Capítulo 22

Apreté los dientes y sacudí las piernas. La cinta adhesiva que tenía alrededor de las rodillas cedió, pero ya era demasiado tarde. No tenía tiempo de levantarme y correr, pero de todos modos lo intenté. Una de esas cosas que uno hace cuando está a punto de morir, supongo.

—Señor Hendricks —dijo alguien con voz muy tranquila—. Si el señor Parker no suelta el punzón de hierro en los próximos dos segundos, por favor, péguele un tiro.

—Sí, señor Marcone —respondió Hendricks con su voz de bajo profundo. Miré a mi derecha y vi al caballero Johnny Marcone de pie junto a la puerta, vestido con un traje italiano de color gris. Hendricks estaba frente a él y hacia un lado, empuñaba una escopeta de corredera de cañón corto con sus rollizas manazas. La boca negra del cañón estaba a la altura de la cabeza de Parker.

Parker giró bruscamente la cara y se fijó en Marcone al mismo tiempo que yo. Apretó la mandíbula y entrecerró los ojos, furioso. Su peso se desplazó de un pie a otro, como si estuviera preparándose para lanzar el punzón de hierro.

—Es un arma antidisturbios del calibre 12, señor Parker —explicó Marcone—. Soy plenamente consciente de su especial resistencia estos días. El arma del señor Hendricks está cargada con munición sólida, y después de que varias balas le hayan literalmente arrancado trozos de carne del cuerpo y destrozado la mayoría de los órganos internos, estoy razonablemente seguro de que incluso usted moriría. —Marcone sonrió muy educadamente mientras Hendricks quitaba el seguro del arma y colocaba los pies como si estuviera esperando disparar la pistola y derribarlo—. Por favor —dijo Marcone—. Suelte el punzón de hierro.

Parker me miró y pude ver la bestia encolerizada en sus ojos, quería aullar y bañarse en sangre. Me aterrorizó, me quedé helado, desde las tripas hasta la punta del pelo. Parker estaba más furioso y rabioso que cualquiera de los otros Lobos Callejeros. Su descontrol enloquecido era como la rabieta de un niño en comparación con lo que vi en los ojos de Parker.

Pero lo controló. Bajó lentamente el brazo y retrocedió dos pasos. Suspiré aliviado. No estaba muerto. Todavía. La patada no me había quitado la manta, y seguía con la espalda apoyada contra la viga de acero. No sabían que estaba desatado bajo la áspera lana. No era una gran ventaja, pero era todo lo que tenía. Tenía que encontrar la manera de usarla, y rápido.

—Mi gente está a punto de llegar —refunfuñó Parker—. Si vuelve a usar esa mierda, haré que lo despedacen.

—Están a punto de llegar —asintió Marcone plácidamente—. Pero aún no han llegado. Se les han pinchado las ruedas de las motos misteriosamente. Tenemos tiempo para hacer negocios.

Oí que sus zapatos cruzaban el suelo de cemento y se dirigían hacia mí, y alcé la vista. Marcone me miró sin miedo. Era un hombre en plena madurez, con el pelo inmaculadamente cano en las sienes, y llevaba un traje hecho a medida que mostraba un cuerpo en buena forma a pesar de su edad. Tenía los ojos opacos como espejos.

—Hola, John —saludé—. Llegas en un buen momento.

Marcone sonrió.

—Y usted tiene buena mano con la gente, Dresden —dijo mirando al silencioso Parker sin ocultar las ganas de reír—. Debe de haber leído algún libro o algo por el estilo. Estoy bastante seguro de su reacción, pero he pensado en darle otra oportunidad.

—¿Otra oportunidad de qué?

—Hoy he recibido una llamada telefónica —dijo Marcone—. No sé cómo, pero Harley MacFinn ha averiguado mi número de teléfono privado. Estaba bastante indignado. Ha dicho que sabía que yo había destruido su círculo y que le había tendido una trampa, y que iba a acabar conmigo esta noche.

—Entonces que no te pase nada, John. Harley puede ser bastante destructivo.

—Lo sé. He visto las noticias sobre lo que pasó anoche en la comisaría. Es un loup-garou ¿verdad?

Parpadeé.

—¿Cómo…?

Marcone hizo un gesto con la mano.

—El informe que le dio a la teniente Murphy. Esas cosas se pagan, así que se copian y se archivan y se copian y se archivan. No fue difícil obtener una copia.

Sacudí la cabeza.

—El dinero no va a comprar a Harvey MacFinn.

—Lo sé —dijo Marcone—. Y mis padres, que Dios los tenga en su gloria, no estaban en posición de dejarme nada, y menos aún artículos de plata. De lo contrario me enfrentaría a él yo mismo. No tengo ni idea de quién pudo haberle dicho que yo le había tendido una trampa, ni por qué, pero está claro que lo cree. Lo que nos lleva a usted, señor Dresden. —Se metió la mano en el bolsillo de aquella cara americana italiana y sacó un fajo de papeles, el contrato que había visto antes—. Quiero hacer un trato con usted.

