17

—Qué idiota —dijo Milo, apartando su bloc de notas—. Su nombre es Hurley Keffler y está fichado, pero sólo una vez. Más bien un aspirante a mal chico. Encontramos su moto aparcada abajo en la carretera. Él dice que no te estaba acechando, que pasó por aquí justo cuando la gente del estanque se iba y que decidió tener una charla contigo.

—Uno de esas excursiones impulsivas de fin de semana, ¿eh?

—Sí.

Estábamos de pie en el rellano, mirando cómo se alejaban los coches de la policía. El perro vigilaba también, metiendo su plana cara entre los barrotes de la barandilla, con las orejas enhiestas.

—He encontrado una carta del abogado de Wallace en mi buzón —informé—. Quiere saber dónde están las chicas y me amenaza con acciones legales si no se lo digo. Parece que los Priests han decidido no esperar.

—Puede no ser una misión oficial de los Priests —dijo él—. Sólo Keller que estaba harto y decidió improvisar. Un insignificante récord para él, que probablemente es un hombre de poca categoría en la banda, y así trataba de impresionar a sus peligrosos hermanos.

—¿De qué le vas a acusar?

—Intento de agresión, allanamiento de morada, conducción en estado de embriaguez, si el porcentaje de alcohol en su sangre es lo suficientemente alto para probar que condujo hasta aquí borracho. Si los Priests pagan su fianza, probablemente saldrá dentro de pocos días. Tendré una charla con ellos, les diré que lo encierren en casa. Vaya payaso.

Rio entre dientes.

—Apuesto a que tu pequeño estrangulamiento no ha hecho demasiado para favorecer sus poderes de comprensión, tampoco. ¿Qué usaste, una de esas llaves de karate por las que siempre me meto contigo?

—En realidad —dije, agachándome y dando unas palmaditas en el musculoso cuello del perro— el mérito es todo suyo. Lanzó un ataque por sorpresa desde la retaguardia que me permitió atacar a Keffler. Además, superó su fobia al agua… fue derecho hacia el estanque.

—¿En serio? —sonrisa—. Está bien, lo propondré para la santidad —se inclinó también y acarició al perro detrás de las orejas—. Felicidades, San Perro, eres un verdadero héroe.

El conductor de uno de los coches de policía miró hacia nosotros y Milo le hizo una señal.

—Buen chico —dije al perro.

—Viendo cómo ha salvado tus rodillas, Alex, ¿no crees que se merece un nombre de verdad? Sigo votando por Rover.

—Cuando estaba tratando de intimidar a Keffler, le he llamado Spike.

—Muy varonil.

—El único problema —dije—, es que ya tiene un nombre… alguien vendrá por él, seguro. Qué rabia. Estoy empezando a cogerle cariño.

—¿Qué? —me dio un codazo en las costillas, suavemente—. ¿Temes sentirte herido, así que no concedes intimidad a nadie? Ponle un maldito nombre, Alex. Permítele que pueda realizar su potencial perruno.

Yo reí y acaricié un poco más al perro. Él jadeó y puso su cabeza contra mi pierna.

—Keffler no mató al koi —dije—. Cuando lo mencioné, se quedó completamente confundido.

—Probablemente —dijo él—. Esa rama de árbol es demasiado sutil para los Priests. Ellos hubieran sacado todos los peces y los hubieran machacado, quizá se los hubieran comido y hubieran dejado las espinas.

—Volviendo a nuestro amigo del «mal amor», ¿algo nuevo sobre Lyle Gritz?

—Todavía no.

—He estado en la biblioteca esta mañana, comprobando los directorios profesionales. No hay registros actuales de Rosenblatt o Katarina de Bosch. Harrison se trasladó a Ojai y no tiene número de teléfono, lo cual suena como si se hubiera retirado… y el asistente social, Lerner, fue suspendido por la organización de trabajo social por violación ética.

—¿Qué tipo de violación?

—El directorio no lo indica.

—¿Qué suele significar eso? ¿Acostarse con una paciente?

—Es lo más corriente, pero también podrían ser trapicheos financieros, traicionar la confidencialidad o algún problema personal, como adicción al alcohol o las drogas.

