Capítulo 17

 

 

 

 

Andrés escuchó las voces provenientes desde afuera y se aproximó a la puerta de entrada. Vestía un traje de dos piezas con corbata; además de la entrevista, había prometido algunas fotografías para la página de Internet que en pocas horas, seguramente estaría viendo un número importante de lectores y seguidores de su obra. No quería dejar la impresión desganada de aquel que había sido hasta el día de la llegada del diario con el empujón que lo animo a seguir. “Dios mío, que estaré haciendo”, pensó.

El timbre se oyó lejano, era momento de volver. Sabía que debía medir con una vara de inteligencia y cordura cada palabra que saliera de su boca mientras durara la reunión, o como él la llamó: su resurrección.

Dos rostros jóvenes y sin preocupaciones asomaron por detrás del muro de más de dos metros con que Andrés limitaba su espacio. Dos luces en medio de la tarde nublada.

Las dos periodistas, estaban sin emitir sonido alguno. Andrés las miraba esperando su saludo; ellas, nada.

Se acercó tímidamente. A no ser por algunos años, casi las doblaba en edad; de todas maneras, seguían siendo mujeres, y nunca se consideró desinhibido frente al sexo opuesto.

—Hola ¿Cómo están? Pasen, siéntanse como en su casa.

Aldana Metser fue quién tomó la iniciativa de romper el hielo en esa presentación; no es que fuera la primera que abrió la boca, sino que fue la que recibió un codazo por parte de su compañera de mudez, legándole toda responsabilidad.

—Hola Andrés, soy Aldana, y ella Lourdes. Es un honor que nos recibas en tu casa.

Saludó cortésmente a cada una con un beso en la mejilla, y las invitó a pasar.

Los cuatro ojos, iban y venían. Los cuadros, las lámparas, las cortinas de tela colgando del techo en algunos sectores de la casa, y el olor a rosas, acapararon toda su atención.

Se sentaron en uno de los seis sillones color arena de la sala de estar de la gran casa. Su anfitrión, sirvió tazas con infusión sin quitarles la vista de encima; él también había sido como ellas, curioso y metódico a la hora de estar frente a alguien de su admiración. Lo recordaba vagamente, pero en una oportunidad había estado en la misma posición, cuando conoció a quién en su momento era su ídolo literario.

Ahora los roles estaban invertidos. Era él el halagado, el admirado. Muchos dejaron de lado a esa persona que se hacia rica y famosa con cada libro que salía a la venta, rompiendo los pronósticos de los peores críticos de literatura. Al pasar el tiempo, y al notar que seguía actuando de la misma manera, con sus valores y principios intactos, volvieron del mismo modo como el que se habían apartado.

—¿Se encuentran a gusto? ¿Necesitan algo?

—No, gracias. Estamos muy bien.

Fue Lourdes la que sacó un pequeño grabador y lo colocó arriba de la mesa.

—¿Le molesta? Ninguna tiene neuronas lo suficientemente sanas como para recordar cada una de las palabras.

—Ya somos tres–dijo Andrés sonriendo y animando a que lo encendiera.

—Bien, entonces podemos comenzar—sentenció la joven.

Andrés  se acomodó en el sillón.

—Estamos con Andrés Suanish quién nos recibió amablemente en su residencia de El Valle. Andrés ¿Cómo nos podrías explicar tu desaparición del medio en estos años?

Se quedó unos instantes en silencio, mirando hacia la nada. Escuchar de boca de desconocidas una realidad que lo tuvo tan mal, le daba sensaciones de aciertos y de fracasos.

—La inspiración forzada, suele ser tergiversada por más claro que sea el escritor al momento de la creación. ¿Qué quiero decir con esto? Que si el mensaje no esta puramente dicho, difícilmente pueda ser interpretado. Y estos cuatro años…bueno, fueron pasajes no deseados por esa falta pura de inspiración.

Las dos asentían con la cabeza, como entendiendo lo que mantuvo al autor en las sombras.

