Capítulo 32
Rodeé los árboles y pasé por encima del cadáver de Harris. Dos balas habían destrozado la cara del chaval, aunque aún tenía la semiautomática en la mano. Murphy debía de haber cogido la pistola de Wilson. Wilson estaba tendido en el suelo no lejos de Harris, también muerto. Heridas en el pecho, hemorragia masiva. Benn estaba tendida a su lado, desnuda excepto por una camisa empapada de sangre. Había una línea verdosa alrededor de su cintura, seguramente los restos del cinturón de lobo. Su magia había muerto al mismo tiempo que ella. Intenté no mirar la carne arrancada en la parte posterior de sus muslos, o las lágrimas cerca de la yugular. Intenté no oler su sangre, ni regodearme en el oscuro orgullo que me recorrió el cuerpo, restos de mi experiencia con mi propio cinturón de lobo.
Me estremecí y pasé por delante de los cuerpos. La noche era silenciosa, excepto por el viento y el crujido de las cuerdas que aguantaban la plataforma en medio de los árboles de hoja perenne. Marcone seguía colgado como un cerdo. La posición debía de ser insoportable; no te crucifican y te cuelgan como cena para un monstruo cada día, y no puedes entrenar tus músculos para algo como eso. No podía ver la expresión de Marcone, pero casi podía sentir su agonía.
Agité una mano cuando giró suavemente hacia mí, y asintió con la cabeza, silencioso. Le miré fijamente y luego a los árboles en sombras, intentado preguntarle si sabía dónde estaba el loup-garou. O no me entendió o no pudo verlo, pero en cualquier caso no me hizo ningún bien.
Hice una mueca y avancé a través de los árboles, rodeando el borde del foso. Busqué la cuerda que habían usado para colgar a Marcone. Tenía que estar atada en algún lugar bajo. Escudriñé la oscuridad cercana, seguí la cuerda hasta el árbol donde estaba atada, y me dirigí hacia allí.
Quizá podía salir de aquel lío. Tal vez Murphy y yo podríamos escapar con Marcone, unirnos a Susan y a los otros y salir de allí.
No. Aquello era una fantasía feliz. Aunque sacara a todos de allí, sabía que no podría vivir con mi conciencia si dejaba suelto al loup-garou aquella noche, en otra parranda asesina. Tenía que intentar detenerlo.
Ya me iba a costar bastante vivir con mi conciencia de ahora en adelante.
La cuerda que aguantaba a Marcone estaba sujetada con un nudo flojo. Comencé a deshacerlo, curioseando alrededor, escuchando, intentando localizar al loup-garou. No podía haberse largado y dejarnos aquí vivos. ¿O sí?
Di una vuelta alrededor del árbol con la cuerda para darme un poco de fuerza y luego, con mucho cuidado a causa de mi brazo herido, comencé a bajar a Marcone. Si podía bajarlo lo bastante, podría hacer que se balanceara hasta mí, por encima del centro del foso, atraparlo, nivelarlo y luego regresar y soltar la cuerda. Hubiera sido más fácil si Murphy hubiera estado allí, pero no la veía.
Un pensamiento desagradable me cruzó por la cabeza. ¿Y si Murphy se había encontrado con el loup-garou y la había matado silenciosamente? ¿Y si incluso ahora estaba intentando cogerme?
Sujeté la cuerda y regresé al foso. Marcone, que no era tonto, ya estaba balanceándose todo lo que podía, intentando acercarse a mí. Fui al borde del foso y me agaché, manteniendo mi peso alejado de la tierra desmoronada en el borde.
Marcone soltó un silbido de sobresalto y dijo:
—¡Dresden! ¡El foso!
Miré abajo y vi los ojos brillantes del loup-garou en la oscuridad, solo un segundo antes de que avanzara hacia mí con un alarido de furia. Estaba subiendo por la pared, excavando con las garras en el barro, y arrastrándose hacia arriba, hacia mí. Retrocedí, extendí una mano y grité:
—¡Fuego!
No ocurrió nada, excepto una pequeña bocanada de vapor, como el aliento en una noche fría, y sentí un dolor repentino y cegador en mi cabeza. El loup-garou se precipitó hacia mí y yo me arrojé al suelo, rodando para alejarme de sus garras cuando salió. Agarró el borde de mi abrigo de cuero y lo sujetó en el suelo.
Me gustaba el abrigo, pero no tanto. Me lo quité mientras el loup-garou arañaba con sus patas traseras, igual que yo unos momentos antes, y subió poco a poco hasta salir del foso. Yo ya estaba corriendo cuando salió, y oí que gruñía, se orientaba y luego venía tras de mí.