Lo miré fijamente en silencio.

—Las mismas condiciones que antes —prosiguió Marcone—. Además, le prometo, le doy mi palabra, que me aseguraré de que dejen en paz a la teniente Murphy. Tengo algunos amigos en la oficina del alcalde, y estoy seguro de que podremos hacer algo.

Iba a empezar a decirle que se fuera al infierno, pero me mordí la lengua. De momento estaba atrapado. Si corría, a Parker se le iría la olla y me despedazaría. Y si no lo hacía, Marcone movería un dedo y Hendricks, el hombre masa, me volaría la tapa de los sesos con una bala del calibre 12.

Y Murphy, a pesar de los recientes malentendidos, era mi amiga. O quizá era más acertado decir que, a pesar de lo que había sucedido últimamente, yo seguía siendo amigo de Murphy. Conseguir que no la despidieran, que los políticos la dejaran en paz ¿no era por eso por lo que me había metido en aquel lío? ¿No me daría Murphy las gracias por ayudarla?

No, pensé. No así. Ella no querría esa clase de ayuda. Podía aceptar la magia. Pero aceptar ayuda de dinero procedente del sufrimiento humano, del soborno y el engaño era otra historia. Marcone tenía buen aspecto en su traje gris y su pelo perfecto y sus manos cuidadas, pero no era bueno.

Yo tampoco tenía las manos limpias, pero al menos estaban libres. La situación era desesperada, y empeoraría cuanto más esperase. Quizá podía hacer algo de magia y salir de aquel lío.

Respiré hondo y me concentré en un montón de herramientas y piezas metálicas que había en una mesa de trabajo a unos seis metros de distancia. Reuní toda la voluntad que pude, sintiendo que la presión aumentaba con una especie de intangibilidad sesgada, algo que nunca había sentido. Me concentré en mi objetivo, en la corriente de aire que podría levantar las herramientas y las piezas, y golpear a Marcone, a Parker y a Hendricks como si fueran balas, y recé para que no me dieran a mí por accidente y me mataran. Estaría violando la primera ley de la magia si uno de ellos moría, y seguramente después tendría que vérmelas con el Consejo Blanco. Pero qué diablos, no quería morir en aquel suelo de cemento.

La cabeza me latía, pero aparté el dolor, me concentré y dije entre dientes:

—Vento servitas.

La energía que había reunido salió de mi interior como un susurro. Las herramientas saltaron y traquetearon y luego volvieron a caer en el mismo sitio.

Me salía fuego por los ojos. El dolor era cegador, inspiré e incliné la cabeza hacia delante, esforzándome por no caer a un lado y que vieran que me había quitado la cinta adhesiva. Oh, por todas las estrellas, me dolía un montón, y tuve que apretar los dientes para no gritar. Mi pecho subía y bajaba esforzándose por dejarme respirar.

Se me saltaron las lágrimas y volví a ponerme derecho, mirando a Marcone. No quería que viera mi debilidad. No quería que supiera que mi magia había fallado.

—Interesante —dijo Marcone mirando la mesa de trabajo y luego a mí—. Quizá ha estado trabajando demasiado —sugirió—. Pero sigo dispuesto a hacerle la oferta, señor Dresden. De lo contrario, comprenderá que no tengo ningún interés en su bienestar, y me veré obligado a dejarle aquí con el señor Parker y sus socios. Si no viene a trabajar para mí, morirá.

Lancé una mirada de odio a Marcone e inspiré dispuesto a escupirle una maldición. Al diablo con él y con todos los asquerosos parásitos como él. Cabrones educados y sonrientes a quienes no les importaban las vidas que arruinaban, la gente que destruían, mientras sus negocios prosperasen. Si iba a morir allí, le echaría una maldición a Marcone que haría que los cuentos de hadas más horribles parecieran sueños agradables.

Y luego miré a Parker, que estaba mirando sospechosamente a Marcone, y también reprimí una maldición. Bajé la cabeza para ocultarle a Marcone mi expresión. Tenía una idea.

—Morirá de todos modos —gruñó Parker—. Es mío. Usted nunca dijo nada sobre que se fuera con usted.

Marcone se levantó y esgrimió una sonrisa forzada.

—No me venga con cuentos, Parker —dijo Marcone—. Cogeré lo que quiera. Es su última oportunidad, señor Dresden.

—Esto no formaba parte del trato —dijo Parker—. Le necesito. Le mataré antes de que se lo lleve.

Parker se puso una mano a la espalda, como si se estuviera rascando. Miré hacia la puerta de la oficina detrás de él, y vi a Nariz Aplastada agachado, protegido por la puerta y oculto. Perfecto.

—No se preocupe, Parker —dijo Marcone en tono satisfecho—. No aceptará mi oferta. Preferiría morir.

Levanté la cabeza y mantuve la expresión lo más impasible que pude.

—Deme un bolígrafo —dije.

Marcone abrió la boca de golpe, y fue un intenso placer verle la cara de sorpresa.