—¿Tiene algún proyecto actualmente?

“¿Qué si tengo algún proyecto? ¡Dios, pero si estoy en las instancias finales de terminar mi nueva novela! ¿Cómo llegué a encontrar esa inspiración pura de la que hablaba? Oh, no lo se. Una noche recibí un mensaje extraño en mi teléfono, y la primera de mis cinco historias me encontró en un semáforo cuando me lanzaron un diario por la ventanilla del coche”.

Esto se estaba poniendo difícil. Por más que tuviera las cosas un poco claras como para continuar, escuchar a esas dos jóvenes le revolvía los espacios ocultos de su inconsciencia.

—Bueno, a decir verdad. Sí, estoy trabajando en un nuevo proyecto. Les daré la exclusiva que ni los medios más importantes del país tienen: si todo marcha de maravillas como hasta ahora, mañana mismo termino mi nueva novela. Después de tanto tiempo, logré salir del hueco.

Lourdes lo miraba con una sonrisa que nacía en su rostro cuando el escritor daba explicaciones de su nuevo proyecto. Una persona fanática, siente las derrotas de su ídolo de la misma manera que sus triunfos, compartiendo ambos sentimientos con la misma intensidad.

—¡Que buena noticia Andrés! Nos alegra muchísimo. Ya que estamos  acá, nos vamos a abusar de tu predisposición. ¿Nos podría dar algún adelanto de lo que se va a tratar?

—Bueno, se trata del amor no correspondido, del amor traicionado y del amor vengado. De las armas que una persona utiliza como último recurso mientras esta buscando en el suelo los pedazos de su corazón destrozado. Tiene matices de amor, de esperanza, y por supuesto, de tragedia.

—El escritor de la tragedia… ¿Se acuerda cómo comenzó todo ese personaje basado en el contenido de sus historias? Digo…si alguien menciona al escritor de la tragedia, seguramente se esta refiriendo a usted.  

Era verdad. Desde el inicio de su carrera como novelista, adoptó el seudónimo de sus primeros críticos sanos. Cada una de sus historias estaba condimentada con el dulce sabor amargo de lo trágico. Sin quererlo, el Andrés Suanish de los comienzos, había inculcado tintes oscuros en medio de un día de sol logrando impactar hasta el más escéptico de los lectores.

—¿Cómo comenzó todo? Ha pasado mucho tiempo. Siempre tuve en claro mi finalidad a la hora de escribir, o al menos qué quería causar en mis lectores. Sólo se trataba de impresionar, y qué mejor que la tragedia para llegar al fondo de esos corazones impenetrables. Una persona frente a lo trágico, destierra lo más profundo de su ser. Recuerdo en una rueda de prensa en la que presentaba mi novela “Amaneceres teñidos de rojo”. Un periodista de “Informe Semanal” me pregunta: “Señor Suanish. ¿Alguna de sus historias terminará en un beso apasionado? Sí, respondí, ¡La suya!

Los tres rieron. Lo contaba de una manera tan especial que las llevaba a participar de la anécdota como si hubieran estado ahí.

El estruendo del teléfono sonando en la otra sala, interrumpió la conversación. Al quedar a solas, las dos se miraron con complicidad. Ambas tenían la pregunta formulada desde antes de llegar a la casa. Sólo que esperaban que las palabras elegidas para no parecer inoportunas, tuvieran el efecto deseado.

—¿Vas a preguntarle lo de Juan Andrés?–dijo Aldana temerosa y sin levantar la vos.

—No se…Me parece que no es el momento. Pero…es bueno saber qué fue lo que pasó. Todos quieren saberlo. Es intriga más que nada.

Andrés regresó al cabo de unos minutos. Las chicas encerradas en su silencio, guardaban una importante decisión. Preguntarle a Andrés sobre su hijo, llevaba a dos posibles caminos; o las invitaba amablemente a retirarse de su hogar alegando falta de madurez y profesionalismo, o en todo caso respondería sin vacilaciones.

