Capítulo 10

El demonio atrapado en el círculo de invocación gritó, golpeó sus pinzas de cangrejo contra la barrera invisible y agitó sus hombros quitinosos de un lado a otro en un intento de salir de su prisión. No lo consiguió. Seguí concentrándome en el círculo para impedir que el demonio escapara.

—¿Satisfecho, Chauncy? —le pregunté.

El demonio enderezó su horrible forma y respondió en un perfecto acento de Oxford:

—Bastante. Entenderás que debo cumplir el protocolo. —Después sacó un par de gafas estrafalarias con montura de alambre de debajo de una balanza y se las colocó en la punta de la nariz de pico—. ¿Tienes alguna pregunta?

Di un suspiro de alivio y me senté en el borde de la mesa de trabajo de mi laboratorio. Había despejado todo el desorden que rodeaba al círculo de invocación y tendría que moverlo si quería salir del laboratorio, pero no quería arriesgarme. Por muy cómoda que fuese la relación de trabajo que Chaunzaggoroth y yo teníamos, siempre existía la posibilidad de que hubiera echado a perder la invocación. Había reglas de protocolo que los seres demoníacos estaban obligados a seguir, y una de ellas era ofrecer resistencia a cualquier mago mortal que les invocase. Otra era hacer todo lo posible por acabar con la vida de ese mago, en caso de escapar de los confines del círculo.

En general, sacar información a las hadas y a los espíritus de los elementos era mucho más fácil y seguro, pero Bob no había conseguido nada en su investigación entre los espíritus locales. No siempre estaban al quite de lo que ocurría en la ciudad, y ahora Bob volvía a habitar en su calavera, agotado e incapaz de seguir ayudándome.

Así que había ido hasta el infierno en busca de ayuda. Ellos saben si te has portado bien o mal, y hacen que Papá Noel parezca un aficionado.

—Chauncy, necesito información sobre un hombre llamado Harley MacFinn. Y sobre algo en lo que estaba trabajando, el proyecto Pasaje Noroeste.

Chauncy movió sus pinzas con aire pensativo.

—Ya veo. Suponiendo que disponga de dicha información, ¿para qué la necesitas?

—Y a ti qué te importa —gruñí—. No empieces con eso. Mira, podría averiguarlo yo mismo en unos pocos días.

Chauncy inclinó su cabeza de pájaro.

—Ah. Pero el tiempo es esencial ¿verdad? Vamos, Harry Dresden. No sueles llamarme si no es por un buen motivo. Los peligros a los que te enfrentas son demasiado grandes, tanto por mi parte como por parte de tu Consejo Blanco.

Lo miré con el ceño fruncido.

—Técnicamente —dije— no estoy infringiendo ninguna de las leyes de la magia. No me estoy apropiando de tu voluntad, así que no estoy quebrantando la Cuarta Ley. Y no te has escapado, así que no estoy quebrantando la Séptima Ley. El Consejo puede cantar misa.

Los huesos de la frente se le movieron nerviosamente.

—Sin duda se trata de un mero eufemismo colorista, no de una declaración de intenciones.

—Por supuesto.

Chauncy se subió un poco las gafas.

—Las ramificaciones morales y éticas de tus actitudes resultan muy fascinantes, Harry Dresden. No deja de sorprenderme que el Consejo Blanco siga dándote su bendición. Aunque sabes muy bien que la mayoría del consejo miraría a otro lado mientras sus verdugos te mataban si se enterasen de que has traído intencionadamente a un demonio a este mundo, sigues invocándome, no una, sino media docena de veces. Tus actitudes son mucho más parecidas a las de muchos de mis hermanos del Mundo Inferior…

—Así que debería unirme a ti, aceptar los poderes oscuros, etcétera, etcétera —acabé la frase por él y suspiré—. ¡Por Dios, Chauncy! ¿Por qué insistes en convencerme para que me enrole en el Mundo Inferior, eh?

Chauncy encogió sus voluminosos hombros.

