Capítulo 23
Pensé que las cosas no podían empeorar más. Me refugié en el rincón, agarrando la llave inglesa como un niño su osito de peluche. No tenía escapatoria, y era plenamente consciente de que mi magia me había fallado.
Por extraño que parezca, aquello me preocupaba más que la muerte. Mucho más. La muerte era algo que le ocurría a todo el mundo, solo que en momentos distintos. Sabía que un día moriría. Diablos, incluso sabía que podía tener una muerte horrible. Pero nunca imaginé que la magia me fallara. Para ser más exactos, nunca imaginé que yo fallaría. Me había esforzado demasiado y mi cuerpo no condujo el poder que necesitaba para usar las fuerzas que estaba acostumbrado a invocar. De acuerdo, quizá debería de haber comenzado con algo más pequeño que una telequinesia grande y violenta, pero lo cierto es que había quemado algún circuito interno. Quizá nunca lo recuperaría.
Fue una pérdida de identidad. Era mago. Era más que un trabajo, más que un título. La magia formaba parte de mi ser. Mi relación con la magia, la forma en que la usaba, las cosas que podía hacer con ella me definían, me daban un norte.
Le di vueltas a aquellos pensamientos mientras la muerte bailaba sobre el suelo de cemento, me agarré a ellos como un marinero que se aferra a los restos de su barco hundido, intentando ignorar la tormenta que lo ha roto en mil pedazos. Observé algunos detalles desde mi patético escondite. Marcone se dirigió a una de las puertas del garaje, pero los disparos de algunos Lobos Callejeros lo dejaron atrapado detrás de un camión oxidado. Hendricks se reunió con él, y un instante después, el camión rugió, rompió la puerta del garaje y salió a la gravilla del aparcamiento. Hendricks, en la parte trasera del camión, apuntó al interior del edificio y disparó unas cuantas ráfagas con la escopeta, mientras los Lobos Callejeros las esquivaban e iban tras el camión.
Pero la verdadera batalla se libraba entre los Lobos Callejeros y el FBI.
Fue sobre todo un tiroteo. Denton iba armado con su automática y lo que parecía una metralleta Uzi. Redujo a tres licántropos con un fogonazo en cuanto atravesó por la puerta, y los dos lobos enormes que iban con él se precipitaron en la oscuridad. Gritos y aullidos salvajes estallaron en las sombras, y oí que morían más licántropos, despedazados por los enormes lobos que habían sido los agentes Benn y Wilson. Parker gritó órdenes desde algún lugar en la oscuridad, medio incoherentes por la rabia. Denton buscó en su chaqueta un cargador para su Uzi, y vi algo en su barriga que anoté para referencia futura, si es que tenía un futuro.
Miré la matanza, y me escondí, y recé para tener una oportunidad de huir por las puertas abiertas del garaje antes de que Denton y Parker me vieran. La cosa pareció durar una eternidad. Oh, ya sé que en alguna parte racional de mi cerebro solo pasaron algunos segundos, pero me parecieron días. Estaba aterrorizado, me dolía el cuerpo y la cabeza, y no podía usar la magia para protegerme.
Oí un sonido cerca de mi tobillo, y el corazón se me salió por la boca. Retrocedí violentamente. El sonido se repitió a un ritmo continuo. Estaban escarbando la tierra. Me di cuenta de que el suelo de aquella esquina estaba sucio y el cemento roto. El ruido de alguien escarbando procedía de la base de la pared, donde estaban removiendo la suciedad.
Algo estaba intentando cavar un hoyo bajo la pared para entrar en el garaje, prácticamente debajo de mi trasero. Sentí un escalofrío de miedo y luego de rabia hacia la cosa, que se había sumado a un ya de por sí sobreabundante flujo de adrenalina. Me puse en cuclillas sobre el origen del alboroto y levanté mi improvisada arma para golpear a lo que saliera.
Lo vi en la penumbra, y la forma no dejaba lugar a dudas. Una pata, una enorme pata canina, estaba escarbando la tierra, cavando un profundo agujero bajo la pared, frustrada por los trozos de cemento que le obstaculizaban el paso. Entre disparo y disparo, oí sonidos animales en el exterior, como jadeantes gemidos de impaciencia. Fuera lo que fuese, quería entrar por debajo del agujero, desesperadamente.
—Cava esto —murmuré, y le golpeé con fuerza la pata con la llave inglesa.
Hubo un grito de dolor, y la pata desapareció por debajo de 1a pared de metal ondulado. Luego se oyó un gruñido y la pata volvió a aparecer, así que volví a golpearla con la llave inglesa, con resultados similares. Oí un gruñido furioso al otro lado, y sentí una repentina oleada de satisfacción vengativa cuando me incliné cerca del agujero y dije:
—Ja. Vuelve a sacarla y sabrás lo que es bueno.
