Capítulo 39
Al amanecer del tercer día en Francia, Juan Andrés y Luciana se dirigían en coche hasta el aeropuerto para emprender el regreso a Buenos Aires. Victoria había resultado una excelente anfitriona, tanto en su hogar o como guía turística. Les mostró parte del mundo que la acompañaba día a día desde su estadía como estudiante en Brest. La zona de los parques centrales, la fuente de los deseos en la plaza central, la Escuela de Arte y el bar de los estudiantes junto al centro de estudios. La mayor atracción de la visita guiada por parte de Victoria, fue la tarde entera en la zona portuaria, desde donde pudieron observar, mientras almorzaban, el magnifico Castillo de Brest. Luego de caminar por el puerto, aprovechando la calidez del astro solar, Victoria quiso mostrarles parte de la historia naval que descansaba en el museo del Castillo. Allí, un guía por demás de atractivo según Luciana y Victoria, los condujo a través de los hitos navales de una Brest golpeada por los sucesivos ataques en épocas pasadas. Ángelo, el guía de turno, simpatizó inmediatamente con una Victoria que no podía quitarle los ojos de encima. Juan Andrés, lejos de ser un hermano celoso, bromeaba con las babas ficticias que caían de la boca de su hermana cada vez lo nombraba.
Subidos en el avión, recordaron aquellos días y proyectaron planes para un futuro que deseaban compartir juntos. Hablaron de una casa frente al lago, de montañas como espectáculo matinal a la hora de levantarse. De niños corriendo por un parque florido custodiados por un cielo tan azul como pudieran imaginar. El acercamiento, luego de tantos años sin poder compartirlos con su hermana, abrió una grieta de esperanza por parte de Juan Andrés de darle alguna chance a su padre de recomponer la relación rota por un destino indeseado.
Luciana miraba por la ventana. Juan Andrés, tomaba una pastilla tranquilizante para amenizar los movimientos del “gran pájaro” en el aire, y que tanto temor le daban.
Pronto descenderían en aeropuerto internacional de Buenos Aires, y allí todo tendría un tono más armonioso. Nunca imaginó que una visita sorpresa a Victoria, lo pondría tan de cerca a la palabra familia y a su definición moral. Desde el fondo de su corazón asomaron recuerdos de su niñez en compañía de su madre. Ella, lejos de la actitud fantasmal de su padre, estaba con él ayudándolo a crecer de la mejor manera. No era de esas madres que buscaban cualquier actividad extra escolar para despegarse de sus hijos. Al contrario de las demás, la única tarea aparte de la escuela, era estar con su madre en su casa. La extrañaba mucho. Las llamadas constantes por teléfono no alcanzaban para abrazar su alma descarriada. La necesitaba cerca de cualquier manera y en cualquier situación cotidiana que pudieran disfrutar madre e hijo: ir de compras, acompañarla en alguno de sus quehaceres diarios, en su trabajo, decorando el parque de la casa. Esos días de espera, pronto llegarían a su fin para cumplir ese deseo de compañía. Según le había contado Victoria, su madre formaría parte de una muestra internacional de diseño. La muestra en cuestión, aglomeraba a los mejores en su estilo, y la madre de ambos estaba entre ese selecto grupo. Las casualidades de las cuales a veces dudaba, jugaron una movida de su lado. El “Design Fest” se realizaría en los próximos meses en Buenos Aires, cerca del departamento que ahora compartía con la mujer que viajaba a su lado. La muestra sería testigo involuntario del encuentro entre él y su madre; y porque no, del acercamiento con su padre.
Juan Andrés se durmió con esos pensamientos en su cabeza. Miró a Luciana antes de cerrar los ojos, y agradeció a quien fuera por haberla puesto en su camino.