Capítulo 7
La comisaría de policía del centro de la ciudad es una colección irregular de edificios que ha ido creciendo con los años a medida que ha aumentado la necesidad de aplicar la justicia. Son de una gran variedad de estilos y diseños que no pegan, pero de algún modo se han convertido en un todo coherente, igual que la propia policía. Investigaciones Especiales se encuentra en un edificio viejo, grande y deteriorado, un cubo enorme que ha conseguido mantenerse en pie a pesar de los años, la mugre, el humo y los grafiti de sus paredes. Tiene las ventanas y las puertas enrejadas y está situado entre edificios mucho más altos que él. Me recuerda a un viejo y fiel bulldog intentando mantener la paz y el orden entre un montón de niños rebeldes.
El interior del edificio es feo y sombrío, pero lo mantienen limpio. El impresionante bigote gris del veterano sargento de guardia se erizó al verme entrar en la comisaría.
—Hola, Bill —le dije, y le enseñé el sobre de color manila que llevaba bajo el brazo—. Traigo una cosa para Murphy, de IE.
—Dresden —dijo con recelo, y señaló con el pulgar las escaleras que había detrás de él, dándome permiso para entrar.
No había dormido mucho la noche anterior, pero antes de salir de casa me había duchado y vestido con elegancia. Por una vez, llevaba traje y corbata en lugar de la camisa tejana y los vaqueros azules habituales, aunque decidí conservar el viejo abrigo arrugado y colgué el bastón mágico de una correa que llevaba cosida dentro. Subí las escaleras de dos en dos y me crucé con algunos polis por el camino. Algunos me reconocieron e incluso uno o dos me saludaron con la cabeza, pero los noté intranquilos. Por lo visto, en aquel momento no estaba a bien con la ley.
Arrugué la nariz. La policía siempre me había considerado un chiflado, el tipo loco que afirmaba ser mago, pero un chiflado útil que podía darles información y cuyas supuestas «dotes videntes» les habían ayudado en varias ocasiones. Estaba acostumbrado a que me vieran como uno de los buenos, pero ahora, en lugar de saludarme como si fuera un camarada de armas, los polis me miraban de forma neutra y profesional, como a un presunto criminal. Era de esperar, pues los rumores habían asociado mi nombre al de Johnny Marcone, pero seguía resultando molesto.
Estaba hablando entre dientes, absorto y algo trastocado por la falta de sueño, cuando topé con una mujer alta y encantadora de ojos y pelo negros, labios carnosos y piernas largas. Llevaba una falda y una chaqueta marrón claro con una blusa blanca. Frunció las cejas negro azabache, pero cuando levantó la vista sus ojos brillaron con una especie de amable codicia.
—Harry —dijo, y sus labios dibujaron una sonrisa. Se puso de puntillas y me besó en la mejilla—. Qué casualidad encontrarnos aquí.
Me aclaré la garganta.
—Hola, Susan —respondí—. ¿Cerraste el trato con aquella agencia?
Negó con la cabeza.
—Aún no, pero estoy en ello. Después de las historias que me diste la primavera pasada, la gente comenzó a tomarme en serio. —Hizo una pausa para tomar aire. Su pecho subía y bajaba de forma muy atractiva—. Oye, Harry, si estás trabajando con la policía y puedes contarme lo que está pasando…
Negué con la cabeza e intenté mirarla con el ceño fruncido.
—Creí que teníamos un trato. Yo no meteré las narices en tus asuntos y tú no meterás las narices en los míos.
Sonrió y me puso un dedo en el pecho.
—Solo es válido para cuando salimos a cenar o cuando nos quedamos en tu casa o en la mía, Harry.
Me recorrió el cuerpo con los ojos.
—Susan Rodríguez, no sabía que fueras abogado además de periodista.
—Qué desagradable eres —dijo sonriendo de oreja a oreja—. En serio, Harry. Otro caso como el de la pasada primavera podría consolidar mi carrera.
—Sí, bueno, después de aquello la ciudad me hizo firmar dos toneladas de acuerdos de confidencialidad. No puedo contarte nada del caso.
