rechacé.

—No debí haberte escuchado.

—Vamos, Milo. Hiciste todo lo que pudiste. Parafraseando a un buen amigo: «No te flageles a ti mismo».

Frunció el entrecejo, inclinó su vaso, vertió el hielo en su garganta y lo masticó.

—¿Cómo está Rov… Spike?

—Unos pocos cortes superficiales. El veterinario dice que los bulldogs tienen unos umbrales de dolor muy altos. Un atavismo de cuando se usaban para atacar.

—A través del cristal —sacudió la cabeza—. El pequeño maníaco debió de coger carrerilla y lanzarse como un proyectil. Eso sí que es devoción.

—Se encuentra de vez en cuando —dije. Y luego pedí otra Coca-Cola.