—¿Qué? —exclamó.

Pronuncié cada palabra con mucho cuidado.

—Deme un bolígrafo. Firmaré su contrato. —Miré a Parker y dije en voz más alta—: Haré cualquier cosa para librarme de estos animales.

Marcone me miró fijamente durante un momento y luego se metió la mano en el bolsillo. Sus ojos estaban buscando mi expresión. Su cabeza iba a mil revoluciones por minuto mientras intentaba adivinar lo que yo estaba haciendo.

De repente, Parker lanzó un grito de rabia y le lanzó el punzón de hierro a Hendricks, que lo esquivó, demasiado rápido para un hombre de su tamaño, y levantó su arma. La puerta de la oficina se abrió de golpe y Nariz Aplastada se abalanzó contra el hombretón. Ambos cayeron al suelo de cemento, intentando hacerse con el arma.

—¡El mago es mío! —gritó Parker y se lanzó contra Marcone. Marcone se movió como una serpiente en su traje multimillonario y un cuchillo curvo apareció en sus manos. Hizo un movimiento rápido en forma de arco y, de repente, un chorro de sangre salió disparado de la muñeca de Parker. El licántropo dio un alarido de dolor.

Me levanté y corrí hacia la puerta como alma que lleva el diablo. Me temblaban las piernas, y no tenía muy buen equilibrio, pero, al menos, volvía a moverme, y pensé que tenía alguna posibilidad de escapar. Oí el rugido de la pistola a mi izquierda, y un chorro húmedo y rojo salpicó una pared y el techo. No me detuve a ver quién había muerto, solo abrí la puerta de golpe.

El agente Phillip Denton estaba de pie a un metro y medio de mí, en la fría neblina de la lluvia de otoño. Las venas de la frente le palpitaban y tenía escarcha en el pelo. Iba escoltado por Wilson, el agente barrigón de traje arrugado y calva brillante, y por la esbelta mujer de mirada salvaje, la agente Benn, cuya piel oscura aún era más oscura en la penumbra de la noche y el brillo de las farolas. Su boca sensual estaba abierta en un gruñido de sorpresa.

Denton parpadeó, sorprendido, y luego entrecerró sus intensos ojos grises.

—El mago no debe escapar —dijo con voz tranquila y precisa—. Matadlo.

Los ojos de Benn brillaron, y susurró algo entre dientes mientras se metía una mano en la chaqueta. Wilson hizo lo mismo. Interrumpí mi impulso, caí, y comencé a arrastrarme de vuelta al edificio.

Pero en lugar de sacar pistolas de sus chaquetas, se transformaron.

Ocurrió muy rápido, no como sucede en las películas. Un momento antes eran dos seres humanos, ahí de pie, y al siguiente hubo una sombra y aparecieron dos enormes lobos, uno gris como la melena de Benn, el otro marrón como la incipiente calva de Wilson.

Eran enormes, medían un metro ochenta de largo sin incluir la cola, y mis hombros les llegaban a la altura del estómago. Sus ojos humanos brillaban, igual que sus colmillos desnudos. Denton se puso en medio, sus ojos brillaban con alegría oscura, y luego susurró algo y se abalanzó sobre mí. Los dos lobos se precipitaron hacia delante, como si aquel movimiento los hubiera propulsado.

Me lancé hacia la puerta y la cerré de golpe. Se oyeron unos golpes sordos cuando los lobos golpearon la puerta detrás de mí. Sentí movimiento a mi derecha y me tiré al suelo justo antes de que Hendricks apretara el gatillo. La pistola antidisturbios vomitó llamas y un sonido enorme e hizo un agujero en la puerta del tamaño Je mi cara. Podía oír el gruñido furioso de Parker en algún lugar de la oscuridad, y gateé hasta colocarme detrás de un coche, y luego corrí hacia el fondo del cavernoso garaje con la cabeza agachada.

Fuera, se oyó el estruendo repentino de una docena de motores, y los sonidos intensos y afilados de unos disparos. Los Lobos Callejeros habían regresado.

Avancé a trompicones a través de la oscuridad e intenté no hacer ruido para no darle a nadie la oportunidad de dispararme. La puerta del garaje se abrió de golpe y dejó entrar un torrente de luz tenue que no me ayudaba mucho. Oí gente que gritaba.

Llegué hasta la esquina posterior y caí de rodillas, luego agarré algo que resultó ser una caja de herramientas. Saqué una pesada llave inglesa y la agarré con fuerza. Estaba solo. Me había herido usando demasiada magia mientras estaba bajo los efectos de la pócima estimulante, y ahora no me quedaba nada. Excepto por la llave inglesa que tenía en las manos, estaba desarmado. A mi alrededor, en el garaje, se oían ruidos de disparos, gritos y golpes mientras los animales luchaban por el control de la jungla, y solo era cuestión de tiempo que uno de ellos se tropezara contra un debilitado y agotado mago llamado Harry Dresden.

Salimos de Guatemala y entramos en Guatepeor.