—Pues no me cuentes nada, Harry. Pero si pudieras mencionar, digamos, algún lugar en la calle desde el que pudiera hacer unas buenas fotos, te estaría muy… —Se inclinó y me besó en el cuello—. Muy… —El beso viajó hasta el lóbulo de mi oreja—. Agradecida.
Tragué saliva y me aclaré la garganta. Luego bajé un peldaño para alejarme de ella. Cerré los ojos un segundo y escuché el latido atronador de mi corazón.
—Lo siento. No puedo.
—¡Oh, Harry! Qué aburrido eres. —Alargó una mano y me la pasó por el pelo, luego sonrió para que supiera que no me guardaba rencor—. Pero quedemos un día de estos, ¿de acuerdo? ¿Para cenar?
—Claro —dije—. Oye, ¿qué haces aquí tan temprano?
Ladeó la cabeza, examinándome.
—¿Hacemos un trato? Yo te enseño mis cartas si tú me enseñas las tuyas. Extraoficialmente, por supuesto.
Gruñí.
—Susan, dame un respiro.
Suspiró y negó con la cabeza.
—Te llamaré para salir a cenar ¿vale?
Comenzó a bajar las escaleras.
—De acuerdo, de acuerdo. Traigo un informe sobre los hombres lobo para Murphy.
—Hombres lobo —repitió, y sus ojos se iluminaron—. ¿Son los culpables de los asesinatos Lobo?
Fruncí el entrecejo.
—Sin comentarios. Creí que el FBI lo mantenía en secreto.
—No puedes matar a una docena de personas y esperar que nadie se dé cuenta —dijo Susan con voz taimada—. No pierdo de vista los depósitos de cadáveres de la ciudad.
—Dios, qué romántica. Vale, te toca a ti. Suéltalo.
—Estaba intentado hablar con el investigador del departamento de Asuntos Internos. Corren rumores de que están presionando a Murphy, que intentan apartarla de Investigaciones Especiales.
Hice una mueca.
—Sí. Yo también lo he oído. ¿Por qué te preocupa a ti y al Arcano?
—Porque van a deshacerse del investigador preternatural más eficaz y prodigioso del departamento de policía. Aunque la gente no se lo crea, Murphy hace mucho bien. Si la despiden y puedo demostrar que el número de crímenes misteriosos y muertes inexplicables aumenta cuando ella se haya marchado, quizá pueda conseguir que la gente se tome en serio a periódicos como el Arcano. Y a gente como tú.
Negué con la cabeza.
—La gente ya no quiere creer en la magia. Ni en las cosas que aparecen en la oscuridad. La mayoría es más feliz ignorándolo.
—¿Y cuándo no saber te mata?
Me encogí de hombros.
—Entonces interviene gente como Murphy o como yo.
Susan me miró con incredulidad.
—Solo necesito algo sólido, Harry. El relato de un testigo, una fotografía, algo.
—No puedes fotografiar algo sobrenatural —señalé—. Las energías que lo rodean estropearían la cámara. Además, las cosas a las que me enfrento en este momento son demasiado peligrosas. Podrías resultar herida.
—¿Y si hiciese la foto a mucha distancia? —insistió—. Con un teleobjetivo.
Negué con la cabeza.
—No, Susan. No voy a decirte nada. Por tu bien y por el mío.
Apretó los labios.
—Vale —dijo con voz tajante, y bajó las escaleras. Vi cómo se iba, disgustado. Parecía que ocultar cierta clase de información estaba convirtiéndose en un hábito para mí. No solo estaba en juego mi trabajo y mi libertad, y también el trabajo de Murphy, sino que ahora mi vida amorosa, o lo que aquello fuese, también estaba en peligro.
Me detuve un momento para intentar aclarar mis pensamientos y sentimientos sobre Susan, pero lo dejé por imposible. Susan era una periodista del Arcano del medio oeste, un periódico sensacionalista de Chicago. Habitualmente publicaban historias sobre Elvis y J.F.K. cantando duetos en Atlantic City, y cosas por el estilo, pero de vez en cuando Susan conseguía colar algo sobre el mundo real de lo sobrenatural, que la gente había olvidado en favor de la ciencia. Era muy buena en su trabajo, totalmente implacable.