Oí sonidos procedentes del exterior, luego el crujido de la gravilla y la voz suave e inconfundible de Tera West.
—Mago —susurró—. Basta ya.
Parpadeé, sorprendido, y me incliné hacia abajo, cerca del agujero.
—¿Tera? ¿Eres tú? ¿Cómo sabías que era yo?
—Eres el único hombre que conozco —gruñó Tera— que golpearía las patas que están intentando librarle de una muerte segura. —Retrocedí ante otra ráfaga de disparos procedentes del extremo del garaje—. Voy a decirles que vuelvan a cavar. No les golpees las patas.
—¿Decirles? —pregunté—. ¿A quiénes?
Pero no me respondió. En lugar de eso, volví a oír los sonidos de alguien escarbando la tierra. Miré por encima del hombro el resto de la habitación. Vi Lobos Callejeros saliendo rápido por la puerta y por el gran agujero que Marcone había dejado al escapar. El fogonazo de una automática resplandeció y vi a Denton de pie junto a la forma de una mujer desgarbada, disparando su automática y asegurándose de que la mujer no volviera a levantarse nunca más, tuve tiempo de reconocer el rostro de Lana, que ahora se retorcía de dolor en lugar de sed de sangre. Su cuerpo dio una sacudida cuando Denton vació el resto del cargador. Y luego todo volvió a hacerse oscuro.
Al lado de mis pies, los sonidos de alguien escarbando prosiguieron, y luego fueron interrumpidos por un grito. Oí una serie de gruñidos feroces al otro lado del agujero a medio cavar, y solté una palabrota.
—Tera —susurré lo más alto que pude—. ¿Qué sucede?
Me respondió otro gruñido y un grito agudo que llegó hasta el extremo opuesto del garaje.
Me tiré al suelo detrás de la caja de herramientas y de un montón de basura, justo antes de que el haz de luz de una linterna recorriera el rincón donde me había escondido.
—Es esa zorra —gruñó Denton—. Roger la ha cogido.
Hubo un murmullo, y un hormigueo me recorrió la espalda. Luego una voz ronca y sensual de mujer ronroneó:
—Parker sigue ahí dentro. Y el mago también. Puedo olerlos.
—Maldita sea —refunfuñó Denton—. El mago sabe demasiado. Wilson, vete a ayudar a Roger.
—¿Y yo qué, cariño? —dijo la voz de mujer con una risa ronca. La agente Benn sonaba como si hubiera pasado una noche loca de sexo, drogas y rock and roll y tuviera ganas de más.
—Tú y yo nos quedamos aquí. Yo cubriré las puertas. Envíamelos.
La mujer maulló de placer.
—Ven conmigo —pidió—. Transfórmate. Sabes que te encanta. Sabes lo bien que te sientes.
Podía visualizar las venas de Denton palpitando.
—Es mejor que uno de nosotros cubra la puerta con una pistola.
Pero había cierto tono de reticencia en su voz.
—A la mierda con la puerta —ronroneó Benn—. Ven conmigo. Transfórmate.
—No hicimos el trato para esto.
Benn hizo otro sonido increíblemente sexual.
—Ahora ya no importa. Pruébala —insistió—. Prueba la sangre.
La luz del rincón donde me escondía tembló y se apagó.
Me arriesgué a alzar la vista. La agente Benn, salpicada de sangre, estaba frente a Denton, iluminada por la luz de su linterna. Estaba deslizando tres dedos entre los labios de Denton. Denton temblaba y tenía los ojos cerrados. Le chupó los dedos con un movimiento espantosamente erótico. Una de las bestias enormes de antes, supuse que Wilson, estaba cerca de ellos, mirándoles con ojos brillantes.
Denton gruñó y agarró a Benn por la melena canosa y le levantó la barbilla para acariciar y lamer la sangre que le chorreaba por la garganta. Ella rió y se arqueó, frotando sus caderas contra él con movimientos rápidos.
—Transfórmate —gimió—. Ahora.
Se oyó un aullido de cólera, un movimiento rápido, y Parker salió tambaleándose de la oscuridad. Un brazo le colgaba inútilmente, llevaba un cuchillo en la otra mano, y sus ojos brillaban con desafío y rabia insana. Denton y Benn alzaron la vista, y entonces se pusieron la mano en la cintura, parpadearon y se transformaron en un par de lobos enormes. Sus ojos brillaban en la luz ambiental, tenían las fauces abiertas, las lenguas les colgaban y se les veían unos colmillos feroces. Parker se tambaleó y los tres lobos se abalanzaron sobre él.
Miré la escena con una fascinación enfermiza. Los lobos lo enterraron bajo un montón de colmillos, pelo, sangre y furia. Gritó, agitó el cuchillo, se tiraron, y aterrizó en el suelo no lejos de mí. Parker intentó luchar, intentó levantarse y golpearles, pero fue inútil. La sangre lo salpicó todo, volvió a gritar y luego dejó de moverse.