—Admito que reclutar a un alma de tu calibre para nuestras legiones me daría mucho prestigio —dijo—. Además, me liberaría de las onerosas obligaciones que hacen que estas insoportables visitas a tu mundo parezcan agradables.

—Bueno, pues hoy no vas a conseguir mi alma —le aseguré—. Así que hazme una contraoferta, o podemos concluir las negociaciones y te envío de vuelta a casa.

El demonio se estremeció.

—Sí, bueno. No nos apresuremos, Harry Dresden. Tengo la información que necesitas. Además, tengo más información que desconoces y que puede resultarte de gran interés, y considero que te ayudará a preservar tu vida y las vidas de otros. Dada la situación, no creo que el precio que pida sea excesivo: deseo otro de tus nombres.

Fruncí el ceño. El demonio ya tenía dos de mis nombres. Si ganaba mi nombre entero, de mis propios labios, podría usarlo en cualquier aplicación mágica en mi contra. Eso no me preocupaba demasiado; a los demonios y su calaña les costaba mucho salir del Más Allá, del mundo espiritual al mundo físico que habitamos, mediante la brujería.

Pero Chaunzaggoroth era una fuente de información popular entre los magos que recurrían al infierno en busca de información. Lo que me preocupaba era la posibilidad de que uno de ellos lo consiguiera. Chauncy estaba en lo cierto: había mucha gente en el Consejo Blanco que se alegraría de verme muerto. Si uno de ellos conseguía mi nombre, cabía la posibilidad de que lo usara en mi contra, bien para matarme o para obligarme mágicamente a hacer algo que violara una de las Sietes Leyes. Algo que me llevara a juicio y me matara.

Por otra parte, Chauncy nunca me mentía. Si decía que tenía información que podía salvar la vida de la gente, es que la tenía, y sanseacabó. Diablos, quizá incluso supiera quién era el asesino, aunque el conocimiento que tiene un demonio de la identidad humana sea bastante precario.

Decidí arriesgarme.

—Trato hecho —dije—. Toda la información relativa a mi investigación a cambio de otro de mis nombres.

Chauncy asintió.

—De acuerdo.

—Bien. Dame la información sobre MacFinn y el proyecto del Pasaje Noroeste.

—Muy bien —dijo Chauncy—. Harley MacFinn es el heredero de una considerable fortuna hecha en las minas de carbón y los ferrocarriles a principios del siglo XX. Es uno de los diez hombres más ricos del país conocido como los Estados Unidos. Sirvió en Vietnam, y cuando regresó a su país comenzó a vender sus negocios y a aumentar su capital. Su color preferido es el rojo, calza un…

—Podemos ahorrarnos los pequeños detalles a menos que creas que son relevantes —interrumpí—. Podría escucharte hablar de su comida preferida y sus problemas en la escuela secundaria todo el día y eso no me ayudaría en nada.

Saqué mi cuaderno y comencé a tomar notas.

—Como desees —asintió Chauncy—. Durante los últimos años ha centrado sus esfuerzos en el proyecto Pasaje Noroeste. El proyecto es un intento de compra de grandes extensiones de terreno, comenzando por las Montañas Rocosas del sudoeste americano y siguiendo por el noroeste hasta Canadá, para crear una enorme reserva para la fauna norteamericana.

—¿Quiere hacerse un patio de recreo privado en las Montañas Rocosas? —solté.

—No, Harry Dresden. Desea adquirir las tierras que no pertenecen al Gobierno y después donarlas, a condición de que el Gobierno garantice que se usarán como parte del proyecto Pasaje Noroeste. Cuenta con el apoyo de muchos grupos ecologistas de todo el país y también con el de Washington, tu capital, siempre y cuando consiga las tierras.

—¡Uau! —exclamé, impresionado—. Dices que cuenta con mucho apoyo. ¿Quién quiere detenerle?

—Intereses industriales que quieren expandirse hacia el noroeste —explicó Chauncy.

—Deja que lo adivine. James Harding III era uno de ellos —dije, y lo anoté antes de que me lo confirmase.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Chauncy.

—Un hombre lobo lo mató a él y a su guardaespaldas el mes pasado. También murieron otras personas.

