Capítulo 78

 

 

 

La Torre Parque se emplazaba en una zona exclusiva de la ciudad lindera a El Valle. Era de público conocimiento, que un selecto grupo con ingresos elevados, podrían acceder al privilegio de poseer un piso de la torre. Un individuo como Mark Denisfer, a la hora de armarse de un arsenal de propiedades, no escatimaba en gastos. La Torre contaba con veintitrés pisos a los que se podía ingresar únicamente por el ascensor que guardaba una combinación numérica para cada planta. Denisfer, después de pagar más del doble del costo inicial, ganó la puja por el Pent-house. El piso era utilizado cuando deseaba estar completamente recluido. Nadie conocía la existencia de la propiedad, salvo Andrés Suanish y su esposa. Una persona que amaba los instantes en soledad, sin lugar a duda debía tener ese espacio privado e inaccesible.

Andrés llegó antes de lo estimado. Todavía era de noche y los primeros rayos de sol tardarían un par de horas en aparecer. Estacionó el coche a media cuadra y caminó los metros faltantes. La suave brisa acariciando su rostro lo transportó a escenas no tan lejanas, donde una suave brisa similar, dio comienzo a toda la aventura dramática que lo dejó yendo al encuentro del causante de toda esa situación.

A estas alturas, las autoridades del centro clínico, ya estarían al tanto de su ausencia, y de la drástica decisión de golpear al inocente enfermero para obtener esos minutos de ventaja para actuar. Pensó en la llamada a Cacel que la alertaba de su accionar, y algo dentro suyo terminó por derrumbarse. Ella, ni nadie de su familia, eran culpables de su condición y de sus acciones. No merecían ese castigo, y sin querer, terminó por sentenciarlos. Los amaba con todas sus fuerzas; ellos eran seres iluminados que transmitían esa sensación de paz y bienestar que caracterizaba su personalidad, y les estaba eternamente agradecido. Sabía que sus días de lucidez se acortaban considerablemente, y deseaba tener la fortaleza para despedirse de ellos como merecían. Un porcentaje imaginario de su “batería vital” se reservaba para culminar las dos tareas finales que le quedaban por delante: cerrar las dudas respecto a su agresor psicológico y despedirse debidamente de sus seres amados.

Andrés saludó al encargado de la seguridad del edificio como si fuera uno más del montón de los habitantes de la torre, y se dispuso a ingresar al ascensor para enfrentar su peor pesadilla. Observó el panel numérico, y marcó el código de seguridad, cruzando los dedos esperando que su editor no lo hubiese cambiado. Tecleó la serie y el ascensor comenzó a moverse verticalmente, mientras en lo alto del panel parpadeaba un luminoso “23”. El código era fácil de recordar para ciertas personas de su entorno familiar y laboral. Las ventas de su primer libro treparon las listas de los más vendidos de ese mágico año, y era imposible olvidar la cantidad exacta de esas ventas que lo colocaron en el pedestal.

Cuando el aparato se detuvo y se abrieron las puertas, Andrés se adentró en un ambiente lúgubre; un ambiente sombrío digno de un asesino prófugo de una sociedad que castigaba duramente ciertas maniobras sin perdón. La noche llegaba a su fin, y salvo por algunas luces que apuntaban a algunos cuadros que decoraban las paredes, todo se encontraba a oscuras. El piso de Mark marcaba el buen gusto en todos los espacios. La sala de estar tenía cuatro sillones de cuero dispuestos en torno a un hogar a leñas, varias pinturas originales colgaban de las paredes, y los pisos estaban alfombrados con tonos lilas que combinaban con los almohadones colocados sobre los sillones. Del techo pendía una araña de cristal que una vez vio encendida y era realmente hermosa. Ahora, el escenario no residía en la luminosidad ni en las alegrías de tiempos lejanos.

Andrés esperó hasta que las puertas del ascensor se cerraran, esperando que el mecanismo no fuera ruidoso. Por suerte el sistema de cierre no se escuchó, facilitando el factor sorpresa que quería lograr. Caminó casi a tientas en dirección al único lugar que mostraba señales donde podría estar Denisfer. Una de las ventanas que daban al balcón estaba abierta. Las cortinas nadaban en el aire empujadas por la fuerte brisa que movían las telas de seda. Se acercó sigilosamente preparándose para lo que vendría a continuación. El único aparato electrónico a la vista era un teléfono inalámbrico con el cable desconectado. Se imaginaba que el encuentro sería chocante, nervioso, y con la furia a flor de piel. Tenía mucho que decir y esperaba escuchar otra buena parte de explicaciones. Lo que tanto tiempo había esperado, ahora se hacía realidad. Los nervios se adueñaron de cada centímetro de su cuerpo, las pulsaciones se aceleraron, y sus extremidades comenzaron a experimentar un ligero temblor.

Cuando notó la figura en el balcón muy cerca de la baranda, detuvo su marcha a escasos dos metros de Mark Denisfer, preparándose para iniciar la batalla más difícil que alguna vez enfrentó: la de desenmascarar al causante de todos sus males.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El escritor de la tragedia
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