19
Llegué a Beverly Hills con cinco minutos de tiempo para mi cita a la una en punto con Jean Jeffers. Aparcar era problemático, y tuve que usar un aparcamiento público que estaba a dos manzanas de Amanda, esperando en la acera mientras un empleado contemplativo decidía si poner o no la señal de COMPLETO.
Finalmente me dejó entrar y llegué al restaurante cinco minutos tarde. El lugar estaba atestado y apestaba a queso parmesano. Una camarera decía unos nombres de una lista sujeta a una tablilla con un clip y conducía a los elegidos a través de un suelo de mármol blanco deliberadamente agrietado. Las mesas también eran de mármol y a las paredes se les había dado un tratamiento de falso mármol gris. El aspecto era de cripta, agradable y fresco, pero la habitación estaba caliente por la impaciencia de la gente, y tuve que abrirme camino a codazos entre una multitud malhumorada.
Miré a mi alrededor y vi a Jean ya sentada en una mesa cerca del fondo, junto a la pared sur del restaurante. Ella me hizo una seña. El hombre junto a ella me miró pero no se movió.
Le recordé como el tipo corpulento de la foto de su despacho, un poco más gordo, un poco más gris. En la foto, él y Jean llevaban collares de flores y camisas hawaianas a juego. Hoy, seguían manteniendo el aspecto de gemelos llevando un vestido blanco de lino ella, una camisa blanca de lino él, y jerseys de golf amarillos a juego.
La saludé y fui hacia allí. Tenían unas tazas de café medio vacías ante ellos y trozos de pan untado con mantequilla en sus platitos de pan. El hombre llevaba un corte de pelo a lo ejecutivo y una cara de ejecutivo. Bien afeitado, cuello quemado por el sol, ojos azules, la piel en torno a ellos ligeramente abultada.
Jean se incorporó un poco cuando yo me senté. Él no, aunque su expresión era amistosa.
—Este es mi marido, Dick Jeffers. Dick, el doctor Alex Delaware.
—Doctor.
—Señor Jeffers.
El marido de Jean Jeffers sonrió mientras me tendía su mano.
—Dick.
—Alex.
—Estupendo.
Me senté frente a ellos. Los dos jerseys amarillos llevaban un logotipo de raquetas de tenis cruzadas. El de él llevaba además un pequeño broche de oro masónico.
—Bien —dijo Jean—, un poco atestado. Espero que la comida sea buena.
—Beverly Hills —dijo su marido—. La buena vida.
Ella le sonrió, miró a su regazo. Tenía allí un gran bolso blanco y lo rodeaba con un brazo.
Dick Jeffers dijo:
—Creo que tengo que irme, Jeanie. Encantado de conocerle, doctor.
—Lo mismo digo.
—Está bien, cariño —dijo Jean.
Se besaron ligeramente en la mejilla, luego Jeffers se puso de pie. Pareció perder el equilibrio durante un segundo, se apoyó poniendo una mano en la mesa. Jean miró a otro lado mientras él se enderezaba. Él empujó la silla con la parte de atrás de sus muslos y me guiñó el ojo. Entonces echó a andar, cojeando ostensiblemente.
Jean dijo:
—Sólo tiene una pierna, acaba de estrenar una prótesis nueva y le está costando mucho acostumbrarse —sonaba como algo que hubiera contado ya muchas veces antes.
—Eso puede ser duro. Hace años trabajé con niños que habían perdido un miembro —dije con simpatía.
—¿De veras? —dijo ella—. Bueno, Dick perdió la suya en un accidente de coche.
Dolor en sus ojos. Pregunté:
—¿Recientemente?
—Oh, no, hace muchos años. Antes de que nadie apreciase realmente el valor de los cinturones de seguridad. Llevaba un descapotable, iba sin cinturón, fue golpeado por detrás y salió despedido. Otro coche pasó por encima de su pierna.
—Terrible.
—Gracias a Dios, no murió. Le conocí cuando estaba en rehabilitación. Yo hacía un turno en el Rancho Los Amigos y él pasó allí un par de meses. Se ajustó muy bien a su aparato… siempre lo había hecho hasta que empezó a molestarle hace pocos meses. Se acostumbrará a la nueva. Es un buen hombre, muy decidido.
Yo sonreí.
