Capítulo 16
La mañana era fría. Los vidrios empañados sólo permitían el ingreso de un débil reflejo gris del día que comenzaba. Martín caminaba lentamente por el pasillo observando el desfile de camillas ocupadas, que empujadas por enfermeros y enfermeras, se iban trasladando de un lado a otro como parte del programa sorteado de estudios clínicos.
Se despidió de la mujer que lo atendió en sus dos días de estadía, y salió del nosocomio bajo una leve llovizna que obligaba a apurar el paso.
La figura de Luciana apareciendo por la esquina, le hizo brillar los ojos. Lo único que podía brillar a su alrededor. Las miradas se cruzaron y algo floreció entre los dos como en otras oportunidades. Ella era una mujer con todo lo que él necesitaba, pero a la vez, no quería lastimar al único ser comprensible que le quedaba cerca; por más que tuviera a su hermana y a su madre, ellas estaban a miles de kilómetros en otro continente.
—Llegue justo. ¡Te veo mucho mejor!—dijo observándolo desde varios ángulos.
—Te invito un café, necesito fumar un cigarrillo urgente.
Caminaron por la calle Córdoba buscando un bar. A esa hora, y a pesar de la lluvia, Buenos Aires tenía esa congestión entre los peatones y los autos que la hacían inaguantable.
—Uno se termina acostumbrando—dijo Martín señalando a un peatón que no podía cruzar la calle abrumado por la falta de comprensión de los demás.
Luciana lo miró confusa y admirada. Él lo notó.
—Cuando estas sobrio, hablas como otra persona. Incluso pareces más interesante.
—¿Y qué manera te gusta más? Deja, no me contestes, a mi también me gusta más esta versión de Martín. Solo que…
—Algún día vas a entender las cosas. Ya no sos un chico para decirte de qué manera actuar. Si tan solo te dieras cuenta…
—¿Me diera cuenta de…?
—No se…que todo puede distinto.
Se entregó al silencio. Sabía muy bien que Luciana tenía toda la razón del mundo. Sólo esperaba que la mujer que estaba frente a su cuerpo devastado, lo esperara. Quería tenerla a su lado para siempre, pero ahora no era el momento. Esperaba poder resolver su duda existencial para que la libertad de ser feliz, no se viera opacada por nada.
—Si vos supieras Luciana…
—¿Si supiera qué cosa? ¿Que no tienes la valentía de elegir ser feliz?
Martín bajó la cabeza. El bar estaba a sólo unos pasos.
—Entremos, yo invito. Me parece que la otra noche te desplumaron—dijo ella, dejando que esas palabras le dieran otro motivo al hombre de su vida para pensar durante el resto del día.