—Perdón por la interrupción—dijo el autor sentándose nuevamente.

—Andrés, hay algo que queríamos saber—fue Aldana quien disparó tímidamente.

Él se atajó simulando una balacera con gestos graciosos.

—Vamos chicas, pregunten lo que quieran saber.

—¿Qué fue lo que pasó con su hijo Juan Andrés?

Aldana formuló la pregunta sin rodeos, sin medir las consecuencias, y esperando que el escritor no las saque a patadas de su residencia.

Su cabeza gacha mirando el piso, la ausencia de sus palabras, el silencio del momento permitiendo escuchar su respiración pausada, dejaron tiempo para reformular la pregunta, y en el mejor de los casos, quitarla de alguna manera de la atmósfera que todos respiraban.

Algo habían escuchado por ahí; esas cosas pueden colarse de la imposición de privacidad de los actores de los hechos. Una fuerte discusión, su hijo llegando ebrio a una dependencia policial en estado penoso, y un Andrés Suanish trayéndolo en horas de la madrugada hasta esta misma casa donde ahora estaban acorralando a su ídolo.

Andrés levantó su rostro, y en su mirada pudieron notar la estaca que acababan de clavarle en su corazón. Sus ojos habían perdido el brillo de alegría. La armonía en sus movimientos, sólo quedaron en el pasado inmediato. Las observaba a las dos. Su mirada no era de odio, no era de dolor, esa mirada era peor que eso. Sus corazones se aceleraron de temor, si hasta podían escuchar sus latidos al estilo “Corazón Delator” de Poe.

De alguna manera deseaban volver el tiempo atrás, olvidar esa pregunta, pasarla por alto. Querían con toda su alma, ver el rostro animado de ese ser, que sin quererlo, destrozaban delante de sus narices.

Lourdes tomó lentamente el grabador donde se estaba guardando la entrevista, el escritor aún la miraba. Sus movimientos fueron suaves y delicados para no sacarlo de sus pensamientos y evadir la respuesta que ya no querían oír. Sin embargo, la mano de Andrés sobre la suya, impidió que realizara el movimiento.

—Perdón Andrés, fue una idiotez de nuestra parte. Te pedimos disculpas, si eso sirve de algo—Lourdes se atajaba y ponía paños fríos.

—No, nada de perdón. Ustedes sabrán perdonar mi desazón. Es difícil para mi, espero sepan entenderme. Cada día que pasa me hago la misma pregunta: ¿Algún día volveré a abrazarlo?—hizo una pausa. —¿Saben lo que es más duro?

Las dos negaron con la cabeza, con la mirada hacia la alfombra de la sala.

—No tener la oportunidad de darle mis explicaciones. No tener ese minuto con él y decirle lo mucho que lo amo. Sé que en alguna parte de su corazón aún susurra mi nombre, lejano…olvidado.

—Andrés ¿Sabe donde esta él? Quizás podríamos ayudarlo. Si es que podemos...

—No, gracias por su intención. Además sólo mi esposa y mi hija saben donde está. Creo que una vez las escuché hablar de Buenos Aires. Quizás estar lo más lejos de mí es lo que necesita.

Andrés miró la hora en su reloj pulsera.

—Me van a tener que perdonar—dijo excusándose.

Le encantaría seguir con la entrevista, pero se sintió satisfecho. Había desflorado su alma delante de esas dos mujeres que representaban el vínculo más cercano entre su persona y cada uno de sus lectores. La manera de llevar la página de internet que mostraba toda su vida, no tenía ningún punto negativo. Eran buenas personas y responsables directas de decir en palabras lo que reflejaba su alma.

Andrés se despidió amablemente, prometiendo uno de los primeros ejemplares de su nueva novela con autógrafo incluido. Las chicas satisfechas por su labor, y por el desenlace amigable de la entrevista, se despidieron prometiendo volver alguna vez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El escritor de la tragedia
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