Estaba muerto. Completamente muerto. Había sacado a los chavales y a Susan, y había detenido a Denton y a sus amigotes, pero estaba a punto de pagar el precio. Me deslicé por los árboles y volví a salir al césped, resollando, con frío ahora que no llevaba puesta la chaqueta. Me dolía el hombro a causa de todo el movimiento, y el pie también me dolía horrorosamente. No podía seguir corriendo, físicamente no podía. Disminuí la velocidad a pesar de las órdenes de mi cerebro, y lloré de frustración, zigzagueando solo para no pararme.
No podía aguantar más. Se acabó. Me giré hacia los árboles y vi que el loup-garou se acercaba. Al menos, quería verlo. Si iban a matarme, quería enfrentarme a ello con la cabeza bien alta. Irme con un poco de dignidad.
Vi sus ojos rojos. Avanzó lentamente, agachado, receloso por si se trataba de una trampa. Ya lo había herido antes. No quería ser víctima de otro ataque parecido, pensé. Quería asegurarse de que estaba muerto.
Inspiré y me puse derecho. Levanté la barbilla, intentando prepararme. Si iba a morir, lo haría como un mago, orgulloso y dispuesto a enfrentarme a lo que hubiera más allá. Podía pronunciar mi maleficio asesino, una magia muy potente, si tuviera tiempo para decirla. Quizá podría contrarrestar la maldición de MacFinn, la horrible transformación que supuestamente san Patricio le había echado. O tal vez podría acabar con el imperio criminal de Marcone.
Sopesé aquellas cosas, y saqué el pentáculo plateado que había heredado de mi madre para que brillara en mi pecho.
El amuleto de mi madre.
Plata.
Amuleto.
Heredado de mi madre.
Plata heredada.
Abrí los ojos como platos y las manos empezaron a temblarme. Un hombre que esté ahogándose se agarrará a cualquier cosa que flote. La idea flotaba, solo tenía que llevarla a cabo. Si mi estupidez no me hubiera impedido darme cuenta de lo que tenía cuando ya era demasiado tarde.
Me quité el pentáculo y rompí la cadena con las prisas. Cogí los extremos rotos mientras fijaba la mirada en el loup-garou, y comencé a girar el amuleto en círculos sobre mi cabeza con el brazo bueno. El amuleto describió un círculo en el aire de la noche, y lo revestí con una pequeña chispa de voluntad, con un poquito de poder. La cabeza me latía. Sentí que el círculo de energías mágicas se cerraba a mi alrededor.
Me dolía. Estaba agotado. Sentía como si me hubiera traicionado a mí mismo, como si me hubiera entregado a la oscuridad que tanto había resistido al ponerme el cinturón de lobo encantado, porque no nos engañemos, eso es perverso. Cualquier cosa con tanto poder y tan poco control, con tal despreocupación por todo lo que no fuera él, es perverso. Ya no me quedaba nada.
Pero tenía que encontrarla. Tenía que encontrar la magia suficiente para detener aquella sangría de una vez por todas.
Busqué en mi interior, donde todo estaba entumecido y vacío y cansado. La magia viene del corazón, de tus sentimientos, de tus más profundos deseos. Por eso la magia negra es tan fácil, porque viene de la lujuria, del miedo y del odio, de cosas que se alimentan y crecen con facilidad. La que yo hago es más difícil. Viene de algo más profundo, de una fuente más verdadera y pura, más difícil de usar, de mantener, pero, en última instancia, más elegante, más poderosa.
Mi magia. Era mi esencia. Era una manifestación de todo aquello en lo que creía, por lo que vivía. Procedía de mi deseo de asegurarme de que alguien se interpusiera entre la oscuridad y la gente que devoraría. Procedía de mi amor por un buen bistec, de la manera en que a veces lloraba con una buena película o con una sinfonía conmovedora. De mi vida. De la esperanza de que, aunque no siempre pudiera mejorar mi vida, al menos podía mejorar la de otras personas.
En algún lugar de todo aquello toqué algo que no estaba maltrecho, a pesar de lo horrible que habían sido los últimos días, algo que no se había quedado entumecido dentro de mí. Lo cogí, lo sostuve en mi mano como si fuera una luciérnaga y dirigí su energía dentro del círculo que había creado con el amuleto que giraba en el extremo de la cadena.
Comenzó a brillar, azul celeste como la llama de una vela. La luz descendió por la cadena hasta llegar al amuleto, y cuando lo alcanzó la luz se hizo incandescente, el pentáculo era una luz brillante en el extremo de la cadena, un círculo de luz que me rodeó y dejó un rastro de motas de polvo que cayeron sobre el césped como si fueran estrellas.
—Vento —susurré, y luego grité más fuerte—: ¡Vento servitas. Ventas, vento servitas!
El loup-garou gruñó en los arbustos y se le iluminaron los ojos, encendidos con una furia escarlata. Comenzó a moverse hacía mí.
Sin previo aviso, Murphy se interpuso entre el loup-garou y yo. Tenía la pistola entre ambas manos en posición de tiro, aunque proyectaba una sombra poco elegante. Me apuntó con la pistola.