—Así —dijo ella—, ¿qué tal está?
—Bien. Y muy intrigado.
—¿Por?
—Su llamada.
—Oh —la cortina de pelo cayó sobre su ojo. La dejó allí—. Bueno, no quería parecer demasiado melodramática, es sólo… —miró a su alrededor—. ¿Por qué no pedimos primero la comida? Después podremos hablar de ello.
Leímos la carta. Alguien en la cocina tenía una gran predilección por el vinagre balsámico.
De pronto dijo:
—Bueno, yo sé lo que quiero.
Hice una señal a un camarero. Un chico asiático, de unos diecinueve años, con una cola de caballo que le llegaba a la cintura y diez pendientes de aro bordeando el cartílago exterior de su oreja izquierda. Dolía mirarle, y yo miré a la mesa mientras Jean pedía una ensalada. Yo pedí linguini a la marinera y un té helado. Oreja Estropeada volvió rápidamente con mi bebida y le llenó a ella de nuevo la taza de café.
Cuando se fue, ella dijo:
—¿Así que usted vive cerca de aquí?
—No lejos.
—Por un tiempo Dick y yo pensamos en mudarnos a la colina, pero entonces los precios empezaron a ponerse por las nubes.
—Han bajado bastante recientemente.
—No lo suficiente —ella sonrió—. No me estoy quejando. Dick es ingeniero aeroespacial y le va bien, pero nunca se sabe cuándo va a cancelar un proyecto el gobierno. La casa que tenemos en Studio City es muy bonita. —Ella miró su reloj—. Él debe de estar ahora en Rudnicks. Le gusta ir allí a comprarse jerseys.
—¿No va a comer?
—Lo que tengo que decirle es confidencial. Dick lo comprende. Así que, ¿por qué le he hecho venir conmigo, verdad? Para serle sincera, es porque todavía tiemblo. Aún no me acostumbro a estar sola.
—No la culpo.
—¿No cree que debería habérseme pasado ya?
—A mí probablemente tampoco se me habría pasado.
—Es muy amable por su parte.
—Es la verdad.
Otra sonrisa. Ella extendió su mano y tocó la mía, sólo durante un segundo. Luego volvió a su taza de café.
—Ya duermo un poco mejor —dijo—, pero aún lejos de la perfección. Al principio pasaba toda la noche levantada, con el corazón latiendo violentamente, con náuseas. Ahora puedo irme a dormir, pero a veces todavía me despierto hecha un manojo de nervios. A veces el pensamiento de ir a trabajar hace que quiera arrastrarme otra vez a la cama. Dick trabaja en Westhcester cerca del aeropuerto, así que a veces cogemos un coche y él me lleva y me recoge. Creo que me he vuelto muy dependiente de él.
Emitió una pequeña sonrisa. El mensaje no dicho: para variar.
—Mientras tanto, le digo al personal y a los pacientes allí que no hay nada de que preocuparse. Nada serio.
Oreja trajo la comida.
—Esto tiene un aspecto delicioso —dijo ella, metiendo su tenedor en el cuenco de ensalada. Pero no comió, y seguía con un brazo alrededor del bolso.
Probé un poco los linguini. Recuerdos del comedor escolar.
Ella mordisqueó un trozo de lechuga. Se tocó la boca. Miró a su alrededor. Abrió el bolso.
—Tiene que prometerme que mantendrá esto en la más absoluta confidencialidad —dijo—. Al menos de dónde lo obtuvo, ¿de acuerdo?
—¿Tiene relación con Hewitt?
—De algún modo. En su mayoría… no es nada que pueda ayudar al detective Sturgis… no que yo vea, de cualquier modo. No debería enseñárselo. Pero están amenazando a la gente y yo sé lo que es sentirse acosada. Así que si esto no conduce a ninguna parte, por favor, manténgame fuera… ¿por favor?
—De acuerdo —asentí.
—Gracias —ella inspiró, metió la mano en el bolso y sacó un sobre normalizado. Blanco, limpio, sin marcas. Me lo alargó. El papel hizo que sus uñas parecieran especialmente rojas.