Chauncy sonrió abiertamente.

—Eres un hombre inteligente, Harry Dresden. Sí. James Harding III estaba muy interesado en obstaculizar los esfuerzos de MacFinn por adquirir tierras. Vino a Chicago a reunirse con él, pero murió antes de concluir las negociaciones.

Cerré los ojos durante un minuto, pensativo.

—Vale. Harding viene a la ciudad a hablar con MacFinn. Harding está compinchado con Marcone, así que Marcone es el anfitrión de las negociaciones. Un hombre lobo despedaza a Harding y a su guardaespaldas. Así que… ¿MacFinn es el hombre lobo en cuestión?

Chauncy sonrió con una expresión bastante intimidante.

—MacFinn es miembro de una antigua familia procedente de una isla conocida como Irlanda. Su familia tiene una noble historia. La leyenda cuenta que, en el pasado, el hombre conocido como san Patricio condenó a su ancestro a convertirse en bestia salvaje cada luna llena. La maldición tenía dos adeudas. Primera, sería hereditaria, pasaría a un nuevo miembro de la familia de generación en generación. Y segunda, nunca desaparecía, hasta el fin de los tiempos.

También anoté aquello.

—¿Un santo católico hizo eso?

Chauncy hizo un gesto de asco.

—No soy responsable de la gente que emplea la Otra Parte, mago. Ni de las tácticas que usan.

—Teniendo en cuenta la fuente, creo que lo anotaré corno una opinión parcial. Los de tu clase han hecho cosas mil veces peores —dije.

—Bueno, es cierto —admitió Chauncy—. Pero al menos somos bastante honestos sobre la clase de seres que somos y las cosas que defendemos.

Gruñí.

—De acuerdo. Ahora todo tiene mucho más sentido. MacFinn es un loup-garou, uno de los monstruos legendarios. Intenta hacer obras buenas en su tiempo libre, hacer un gran parque para todos los bichos peludos, pero Harding se cruza en su camino. MacFinn sale de parranda asesina y lo borra del mapa. —Fruncí el ceño—. Excepto que Harding fue la última persona asesinada el mes pasado. Si MacFinn creía que su proyecto peligraba, Harding habría sido el primero. —Miré a Chauncy—. ¿MacFinn es el asesino?

—MacFinn es un asesino —aseguró Chauncy—. Pero entre los humanos, es uno entre tantos, y no el más monstruoso.

—¿Es el asesino del guardaespaldas de Marcone? ¿De las otras personas?

—Mi información sobre ese punto no es concluyente, Harry Dresden —dijo Chauncy. Sus ojos negros brillaron—. Quizá por el precio de otro nombre podría investigar entre mis hermanos y darte una respuesta más precisa.

Le miré disgustado.

—Ni hablar. ¿Sabes quién mató a las personas del mes pasado?

—Sí —respondió Chauncy—. El asesinato es uno de los principales pecados, y nosotros vigilamos los pecados muy de cerca.

Me incliné hacia delante y le miré con atención.

—¿Quién fue?

Chauncy rió de forma irritante.

—Vamos, Harry Dresden. Para empezar, nuestro trato era por información sobre MacFinn y el proyecto Pasaje Noroeste. En segundo lugar, no puedo contestar a una pregunta tan directa, y lo sabes. Hay un límite en mi grado de implicación en los asuntos mortales.

Lancé un suspiro de frustración y me froté los ojos.

—Sí, sí. De acuerdo, Chauncy. ¿Qué más puedes decirme?

—Solo que Harley MacFinn estaba planeando reunirse con Marcone mañana por la noche para reanudar las negociaciones.

—Espera un minuto. ¿Ahora Marcone es el principal adversario del proyecto?

—Correcto —dijo Chauncy—. Ha asumido el control de la mayoría de los negocios que compartía con Harding tras la muerte de este.

—Así que… Marcone tenía un buen motivo para matar a Harding. Ampliar su imperio financiero y sacarle a MacFinn todo el dinero que pudiera.

Chauncy se ajustó las gafas de montura de alambre.

—Tu razonamiento parece sólido.

