Capítulo 35

 

 

 

“Arboles desnudos e indefensos de las miradas inexistentes. Dignidad despojada por el cruel, y sus ropas desparramadas a sus pies sin poder alcanzarlas”

Casi siempre que el sol posaba sus rayos solemnes en la zona del Parque Central, Paulo aprovechaba para escribir. Un joven ambicioso con un talento que desbordaba su capacidad de perseverancia. Había golpeado toda puerta que se interponía ante su gloria. Desesperado y sin calma para aceptar críticas constructivas de parte de sus colegas con más experiencia y años de letras. Amaba la naturaleza y toda manifestación de amor. El latir de un corazón, el nacimiento del nuevo césped, las puestas del sol, y las lunas llenas regando de luz angelical paisajes inalcanzables.

Nacido en el seno de una familia humilde e incapaz de darle la educación que siempre había soñado tener. Caminó por la vida desde temprana edad sin una mano guía que lo previniera de errores evidentes en su aventura de conocer el mundo. Preso de un sentimiento de culpa por haber alejado de su vida toda persona que sólo quería lo mejor para él. Atinaba a acercar a toda persona que proveyera un manto de esperanza para su propósito. La lista se acortaba con cada nombre que tachaba a diario. Hasta que un día vio la foto familiar de la persona que estaba en condiciones de llevarlo a la cima. Centró toda atención en la belleza de Victoria Suanish y no vio impedimento en tratar de conquistarla. Sabía que con esmero y galanura, su paso al éxito era cuestión de trabajo y de constancia. Cerró su libreta con las anotaciones que se le venían a la cabeza durante el día, y emprendió la caminata hasta la esquina de la Escuela de Arte, donde su pasaje a las grandes ligas se presentaría en breves minutos.

Miró la hora y apuró el paso, viendo que su retraso en la plaza le quitaría la posibilidad de un valioso encuentro.

A los dos minutos, cuando llegó al lugar programado, se tranquilizó al notar que ella todavía no había llegado. Todo estaba saliendo según lo planeado. Hoy sería un día especial y nada lo echaría a perder. Mostrando una actitud sin sospechas, buscó la manera de pasar desapercibido ante la concurrencia de la zona donde se concentraban varios estudiantes de las distintas carreras universitarias. 

El bar levantaba sus cortinas. Los estudiantes se concentraban en la puerta de la Escuela de Arte para ingresar a rendir exámenes en esas difíciles instancias finales. Paulo se ponía nervioso y ansioso, a medida que las agujas seguían girando en el reloj pulsera con motivos infantiles que llevada desde pequeño. Cuando estaba por tirar todo por la borda, el avance delicado de la figura de la mujer más hermosa y más valiosa del mundo, lograron ponerlo más nervioso que nunca. Su pulso se aceleró, comenzó a traspirar, y se evidenció ese tic nervioso que lo seguía desde pequeño: la mano derecha temblaba como si no pudiera controlar los movimientos.

No sabía qué le diría, de qué hablaría, y lo peor, no sabía cómo le haría llegar el manuscrito con su más preciado tesoro.

Victoria lentamente se acercaba hacia él. Paulo comenzó a caminar en su dirección con la decisión de una persona que desconoce sus próximos pasos y que no tiene ni la menor idea del desenlace de sus planes. Victoria llevada un atuendo liviano y despreocupado. No necesitaba ocupar largas horas trabajando inútilmente frente a un espejo. Su belleza era natural, sin necesidad de complementos para marcar sus atribuciones.

La mujer de sus sueños caminaba disfrutando del sol en el rostro. Una mochila colgaba de uno de sus hombros. Al estar a unos metros, notó que ocupaba sus sentidos escuchando música a través de los auriculares que adornaban sus oídos. Cuando se cruzaron caminando sobre la misma vereda, el aroma cítrico de su perfume, lo llevó a cerrar los ojos para percibir más profundamente el aire que la envolvía. No tuvo el valor de hablarle, ni de mirarla. Bajó la vista simulando buscar algo en el suelo. Ella, por su parte, siguió como si nada. Al detenerse frente a la entrada de la Escuela vio la acción mientras se daba vuelta para observarla. Los dos hombres pasaron como un rayo por su lado y le arrebataron la mochila con sus pertenencias. El grito alertó a los transeúntes y a Paulo, que pronto comenzó a perseguir a los ladrones que ya estaban dando la vuelta de la esquina por delante de él.

Agigantó los pasos para tratar de acercarse a quienes custodiaban la mochila ajena.

—¡Paren!—les gritó Paulo.

Cuando los dos hombres vieron el rostro familiar de Paulo, se detuvieron. El joven escritor les dio el dinero pre acordado desde el día anterior, y antes de subirse al coche que los esperaba, le entregaron la mochila.

Su regreso al lugar donde Victoria estaba siendo apañada por compañeros fue triunfal. Era un guerrero de vuelta de un viaje para realizar la tarea que ablandara el corazón de la mujer que lo esperaba. Estiró la mano para alcanzarle el botín mientras se seguía recuperando de la aventura. Una Victoria sonriente, pero asustada por el mal momento, le daba las gracias de todas las maneras posibles.

—Gracias, no sabes cuanto te lo agradezco. Esto es muy importante para mí, y si no fuera por…

—No fue nada. Tuve tiempo de alcanzarlos y pude hacer que la devolvieran. ¿Te encuentras bien?

Victoria se sentía dolorida por el arrebato violento. Pero la alegría de recuperar sus cosas era más fuerte que el dolor.

—Si, me duele un poco el brazo. Pero estoy bien.

—Bueno, me alegro que todo haya terminado bien. Hasta pronto.

Se dio media vuelta y comenzó a caminar más lento que de costumbre esperando la pregunta que deseaba con todo su corazón responder. La voz de Victoria fue dulce y agradecida.

—¿Cómo te llamas?

—Me llamo Paulo–dijo extendiendo la mano caballerosamente.

—Mi nombre es Victoria. Gracias Paulo. Muchas gracias.

Paulo sonrió y siguió caminando con esa tranquilidad de saber que su plan pronto tomaba el rumbo que esperaba desde hace mucho tiempo.

Victoria abrió la mochila y comprobó que nada faltara. Los apuntes que debía entregar estaban en perfectas condiciones y eso la alivió. Agradecía la intervención de ese chico un poco raro que había corrido a los ladrones y había recuperado sus pertenencias. Después de ese mal trago, cualquier persona desearía tener un lapso de paz para recuperarse. Victoria, desconociendo el futuro cercano, estaba ajena a esos deseos de bienestar. Se sentó en la escalinata de entrada de la Escuela, tratando que los minutos para entrar a presentar su trabajo, pasasen lo más pronto posible.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El escritor de la tragedia
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