—¿Recuerda lo incompletas que eran las notas de Becky sobre Hewitt? —dijo ella—. ¿Cómo me excusé yo por ella, diciendo que era una buena terapeuta pero no demasiado buena con el papeleo? Bueno, eso me preocupaba más de lo que dejaba ver. Incluso para Becky era superficial… creo que yo simplemente me negaba a tratar de cualquier cosa relacionada con su muerte. Pero después de que usted se fuera, seguí pensando en ello y busqué para ver si había tomado alguna otra nota que de alguna forma se hubiera traspapelado. Después de todo el trastorno, ordenar la casa no era precisamente una prioridad. No encontré nada, así que le pregunté a Mary, mi secretaria. Ella dijo que todos los expedientes activos de Becky habían sido repartidos entre otros asistentes sociales, pero era posible que alguno de sus expedientes inactivos pudiera haber acabado en nuestra habitación de archivo. Así que ella y yo dedicamos algún tiempo el viernes y estuvimos buscando durante horas, y efectivamente, metida en un rincón estaba una caja con las iniciales de Becky: RB. Quién sabe quién la dejó allí. Dentro había sólo cosas que se habían quitado de su escritorio… bolígrafos, clips, de todo. Debajo de todo, estaba esto.
Su mano temblaba ligeramente y me tendió el sobre.
Yo saqué el contenido. Tres hojas de papel escrito horizontalmente, ligeramente mugriento y con profundas marcas de dobleces, cada uno parcialmente lleno con anotaciones mecanografiadas.
El primero estaba fechado hacía seis meses:
Visto a D.H. hoy. Todavía oye voces, pero las medicinas parecen ayudar. Todavía tratando con tensión vida en la calle. Vino con G., ambos tens.
BB, Asistente Social
Tres semanas después:
D. mucho mejor. Sensible, también. ¿Las med. o yo? Ja, ja. ¿Alguna esperanza?
BB, A.S.
Luego:
D. muestra sentimientos, más y más. Hablamos mucho también. ¡Muy bien! ¡Sí, terap.! ¡Éxito! Pero mantener límites.
BB, A.S.
¡D. coherente, pelo cepill. totalmente limpio! Pero aún tarde. Habla recuerd. niñez, etc. Algún c-f, pero aprop. G. está ahí, espera. ¿Hostil? ¿Celoso? Seguir.
BB
D. una persona difer. Abierto, verbal, afect. Todavía tarde. Un poco más c-f. ¿Aprop.? ¿Poner limit.? ¿Hablar con JJ? ¿Vale la pena el progreso? ¡Sí!
BB
D. tarde, pero menos (15 min.) Ansioso. ¿Oye voces? Niega, dice tensión, alcohol, beb. con G. Hablado de G., relac. entre D. y G. Ansioso, defens., pero también abierto. Más c-f pero ok, alivia ansied. O.K.
BB
D. feliz. Muy verbal, no enfad., no oye voc, G. no está. ¿Conflicto entre G. y D? C-f, trató besar, no hostil cuando dije no. ¡Bien! ¡Aprop. habilid. sociales! ¡Ra, ra!
BB
La nota final estaba fechada tres semanas antes del asesinato de Becky:
D. temprano… ¡cambio positivo! ¡Sí! G. espera en vestíbulo. Définit, hostil. ¿Relación D. y G. dificult.? ¿Relación conmigo? ¿Crecimiento D., tensión sobre G.? Más c-f. Beso, pero rápido. Muy afect. Hablamos de eso. Fronteras, limit., etc. D. un poco abatido, pero trato con eso, aprop.
BB
—C-f —dije, dejando los papeles.
—Contacto físico —dijo ella con pena—. Le he dado vueltas y vueltas y es lo único que tiene sentido.
Volví a leer las notas.
—Creo que tiene razón.
—Hewitt iba sintiéndose unido a ella. Progresivamente más contacto físico.
Jean se estremeció.
—Mire el último. Ella le dejó que la besara. Debió de perder completamente el dominio de la situación. No tenía ni idea… nunca me lo dijo.
—Obviamente, pensaba en decírselo: «¿hablar con JJ?».
—Pero no siguió adelante. Mire lo que escribió inmediatamente después de eso.
Lo leí en voz alta.
—«¿Vale la pena el progreso? ¡Sí!» Suena como si ella se estuviera convenciendo a sí misma de que le estaba ayudando.
—Ella se convenció a sí misma de que sabía lo que estaba haciendo —sacudió la cabeza y miró la mesa—. Dios mío.
