Capítulo 12
Bajar unas escaleras con las manos atadas a la espalda es más difícil de lo que parece. Aunque no te des cuenta, dependes de tus brazos para mantener el equilibrio. Con las manos esposadas a la espalda, y Murphy subiéndome por la estrecha escalera de los criados y luego bajándome por las escaleras frontales del edificio de MacFinn ante la mirada atenta de una manada de agentes de policía, perdí el equilibrio.
Mientras bajábamos pude oír unas voces que discutían.
—¿Quiere dejar de fastidiarme? —gritaba Carmichael—. Mire, estoy haciendo mi trabajo. Mi jefa ha dicho que no subiera nadie y sanseacabó. ¿Cómo tengo que decírselo?
Alcé la vista y vi que Denton descollaba sobre Carmichael. Le palpitaban las venas de la frente, y sus tres colegas estaban desplegados en forma de abanico detrás de él.
—Está interfiriendo en el cumplimiento de las obligaciones de un agente debidamente nombrado —gruñó Denton—. Apártese de mi camino, detective Carmichael. ¿O quiere que pongan su nombre junto al de su jefa en la lista negra de Asuntos Internos?
—Está bien, Ron —dijo Murphy—. De todos modos, ya he acabado mi trabajo ahí arriba.
Carmichael alzó la vista y me miró fijamente con la boca abierta. Denton y su equipo también me miraron. Denton puso cara de sorpresa, pero rápidamente volvió a adoptar su habitual expresión impasible. Roger, el chaval pelirrojo que trabajaba para Denton, me miraba fijamente con la boca abierta. Benn, la mujer que había atacado a Murphy la noche anterior, me miraba con una expresión casi aburrida, y Wilson, el gordo, resopló de satisfacción.
—Teniente —dijo Carmichael—. ¿Está segura de lo que hace?
—Anoche estaba discutiendo con la víctima. Puedo relacionarlo con al menos un residente de la casa, así como con algunos de los adornos. Me lo llevo por obstrucción a la justicia y conspiración de asesinato. Mételo en el coche, Carmichael, y luego mueve tu culo arriba.
Murphy me empujó bruscamente hacia Carmichael y tropecé. Carmichael me cogió.
—Vamos, Denton —dijo Murphy. Dio media vuelta y se marchó airadamente. Denton me miró impertérrito y siguió los pasos de Murphy, haciendo señas a sus compañeros para que lo siguieran.
Carmichael movió la cabeza y me llevó a uno de los coches de policía.
—Joder, Dresden. Y yo que estaba dispuesto a ponerme de tu lado. Supongo que me gustan los perdedores.
Carmichael abrió la puerta trasera del coche y me puso la mano en la cabeza para que entrase.
—Cuidado con la cabeza. Dios, ¿qué te ha pasado en la mandíbula?
Me senté en el asiento trasero del coche y miré al frente. No le respondí. Carmichael me miró fijamente durante un rato y luego sacudió la cabeza.
—Alguien te llevará al centro en cuanto la escena del crimen sea segura. Después podrás ponerte en contacto con tu abogado.
Mantuve la vista al frente y no le respondí.
Carmichael me estudió un rato más, luego se levantó y me encerró en el coche.
Cerré los ojos.
Ya he tenido la moral baja en otras épocas de mi vida, he experimentado acontecimientos que me han dejado hecho polvo y he deseado estar muerto. Ahora también me sentía así. No era porque no había encontrado al asesino; ya me han derrotado antes, no es la primera vez que me pegan un puñetazo en la mandíbula, pero siempre me he levantado y he luchado el próximo asalto. Puedo aguantar los golpes como cualquiera. Pero odio sentir que he traicionado a un amigo.
Había prometido a Murphy que no le guardaría ningún secreto y había roto esa promesa. Bueno, en realidad no. Pero había sido un estúpido. Debería haber unido las piezas del rompecabezas más rápido, más instintivamente. Quizá tenía una excusa por haberme distraído cuando casi me vuelan la tapa de los sesos en el garaje de la Luna Llena, por haberme distraído al leer el alma del líder de los Lobos Callejeros, al saber que quería matarme. Pero no era excusa para traicionar a Murphy. Nada lo era. Me sentía solo. Me sentía frustrado. Me sentía como una mierda.
Y un instante después me sentí aún peor cuando miré por la ventanilla del coche a la luna llena y me di cuenta de algo que debería haber pensado una hora antes: el asesino o asesinos seguían ahí fuera.