Dejé caer el lápiz en el cuaderno y miré lo que había escrito.

—Sí. Pero no explica por qué mataron a los demás. Ni quién lo hizo. A menos que Marcone se haya sacado una manada de hombres lobo de la manga, claro está. —Me mordí el labio, y pensé en mi encuentro en el garaje de la Luna Llena—. O con la banda de Lobos Callejeros.

—¿Algo más? —preguntó Chauncy de forma solícita.

—Sí —respondí—. ¿Dónde puedo encontrar a MacFinn?

—Ralston Place, número 888.

Lo anoté.

—Pero eso es aquí, en Chicago. En Gold Coast.

—¿Y dónde esperas que viva un multimillonario cuando viene a Chicago, Harry Dresden? Bien, parece que he cumplido con todas mis obligaciones. Ahora espero mi recompensa.

Chauncy dio unos cuantos pasos inquietos de acá para allá dentro del círculo. Su tiempo en la tierra empezaba a pasarle factura.

Asentí.

—Mi nombre es Harry Blackstone Dresden —dije omitiendo «Copperfield», pero manteniendo el mismo tono y pronunciación.

—Harry. Blackstone. Dresden —repitió Chauncy con cuidado—. ¿Harry, como Harry Houdini? ¿Blackstone, como el famoso ilusionista?

Asentí.

—Mi padre era músico. Me puso esos nombres cuando nací. Siempre fueron sus héroes. Creo que si mi madre hubiera sobrevivido al parto, le habría pegado una bofetada.

Tomé algunas notas más, escribiendo mis ideas para que no se me olvidaran.

—En efecto —dijo Chauncy—. Tu madre era una mujer muy directa y obstinada. Su muerte fue una gran pérdida para todos nosotros.

Parpadeé, me sobresalté y el lápiz se me cayó de los dedos. Miré fijamente al demonio durante un momento.

—¿Tú… conocías a mi madre? ¿Conocías a Margaret Gwendolyn Dresden?

Chauncy me miró con indiferencia, impasible.

—Muchos en el infierno estaban… familiarizados con ella, Harry Blackstone Dresden, aunque bajo un nombre diferente. Esperábamos su llegada con gran expectación, pero al final el Príncipe Oscuro la perdió.

—¿Qué quieres decir? ¿De qué estás hablando?

Los ojos de Chauncy sonrieron con avaricia.

—¿No conocía el pasado de su madre, señor Dresden? Es una pena que no hayamos tenido esta conversación antes. Podría haberla incluido en el trato que teníamos. Por supuesto, si desea perder otro nombre para conocer el pasado de su madre, su… —Hizo un gesto de asco—. Redención, y las muertes por causas no naturales de sus padres, estoy seguro de que podríamos arreglarlo.

Apreté los dientes en un ataque repentino de frustración infantil. El corazón me latía con fuerza. ¿El pasado oscuro de mi madre? Siempre había creído que era una maga, pero nunca había podido demostrarlo. ¿Muertes por causas no naturales? Mi padre había muerto de un aneurisma mientras dormía, cuando yo era pequeño. Mi madre murió al nacer yo.

¿O no?

Un deseo ardiente y repentino de saber quién era mi madre me salió de las entrañas y me recorrió todo el cuerpo. Mi madre me había dejado su pentáculo plateado, pero no sabía nada de ella, solo lo que mi amable y demasiado generoso padre me dijo antes de morir. ¿Cómo eran mis padres? ¿Cómo habían muerto y por qué? ¿Los habían matado? ¿Tenían enemigos en alguna parte? En ese caso, ¿los había yo heredado?

El pasado oscuro de mi madre. ¿Explicaba eso mi fascinación por los poderes ocultos, mi precario cumplimiento de todas aquellas reglas del Consejo Blanco que consideraba estúpidas o inconvenientes?

Alcé la vista hacia el demonio y me sentí como un idiota. Me había tendido una trampa. Me había puesto aquella información como cebo. Quería mi nombre completo, o más si podía.

