Capítulo 28

Solo.

Es una de esas palabras que significa demasiado. Como miedo. O confianza. Estoy acostumbrado a trabajar solo. Forma parte de mi trabajo. Los magos con mi nivel de fuerza y talento (bueno, con mis niveles habituales) son pocos y están dispersos; tal vez no haya más de dos docenas en los Estados Unidos, con una concentración ligeramente más alta en Europa, África y Asía. Pero hay una diferencia entre trabajar solo y encontrarte solo frente a un montón de enemigos, en una noche fría, herido y en la oscuridad, prácticamente indefenso. Tardé unos diez segundos en darme cuenta de la diferencia.

El miedo se instaló cómodamente. Estaba acostumbrado a él. Podía ignorarlo, concentrarme en el lío en que estaba metido. ¡Yupi! Mi cuerpo reaccionó como siempre, listo para la lucha o la huida, mientras intentaba controlar mi respiración.

Lo más inteligente habría sido huir, dar media vuelta y regresar a la furgoneta y que Susan me sacase de allí. De acuerdo, seguramente no podría haber escalado el muro yo solo, pero podría haberlo intentado.

Pero ya me había comprometido. Estaba allí para enfrentarme a las fuerzas del mal. Yo las había retado, y no al revés. Además, si Tera y los chavales tenían problemas, yo era el único que podría ayudarlos.

Me levanté, saqué la pistola y atravesé el bosque en dirección perpendicular a la línea del muro de piedra detrás de mí. El bosque era frondoso, los sicómoros y los chopos daban paso a árboles de hoja perenne de ramas bajas que me arañaban al pasar. Me deslicé a través de ellos lo mejor que pude, moviéndome con el máximo sigilo posible. Creí que no estaba haciendo más ruido que el viento, que sacudía las ramas y las hojas caídas, y hacía caer más gotitas de agua. Tardé unos tres o cuatro minutos en atravesar el bosque, hasta que llegué a la propiedad de Caballero Johnny Marcone.

Era espléndida, parecía salida de la revista Casa y Jardín. Se podría poner un campo de golf en el jardín de Marcone. Mucho más allá, en la parte frontal de la propiedad, la enorme casa blanca se alzaba serena e inmaculada, artísticamente iluminada por docenas de luces, con una veranda o patio en la parte de atrás más grande que una pista de baile. Detrás, tres enormes cuadros, uno al lado del otro, contenían unos encantadores jardines iluminados, terraplenados en una colina suavemente inclinada. En la base de la colina había un hermoso valle con un pequeño estanque. Poco después me di cuenta de que era una enorme piscina de cemento, iluminada desde el fondo. La piscina tenía una forma irregular, y una de las esquinas se movía, cerca de la superficie. Del agua salía un vapor denso.

En el centro del valle se alzaba un círculo majestuoso de árboles de hoja perenne, frondosos y fornidos, que escondían lo que hubiera en el centro. Dos montículos redondos decoraban la parte izquierda del valle, uno de ellos coronado con lo que parecía una réplica de un pequeño sepulcro o un templo en ruinas, de mármol agrietado y columnas caídas.

Toda la propiedad estaba bien iluminada, tanto por la luz plateada de la luna como por las luces situadas a intervalos estratégicos. El césped era inmaculado, y los árboles salpicaban el terreno con la clase de perfección descuidada que solo un ejército de caros jardineros podía mantener.

Para que digan que el crimen no sale a cuenta.

Me situé detrás de una cortina de árboles y arbustos, y miré alrededor de los campos con cautela y sigilo. No tuve que esperar mucho.

Hubo un movimiento rápido desde debajo de uno de los árboles en el extremo opuesto de la propiedad, y una forma rápida, un lobo de pelo oscuro, Billy, pensé, salió de debajo de un árbol y se precipitó hacia un trozo de sombra negra en el césped, a unos seis metros de mí. Me puse tenso y comencé a levantarme de mi escondite para llamar al lobo.

Un punto brillante de luz roja apareció en la piel del lobo. Hubo un sonido sordo, algo que apenas pude oír, como si alguien tosiera educadamente. El lobo dio una sacudida cuando un fogonazo azul se estrelló contra su piel, y luego la bestia tropezó y cayó al suelo. Durante un momento intentó volver a ponerse en pie e intentó coger el dardo que le habían clavado en la ijada. El lobo perdió el equilibrio, se tambaleó a un lado y cayó. El pecho le subía y bajaba, una de sus patas traseras se movía nerviosamente. Creo que vi los ojos de la bestia, los ojos de Billy, posados en mí durante un instante, y luego se le pusieron vidriosos y se cerraron.