—La euforia de los principiantes —dije yo.
—Era tan dulce… tan ingenua. Debí haberla vigilado más. Quizá si lo hubiera hecho, habría estado prevenida —apartó la ensalada. Su cabello colgó como una cortina. Apoyó la cabeza en sus manos y la oí suspirar.
—Hewitt era un psicótico, Jean. Quién sabe qué fue lo que le sacó de quicio —traté de consolarla.
Ella levantó la vista.
—¡Dejar que la besara seguramente no le ayudó mucho! Habla de establecer límites, pero él probablemente los vio como un rechazo, con su paranoia.
Había dejado que su voz se alzara. El hombre de la mesa de al lado la miró desde su capuccino. Jean le sonrió, cogió su servilleta y se frotó la cara.
Yo examiné las notas otra vez. ¡Sí, terapia! ¡Ra, ra!
Ella extendió la mano.
—Necesito que me las devuelva.
Le di los papeles y ella los volvió a meter en el sobre.
Le pregunté:
—¿Qué va a hacer con ellos?
—Destruirlos. ¿Puede usted imaginar lo que podrían hacer con esto los medios de comunicación? Culpar a Becky, convertirlo todo en algo mezquino… Por favor, Alex, guarde esto para usted. No quiero ver a Becky convertida en víctima por segunda vez —ella apartó su pelo nuevamente—. Además, para serle completamente franca, no quiero que me culpen por no haberla supervisado.
—Tiene usted agallas por enseñármelo —dije.
—¿Agallas? —rio suavemente—. Estupidez, quizá, pero por algún motivo, confío en usted… ni siquiera sé por qué se lo he enseñado… para quitarme ese peso de encima, supongo.
Metió el sobre en su bolso y movió la cabeza otra vez.
—¿Cómo pudo ella dejar que ocurriera? Habla de él tratando de tocarla y besarla, pero lo que veo entre líneas es que ella desarrolló algún tipo de sentimientos por él. Todo ese «c-f», como si se tratara sólo de un pequeño juego. ¿No está de acuerdo?
—Definitivamente, aquí hay afecto por él —dije—. Si era o no sexual, eso no lo sé.
—Incluso aunque fuera simple afecto, era irracional. El hombre era un psicótico, no podía ni siquiera mantenerse limpio siempre. Y ese G que ella menciona siempre, todavía no tengo idea de quién es. Probablemente sea la chica de Hewitt… otra psicótica que él se encontró en la calle y arrastró con él. Becky se vio envuelta en un triángulo amoroso con psicóticos, por el amor de Dios. ¿Cómo pudo hacerlo? Ella era ingenua, pero también era lista… ¿cómo pudo haber mostrado tan poco juicio?
—Probablemente no pensaba que estuviera haciendo nada equivocado, Jean. De otro modo, ¿por qué habría estado tomando todas estas notas?
—Pero si ella pensaba que lo que estaba haciendo era lo correcto, ¿por qué no mantener esas notas en el expediente de Hewitt?
—Buena pregunta —dije.
—Es un lío. Debí haberla supervisado más de cerca. Debí haber estado más en contacto con ella… Ni siquiera puedo entender cómo pudo dejarle acercarse tanto a ella.
—Contra transferencia —dije—. Ocurre constantemente.
—¿Con alguien así?
—Los terapeutas de las prisiones se sienten ligados a los presos. ¿Quién sabe qué es lo que causa la atracción?
—Debí haberlo sabido.
—No tiene sentido culparse a sí misma. No importa lo estrechamente que se supervise a alguien, no puedes estar a su lado las veinticuatro horas del día. Ella estaba preparada, Jean. Era responsabilidad suya contárselo.
—Traté de supervisarla. La cité, pero ella no apareció la mayoría de las veces. Y aun así pude haberle apretado más las clavijas… debí hacerlo. Si hubiera tenido la más mínima idea… ella nunca dejó escapar ni una señal. Siempre con una sonrisa en la boca, como esos niños que trabajan en Disneylandia.
—Ella era feliz —dije—. Pensaba que le estaba curando.
—Sí. Qué desgracia… Probablemente le he enseñado esto porque usted se ha mostrado comprensivo, y yo estoy todavía tan tensa por lo que ocurrió… Pensé que podría hablar con usted.
