Capítulo 75

 

 

 

En un mundo globalizado y con la expansión de noticias, que en pocos segundos invadían cada rincón, “La Tragedia de la Gran Sala” llenó los titulares de los periódicos y de los sitios de mayor relevancia en la red. Con Andrés Suanish en favorable recuperación luego de salvarse de las manos de un asesino despiadado, la prensa peleaba por una exclusiva. Las guardias periodísticas de jornada completa en las inmediaciones de la clínica donde se alojaba, acapararon la atención de los vecinos que no estaban acostumbrados a semejante aglomeración en una zona que calificaron de tranquila.

Ángelo Nizza, veía con extrañeza la información que brindaban los distintos medios. Con Suanish en el papel de víctima, las interpretaciones y opiniones que giraban en torno a las hipótesis, forzaron al tratamiento del caso de manera diferente a otros que se habían dado, pero que no tenían a una personalidad como el laureado escritor en medio del bullicio. Sin estar ajeno a las dudas que se generaron en torno al caso, Ángelo también se formulaba esas preguntas que llenaban las fojas (a las que tenía acceso gracias a esos contactos que aun mantenía) que los informantes e investigadores policiales presentaron en las investigaciones. Su principal hipótesis, la que daba vueltas por su mente desde el momento en que había reconocido la voz del literato, se tornó confusa y dubitativa. En algún lugar de su intelecto, deseaba que el padre de la mujer que amaba no tuviera relación con los hechos; pero había algo que no lo dejaba librar esos deseos a la realidad. Se preguntaba si existía la posibilidad de haber fallado en el análisis natural que había hecho cuando reconoció la voz del escritor en la muestra de diseño. Las distintas circunstancias en las que lo vio expuesto, no encajaban con el perfil de asesino, donde trató en vano, colocar al supuesto sujeto que lo contrató para poner fin al mágico mundo de Victoria Suanish.

Sabiendo que las filmaciones de aquella noche, fueron secuestradas por el mismo que asesinó al joven encargado de la sala de monitores, Ángelo Nizza trató de encontrar la manera de poder saber algo más. No era que se consideraba un excelente ser humano, porque a pesar del drástico cambio en su vida, aun no había podido eliminar escenas de su vida pasada que opacaban la imagen actual que aparentaba y deseaba ser. Gracias a ese pasado complicado y peligroso de afrontar, supo reunir una serie de pruebas que incriminarían, o no, al escritor. Era de público conocimiento la tecnología de control de personas, que los países que se adelantaban un paso al frente de los demás, poseían entre sus filas de seguridad. Un profesional del crimen como Ángelo Nizza, (que durante sus tareas pasadas había sido colaborador directo de los gobiernos más influyentes y de sus agencias de seguridad e inteligencia, como también de los empresarios ocultos de la sociedad que le confiaban ciertos “encargos”), tenía amigos distribuidos a lo largo y ancho del mundo que muchas personas desearían y no desearían tener. Con acceso a información, grabaciones, pruebas, seguimientos personalizados, imágenes que podían sepultar a una persona, eliminarlo de la faz de la tierra, e incluso encontrarlo debajo de una cama en un sótano enterrado varios metros. Los archivos que había solicitado, como parte de una serie de favores que le debían, ya estaban descargados en una memoria de acceso virtual de una página de almacenamiento en la red, donde algunos pocos podían acceder. Con una simple llamada desde una línea segura, ordenó una triangulación, situando a “La Gran Sala” en el centro de la escena, accediendo a filmaciones e imágenes infrarrojas de ciertos personajes que estuvieron involucrados en los sucesos de esa noche.

Se sentó con una taza humeante de café entre las manos, y se dispuso a ver las imágenes. En una primera grabación, obtenida desde las cámaras de seguridad de una residencia ubicada a una cuadra del edificio, gracias a un zoom digital de última generación, tuvo acceso a las salidas y a las entradas del momento que calculó que se desarrollaba el crimen de la joven escritora en su camarín. Vio a Cramer bajar de un coche mientras se despedía de una exuberante mujer. Era evidente que desconocía lo que estaba pasando lejos de su irresponsable accionar. En un segundo documento visual obtenido desde una cámara termográfica montada en un satélite ruso, observó la presencia de un masculino en el camarín junto a un femenino. Ésa era la imagen que esperaba con ansias, ya que se trataba de la víctima y el asesino en tiempo real. La secuencia revelaba al masculino ingresar, situarse detrás de la joven y luego desvanecerse. Pero lo que llamó la atención de Nizza, fue una segunda presencia masculina ingresando al mismo sitio, justo antes que Suanish se desplomara en el piso producto de su condición física.

—Maldito desgraciado. ¿Creías que nadie te encontraría?—farfulló entre dientes.

Ángelo amplió la imagen hasta notar las tres figuras centradas en un mismo plano reducido. A los pocos segundos (tiempo suficiente para asesinar a la joven e intentar eliminar a Suanish) la segunda persona que había ingresado al camarín, sale dejando los dos cuerpos librados a la suerte.

La tercera prueba era contundente. A la hora que la policía estipuló la muerte del ayudante de Cramer, la cámara de seguridad ubicada en una torre de agua, captó el instante preciso en que Mark Denisfer sale del edificio para subirse a un coche que sale a gran velocidad. Según los informes policiales, Denisfer era buscado como sospechoso de los crímenes. Lo que confundía a Ángelo, era el joven que tendría que haber estado en las cercanías del camarín de la joven. Paulo Levint declaró que estaba nervioso por la presentación y que no escuchó ni vio nada extraño. Expuso, además, que sólo salió de su espacio una vez que los gritos inundaron el pasillo, cuando la muerte de la joven se adueño de la noche, sacándole protagonismo a todo lo demás. Nizza sabía el próximo paso a dar. Presentía que algo se le escapaba de las manos; algo que estaba frente a sus narices y no identificaba. Ese joven escondía algo que la policía no había logrado percibir; de una manera u otra pensaba averiguarlo. Había piezas que no encajaban y no pararía hasta lograr llegar al fondo. Recordaba la ubicación de la precaria vivienda del joven y sentía una inmensa necesidad de realizarle una visita. Dudaba si el joven lo recibiría con esas mismas ganas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El escritor de la tragedia
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