—Harry —dijo en tono muy tranquilo—. Tírate al suelo. Ahora.
Abrí los ojos como platos. Podía ver por encima de Murphy. Podía ver al loup-garou moverse rápidamente hacia ella a través de los árboles. Vi que fijaba la vista en ella, sentí cómo su malicia y su hambre se extendían hacia ella y la rodeaban.
No podía hablar. No podía romper el encanto ni dejar de hacer girar el amuleto. Hacerlo habría liberado la energía que había reunido, la última fuerza que tenía. La cabeza me martilleaba con un dolor que cualquier otra noche me habría hecho gritar. Seguí girando el amuleto, rociando motas de luz, el pentáculo blanco brillante en el extremo de una cuerda de luz azul.
—Lo digo en serio, Harry —dijo Murphy—. No sé qué estás haciendo, pero tírate al suelo.
Sus ojos eran intensos. Levantó la pistola y echó para atrás el percusor con el pulgar.
Confianza. La confianza que tenía en mí había desaparecido. Había visto o pensado en algo que la había convencido de que estaba intentando traicionarla. El loup-garou se acercó más, y pensé, con angustia, que Susan y los Alfas ni siquiera habían tenido tiempo de salir de la propiedad, y mucho menos de llegar hasta la furgoneta. Si el loup-garou podía conmigo, los mataría, uno por uno, seguiría su rastro como un sabueso y los despedazaría.
—Harry —dijo Murphy con voz suplicante. Le temblaba la mano—. Por favor, Harry. Tírate al suelo.
De repente, el loup-garou salió del bosque y Murphy tomó aire, dispuesta a disparar. Seguí haciendo girar el amuleto y sentí que el poder crecía. Mi cabeza estaba a punto de estallar de dolor, e hice mi elección. Solo esperaba poder acabar el trabajo antes de que Murphy me disparase. Todo lo sucedido en los últimos días me pasó por delante en aquel instante, a cámara lenta, dándome tiempo a verlo con todo lujo de dolorosos detalles.
El loup-garou se levantó detrás de Murphy y pegó un salto en el aire. Seguía siendo enorme, poderoso y más aterrador que nunca. Tenía las fauces abiertas en dirección a su cabeza rubia, y podría aplastarla de un solo mordisco.
Murphy entrecerró los ojos y miró el tembloroso cañón de su pistola. Una llama hizo eclosión en dirección hacia mí. No estaba ni a seis metros de distancia. Era imposible que fallara, y pensé, con una punzada de tristeza, que quería una oportunidad de disculparme con ella antes del final. Por todo.
—¡Vento servitas! —grité, y liberé el hechizo, el círculo y el amuleto cuando el sonido del disparo me golpeó como una bofetada en la cara. El poder salió precipitadamente, todo lo que quedaba, concentrado y magnificado por el círculo y el tiempo que había tardado en refinarlo, y voló hacia el loup-garou. Algo caliente y doloroso me golpeó el torso, casi como si me hubiera golpeado la espalda. Me caí hacia adelante, estaba demasiado débil y cansado y ya nada me importaba. Pero vi lo que le sucedió al amuleto.
El pentáculo voló hacia el loup-garou como un cometa, blanco incandescente, y golpeó el pecho de la criatura como un relámpago que golpea un viejo árbol. Hubo un destello, demasiado poder desatado en una llamarada de energía cuando la sustancia mística quebrantó la invulnerabilidad del loup-garou y la invadió con una lluvia cegadora de chispas blanquiazules. Un fuego azul estalló en su pecho, la sangre negra de su corazón prendió en una llama cegadora, y la criatura gritó y se arqueó de dolor. Se oyó un sonido atronador, más destellos, alguien que gritaba. Quizá era yo.
El loup-garou cayó al suelo. Y se transformó. El hocico se convirtió en un rostro humano. Los colmillos y las garras se desvanecieron. Los músculos deformados se convirtieron en pegotes de cieno claro y preternatural que pronto desapareció. El pelo también desapareció. Los miembros nudosos se convirtieron en brazos y piernas hasta que Harvey MacFinn apareció estirado de costado delante de mí, con una mano en el corazón.
La plata de la cadena de mi amuleto se le escurrió entre los dedos y le quedó colgando del pecho. Se miró la herida durante un instante y luego se relajó. MacFinn alzó la vista y en su rostro vi toda la pena, el dolor y la rabia impotente, todo lo que había sentido durante aquellos años de no poder controlarse, de estar sentenciado a causar muerte y destrucción cuando lo único que quería era abrir un parque para la fauna. Y entonces todo salió a borbotones. Sus ojos se iluminaron al mirarme, y me dedicó una pequeña sonrisa tranquila. Era una expresión de perdón. Algo para decirme que lo comprendía.
Luego apoyó la cabeza en el suelo y murió.
Mi propia oscuridad sobrevino poco después.