MacFinn no podía ser el responsable de todas las muertes del mes pasado. Dos de los asesinatos habían ocurrido las noches antes y después de la luna llena. Si la maldición de MacFinn era convertirse en una bestia rabiosa durante la luna llena, no podía haber matado a ninguna de las víctimas del mes pasado, ni a Spike en el Varsity la noche anterior.
Lo que planteaba la siguiente pregunta: ¿quién había cometido los asesinatos?
No tenía respuestas. Si la mujer de pelo oscuro que lideraba a los Alfas estaba relacionada con MacFinn, ¿podría haber sido la responsable? Algo parecido a un lobo me había atacado en los grandes almacenes abandonados cuando se habían apagado las luces; ¿había sido ella? ¿Uno de los Alfas? Tal vez eso explicara cómo ocurrieron los otros asesinatos.
Pero si eso era así, ¿por qué el asesino no había acabado conmigo mientras yo forcejeaba en la oscuridad, prácticamente indefenso?
Cada vez más preguntas y ninguna respuesta.
Aunque ahora ya no me importaba. Una celda bonita y tranquila no sonaba tan mal, si me paraba a pensarlo. Al menos me quitaría de encima el elemento criminal. Siempre y cuando no me encerrasen con un delincuente de doscientos kilos llamado «Hulk» o algo así.
Y, entonces, un extraño sentimiento se apoderó de mí y rompió el hilo de mi pensamiento. Se me volvieron a erizar los pelos del cogote. Alguien me estaba observando.
Miré a mi alrededor. No había nadie. Todos los agentes estaban dentro de la casa. Estaba solo en el asiento trasero del coche patrulla con las manos esposadas. Estaba solo e indefenso, y de repente fui consciente de que aún tenían que encontrar y arrestar a Harley MacFinn. Seguía acechando en la oscuridad, incapaz de controlar su impulso asesino.
Pensé en el cadáver despedazado de Spike. En la pobre Kim Delaney, cubierta con su propia sangre en el piso de arriba de la casa unifamiliar. Añadí imágenes fantasiosas (y mucho más terribles) de otra media docena de víctimas, almacenando en mi mente escena tras escena de sangre y muerte en unos pocos segundos.
Un sudor frío me recorrió el cuerpo y miré por la ventanilla.
Dos de ojos brillantes, salvajes y de color ámbar me observaban.
Grité y me encogí de miedo, levanté las piernas para golpearla en caso de que aquella cosa se abalanzase sobre mí a través de la ventanilla del vehículo. Pero la puerta se abrió y la mujer de pelo oscuro y ojos ámbar de los grandes almacenes dijo:
—Tranquilícese, señor Dresden, o no podré rescatarle.
Parpadeé por encima de mis rodillas levantadas.
—¿Eh?
—Rescatarle, señor Dresden. Salga del coche y venga conmigo. Y rápido, antes de que regrese la policía. —Echó un vistazo hacia la casa—. No tenemos mucho tiempo.
—¿Está loca? —exclamé—. Ni siquiera sé quién demonios es usted.
—Soy la prometida de Harley MacFinn, la señorita West —dijo—. Me llamo Tera.
Sacudí la cabeza.
—No puedo irme. No se imagina el lío en que me metería.
Sus ojos ámbar centellearon.
—Usted es el único que puede detener a mi prometido, señor Dresden. Y no podrá hacerlo desde la celda de una prisión.
—No soy el Llanero Solitario —respondí bruscamente—. Soy un asesor que trabaja por cuenta propia. Y no creo que la ciudad me pague la factura de esto.
Tera West me enseñó los dientes.
—Si es el dinero lo que le preocupa, puedo asegurarle que no es un problema, señor Dresden. El tiempo apremia. ¿Viene o no?
Examiné su cara. Tenía unas facciones limpias y llamativas, excepcionales más que atractivas. También tenía patas de gallo, aunque eran la única señal de envejecimiento que pude verle. En el nacimiento del pelo tenía un moratón largo y delgado.
—Usted —dije—. Usted me atacó en los grandes almacenes. Yo la golpeé y usted me quitó el bastón mágico.
Me miró.
—Sí —afirmó.
—Es un hombre lobo.
