Capítulo 18

 

 

 

La  sangre coagulada en su muñeca le tiraba la piel bajo el saco, y el sol matutino del verano italiano colaboraban con las molestias de las lesiones. Las cicatrices de anteriores castigos hacia su cuerpo, causadas por una humanidad irresponsable que  compartía el mundo con él, dejarían ver un tatuaje de odio acumulado.

La tranquilidad de la calle era razonable. El camino a Brindisi distaba a 70 kilómetros. Su vuelo partía de inmediato.   A pesar que visita a modo de despedida que realizó en la Capilla de San Cataldo, le robó varios minutos, había llegado con el tiempo suficiente para degustar el famoso café de Tranti. Como una casualidad de esas que te persiguen de por vida, fue en esa misma capilla donde Ángelo Nizza cometió su primer asesinato luego de la muerte de su padre. Tiempo atrás había hecho la promesa de orar en el primer banco de la Capilla cuando estuviera a un paso de retirarse de su cruel actividad. Y ese paso estaba muy cerca.

Conducía por el puente colgante, dejando atrás a un “Borgo Nuovo” que quizás no volvería a ver. Los dos “mares locales” de Taranto pasaban por debajo de la estructura, confundiendo a la vista dónde comenzaba uno y otro.

Metió su brazo dentro del coche, subió la ventanilla y encendió el equipo acondicionador. Ese sol tan bello para un amanecer, lo lastimaba cruelmente. Por más que la temperatura no era extremadamente elevada, las puntas del astro se colaban por la ventana obligándolo a apurar el paso, o en todo caso, buscar algo de sombra para aplacar el dolor recurrente.

Estacionó el coche de alquiler en las inmediaciones del aeropuerto, pero oculto para dejarlo fuera del alcance visual de los uniformados que custodiaban la entrada al recinto. Su partida era inminente, de todas maneras, debía ser precavido y no darle un motivo de sospecha a “La polizia” sobre sus movimientos.

Su ligero equipaje entraba en la única valija que cargaba. “Su” más importante herramienta de trabajo, llegaría después de él al aeropuerto internacional de Brest en Francia.

Caminaba con serenidad, cruzando la Vía De Simone Ruggero. La sonrisa encubierta en su rostro de piedra no decía nada de su personalidad; aunque a decir verdad, nada ni nadie podía dar fe del interior de esa coraza que llevaba por cuerpo.

Su teléfono vibró en el bolsillo interno de la gabardina.

—Ángelo—contestó tajantemente. 

Del otro lado de la línea, su contacto le dio las últimas indicaciones. Ángelo escuchó en silencio mientras esquivaba los autos. Su gesto dubitativo negaba cualquier afinidad con los detalles de la emboscada que le informaban vía telefónica. Al cabo de un minuto de espera por parte de la persona al otro lado de la línea, Ángelo Nizza contestó con el mismo tono de arrogancia para dar por aceptado la encomienda que le permitiría realizar el último trabajo antes de retirarse definitivamente y gozar de unas merecidas vacaciones de por vida.

—El trabajo fue aceptado bajo sus condiciones.

Y cortó la comunicación.

Dentro del aeropuerto, no tuvo inconvenientes para realizar su chequeo de equipaje. El avión que lo trasladaría vía aérea hasta el aeropuerto internacional de Rennes en Francia, llevaba varios minutos fundamentales de retraso. Decidió, entonces, tomar ese clásico café en Tranti mientras la hora de despegue se aproximaba.

La ventana daba a la calle. Los peatones ocasionales se apuraban para llegar a la feria y realizar las compras diarias para no volver a esa parte de la ciudad atestada de turistas molestos.

Ángelo poseía una belleza exuberante que acaparaba miradas de hombres y mujeres sea el lugar donde estuviera. Soplando la taza de café caliente, dejó vagar sus pensamientos mirando hacia algún lugar del exterior sin precisar dónde. Buscaba en su intelecto una manera sorpresiva de cumplir ese objetivo por el cual ya le habían hecho un depósito bancario con la mitad de una millonaria suma como adelanto por sus servicios. Su contratante dramatizó en darle los detalles de su nueva y última misión. Debía tener la paz interior para desarrollar su plan de ataque a la perfección; aunque no saber completamente de qué se trataba su próxima obra de arte, lo disgustaba.

Algo llamó su atención hacia esa nada que miraba, quitándole esa furtiva sensación de estar solo en ese mundo colmado de pecados, que transgredían las leyes del amor impuestas por ese ser único que mantenía sus principios inamovibles. ¿Tan ciegos estaban aquellos en la esquina norte, que no tenían consideración por esa anciana que no podía cruzar la calle saturada de autos?

Dejó la taza de café sobre la mesa, y cerró los ojos esperando que al abrirlos nuevamente, esa escena quedara en el olvido de ese instante donde clausuraba su visión.

La anciana seguía allí. Levantó la manga del saco y de la camisa de su extremidad derecha, hasta dejar sus muñecas desnudas. La única uña que no cortaba para utilizarla como herramienta de castigo hacia su cuerpo, se clavó en la misma herida que aún no terminaba de cicatrizar. Un corte infalible, garantizaba el dolor que merecía por los demás que no gozaban de su capacidad de comprensión. La sangre y el dolor no se hicieron esperar. Una lágrima de extremo sufrimiento cayó sin avergonzarlo por su bello rostro.

—Malditos pecadores—masculló con todo su odio.

La hora se aproximaba, pagó la cuenta y salió en dirección al Casale, no sin antes tomar por el brazo a la anciana y ayudarla a cruzar la calle. Ya del otro lado, después de escuchar los halagos de agradecimientos de boca de la longeva, se excusó sin mirarla, dejándola atrás de sus pasos. 

—Es un mundo demasiado cruel, señora.

Esperó algunos minutos, sentado en los sillones de la zona de la cafetería. El parlante anunció la partida de su vuelo, miró por última vez a través de la ventanilla que daba a la calle. Sabía que no regresaría jamás. Mientras caminaba por el pasillo, pronunció una oración en agradecimiento por tener la posibilidad de elegir no volver. Una parte le dolía; pero si podía partir definitivamente, significaba que por fin todo había terminado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El escritor de la tragedia
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