También era encantadora, preciosa, divertida y condenadamente sexy. Nuestras citas a menudo acababan en una larga y apasionada noche en mi casa o en la suya. Era una relación extraña, y ninguno de los dos habíamos intentado definirla. Quizá nos preocupaba que si lo hacíamos, decidiríamos que no era una buena idea.
Seguí subiendo las escaleras, mi mente era un lío de cadáveres salpicados de sangre, bestias salvajes, aprendices enfadados y ojos negros sensuales. A veces mi trabajo se interpone en mi vida amorosa. Pero aseguro que no soy una cita aburrida.
Las puertas de la oficina de IE se abrieron de par en par justo antes de que yo llegase, y me paré en seco. El agente Denton del FBI hizo acto de presencia, alto e inmaculado en su traje gris. También se detuvo, me miró y aguantó la puerta con un brazo. Tenía bolsas bajo los ojos grises, pero seguían siendo calculadores, y las venas de la frente le palpitaban con hipertensión.
—Señor Dresden —dijo, e inclinó la cabeza.
—Agente Denton —contesté en tono educado, incluso amable—. Disculpe. Tengo que darle una cosa a la teniente Murphy.
Denton arrugó un poco el ceño y miró la sala que tenía a sus espaldas, después salió al vestíbulo y dejó que la puerta se cerrase.
—Creo que no es un buen momento para verla, señor Dresden.
Miré el reloj de la pared. Eran las ocho menos cinco.
—Lo quería temprano.
Di un paso a un lado con la intención de rodearle. Denton se limitó a ponerme una mano en el pecho. Era fuerte. Puede que fuera más bajo que yo, pero era muy musculoso. No me miró a los ojos, y cuando habló, lo hizo en voz muy baja.
—Oiga, Dresden. Sé que lo que ocurrió anoche no fue agradable, pero créame cuando le digo que no tengo nada en contra de la teniente Murphy. Es una buena poli, y hace su trabajo. Pero tiene que cumplir las normas, como todo el mundo.
—Lo tendré en cuenta —le dije, y comencé a moverme.
Mantuvo la presión en mi pecho.
—Hay un agente de Asuntos Internos con ella en este momento. Está de muy mal humor porque una periodista ha estado fastidiándole. ¿De verdad quiere entrar y que empiece a hacerle toda clase de preguntas?
Lo miré y fruncí el ceño. Bajó la mano de mi pecho. No me moví.
—¿Sabe que la están investigando?
Denton encogió un hombro.
—Era de esperar, teniendo en cuenta las circunstancias. Muchas cosas que han sucedido en el pasado resultan sospechosas.
—¿Usted no se lo cree, verdad? —le pregunté—. No cree que sea mago. No cree en lo sobrenatural.
Denton se apretó el nudo de la corbata.
—Lo que yo crea no importa, señor Dresden. Lo que importa es que la escoria que pulula por ahí sí se lo cree, y eso afecta su forma de pensar y actuar. Si pudiera recurrir a usted para resolver este caso, lo haría, igual que cualquier otro agente. —Me miró y añadió—: Personalmente, y sin ánimo de ofender, creo que es usted un poco inestable o bien un charlatán muy inteligente.
—No me ofende —dije con ironía. Señalé la puerta con la cabeza—. ¿Cuánto rato estará Murphy ocupada?
Denton se encogió de hombros.
—Yo le daré el informe, si quiere. Se lo dejaré en la mesa. Puede bajar al vestíbulo y telefonearla desde allí. No me importa echar una mano a un poli honrado.
Me lo pensé un segundo y después le di la carpeta.
—Se lo agradezco, agente Denton.
—Phil —dijo. Por un momento estuvo a punto de sonreír, pero enseguida volvió a adoptar su expresión tensa habitual—. ¿Le importa si le echo una ojeada?
Negué con la cabeza.
—Pero espero que le guste la ficción, Phil.
Abrió la carpeta y durante un momento estudió la primera página con aire indiferente. Después alzó la vista.
—Debe de estar bromeando.
