Capítulo 63

 

 

 

Conducía con suma urgencia por el camino de regreso, sin cerciorarse de la velocidad que llevaba hasta que llegó a su casa en la mitad del tiempo que le llevó la ida. Dejó el coche y apresuradamente cruzó cada ambiente hasta quedar frente a frente a la pila de manuscritos que le quedaban por evaluar. Pasó una a una cada carpeta hasta que el nombre que buscaba apareció.

Cada minuto sentado en el sillón con el texto en la mano era eterno. ¿Por qué Mark tenía en su poder el mismo texto en su mansión? La búsqueda de nuevos talentos, se limitó a recibir cada sueño impreso en una única dirección postal. Fue extraño verlo en manos sospechosas. Si Mark guardaba el texto sin desecharlo de inmediato como en tantas oportunidades, por algo era. Y en esas instancias de sospechas y de dudas, ese algo significaba estar cerca de muchas posibles respuestas.

Su torpeza en algunos movimientos, esta vez le dieron el visto bueno de sus inquietudes respecto a la historia. Cuando intentó dejarlo sobre la mesa de trabajo, el manuscrito se cayó en el piso aterrizando como un jet con alas averiadas. Pero no fue eso lo que lo paralizó, sino el papel que estaba oculto entre sus páginas.

Leyó la nota muchas veces sin encontrarle un sentido concreto, también era consciente que nada de sus últimos meses tenía como cualidad un sentido del orden de lo corriente. Le daba vueltas al papel buscando algún dato, una marca, algo que pusieran en duda sus sospechas. Las frases no guardaban una lógica absoluta. Las palabras llevaban entre sí una poética manera de comunicarle algo. Anotó cada frase en un block de notas para analizarla cómodamente.

 

“Un viejo cielo se puebla de estrellas nuevas. La euforia no deja ver que se tiñe de rojo a mitad de una noche, donde los aplausos opacan los gemidos de dolor”

 

No se sentía en condiciones de interpretar el mensaje; a decir verdad, no sabía siquiera  si estaba o no frente a otro mensaje. Porque él también divagaba con garabatos y se perdían por doquier. Pequeñas anotaciones de evidentes instantes de ideas sueltas que esperaba utilizar alguna vez, quedaban diseminadas hasta en los lugares más insólitos.

Preparó otro café antes de sentarse nuevamente y leer todo el texto. Si había algo extraño en el relato, que pudiera darle una idea o una pista de lo que planeaba, seguramente lo encontraría. Pasaron largos minutos hasta que llegó al punto final de la obra. La historia no guardaba en sí nada particular. Un joven se lanza a la aventura de contactar a dos personas importantes del mundo literario para intentar convencerlos que su historia es merecedora de una publicación. En el camino se topa con problemas y algunas situaciones que deberá resolver para llegar a su objetivo. En varios pasajes de su relato, Andrés comprobó que el joven autor despotrica fehacientemente a los poetas. Le resultó raro que alguien que gasta palabras fuertes en quitarles créditos a los escritores de la palabra en verso, utilizara el instrumento criticado con perseverancia para dar un mensaje; o en tal caso, la utilización con la finalidad de distracción también entraba en una posibilidad. Podría ser que el autor olvidara el proyecto de poema dentro del manuscrito. A estas instancias, dudaba si el tal Paulo fuera real. Mark poseía un talento eximio. Una mente creativa y visionaria para los negocios. No le extrañaría que fuera capaz de inventar todo un personaje para escudarse y proteger su integridad. Sólo había una manera de averiguarlo. Pasó cada hoja del manuscrito con rapidez hasta llegar al final. Eran de vital importancia los datos personales de los escritores para ubicarlos en caso de ser seleccionados para la publicación de sus obras.

Acababa de anotar los datos en la misma hoja del block cuando la puerta se abrió. Victoria apareció sonriente, detrás de ella, Juan Andrés parecía ser un intruso dentro de su mismo hogar. La casa, en sus años de ausencia, había sido sometida a notables cambios en su estructura, y comprendió la acción de su propio hijo de sentirse ajeno a sus pertenencias.

—¡Chicos, que sorpresa!—dijo Andrés dejando el manuscrito a un lado. —¿Cómo la pasaron?

Los dos se sentaron en uno de los sillones con evidente vestigio de la ingesta de alcohol. Suspiraron con gestos de cansancio. Fue Juan Andrés quien tomó las riendas de la charla.

—Muy bien papá. Pasamos una grata velada, aunque hubiéramos preferido que nos acompañaras.

Andrés se levantó y se sentó en medio de sus dos hijos, los abrazó, y los besó en la mejilla.

—Saben que esa salida es de ustedes, además no faltará la ocasión—contestó Andrés con seguridad. —Pienso usar otro día de la semana. ¿Esta disponible el lunes?—bromeó.

Sus hijos rieron. Victoria se levantó e investigó el escritorio de su padre. Tomó el manuscrito de Paulo con expresión dubitativa.

—¿Te gusto? ¿Pudiste leerlo?—preguntó pasando algunas de sus páginas.

Andrés la observó con sorpresa. ¿Qué tenía de especial ese joven que todos, menos él, sabían de su existencia?

—¿Lo conoces?—inquirió con extrañeza.

—Claro que lo conozco. Yo misma lo dejé en la pila con los demás. Es de un chico que conocí en Brest. Me ayudó con un problema y lo encontré hace unos días en el centro. Se enteró de la búsqueda de talentos y me pidió si podía acercarte el texto. Le debía una.

Andrés, pensativo, juzgó la posibilidad de que sus sospechas estuvieran totalmente erradas. Pero ¿Qué tenía que ver Mark en todo esto? Pensándolo bien, no asumía la posibilidad de ver a su editor sentado frente a un ordenador escribiendo un texto de semejante extensión. Quizás el joven barajaba la probabilidad de creer que Mark también formaba parte del proyecto de la Fundación.

—Papá, te pregunté si te había gustado—insistió Victoria.

Andrés salió de sus conjeturas.

—No esta mal, aunque no es lo que buscamos. Igualmente voy a ir a verlo. Tengo una propuesta para hacerle.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El escritor de la tragedia
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