Capítulo 43

 

 

 

Las imágenes que mostraban el monitor se veían un poco difusas pero para él eran suficientes. La joven se miraba en el espejo y buscaba su mejor perfil, como si detrás del vidrio hubiera una cámara fotográfica esperando disparar para retratarla. Por el auricular se escuchaba una música de fondo, digna para un baile luego de una ducha de agua caliente. Se ruborizaba al comprender de lo que era capaz para verla en todos los momentos del día que le fueran posible. Había instalado cámaras de video en varios sitios de su departamento para observarla desde casi todos los ángulos. Sentirse de esa manera, le había abierto una luz en su alma que desconocía. Victoria Suanish, la hija del famoso escritor, fue la encargada de darle una vuelta a su vida. Lejos de la muerte rutinaria, se creía incapaz de ignorar sus sensaciones. Notaba cambios drásticos en su manera de pensar y en cómo encaraba las cosas cubierto por el manto invisible del amor. Victoria lo convirtió en un hombre distinto; ése que jamás pensó ser, ése que lo hacia sentir libre e importante. Porque quizás de eso se trataba el amor, de encontrar en la otra persona las virtudes propias que uno desconoce tener. Una extraña sensación de bienestar que se debía a una percepción distinta del interior de un ser enamorado. El cambio total en su forma de ser lo asustaba un poco. Hasta hace unos días, era el mejor asesino a sueldo del mundo; ahora, un hombre común con planes de encontrar en el amor, la paz que tanto anhelaba.

Victoria ya no estaba en el plano del espejo. Ángelo, perdido en sus pensamientos, le perdió en rastro en el departamento. En el auricular reinaba un silencio sepulcral. Ángelo apretó un par de teclas en su ordenador, y las cámaras dentro del departamento, fueron mostrando los distintos ambientes hasta encontrarla en su habitación. Victoria tenía entre sus manos un portarretrato con una fotografía. Las caras mostraban una realidad pasada de la familia, donde estaba ella con algunos años menos, junto otro joven un poco mayor que ella, y dos adultos. Victoria se sentó en la cama, Ángelo aumentó el zoom del lente de una cámara colocada en el respaldar de la cama, hasta tener su rostro en primer plano. Seguía siendo más hermosa que antes, a pesar que sus ojos se teñían de un dolor que él indujo ser provocado por los recuerdos que esa fotografía traían al presente. Acariciaba con sus finos y delicados dedos, cada rostro detrás del vidrio y no pudo evitar llorar. 

A pocas cuadras de allí, hospedado en otro de los hoteles donde se había registrado a su llegada, el asesino enamorado cerró los puños en señal de impotencia. No quería verla en las pantallas, no soportaba tener una visión virtual de ella. Tocó el pequeño monitor, y con las yemas de sus dedos, pudo sentir esas lágrimas tibias, las cuales deseaba poder borrar de ese rostro luminoso que se opacaba con las muecas del dolor. Una muñeca de porcelana con defectos provocados por el tiempo pasado irremediable, no merecía ser dejada de lado.

Victoria dejó la fotografía en su lugar, tomó un saco de un perchero y salió de prisa del departamento. Ángelo, por su parte, retrocedió la grabación de esas últimas imágenes y las observó una y otra vez sin cansarse de las reiteradas repeticiones. Victoria aparecía en su cuarto, se quedaba mirando la imagen, la tomaba con las manos temblorosas y lloraba sentada en su cama. Angeló apagó los sistemas de audio y video, para ordenar sus cosas. Su equipaje estaba distribuido en las habitaciones de tres hoteles donde se había registrado, incluida la del castillo. Recordaba la última visita al Castillo de Brest como si fuera la más importante de todas. Después de un rápido aprendizaje de todo lo que había para mostrar en el museo, ofició de guía al grupo de jóvenes en el que estaba incluido el ser más bello de la tierra.

Cerró la puerta de la habitación para seguir recolectando sus pertenencias. Le quedaban pocos días en Brest. Planear un viaje al otro extremo del mundo no fue por propia decisión. Si Victoria Suanish iba al fin de los tiempos, allí estaría viajando para no perderla de vista. Pero el viaje que pensaba realizar quedaba más cerca que dichos confines. No recordaba haber visitado Argentina, pero allí se dirigía con el propósito de aumentar las posibilidades de conquistar a la única mujer que le hizo experimentar (sin saberlo en lo más mínimo), el significado del amor.

Los arreglos ya estaban hechos. La idea de sentarse a su lado en el avión, lo hacían poner nervioso, temiendo ser preso de sus palabras. Ya había comprado con anticipación, todos los boletos de ese avión que partiría hacia el Aeropuerto Internacional de Buenos Aires, y hasta no saber que Victoria Suanish compartiría la butaca junto a la suya, no cancelaría los demás boletos comprados. Ángelo Nizza era un ser humano perspicaz en sus movimientos, y el hecho de estar enamorado, multiplicaba su capacidad de razonamiento y planificación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El escritor de la tragedia
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