—Puede hacerlo.
—Lo aprecio mucho —dijo ella cansadamente—, pero seamos honrados. ¿Qué bien puede hacer hablar de ello? Becky está muerta y yo tendré que vivir con el hecho de que podía haberlo evitado.
—Yo no lo veo así. Usted hizo lo que pudo.
—Es usted muy amable —ella miró mi mano, como si se dispusiera a tocarla de nuevo. Pero no se movió y sus ojos se dirigieron hacia la ensalada.
—Una comida feliz —dijo tristemente.
—Jean, es posible que las notas sean importantes para el detective Sturgis.
—¿Cómo?
—G. puede no ser una mujer.
—¿Usted sabe quién es? —esta vez su mano sí se movió. Cubrió la mía, apretándome los dedos. Como el hielo.
—Aquel abogado cuya tarjeta me dio usted… Andrew Coburg. Fui a verle y él me dijo que Hewitt tenía un amigo que se llamaba Gritz. Lyle Edward Gritz.
No hubo reacción.
Continué:
—Gritz es un alcohólico con expediente criminal. Él y Hewitt iban juntos por ahí, y ahora nadie puede encontrarle. Hace una o dos semanas, Gritz le dijo a alguna gente de la calle que esperaba hacerse rico, y luego desapareció.
—¿Hacerse rico? ¿Cómo?
—No lo dijo, aunque en el pasado siempre había hablado de convertirse en una estrella de la canción. Por lo que sabemos, eran delirios de borracho y no tiene nada que ver con Becky. Pero si «G.» se refiere a él, indica una tensión entre él y Becky.
—Gritz —dijo ella—. Yo asumí que G. era una mujer. ¿Está diciendo que Hewitt y ese Gritz tenían algún asunto homosexual entre ellos, y que Becky se metió en medio? Oh, Dios, esto cada vez se pone peor, ¿verdad?
—Quizá no hubiera nada sexual entre Gritz y Hewitt. Sólo una amistad estrecha en la que Becky se entrometió.
—Quizá… —ella sacó el sobre, sacó las notas, pasó el dedo por la página y leyó—: Sí, ya veo lo que quiere decir. Una vez que piensas en G. como un hombre, no hay por qué verlo así en absoluto. Sólo amistad… Pero cualquiera que fuese la razón, Becky sentía que G. le era hostil.
—Ella se estaba metiendo entre ellos dos —dije—. Todo el proceso de terapia estaba amenazando lo que fuera que Hewitt tenía con Gritz. ¿Cómo contaba eso Becky en su última nota?
—Déjeme verlo… aquí está: «Relación entre D. y G. dificult. ¿Yo? ¿Crecimiento de D.?». Sí, ya veo lo que quiere decir. Y entonces, justo después de esto, ella menciona otro c-f… la sesión en la que él realmente la besó… Sabe, se podría leer esto y sentir casi como si ella lo hubiese estado seduciendo —ella estrujó las notas—. Dios, qué farsa… ¿por qué está usted interesado en ese Gritz? ¿Piensa que puede ser uno de los que están amenazando a la gente?
—Es posible.
—¿Por qué? ¿Qué otras actividades criminales ha desarrollado?
—No estoy seguro de los detalles, pero en las amenazas estaban incluidas las palabras «mal amor»…
—Lo que gritó Hewitt… ¿Significa algo eso, realmente? ¿Qué está sucediendo?
Sus dedos se habían entrelazado con los míos. Los miré y ella los apartó y tonteó con su pelo. El flequillo le cubría un ojo. El que quedaba descubierto estaba lleno de pánico.
Yo repliqué:
—No lo sé, Jean. Pero dadas las notas, yo tengo que preguntarme si Gritz jugó algún papel conduciendo a Hewitt a asesinar a Becky.
—¿Jugar un papel? ¿Cómo?
—Trabajando la paranoia de Hewitt… diciéndole a Hewitt cosas sobre Becky. Si era un amigo íntimo suyo, sabría qué teclas tocar.
—Oh, Dios —dijo ella—. Y ahora no está… esto no ha acabado, ¿verdad?
—Quizá. Todo esto son conjeturas, Jean. Pero encontrar a Gritz podría ayudar a aclararlo. ¿Existe alguna oportunidad de que fuera paciente del centro?
