Capítulo 4
—¿En prisión? —grité—. ¿En prisión? Diablos, Murphy. ¿Tenías pensado decírmelo algún día?
Me miró con gesto irritado. Las luces de los coches que venían en dirección opuesta a la nuestra le deslumbraban.
—Déjame en paz, Harry. He tenido un mes muy duro.
Una docena de preguntas intentaban abrirse paso por mi boca. La que acabó saliendo fue:
—¿Por qué no me llamaste el mes pasado para los otros asesinatos?
Murphy fijó la vista en la carretera.
—Quise hacerlo. Créeme. Pero no podía. Los de Asuntos Internos comenzaron a investigarme por lo que sucedió con Marcene y Victor Sells la primavera pasada. A alguien se le ocurrió que estaba compinchada con Marcone. Que le había ayudado a asesinar a uno de sus enemigos y a acabar con el cártel del Tercer Ojo. Así que no me los quitaba de encima.
Sentí un repentino arrebato de culpa.
—Por culpa mía. Pusiste aquella orden de arresto contra mí y luego la anulaste. Y cuando todo acabó, surgieron todos aquellos rumores sobre mí y Marcone…
Murphy apretó los labios y asintió con la cabeza.
—Sí.
—Y si hubieses intentado contármelo, habría sido como echar leña al fuego.
Me froté la frente. Y el que estaba investigando a Murphy también me habría investigado a mí. Así que había estado protegiéndome. No se me había ocurrido pensar que los rumores que Marcone había lanzado sobre mí pudiesen afectar a alguien más. Felicidades, Harry.
—Está claro que no eres estúpido, Dresden —confirmó—. Un poco inocente, a veces, pero no estúpido. Los de AI no pudieron encontrar nada, pero hay bastante gente que cree que tengo las manos sucias, por no hablar de los que me la tienen jurada. Total, que pueden llegar a joderme bastante si no voy con cuidado.
—Por eso no has querido darle importancia a lo que ha hecho la agente Benn —supuse—. Estás intentando no hacer ruido.
—Exacto —dijo Murphy—. Si los de AI se enterasen de que he incumplido las normas me abrirían en canal, más aún si me peleo con un agente del FBI. Créeme, Denton puede parecer un imbécil, pero al menos no está convencido de que oculto algo. Jugará limpio.
—Y aquí es donde entran los asesinatos ¿verdad?
En lugar de responder, se puso en el carril lento y redujo la velocidad. Me giré hacia ella en mi asiento y la miré. Entonces vi los faros de otro coche que cruzaban un par de carriles y se ponía detrás de nosotros en el carril lento. No le dije nada a Murphy, pero seguí mirando el coche de reojo.
—Eso es —dijo Murphy—. Los asesinatos Lobo. Comenzaron el mes pasado, una noche antes de la luna llena. Encontramos a un par de gánsteres despedazados en Rainbow Beach. Al principio todo el mundo pensó que había sido un animal. Extraño, pero quién sabe ¿no? Total, que, como era raro, me pasaron la investigación a mí.
—Vale. ¿Qué pasó después?
—La noche siguiente fue una viejecita que paseaba por el parque Washington. La mataron del mismo modo. No tenía sentido. Nuestros forenses no encontraron nada útil, así que llamé al FBI. Tienen acceso a recursos de los que yo no siempre dispongo. Laboratorios forenses de alta tecnología, esa clase de cosas.
—Y sacaste al genio de la botella —dije.
—Algo así. Los forenses del FBI, ese chaval pelirrojo que va con ellos, encontraron algunas irregularidades en la dentición de los agresores. Dijeron que las marcas de los dientes y las huellas de las patas no correspondían a lobos ni a perros. —Se estremeció ligeramente—. Entonces empecé a pensar que podía ser otra cosa. ¿Sabes? Ellos suponían que alguien estaba intentando que pareciese el ataque de un lobo. Así es como comenzaron a llamar al criminal el Lobo asesino.
Asentí con la cabeza enojado. Los faros aún nos seguían.
—Ya sé que es una tontería, pero ¿has pensado en contarles la verdad? ¿Qué puede tratarse de un hombre lobo?
Murphy se mofó de mí.
—Ni hablar. El FBI contrata a conservadores. Gente que no cree en fantasmas, ni en duendes ni en toda esa mierda sobre la que te consulto. Dijeron que los asesinatos habían sido cometidos por alguna secta o por una pandilla de psicóticos. Que deben de haber conseguido armas hechas de colmillos y garras de lobo. Que las huellas que dejaron eran simbólicas. Le pedí a Carmichael que te lo consultase, pero tu contestador decía que estabas trabajando en Minnesota.
