Capítulo 72

 

 

 

Cacel terminaba de llenar los papeleos habituales para ese tipo de internación. Resignada por el desenlace que arrastró a toda la familia, se guiaba por inercia a través de los pasillos. La noche anterior aun seguía su curso. Todo formaba parte de una sucesión de hechos que parecían no tener fin. Sentía la vista pesada, el cuerpo cansado, y el alma hecha trizas, arrastrada por una cadena invisible que la perseguía muy por detrás de su persona. Jamás, por más intenciones que pusiera en recordarlo, se había visto y sentido de esa manera.

Las distintas oficinas quedaron detrás de sus pasos hasta que llegó a un área vigilada  al que únicamente era posible ingresar con una improvisada credencial que le dieron en la entrada. Uno de los guardias la acompañó hasta el final del pasillo, dejándola sola una vez que Cacel estuvo frente a la puerta custodiada por dos oficiales de la policía. Con suaves golpes, anunció su entrada  a la habitación. Al traspasar la puerta, se encontró en una sala de estar que completaba el espacio físico destinado al paciente que venía a ver. Otra puerta se abrió cuando salió un médico de unos sesenta años de apariencia relajada. Vestía un ambo blanco con una identificación que revelaba su nombre y el alto cargo que ocupaba en la institución psiquiátrica. Le extendió la mano a Cacel quien le mostró una débil sonrisa.

    —Un placer señora Suanish—saludó amablemente.

El doctor señaló uno de los sillones ubicado frente a un ventanal protegido por una fina pero resistente reja exterior. Cacel se sentó agradecida por el descanso que le brindaba a sus agotadas piernas.

    —¿Cómo esta mi marido, doctor? —indagó Cacel.

    —Ahora esta estable. Sufrió un pico de estrés agudo. Le suministramos un tranquilizante para que pueda descansar. La policía le dio tiempo de reponerse para que pueda declarar, por eso la exagerada custodia en mi sanatorio. Después de hablar con la Doctora Martino, su terapeuta, llegamos a la conclusión que amen a las disposiciones de la policía, será conveniente tenerlo bajo tratamiento hasta encontrar una solución a su problema. Siempre que usted esté de acuerdo; no podemos tener a un paciente sin consentimiento explicito de un familiar directo.

   —Por mi parte, la decisión ya esta tomada desde hace tiempo. No sé si él…

   —Creo que no habrá problema. Cuando hablé con el señor Suanish, mientras le explicaba en qué consistía el tratamiento, expresó sus deseos de mejorar. ¿Hace mucho que sufre ese tipo de episodios? —preguntó el doctor.

Cacel mostró un rostro que, en simples palabras, imploraba piedad. El doctor entendió el difícil momento y trató de retractarse.

    —Discúlpeme, seguramente ya tuvo suficiente en las últimas horas. Podríamos coordinar una reunión cuando usted lo crea necesario. Lo que sí debo decirle es que luego de declarar por el episodio de anoche, siempre y cuando la policía no crea obligatoria su detención, el señor Suanish tendrá el completo control de su ingreso y egreso del sanatorio.

Cacel extrajo una tarjeta personal del interior de su chaqueta y se la entregó al Director.

   —Quiero que ante cualquier circunstancia, sea la hora que sea, me llame a este número. Si Andrés decide salir, me gustaría saberlo. No esta en condiciones de manejarse solo.

   —No dude que así será. Ahora tendré que dejarla, tengo muchos asuntos pendientes que requieren de mi presencia.

El doctor se levantó del sillón, Cacel lo siguió. Los dos se dieron la mano.

  —Lo entiendo. ¿Puedo…?—dijo Cacel, señalando la puerta de la habitación.

   —Claro que sí. Trate de ser breve, el señor Suanish esta bajo la dosis de un tranquilizante y necesita descansar—pronunció antes de retirarse.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El escritor de la tragedia
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