Capítulo 51

 

 

 

Se despertó con un fuerte dolor de cabeza. Trató de habituarse observando todo a su alrededor hasta darse cuenta que todavía estaba en el hotel. Mucho no recordaba de la noche anterior. Lo último que le vino a la memoria, fue ver a su hijo ayudándolo a acostarse en la cama donde se encontraba. Se preguntó qué había pasado. Cómo reaccionó en el encuentro luego de tantos años de estar separados. Sintió vergüenza al no saber cuanto duró la laguna, y por primera vez, se preocupó por su estado de salud. Era verdad que en los últimos meses, la falta de inspiración tan necesaria en su trabajo, lo puso en situaciones que no deseaba para nadie. Era cierto que muchas veces, sumido en su propia fantasía, se adentraba mucho en sus personajes y en las situaciones que les hacia vivir. Y para peor, en tantas otras, la idea de poner fin a su vida para poner punto final a ese sufrimiento, se le cruzó varias veces por la cabeza. Pero volver a escribir, desechaba un poco de esa memoria golpeada, los malos ratos, suplantándolos por sentimientos adversos. Durante una etapa importante de su carrera, muchas veces había sentido las ganas, la necesidad de abandonarlo todo y buscar un nuevo rumbo. Cuando se subió al tren del éxito, del reconocimiento, de ese mundo que tantas veces soñó, ya no supo (ni quiso) bajarse de él.

Con otro crimen sobre sus espaldas, experimentó la sensación, la certeza, que su peor compañero literario, no se iba con menores. El simple hecho de estar en silencio en la habitación, y de seguir oyendo el cuerpo siendo arrastrado por las rocas del Santo, le dieron nauseas. Un vacío en el estomago, que jamás percibió en otras oportunidades cuando creyó que su mundo se desmoronaba, lo hicieron doblar de dolor. Quería, muy dentro de su alma, que todo acabase de una vez por todas.                                                                                                                                                                              El lapso de descanso entre una obra y otra, era una de las cosas que más disfrutaba de su trabajo. Una vez que editaba un libro, luego de presentarlo, luego de promocionarlo, luego de asistir a homenajes, a premiaciones, de dar discursos en galas, el tiempo de descanso reclutado en su casona del Valle esperando una idea para continuar con su camino de éxitos, le llenaban el alma de aires de renovaciones y de esperanzas. Hubiera preferido que ese lapso sea eterno y estar viviéndolo en carne propia. Su asesino benefactor no le daba tregua; las ideas y las muertes, cada vez sucedían en periodos más cortos y con más crueldad. No sabía hasta que punto era capaz de soportar la aberrante intervención de la persona detrás de todo.

El aroma del café caliente y de las tostadas, lo sacaron de sus pensamientos y conclusiones; los periódicos arriba de la mesa, también hicieron lo propio. La noticia estaba fresca. Los medios gráficos, seguramente retrasarían la edición matinal para lograr la exclusiva. Y es que una noticia de esas, no se produce todos los días. Se levantó pesadamente con un dolor inexplicable en todo el cuerpo. Tomó los diarios, la bandeja con el desayuno y se volvió a meter entre las sabanas blancas. Ojeó cada uno de los titulares de la portada de los tres diarios y no encontró nada. Investigó la sesión de policiales dentro de cada uno y la búsqueda también resultó nula. Llegó a una conclusión con dos alternativas posibles; o bien la noticia no fue lo suficientemente rápida como para que formara parte de los matutinos, o peor aun, el cadáver todavía no había sido hallado. Encendió la televisión y fue viajando por cada uno de los canales de noticias. Mientras observaba los títulos resaltados en rojo, daba sorbos al café. Estaba degustando una de las tostadas con dulce de durazno, cuando el canal que estaba mirando dio la placa de “noticia de último momento”. Siguió atento cuando la imagen apareció de golpe. El Rio Santo seguía con la furia en su cause por las lluvias recientes. El periodista tenía la expresión de preocupación que el hecho ameritaba, transmitiendo a los televidentes, lo monstruoso de las escenas que poco a poco aparecieron en pantalla. En simples palabras, luego de ver la noticia entera en cada uno de los canales que informaron la primicia, nada se hablaba de Manuel Castilla. No existía una sola pista del asesino, y no había testigos que dieran alguna pauta de lo sucedido. Un hombre, que casualmente halló el cadáver de una joven (que para nada coincidía con la descripción de la chica que acompañaba a Castilla) dejada a la vera de la corriente, fue lo más cercano a lo que conocía del caso.

Ya había desayunado, estaba satisfecho. Asomado detrás de la puerta, con la poca ropa que traía puesta, escuchó atentamente la conversación que mantenían su hija y Cacel.

Su pequeña hablaba, casi entre lágrimas, del acoso que sufría de parte de un enamorado que no mediaba en parecer molesto, y hasta con la impresión de causar miedo.

—Hija, sabes que creo mucho en el destino. Es posible que coincidieran los destinos de ambos. Y si tuvo la suerte de encontrarse con la muestra, no dudes que supuso que también estarías aquí—dijo Cacel tratando de calmarla.

En la habitación contigua, sin saber la gravedad de los acontecimientos, Andrés trató de desdramatizarlos. Era momento de ponerse en campaña para el lanzamiento de “Musa Inspiradora”. Las posibilidades del asesino de su propia musa, eran tan probables como un crimen pasional y esa manera de ver las cosas, lo ayudaron para continuar con su labor. Tenía plena seguridad que podría afrontarlo, la familia unida parecía tan inquebrantable como nunca, y lo mejor de todo, seguía en lo alto de su carrera. No permitiría que nada opacara su ilusión de felicidad, aunque eso significara ser cómplice indirecto de un asesino; después de todo, él salía favorecido con todo. Cerró los ojos imaginando todo el camino por delante. El alma se le llenó de aires de impaciencia, de intriga, y de ansiedad. En esos momentos se sintió (ahora más que nunca) un verdadero escritor de la tragedia. Y en cierto punto, eso lo llenaba de orgullo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El escritor de la tragedia
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