—Sí. Alguien vio algo en un lago —confirmé—. ¿Qué pasó después?
—Pues que se armó la gorda. La noche siguiente encontramos a tres vagabundos en el parque Burnham. Estaban hechos trizas. Peor que el tipo de esta noche. Y la última noche de luna llena, un viejo en el exterior de una tienda de licores. Luego, la noche siguiente, un hombre de negocios y su chófer en un aparcamiento. Y durante todo ese tiempo tuve encima a los de AI, observándolo todo.
Movió la cabeza e hizo una mueca.
—La última víctima. Todos los demás estaban fuera, en una parte peligrosa de la ciudad. Un hombre de negocios en un aparcamiento no encaja en ese patrón.
—Ya lo sé —dijo Murphy—. James Harding III. Un importante empresario. Él y John Marcone son socios en unos proyectos de construcción en el noroeste.
—Y esta noche tenemos otra víctima vinculada a Marcone.
—Sí —asintió Murphy—. No sé qué me da más miedo, si pensar que se trata de ataques animales cometidos por una pandilla de psicóticos que llevan cuchillos afilados con dientes de lobo, o de hombres lobo organizados. —Soltó una risita forzada—. Incluso a mí me sigue sonando absurdo. Sí, señoría, la víctima fue asesinada por un hombre lobo.
—Seguro que después de la luna llena la cosa se calmó.
Murphy asintió.
—AI cerró el caso por falta de pruebas y no pasó mucho más. No murió nadie más. Hasta esta noche. Y aún nos quedan cuatro noches de brillante luz de luna, si los asesinos siguen el mismo patrón…
—¿Estás segura de que es más de uno? —le pregunté.
—Sí —respondió ella—. Según el agente Denton, las marcas de los mordiscos, o de algo parecido a un mordisco, proceden de tres armas diferentes como mínimo. Los tipos de los laboratorios dicen que podría tratarse de asesinos múltiples, pero los forenses no están seguros.
—A menos que estemos hablando de hombres lobo. En ese caso cada grupo de marcas correspondería a un grupo de colmillos diferente, y estaríamos hablando de una manada.
Murphy asintió.
—Pero no pienso ir a decirles eso. Estaría cavando mi propia tumba.
—Claro. Por eso me has dicho que tu empleo peligraba.
Hizo una mueca.
—Ahora solo necesitan un buen motivo para deshacerse de mí. Si no atrapo a esos tipos, quienesquiera que sean, los políticos se cebarán conmigo. Después les resultará sencillo presentar cargos contra mí por complicidad u obstrucción a la justicia. Y seguramente también intentarán ir a por ti. Harry, tenemos que atrapar al asesino, o asesinos. O estoy acabada.
—¿En alguna ocasión has sacado sangre o cabellos de la escena del crimen? —le pregunté.
—Sí, a veces —respondió ella.
—¿Y saliva?
Murphy frunció el ceño.
—Saliva. Estaría en las heridas de los mordiscos. —Negó con la cabeza—. Si la han encontrado, nadie ha dicho nada. Además, las muestras no nos servirán de nada si no tenemos un sospechoso para compararlas.
—No te servirán de nada a ti —corregí—. Algo dejó sangre en la ventana cuando entró. Quizá averigüemos algo.
Murphy asintió.
—Sería estupendo. Vale, Harry. Ahora ya sabes lo que está pasando. ¿Qué puedes decirme sobre los hombres lobo?
Apreté los labios durante un momento.
—No mucho. Nunca los estudié en detalle. Puedo decirte lo que no son. Pero dame hasta mañana por la mañana y prepararé un informe completo.
Miré por la ventana posterior mientras Murphy salía de la autopista JFK. El coche que nos seguía también salió.
Murphy frunció el entrecejo.
—¿Mañana por la mañana? ¿No puedes tenerlo antes?
—Puedo tenerlo en la mesa de tu despacho a las ocho. Antes, si le dices al sargento de guardia que me deje entrar.
Murphy suspiró y se frotó los ojos.
—Vale. De acuerdo.
Regresamos al bar McAnally y aparcó al lado de mi Escarabajo. El coche que nos había estado siguiendo también entró en el aparcamiento.
—Dios, Harry. No puedo creer que esté sentada aquí contigo hablando de hombres lobo que matan a la gente en el centro de Chicago. —Me miró con ojos ansiosos—. Dime que no me estoy volviendo loca.