—Y usted un mago. Y no tenemos más tiempo. —Se agachó un poco más y miró por encima de mí. Yo volví la cabeza y vi a Denton y a sus amiguetes saliendo de la casa, enfrascados en una conversación animada—. Su amiga la detective está a punto de encontrar a mi prometido. ¿De verdad quiere que se enfrente a él? ¿Está preparada para lo que se encontrará? ¿O morirá como los otros?
¡Maldita sea! La zorra (y no es un juego de palabras) tenía razón. Yo era el único capaz de hacer algo con MacFinn. Si Murphy lo encontraba antes, moriría más gente. Era una poli fantástica, y cada vez tenía más experiencia en el mundo de lo sobrenatural, pero no podría enfrentarse a un gran hombre lobo como aquel. Me giré hacia Tera.
—Si voy con usted, me llevará hasta MacFinn.
Se detuvo cuando estaba a punto de marcharse.
—Cuando pueda. Al alba. Si cree que puede crear el círculo y encerrarlo cuando vuelva a salir la luna. Si puede ayudarle.
Asentí. Había tomado una decisión.
—Puedo. Y lo haré.
—La mujer que se hacía llamar Kim Delaney dijo lo mismo —respondió Tera West. Giró los talones y se alejó, agachada.
Salí del asiento trasero y me adentré con Tera West en los arbustos y las sombras del jardín que rodeaban el edificio, lejos de los coches de policía y de las luces.
Alguien gritó sorprendido detrás de mí. Luego se oyó un grito de «¡Alto!». Corrí lo más rápido que puede, alejándome de las luces y del campo visual de cualquier posible tirador.
Por lo visto, aquel grito era la única advertencia que iban a hacerme. Los disparos estallaron detrás de mí mientras corría. Las balas arrancaron la suciedad bajo mis pies. Creo que empecé a gritar sin dejar de correr, encorvando los hombros y agachando la cabeza lo mejor que pude.
Estaba a unos dos metros de las sombras protectoras que había detrás de los setos cuando algo chocó contra mi hombro y me lanzó a través del seto al otro lado. Aterricé en el suelo y conseguí levantarme a trompicones. Grité durante un segundo, como si de repente mis articulaciones pudieran oír una mezcla de sonidos, sentir una gran variedad de sensaciones y texturas debajo de mi piel. Y entonces el hombro se me paralizó por completo y la cabeza empezó a darme vueltas. Quise extender una mano para no caerme y recordé que aún tenía las muñecas esposadas. Caí sobre el césped, y sentí la hierba en la mejilla.
—¡Ha caído, ha caído! —dijo una voz fría de mujer. Creo que era la agente Benn—. ¡Cogedlo!
No advertí su presencia, solo la sensación de que alguien me agarraba del abrigo y me levantaba. Sentí que la mano de Tera se deslizaba por debajo de mi chaqueta y me presionaba la zona paralizada del brazo.
—No estás sangrando demasiado —dijo Tera con tranquilidad—. Te han disparado en el hombro, no en la pierna. Corre o muere.
Luego se dio media vuelta y siguió caminando entre los setos.
Aquello me animó, pero tuve el presentimiento de que iba a sentirme mucho peor al cabo de unos minutos. Así que me tragué el desagradable gusto a miedo y seguí a Tera West lo mejor que pude.
Comenzamos a jugar al escondite en las sombras del pequeño jardín, Tera y yo contra los agentes que nos seguían. Ella se movía entre las negras sombras y la luz plateada de la luna como un fantasma, en el más absoluto silencio, con calma y seguridad. De inmediato comenzó a acortar el camino por los setos, girando a la izquierda y a la derecha cada pocos pasos. No aminoró la marcha por mí, y estaba seguro de que la prometida de MacFinn no se pararía a esperarme si me caía. No dudaría en dejarme atrás si no podía seguirle el ritmo.
Lo hice durante un rato. No fue demasiado duro. Oh, sentía que me faltaba un poco el aliento, las esposas me molestaban un poco, pero por lo demás, era casi como si no me hubieran disparado, excepto por el calor que se deslizaba por mis costillas hasta mi estómago. Endorfinas, qué placer.
Nuestros perseguidores se sumergieron en el laberinto de setos, arbustos y estatuas, pero mi guía parecía tener un misterioso truco para evitarlos. Se escondía en las partes más oscuras del jardín, volviendo la vista atrás para comprobar que le seguía el ritmo.