—Te puedo mostrar cómo eran de verdad, Harry Blackstone Dresden —me aseguró Chaunzaggoroth con voz dulce—. Nunca has visto el rostro de tu madre. Puedo mostrártelo. Nunca has oído su voz. También puedo hacer que la oigas. No sabes nada de la clase de personas que fueron tus padres, ni si tienes más familia. Familia, Harry Blackstone Dresden. Sangre. Y todo lo atormentado y solo que te sientes…

Miré la horrible forma del demonio y escuché su relajante y tranquilizadora voz. Familia. ¿Era posible que tuviera familia? ¿Tías? ¿Tíos? ¿Primos? ¿Otros, como yo, quizá, en las sociedades secretas de los magos, escondidos del mundo mortal?

—El precio es comparativamente bajo. ¿Para qué necesitas tu alma inmortal cuando tu cuerpo muera? ¿Qué hay de malo en que me des otro de tus nombres? Esta información no es fácil de obtener incluso para los de mi clase. Puede que no vuelvas a tener otra oportunidad como esta.

El demonio empujó la barrera del círculo de invocación con las pinzas. Su boca en forma de pico temblaba de impaciencia.

—Olvídalo —dije con calma—. No hay trato.

La mandíbula de Chaunzaggoroth se abrió de golpe.

—Pero, Harry Blackstone Dresden… —comenzó.

No me di cuenta de que estaba gritando hasta que lo vi estremecerse.

—¡He dicho que lo olvides! ¿Crees que soy un bobo al que puedes embaucar, demonio? Coge lo que has ganado y lárgate. Tienes suerte de que no te envíe a casa con los huesos rotos o el pico molido.

Los ojos de Chaunzaggoroth brillaron de rabia y volvió a embestir contra la barrera, aullando con furia y sed de sangre. Alargué la mano y gruñí:

—Oh, no, no lo conseguirás, pequeño demonio asqueroso de mierda.

La voluntad del demonio puso la mía a prueba, y aunque acabé con la frente bañada en sudor, volví a derrotarlo.

Chaunzaggoroth comenzó a hacerse cada vez más pequeño, mientras aullaba de rabia y frustración.

—¡Te estamos vigilando, mago! —gritó—. Caminas en las sombras y una noche resbalarás y te caerás. Y cuando lo hagas, estaremos allí. Te estaremos esperando para llevarte con nosotros. Al final serás nuestro.

Siguió gritándome hasta que alcanzó el tamaño de una punta de alfiler y desapareció con una pequeña implosión. Dejé caer la mano y bajé la cabeza, resoplando. Estaba temblando, y no solo por el frío de mi laboratorio. Había juzgado mal a Chaunzaggoroth, creí que era una fuente de información fiable, aunque peligrosa, dispuesto a hacer negocios razonables. Pero la rabia, la furia, la malicia frustrada de su oferta final, aquellas últimas palabras, me habían mostrado su verdadero rostro. Me había mentido, me había engañado sobre su verdadera naturaleza, había jugado conmigo como si fuera un tonto y después me había echado el anzuelo. Me sentía un completo idiota.

El teléfono sonó en el piso de arriba. De repente, me puse en movimiento, aparté a empujones los montones de cosas que me cerraban el paso, salté por encima de ellas y llegué a la escalera de mano que llevaba a mi apartamento. Subí corriendo con el cuaderno en la mano y cogí el teléfono a la quinta llamada. El apartamento estaba a oscuras. La noche había caído mientras yo entrevistaba al demonio.

—Dresden —respondí, jadeando.

—Harry —dijo Murphy con voz débil—. Tenemos otro.

—Hijo de puta. Voy para allá. Dame la dirección.

Dejé el cuaderno y cogí el lápiz para escribir. El tono de voz de Murphy era impasible.

—Ralston Place, número 888. En Gold Coast.

Me quedé helado, mirando la dirección que había escrito en el cuaderno. La dirección que me había dado el demonio.

—¿Harry? ¿Me has oído? —preguntó Murphy.

—Te he oído —contesté—. Voy para allá, Murphy.

Colgué el teléfono y salí afuera, a la luz de la luna llena que lo iluminaba todo.