Y entonces los lobos empezaron a comérselo. Arrancaron trozos de músculo y los engulleron, arrancándole la ropa para buscar más carne. Gruñeron y se golpearon los unos a los otros, y uno de los machos montó a la hembra mientras ella seguía despedazando el cuerpo, hurgando con el hocico a través de las capas de músculos del estómago hasta llegar a las vísceras. Se me revolvieron las tripas, y si hubiera tenido algo en el estómago, lo habría vaciado en el suelo de cemento.
En lugar de eso, me giré hacia el agujero a medio acabar en el suelo y comencé a cavar frenéticamente con mi llave inglesa. No quería ser el próximo plato del menú.
Se oyeron más gritos en el exterior, más gruñidos, y abrí el agujero lo bastante como para poder salir. Me estiré en el suelo y me arrastré como un gusano por la suciedad. El metal ondulado me arañó la espalda, volvió a dolerme el hombro herido.
Conseguí salir al aire libre, y me encontré en un callejón detrás del garaje, tenuemente iluminado por una farola distante.
Había lobos por todas partes.
Tres lobos, más pequeños que los que había visto antes, formaban un corro alrededor de una gran bestia de piel rojiza con orejas de murciélago. El abrigo del gran lobo estaba lleno de sangre, y dos de los lobos más pequeños estaban estirados cerca, gritando de dolor, moviéndose débilmente. La sangre cubría sus abrigos. Tera, desnuda y esbelta, también formaba parte del corro alrededor de la gran bestia, y tenía un tubo en cada mano. Cuando el gran lobo se giró hacía uno de los otros, el resto comenzó a cerrar el círculo, y él giró con las fauces abiertas, intentando inmovilizar a los que le rodeaban.
—Ya era hora, mago —gruñó Tera sin mirarme.
Me levanté, llave inglesa en mano, y sacudí la cabeza para quitarme el sudor frío.
—Tera —dije—. Tenemos que salir de aquí. Denton y los otros están a punto de venir.
—Vete —respondió—. Ayuda a MacFinn. Nosotros los contendremos.
El gran lobo de piel rojiza rugió a Tera y ella se le acercó con frialdad y se quedó a un palmo de sus colmillos. Le dio un fuerte golpe en el hocico a una velocidad asombrosa y gruñó enojada. Los tres lobos más pequeños se precipitaron sobre la gran bestia, y ella giró para hacerles retroceder. Uno de ellos no fue lo bastante rápido para evitar sus fauces y soltó un alarido.
—No puedes detenerlos a todos —dije—. Hay tres más como ese.
—Hay una manada en el suelo —gruñó, y señaló con la cabeza a los lobos heridos—. No abandonamos a los nuestros.
Solté una palabrota sarcástica. Necesitaba a Tera. Ella podía confirmarlo todo, ayudarme a ordenar los hechos, asegurarse de que entendía lo que estaba sucediendo. Estaba ofreciendo dar su vida por mí, quedarse y entretener a Denton y a los otros todo lo que ella y sus compatriotas pudieran, pero ya había visto morir a demasiada gente aquella noche. No iba a aceptar otra pérdida en mi nombre.
Y, de repente, me sentí más furioso que asustado. Había ido de acá para allá y me habían tratado como a un pelele o como a un plato del menú durante demasiado tiempo. Me habían golpeado en la oscuridad y había sido un inútil durante demasiado tiempo. Demasiadas personas habían resultado heridas, demasiado sufrimiento causado por criaturas de la magia y de la noche, cosas de las que yo debería haberme ocupado. En aquel momento no me importaba no poder hacer ningún hechizo para enfrentarme a ellos. No podía recurrir a la magia, pero eso no me hacía menos mago. Ese es el verdadero poder de un mago.
Sé cosas.
El conocimiento es poder.
El poder exige responsabilidad.
Así que la cosa era bien sencilla. Agarré la llave inglesa, respiré hondo y me abalancé sobre la espalda del gran lobo. La enorme bestia sintió que me lanzaba contra él, giró con rapidez y nos encontramos en el aire. Me tiró al suelo de cemento y me puso las fauces en la garganta. Oí que Tera gritaba, y ella y los otros lobos se adelantaron, pero no podrían detener a la cosa antes de que me matara.
Le metí la llave inglesa entre las fauces, y sentí que algunos de sus dientes me tiraban de un dedo. El lobo gruñó y me arrebató la llave inglesa, que salió despedida por los aires. La gran bestia se giró hacia mí y me miró con ojos brillantes.
Me dio tiempo a mirarla con detenimiento. El poder del lobo, su velocidad, sencillamente me impactaron. Era enorme, rápido, y no tenía la menor posibilidad contra él. La distante farola apagó sus colmillos teñidos de rojo mientras su hocico se abalanzaba sobre mi garganta.