—Buen disparo —dijo una voz tensa y profunda. Hubo un movimiento en el círculo de árboles de hoja perenne, y luego Denton apareció, caminando a través del césped hacia el lobo caído. Su pelo corto y oscuro seguía inmaculadamente rígido. No le vi las venas de la frente, a pesar de la luz brillante. Era un cambio sutil, uno de tantos. Llevaba el nudo de la corbata aflojado. La chaqueta desabrochada. Se movía con menos acero en la columna vertebral y más fuego en el estómago. Tenía una cualidad animal, una seguridad y una ferocidad que no le había visto antes, y lo que significaba era mucho más revelador que los cambios de su apariencia física.

Su moderación había desaparecido. Los últimos restos de duda o remordimiento que le habían permitido mantener el control de sí mismo, cierto control sobre los otros hexenwulfen, se habían esfumado tras el delirio de sangre en el garaje de la Luna Llena. Ahora estaba en todas sus líneas de expresión, en cada paso que daba y en cada parpadeo de sus ojos.

El hombre se había convertido en un depredador.

Detrás de él aparecieron el resto de los hexenwulfen; Benn, ahora vestida solo con una camisa blanca y una falda gris, sus piernas oscuras y musculosas a la luz de la luna; Harris, con sus grandes orejas de soplillo, sus pecas que eran como puntos oscuros contra su piel blanca, su gesto inquieto y hambriento; y Wilson, con su traje arrugado, con la camisa desabrochada y la barriga que le sobresalía por el cinturón de piel oscura que llevaba alrededor de la cintura. Lo acarició con sus gruesos dedos. Su boca dibujaba una mueca extraña y peligrosa.

Denton avanzó por el césped hacia el lobo caído y le dio un puntapié.

—Seis —dijo—. ¿Has contado seis?

—Seis —confirmó Benn con voz ronca—. ¿Podemos llevárnoslos ahora?

Se puso al lado de Denton y se apretó contra él, levantando una pierna y frotándola contra su cuerpo hasta que el muslo le quedó al descubierto.

—Todavía no —dijo Denton. Miró a su alrededor con aire pensativo, y mi mirada siguió a la suya. Esparcidos en un círculo de unos cincuenta metros de diámetro había varios bultos oscuros que me habían parecido hendiduras en el terreno, sombras proyectadas por la luna y las luces. Volví a mirar y de repente comprendí, asustado, que no eran hendiduras. Eran los lobos, mis aliados. El trozo oscuro en el que Billy había estado corriendo dio un pequeño quejido y me pareció ver un destello de luna en el abrigo ámbar oscuro de Georgia. Miré a mi alrededor y conté a los caídos.

Seis. No podía distinguirlos bien, no podía decir cuál era Tera, si es que era alguno de ellos, pero conté seis lobos caídos en el suelo. Están todos, pensé, cagado de miedo. Se habían cargado a todos.

—Vamos —dijo Harris con voz tensa—. MacFinn no va a venir, que se joda. Saquémoslos fuera y busquemos a Dresden.

—Conseguiremos tu cinturón muy pronto, chaval —resopló Wilson acariciando con sus dedos el cinturón de piel que llevaba sobre la barriga—. Si no hubieses sido tan estúpido para perderlo…

Harris gruñó, y Denton se quitó a Benn de encima y se puso entre los dos hombres.

—¡Callaos! Ya. No tenemos tiempo para esto. Harris, iremos a por el mago en cuanto podamos. Wilson, cierra tu bocaza si quieres conservar la lengua. Y separaos.

Los hombres refunfuñaron en voz baja, pero se alejaron los unos de los otros.

Me lamí los labios. Estaba temblando. La pistola me pesaba en la mano. Eran cuatro, pensé. No estaban a más de diez metros. Podría empezar a disparar ahora mismo. Si tenía suerte, podría cargármelos a todos. Eran hombres lobo, pero no eran invencibles.

Quité el seguro de la pistola e inspiré. Era una locura, y lo sabía. La vida no es como en las películas. Seguramente no podría dispararlos a todos antes de que se batieran en retirada y me devolvieran los disparos. Pero no tenía elección.

Denton se dirigió hacia el primer montículo, con su ingenioso templo en ruinas, y agitó la mano.

—De acuerdo —gritó—. Están todos.

Un par de sombras aparecieron en las luces que brillaban en el templo, y luego bajaron por la colina hacia Denton y los hexenwulfen. Marcone iba vestido con una camisa de franela, vaqueros y un chaleco de cazador, y en una mano llevaba un rifle reluciente con una enorme mira montada. Hendricks, que caminaba a su lado en un silencio exageradamente musculoso, iba vestido en lo que parecía un traje de faena militar, y llevaba la pistola que había visto antes, un cuchillo y otros artilugios. Los ojos de Hendricks miraban a Denton y a sus socios con recelo.

Miré a Marcone, asombrado. Tardé un momento en salir de mi impresión y entender lo que estaba ocurriendo. Marcone no lo sabía. No sabía que Denton y compañía iban a por él. Debían de haberle echado la culpa de los otros asesinatos a MacFinn y a los Alfas.