No estoy seguro de cuánto tiempo pasamos jugando a fantasmas en la oscuridad mientras nuestros perseguidores luchaban por coordinar sus esfuerzos y mantenerse callados al mismo tiempo, pero no debió de ser mucho. He leído en alguna parte que la conmoción inicial de las heridas de bala siempre desaparece al cabo de unos instantes. Además, no estaba en forma. No podría haber seguido a Tera West durante mucho tiempo. Era muy rápida.
Mi hombro empezó a palpitar el doble de rápido que mi corazón cuando salimos del último seto hacia la calle y la valla de hierro forjado de dos metros y medio de altura que rodeaba la propiedad. Me detuve y me apoyé contra la valla, resollando.
Tera miró por encima del hombro y sus ojos ámbar brillaron a la luz de la luna. Respiraba en silencio por la nariz, parecía que la carrera no la había cansado lo más mínimo.
—No puedo escalar la valla —dije. El dolor en el hombro estaba empezando a ser muy real. Era como el calambre de un corredor, solo que más arriba—. Es imposible. No con las manos esposadas.
Tera asintió.
—Te levantaré —dijo.
La miré fijamente a través de una nube de dolor cada vez más agudo. Luego suspiré.
—Entonces será mejor que te des prisa —le advertí—. Estoy a punto de desmayarme.
Se lo tomó con calma y dijo:
—Apóyate en la valla. Mantén el cuerpo rígido.
Entonces me cogió por los tobillos. Hice todo lo que pude por obedecerla, y ella tiró de mí con esfuerzo.
Durante un segundo no pasó nada. Y luego empezó a levantarme muy lentamente mientras yo mantenía el hombro sano arrimado a la valla. Siguió levantándome por los tobillos hasta que me doblé hacia delante por la cintura, trepé durante un segundo ayudándome con las piernas y luego caí con desgarbo al suelo, al otro lado de la valla. Cuando choqué contra el suelo fue como si una bomba atómica de fuego blanco y calor cegador me estallara en el hombro.
Respiré hondo e intenté no gritar, pero se me debió de escapar algún sonido. Alguien gritó detrás de mí y las voces se dirigieron hacia donde nos encontrábamos.
Tera hizo una mueca y se giró para enfrentarse a ellas.
—Rápido —jadeé—. Escala la valla y vámonos.
Negó con la cabeza.
—No hay tiempo. Ya están aquí.
Apreté los dientes hasta que chirriaron y me puse en pie. Tenía razón. Las voces se acercaban. Alguien, otra vez Benn, pensé, ordenó que nadie se moviera. Si Tera intentaba escalar la valla sería un blanco perfecto cuando llegase arriba. Los perseguidores estaban demasiado cerca. Tera no tenía muchas posibilidades de escapar, y si no lo hacía, yo no llegaría muy lejos. Me cogerían y estaría metido en un lío más gordo que antes, y MacFinn andaría por ahí suelto sin que nadie pudiera detenerlo.
Tenía el rostro bañado en sudor y, al arrodillarme, la sangre de la herida cayó en la vereda. Salieron unas pequeñas volutas de vapor en el lugar donde la sangre había chocado contra el frío cemento.
Inspiré e invoqué toda la voluntad que pude, reuní el dolor y el miedo y la frustración, y los metí en una pequeña y dura bola de energía.
—Ventas veloche —murmuré—. Ubrium, ubrium.
Repetí las palabras casi sin aliento mientras doblaba los dedos hacia la palma de las manos.
Las volutas de vapor de mi sangre comenzaron a espesarse y se convirtieron en unos densos zarcillos de niebla. A lo largo de nuestro camino, donde había derramado más sangre, empezó a salir más niebla. Durante algunos segundos apenas era nada, solo un movimiento bajo que se deslizaba por el suelo. De repente, la energía salió precipitadamente de mí y una gran nube de niebla cubrió el suelo, ocultando a Tera y provocando gritos de confusión y consternación entre los agentes que nos perseguían.
Caí hacia un lado, presa del dolor y el cansancio.
Se oyó un susurro, el chirrido del metal forjado, luego un ruido sordo. Tera West aterrizó a mi lado, invisible en la niebla aunque solo estaba a unos pocos pasos. Se me acercó y entonces vi su expresión, sus ojos maravillados, la primera señal de emoción que había visto en su cara.
—Mago —susurró.
—No me lo desgastes —musité—. Y luego todo se hizo negro.