Capítulo 61

 

 

 

La música clásica inundó el estudio de suaves melodías relajantes. Una combinación perfecta de acordes y tonos que emulaban el canto imaginario de los ángeles. Pachelbel, Mozart y su réquiem, Chopen, y Haendel entre otros, acompañaban el buen momento por el que estaba pasando. Con los preparativos de la Fundación, Andrés Suanish, desplegaba su lado más caritativo y se sentía un protector de la cultura que a grandes rasgos estaba desapareciendo. Observó la pila de textos que le quedaban por evaluar y suspiró sabiendo la larga noche que le quedaba por delante. Sus dudas respecto a Mark, muchas veces lo sacaron de concentración. Era consciente que no podría acudir a su domicilio y acusarlo sin fundamentos o pruebas en su contra. “Hola Mark, sé que fuiste tú el del mensaje y el de las muertes. ¿Porque lo hiciste?” No, no podía hacerlo. Sin un plan para desenmascararlo, ponía en peligro la oportunidad de atraparlo, o en todo caso, lograr que confesara sus crímenes. Prefería esperarlo en las sombras, el mismo sitio donde se movía cautelosamente. Si debía trasladarse al campo de batalla que su enemigo utilizaba, no se tratarían de los sitios que frecuentaba habitualmente. Suponía que su editor, no estaba al tanto de las certezas del único escritor en sus filas. Decidió no actuar hasta tener un plan infalible para ponerlo tras las rejas. Reclutado en su casa, nada podía hacer. El mensaje en el contestador, el recorte de diario, la nota escrita en el baño de Budapest, las imágenes de las cámaras de seguridad de su casa que lo incriminaban ya no existían; estaban en su memoria, y dejar su memoria como único instrumento factible para probar su culpabilidad, desechaba toda posibilidad de hacerlo con un fin admisible. Su mente no estaba en su mejor momento. Era prudente al aceptar que su herramienta principal de trabajo tenía fisuras irremediables. Él, por empeño que ponga en su mejora, nada podía hacer para hacerla funcionar como antes.

Con el resto de familia en su “cena de los miércoles”, la casa estaba vacía. Agotado por evaluar casi cinco manuscritos, decidió regalarse un merecido descanso. La posibilidad de repartir los manuscritos con un especialista siempre estuvo latente, aun así, prefirió hacerse cargo de todo lo que tuviera al alcance; mantener la mente ocupada con lo que sea, era lo mejor que podía pasarle. Luego de discutir con Cacel y con el contador de la familia que llevaba adelante todo el orden económico, llegaron a la conclusión que la Fundación Andrés Suanish, se haría cargo de la edición de diez libros de sus autores noveles, surgidos luego de una selección entre los treinta manuscritos que llevaron por correo en el primer grupo. Harían una selección cada seis meses, con la finalidad de darle la oportunidad a todos aquellos que tuvieran una idea en camino. Andrés no esperaba perfección. La perfección al comienzo de una carrera literaria era prácticamente imposible. Muchas historias dando vueltas en los depósitos de las grandes editoriales, tranquilamente podrían ver la luz y llegar a miles de lectores. Las grandes editoriales, que manejaban un altísimo porcentaje del total de las publicaciones, no daban el brazo a torcer. Pretendían que su inversión sea redituable (lo que no estaba mal) pero deseaban que en pocos meses, sus autores privilegiados, devolvieran el favor con creces. ¿Y qué quedaba para los autores, incluso a los de renombre? Sólo (con mucha suerte y gracias a un buen manejo de los contratos) el diez porciento del total del valor del ejemplar. Una vez que lograban afianzarse, después de varios títulos en la calle, podían decir que vivían de los derechos cedidos. Andrés Suanish no fue la excepción, pasaron largos años hasta estar económicamente en condiciones de hacer la anhelada afirmación. Los concursos literarios no quedaban al margen del mal manejo de los sueños. En la faz de la tierra se lanzaban cientos de concursos que aumentaban las posibilidades de aumentar el currículo de un autor dando sus primeros pasos. Pero tantos sueños eran desechados que los escritores optaban por relegar sus esperanzas y seguir el rumbo de su vida ligado a la comodidad. La fundación redimiría parte los errores cometidos durante tantos años. Estaba feliz de poder ser un precursor.

Se levantó pesadamente de la silla frente al escritorio y mientras caminaba hacia la ventana cerrada, supo que no fue buena idea. Luego del cruel accionar hacia Miklo, ningún miembro de la familia tuvo el valor de volver a asomarse, ni mucho menos de salir al parque. El césped era cortado por alguien contratado, y el mantenimiento del espacio que antes realizaban con placer, quedó derivado a los trabajos de una empresa especializada en el tema. Andrés vio las llaves del coche sobre una mesa y no vio el impedimento de salir a dar un paseo. Era una buena oportunidad de visitar al principal sospechoso de todos los malos tragos vividos. Hasta quizás tenía la suerte de encontrar en su mansión lo que buscaba para dejarlo fuera de combate.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El escritor de la tragedia
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