Así que ahora Denton tenía a Marcone y a los Alfas. En cuanto llegara MacFinn, podría matar a todos los que quería ver muertos, a todos lo que sabían lo que estaba sucediendo, y podría inventarse la historia que le viniera en gana. Todos menos yo, claro. Aún no me había puesto las manos encima.

—Están todos los que vimos en los monitores —corrigió Marcone—. La cámara seis en la parte posterior de la propiedad no funcionaba bien. El señor Dresden y los fallos técnicos suelen ir de la mano.

¡Maldita sea!

—¿Está seguro de que el mago no es uno de ellos? —preguntó Denton—. ¿Uno de esos lobos?

—No lo creo —respondió Marcone—. Pero supongo que cualquier cosa es posible.

Denton frunció el ceño.

—Entonces no está aquí.

—Si realmente le desafió, está aquí —dijo Marcone lleno de confianza—. Estoy seguro.

—¿Y se quedó mirando como disparábamos a sus amigos lobos? —preguntó Denton.

—Los lobos corren más rápido que los hombres —observó Marcone—. Probablemente aún no les ha alcanzado. Incluso podría estar mirándonos en este momento.

—Le da demasiado crédito —dijo Denton. Pero vi que sus ojos recorrían instintivamente la oscuridad del bosque. Si me levantaba, me estaría mirando de frente. Me quedé inmóvil, aguanté la respiración.

—¿Usted cree? —sonrió Marcone, y se inclinó hacia abajo para arrancar el dardo de la ijada peluda de Billy—. El efecto de los tranquilizantes no tardará mucho en desaparecer. Debemos tomar decisiones, caballeros. Y si quieren cumplir su parte del trato, será mejor que obtengan resultados.

No sé si Marcone se dio cuenta de la tensión repentina de Benn, la forma en que deslizó sus manos sobre su estómago, pero yo sí.

—Matemos a esos perros ahora —dijo en voz baja y acalorada—. Nos evitaremos complicaciones más tarde.

Marcone chasqueó la lengua en señal de desaprobación.

—No. Dejemos que MacFinn los despedace cuando llegue, y así los forenses no se molestarán en buscar tranquilizantes. Si lo hace uno de vosotros, los forenses empezarán a hacer preguntas incómodas. Y creo que esa era la razón por la que me ofrecieron el trato. Evitar preguntas.

Benn hizo un mohín con los labios, y los pezones se le endurecieron bajo la camisa blanca.

—Odio a la escoria como usted, Marcone —ronroneó, deslizando la mano desde su muslo hasta la cadera y bajo los botones de su camisa. Marcone entrecerró los ojos y, como si estuviera conectado con el señor del crimen por telepatía, Hendricks hizo un gesto sencillo, un movimiento con el antebrazo, y puso una bala en la recámara de su pistola con un frío clic-clac.

Denton miró a Marcone y agarró a Benn por la muñeca. La mujer se tensó durante un segundo, resistiéndose, pero luego permitió que Denton le apartara la mano del cinturón que sin duda llevaba bajo la camisa. Denton la soltó, y Benn bajó las manos, visiblemente relajada. Marcone y Hendricks ni siquiera parpadearon. Sin duda estaban acostumbrados a situaciones delicadas como aquella.

Solté la respiración que había estado aguantando durante todo aquel tiempo. Seis contra uno y listos para la lucha. Si los atacaba ahora, no tenía la menor posibilidad. Si intentaba moverme, desaparecer entre los árboles, se darían cuenta de mi presencia. ¡Maldita sea!

Denton volvió a echar una ojeada a los árboles, y volví a aguantar la respiración.

—No se preocupe, Marcone —dijo—. Le entregaremos al mago en cuanto lo cojamos. Sin preguntas.

—En ese caso —respondió Marcone— sugiero que empiecen a buscarlo mientras yo hago los preparativos para la llegada del señor MacFinn. Por favor, recuerden que quiero a Dresden vivo, si es posible.

Se me hizo un nudo en la garganta, y si no hubiera estado conteniendo la respiración, creo que habría soltado un chillido. ¿Qué diablos quería John Marcone de mí, tras el incidente en el aparcamiento del garaje? Nada bueno, sin duda. No quería pensar en ello. Maldita sea, maldita sea. Esta noche era cada vez más espeluznante.

—Por supuesto, señor Marcone —dijo Denton en un tono demasiado educado—. ¿Tiene alguna sugerencia sobre dónde podemos empezar a buscar?

Marcone ignoró el sarcasmo, encendió el interruptor de su rifle y señaló despreocupadamente a la línea de árboles.

—Por allí estará bien.

El punto rojo del láser se posó en una hoja a quince centímetros a la izquierda de mi cabeza, y el débil latido de miedo en mi pecho se transformó en un terror glacial.

Maldita sea, maldita sea, maldita sea.