Ahora me tocaba a mí encogerme de hombros.
—En absoluto. Ya he ayudado antes a Murphy.
Echó una ojeada al resto del informe con gesto cada vez más escéptico.
—Se… lo daré a Murphy de su parte, señor Dresden —dijo, y después inclinó la cabeza, dio media vuelta y se dirigió a la oficina de IE.
—¡Eh, oiga, Phil! —dije despreocupadamente.
Se giró y arqueó las cejas.
—Estamos en el mismo equipo, ¿no? Los dos buscamos al asesino.
Asintió.
Yo hice lo mismo.
—¿Qué me está ocultando?
Me miró fijamente durante un buen rato y después parpadeó lentamente. Su falta de reflejos le delató.
—No sé de qué está hablando, señor Dresden —respondió.
—Claro que lo sabe —aseguré—. Sabe algo que no puede o no quiere decirme ¿verdad? ¿Por qué no pone las cartas sobre la mesa?
Denton miró a ambos lados del vestíbulo y repitió, en el mismo tono de voz:
—No sé de qué está hablando, señor Dresden. ¿Lo entiende?
No lo entendía, pero no quería que lo supiese. Así que volví a asentir con la cabeza. Denton hizo lo mismo, dio media vuelta y entró en la oficina de IE.
Fruncí el ceño, pues el comportamiento de Denton me había dejado perplejo. Su expresión y reacción hablaban por sí solas, pero no lograba descifrar el significado. Excepto por aquel momento de inspiración la noche anterior, me estaba costando leerle. Algunas personas eran así, muy buenas guardando secretos con sus cuerpos y con sus palabras.
Moví la cabeza, fui al teléfono público que había en el vestíbulo, metí una moneda de veinticinco centavos y marqué el número de Murphy.
—Murphy —dijo.
—Denton te dará el informe. No quería que el tipo de Asuntos Internos me viese por tu oficina.
Murphy soltó un ligero suspiro de alivio, sutil pero perceptible.
—Gracias. Lo entiendo.
—El investigador está en tu oficina en este momento ¿verdad?
—Eso es —contestó Murphy con tono neutro, educado, profesional y desinteresado. Murphy también sabe poner cara de póquer cuando es necesario.
—Si tienes alguna pregunta, estaré en mi oficina. Tranquila, Murph. Cogeremos a ese tipo.
Oí la voz profunda de Denton y luego el ruido de la carpeta golpeando la superficie de la mesa de Murphy. Murphy dio las gracias a Denton y después volvió a hablar conmigo.
—Muchas gracias. De inmediato me pongo a ello.
Y me colgó. Yo también colgué y me di cuenta de que estaba un poco decepcionado por no haber podido hablar con Murphy, por no haber podido intercambiar nuestras bromas habituales. Me molestaba no poder entrar más en su oficina, me hacía sentir un poco intranquilo y tenso. Odio la política, pero mientras siguieran considerándome sospechoso, podía meter a Murphy en un lío si me veían rondando su oficina.
Bajé las escaleras a trompicones, salí por la puerta principal de la comisaría y me dirigí hacia el aparcamiento, donde me esperaba el Escarabajo azul.
Estaba dentro intentando convencerle de que arrancase cuando oí unos pasos. Miré de soslayo el sol matinal y vi la silueta flaca de orejas grandes del joven agente pelirrojo del FBI que había conocido la noche anterior en Rosemont. Bajé la ventanilla cuando se acercó a mi coche. Miró a su alrededor, inquieto, y después se arrodilló al lado de la ventanilla para que no le vieran.
—Hola, agente…
—Harris —dijo—. Roger Harris.
—Eso. ¿Puedo ayudarle, agente Harris?
—Necesito saber una cosa, señor Dresden. Anoche quise hablar con usted, pero no pude. Y tengo que preguntárselo. —Volvió a mirar a su alrededor, inquieto como un conejo cuando un zorro pasa junto a él, y me preguntó—: ¿Es usted un mago de verdad?
—Mucha gente me lo pregunta, agente Harris —respondí—. Le diré lo mismo que les digo a ellos. Pruébeme y lo verá.