Apoyó sus brazos en la parte superior de la barandilla. Los coches patrulla se habían ido ya. Mi estanque era un agujero seco y la bomba de succión estaba absorbiendo aire. Salí al jardín, con el perro a mis talones, y la apagué.

Cuando volví, Milo dijo:

—Si Lerner era un mal chico, pudo haber hecho algo que causara el resentimiento de un paciente.

—Claro —asentí—. Revisé los escritos de De Bosch sobre el «mal amor». Específicamente se refiere a los abusos de autoridad paterna que conducen a la alienación, cinismo y, en casos extremos, violencia. De Bosch realmente usaba el término «retribución». Pero, perdona que me lamente, todavía no sé qué demonios puedo haber hecho yo.

—¿Por qué no intentas ponerte en contacto con Harrison en Ojai, para ver si él tiene alguna idea de lo que está pasando? Si su número no aparece, yo puedo conseguírtelo.

—De acuerdo —dije—. Y Harrison puede ser una buena fuente por otra razón. Cuando se suspende a un terapeuta, normalmente se requiere que se someta a una terapia. Una de las especialidades de Harrison era tratar a terapeutas recusados. ¿No sería interesante que hubiese tratado a Lerner? No es tan improbable… Lerner pudo volverse hacia alguien que conocía. Dame ese número y llamaré ahora.

Fue al coche y llamó por radio. Volvió diez minutos más tarde y dijo:

—No consta en ninguna parte, aunque la dirección todavía está en el registro de la contribución. ¿Tienes tiempo para dar un pequeño paseo? Ojai está muy bonito en esta época del año. Tiendecitas curiosas, antigüedades, cosas de esas. Lleva a la encantadora señorita C. a un crucero por la costa, combina los negocios con el placer.

—¿Salimos de la ciudad durante unos días?

Él se encogió de hombros.

—Está bien —accedí—. Y Ojai está cerca de Santa Bárbara… puedo alargar mi viaje. La escuela de De Bosch ha desaparecido, será interesante averiguar si alguno de los vecinos la recuerda. Quizá hubo algún tipo de escándalo, algo que hizo cerrar la escuela y dejó a alguien un rencor de larga duración.

—Claro, curiosear por ahí. Si Robin puede sobrellevarlo, ¿quién soy yo para intentar detenerte?

Me dio una palmada en la espalda.

—Me voy.

—¿Adónde?

—Más investigaciones sobre Paprock y Shipler.

—¿Algo nuevo?

—No. Estoy planeando dejarme caer por la casa del marido de Paprock mañana. Todavía es vendedor de coches en la Cadillac, y el domingo es un buen día para esos chicos.

—Iré contigo.

—Creí que estaríais de viaje en Ojai.

—El lunes —dije—. El lunes es un buen día para los psicólogos.

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

—Es un día triste para todos los demás. Nosotros podemos concentrarnos en los problemas de otras personas y olvidar los nuestros.

Volví a la casa y miré el congelador. En nuestra precipitación por mudarnos, no lo habíamos vaciado y había algunos trozos de carne en el compartimiento superior. Saqué unas costillas y las puse en el horno para asarlas. Los ojos del perro seguían fijamente cada uno de mis movimientos. Cuando el aroma de la carne asada llenó la cocina, su nariz empezó a volverse loca y se echó en el suelo en una postura suplicante.

—Modera esos ímpetus —dije—. Todas las cosas buenas vienen a aquellos que salivan.

Lo acaricié y llamé a mi servicio de mensajes. Sólo tenía uno, de Jean Jeffers. La directora de la clínica había llamado a las once de la mañana y dejaba el número 818 para responderle.

—¿Dijo de qué se trataba? —le pregunté a la operadora.

—No, sólo que la llamara, doctor.

Lo hice y me respondió una cinta grabada con una voz masculina de sonido amistoso con Neil Diamond de fondo. Empezaba a dejar un mensaje cuando apareció la voz de Jean.

—Hola, gracias por devolverme la llamada.

—Hola, ¿qué sucede?

Pensé que la oía suspirar.

—Tengo algo… creo que sería mejor que nos viéramos personalmente.

—¿Algo acerca de Hewitt?