—El nombre no me suena… mal amor… yo pensaba que Hewitt estaba delirando simplemente, pero ahora usted me dice que quizás estaba reaccionando a algo que había pasado entre él y Becky. Que quizá él la matara porque ella le rechazó.
—Podría ser —dije—. Encontré una referencia al «mal amor» en la literatura psiquiátrica. Es un término acuñado por un psicoanalista llamado Andres de Bosch.
Ella me miró, asintió lentamente.
—Creo que he oído hablar de él. ¿Qué dijo acerca de ello?
—Lo usó para describir una mala educación infantil… un padre que traiciona la confianza de un niño. Ganarse su confianza y luego destruirla. En casos extremos, teorizó, esto puede conducir a la violencia. Si se considera la relación terapeuta-paciente similar a la de la educación infantil, la misma teoría puede aplicarse a casos de transferencia realmente negativa. Hewitt pudo haber oído hablar del «mal amor» en algún sitio… probablemente a otro terapeuta o incluso a Gritz. Cuando sintió que Becky le había rechazado, se sintió apartado, se convirtió en un niño traicionado… y reaccionó violentamente.
—¿Niño traicionado? —dijo ella—. ¿Está diciendo que asesinarla fue una rabieta?
—Una rabieta infantil llevada al punto de ebullición por los delirios de Hewitt. Y por dejar de tomar su medicación. Quién sabe, quizá Gritz pudo convencerle de que no la tomara.
—Gritz —dijo ella—. ¿Cómo se deletrea?
Se lo dije.
—Sería interesante saber si fue uno de sus pacientes.
—Voy a rastrear los archivos mañana a primera hora, despedazar esa maldita habitación de archivo si es necesario. Si hay algo allí, le llamaré enseguida. Necesitamos saberlo para nuestra propia seguridad.
—Estaré fuera de la ciudad mañana. Puede dejar un mensaje en mi servicio.
—¿Todo el día de mañana? —un toque de pánico en su voz.
Yo asentí.
—Voy a Santa Bárbara y vuelvo.
—Me gusta Santa Bárbara. Es muy bonito. ¿Se toma un día libre?
—De Bosch tenía una clínica y una escuela por allí. Voy a intentar averiguar si Hewitt o Gritz fueron alguna vez pacientes suyos.
—Le haré saber si fue paciente nuestro. Llámeme, ¿de acuerdo? Hágame saber lo que encuentre.
—Claro.
Jean miró la ensalada otra vez.
—No puedo comer.
Hice una seña a Oreja y pedí la cuenta.
Ella dijo:
—No, no, le invito yo —y trató de pagar, pero no luchó demasiado y acabé pagando yo.
Guardó las notas en su bolso y miró el reloj.
—Dick no vendrá hasta dentro de otra media hora.
—Puedo esperar.
—No, no quiero retenerle. Pero no me importaría tomar un poco de aire fresco. Le acompañaré a su coche.
Justo fuera del restaurante ella se detuvo para abrocharse el jersey y alisarse el pelo. La primera vez los botones no coincidían y tuvo que volver a hacerlo.
Anduvimos hasta el aparcamiento sin hablar. Ella miraba los escaparates de las tiendas pero no parecía interesada en los artículos que mostraban. Esperó hasta que yo recuperé las llaves del empleado y me acompañó hasta el Seville.
—Gracias —dije yo, estrechándole la mano. Abrí la puerta del conductor.
Ella inquirió:
—Lo que le pedí antes todavía sigue en pie, ¿verdad? Acerca de mantener todo esto en secreto.
—Por supuesto.
—De todas maneras, no hay nada que el detective Sturgis pudiera usar —dijo ella—. Hablando legalmente… ¿qué prueba esto realmente?
—Sólo que la gente es falible.
—Oh, sí, sí que lo es.
Me metí en el coche. Ella se inclinó a través de la ventanilla.
—Usted es algo más que un simple consejero en este asunto, ¿verdad?
—¿Qué le hace pensar eso?
—Su pasión. Los consejeros no van tan lejos.
Yo sonreí.
—Me tomo mi trabajo muy en serio.
Ella apartó la cabeza, como si yo hubiera echado mal aliento.
—Yo también —dijo—. A veces desearía no hacerlo.