Se mordió el labio y me miró durante un minuto. Después hizo un gesto nervioso con la cabeza.
—De acuerdo —asintió—. De acuerdo. ¿Puedo contratarle?
Arqueé las cejas, sorprendido.
—¿Contratarme? ¿Para qué?
—Creo… creo que sé algo. Sobre los asesinatos Lobo. Intenté que Denton nos dejase comprobarlo, pero dijo que no había pruebas suficientes. Nunca conseguiremos que los pongan bajo vigilancia.
—¿A quiénes? —pregunté, receloso. Lo último que necesitaba era verme envuelto en más tejemanejes. Por otra parte, como investigador independiente, a veces podía meter la nariz allí donde la policía no podía. Si tenía la oportunidad de averiguar algo para Murphy, o de encontrar al asesino y detenerlo fuera de los canales legales, no podía desaprovecharla.
—Hay una banda en Chicago —comenzó Harris.
—¿Me toma el pelo? —pregunté fingiendo perplejidad.
Pero el chaval no lo pilló.
—Sí. Se hacen llamar los Lobos Callejeros. Tienen muy mala reputación, incluso para esta ciudad. Una reputación horrible. Ni siquiera los criminales se acercan a ellos. Dicen que la banda tiene poderes extraños. Su territorio es la Cuarenta y nueve del paseo de la playa.
Me miró con atención.
—Al lado de la universidad —dije—. Y de los parques donde tuvieron lugar los asesinatos del mes pasado.
Asintió, ansioso como un cachorro.
—Sí, exacto. ¿Entiende adónde quiero ir a parar?
—Lo entiendo, chaval, lo entiendo —aseguré, y me froté el ojo—. Denton no pudo ir a inspeccionar, así que te envía para que vaya yo.
El chaval se puso tan rojo que le desaparecieron hasta las pecas.
—Yo… eh…
—No te preocupes —lo tranquilicé—. El numerito no ha estado mal, pero tienes que seguir practicando.
Harris se mordió el labio y asintió.
—Sí, bueno. ¿Lo hará?
Suspiré.
—Supongo que no podéis ir por ahí diciendo que trabajo para vosotros ¿verdad? —En realidad no era una pregunta.
—Bueno. No. Oficialmente es usted un asesor sospechoso.
Asentí.
—Me lo imaginaba.
—¿Puede hacerlo, señor Dresden? ¿Lo hará?
Lo lamenté incluso antes de abrir la boca.
—De acuerdo —acepté—. Iré a echar un vistazo. Pero, a cambio, dile a Denton que quiero toda la información que el FBI o la policía de Chicago tenga sobre mí.
Harris palideció.
—¿Quiere que copiemos su expediente?
—Sí —respondí—. De todos modos, podría conseguirlo por la Ley de Libertad de la Información. Pero no tengo tiempo ni quiero gastarme el dinero en sellos. ¿Cerramos el trato o no?
—Oh, Dios. Denton me mataría si se enterase. No le gusta que la gente se salte las normas.
Se mordió tanto el labio que pensé que se le iba a caer.
—¿Quieres decir como acaba de hacer al enviarte aquí? —me encogí de hombros—. Como quieras, chaval. Ese es mi precio. Puedes encontrar mi número si cambias de opinión.
Intenté arrancar el Escarabajo, que traqueteó, tosió y por fin se puso en marcha.
—De acuerdo —cedió—. De acuerdo, trato hecho.
Me tendió la mano.
Se la estreché y cerramos el trato. Me sentía intranquilo. Harris se alejó del Escarabajo lo más rápido que pudo, mirando nervioso a su alrededor.
Has sido un estúpido, Harry —me dije—. No deberías meterte en más líos.
Tenía razón. Pero valía la pena arriesgarse. Podría encontrar a los asesinos, detenerlos, y, además, averiguar por qué los polis la tenían tomada conmigo. Podría resolver las cosas con Murphy. Podría incluso ayudarla a salir del lío en que estaba metida.
Anímate, Harry —me dije—. Solo vas a curiosear en la guarida de una banda, a preguntarles si por casualidad han matado a alguien últimamente. ¿Qué puede salir mal?