—Alg… lo siento, tengo que hablarle en persona, si no le importa.

—Claro. ¿Dónde y cuándo quiere que nos veamos?

—Mañana me iría bien.

—Mañana es perfecto.

—Estupendo —dijo—. ¿Dónde vive usted?

—Al oeste de Los Ángeles.

—Estoy en Studio City, pero no me importa subir a la colina el fin de semana.

—Yo puedo salir al valle.

—No, realmente, me gusta salir cuando no tengo trabajo. Nunca tengo oportunidades de disfrutar de la ciudad. ¿Quedamos en el Oeste de Los Ángeles?

—Cerca de Beverly Hills.

—Está bien… qué le parece Amanda, un sitio muy pequeño en Beverly Drive.

—¿A qué hora?

—Digamos a la una del mediodía.

—A la una pues.

Una risa nerviosa.

—Sé que esto debe parecer extraño, como llovido del cielo, pero quizá… oh, mejor hablemos de ello mañana.

Le di al perro unos trozos de carne, envolví el resto en plástico y me lo guardé. Entonces fuimos en coche hasta la tienda de animales, donde le dejé husmear junto a las bolsas de comida. Se quedó parado ante un producto que decía estar científicamente formulado. Ingredientes orgánicos. Dos veces el precio de cualquier otro.

—Te lo has ganado —dije, y le compré cinco kilos junto con varios paquetes de galletas caninas variadas.

Yendo hacia casa, él masticaba felizmente una galletita salada con sabor a bacon.

Bon appétit, Spike —le dije—. Tu nombre real probablemente será algo así como Pierre de Cordon Bleu.

De vuelta a casa en Benedict Canyon, encontré a Robin leyendo en el salón. Le conté lo que había pasado con Hurley Keffler y ella escuchó, tranquila y resignada, como si yo fuera un niño delincuente sin ninguna esperanza de rehabilitación.

—Qué buen amigo estás resultando —le dijo al perro. Él saltó al sofá y puso la cabeza en el regazo de ella.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer con él… con ese Keffler?

—Estará en la cárcel durante una temporada.

—¿Cuánto es una temporada?

—Probablemente, no mucho. Su banda seguramente pagará su fianza.

—¿Y entonces?

—Y entonces saldrá, pero no sabrá esta dirección.

—De acuerdo.

—¿Quieres que vayamos a Ojai y Santa Bárbara para pasar un par de días?

—¿Negocios o placer?

—Ambos —le conté lo de Lerner y Harrison y mi deseo de hablar con los vecinos de la Escuela Correctiva.

—Me gustaría mucho, pero de verdad que no puedo, Alex. Tengo demasiado trabajo.

—¿Seguro?

—Seguro, cariño. Lo siento —me acarició la cara—. Tenía mucho acumulado, y aunque tenga todos mis aparatos montados, aquí me siento diferente… trabajo más despacio, necesito cogerle otra vez el pulso.

—Realmente te lo estoy haciendo pasar mal, ¿verdad?

—No —dijo ella, sonriendo y revolviendo mi pelo—. Es a ti a quien se lo están haciendo pasar mal.

La sonrisa se mantuvo y creció hasta una suave carcajada.

—¿Qué es eso tan divertido? —pregunté.

—La forma de pensar de los hombres. Como si sufrir alguna tensión juntos fuera obligarme a pasarlo mal. Me preocupo por ti, pero también me alegro de estar aquí contigo… de ser parte de esto. Obligarme a pasar un mal trago significa algo totalmente diferente.

—¿Como por ejemplo?

—Menospreciarme constantemente… ser condescendiente conmigo, minimizar mis opiniones. Cualquier cosa que me hiciera cuestionar mi validez. Hazle ese tipo de cosas a una mujer y ella estará contigo, pero nunca pensará lo mismo de ti.

—Oh.

—Oh —dijo ella, riendo y abrazándome—. Qué profundo, ¿eh? ¿Estás enfadado conmigo por no querer ir a Ojai?

—No, sólo decepcionado.

—Ve de todas maneras. ¿Me prometes tener cuidado?

—Te lo prometo.

—Bien —dijo ella—. Eso es lo que cuenta.