Salí del coche, pero me apoyé en la ventana.
—No creo que te estés volviendo loca, Murphy. No sé. Quizá el FBI tenga razón. Tal vez no sean hombres lobo. A veces pasan cosas muy raras.
Esbocé media sonrisa y ella me respondió con un leve bufido.
—Seguramente estaré en mi despacho, Dresden —dijo—. Quiero el informe en mi mesa por la mañana.
Salió del aparcamiento y rápidamente se metió en la calle. No entré en el Escarabajo. En vez de eso, miré el coche que nos había estado siguiendo hasta el aparcamiento. Cruzó el aparcamiento y se dirigió hacia mí, pero no se detuvo.
La conductora, una llamativa mujer de pelo castaño oscuro lleno de canas, pasó por delante de mí sin mirarme.
Vi que se alejaba y fruncí el entrecejo. Salió del aparcamiento, se fue en dirección opuesta a la de Murphy y desapareció de mi vista. ¿Era el mismo vehículo que nos había seguido por la JFK? ¿O me lo había imaginado? Mi instinto me decía que la mujer del coche había estado siguiéndome, pero bueno, no era la primera vez que mi instinto se equivocaba.
Entré en el Escarabajo y me puse a pensar durante un momento. Me sentía culpable y un poco mareado. Murphy tenía problemas por culpa mía. La primavera pasada la había puesto en medio de una situación extremadamente delicada al no decirle lo que pasaba. Ahora estaba sometida a una gran presión.
Tengo lo que puede considerarse una actitud muy anticuada y chovinista hacia las mujeres. Me gusta tratarlas como señoras: abrirles la puerta, invitarlas a cenar cuando tenemos una cita, llevarles flores, retirarles el asiento y todo eso. Si tuviese una mejor opinión de mí mismo, lo llamaría caballerosidad. Sea lo que sea, Murphy era una dama en apuros. Y puesto que yo la había puesto en esa situación, yo tenía que sacarla de ella.
No era la única razón por la que quería detener los asesinatos. Ver a Spike descuartizado me había asustado horrores. Aún temblaba un poco, una reacción primaria a un miedo muy primitivo. No quería que un animal me comiera, que me masticara con un montón de colmillos afilados. Pensar en ello hizo que me enroscara en el asiento del coche y me abrazara las rodillas juntándolas hacia el pecho, una posición difícil teniendo en cuenta mi altura y los apretujados confines de mi Escarabajo.
Spike había sufrido una muerte de lo más brutal y violenta. Quizá el matón se lo merecía. Quizá no. En todo caso, solo era una de las muchas víctimas que habían sido despedazadas por algo a lo que la gente corriente no debería tener que enfrentarse. No podía quedarme de brazos cruzados.
Soy mago. Eso significa que tengo poder, y el poder y la responsabilidad van de la mano. Tengo la responsabilidad de usar el poder que me ha sido concedido cuando sea necesario. El FBI no estaba en absoluto preparado para desafiar a una manada de hombres lobo salvajes que asaltan a sus víctimas en el otoño de Chicago. Eso me competía a mí.
Di un largo suspiro y volví a sentarme. Metí la mano en el bolsillo del abrigo para coger las llaves del coche y encontré el trozo de cristal envuelto en el pañuelo blanco.
Lo desenvolví con cuidado; el trozo de cristal manchado de sangre seguía allí.
La sangre tiene poder. Podía usarla para hacer un hechizo que me llevara hasta la persona que la había vertido. Podía encontrar al asesino esta noche, con solo dejar que mi magia me llevase hasta él, o hasta ellos. Pero tenía que ser en ese momento. La sangre estaba casi seca, y cuando lo estuviera del todo, me resultaría mucho más difícil usarla.
Murphy se cabrearía mucho si me iba sin ella. Probablemente se imaginaría que tenía pensado seguir la pista y que la había dejado fuera del asunto a propósito. Pero si no seguía la pista, perdería la oportunidad de detener al asesino antes de la noche siguiente.
No tardé mucho en tomar una decisión. Salvar vidas era más importante que evitar que Murphy se cabrease conmigo.
Así que salí del Escarabajo y abrí el maletero del Volkswagen. Cogí algunos utensilios mágicos: mi bastón, el recambio de mi brazalete de escudos y otra cosa sin la que un mago no debería salir a la calle. Una Smith and Wesson Chief's Special del calibre 38.
Los llevé a la parte delantera del coche y saqué el trozo de cristal manchado de sangre.
Que empiece la magia.