LAS DIFICULTADES DE UN ACUERDO CON LA IGLESIA

En el nuevo gobierno de la República, Negrín confió la cartera de Justicia a Manuel de Irujo, el mismo que en el mes de enero, en calidad de ministro sin cartera, había pedido sin éxito un cambio radical en materia religiosa. La opción de transferir Justicia de las manos de un miembro del núcleo duro de la FAI a un católico practicante tiene dos interpretaciones. Desde una óptica benévola debe considerarse que existía una voluntad inequívoca de normalizar la vida social e institucional en el territorio republicano. Un análisis malévolo no puede eludir la denuncia de que se trató sólo de una operación de imagen destinada a compensar el desprestigio internacional que la violencia en la retaguardia, especialmente la de carácter anticlerical, había comportado para la República.

Una cosa queda clara: Irujo asumió personalmente la responsabilidad con un compromiso auténtico. En su discurso de toma de posesión, pronunciado el 17 de mayo de 1937, se explicó en estos términos:

Como hombre, soy cristiano, demócrata y republicano. Como ministro, vengo a guardar y hacer guardar la ley […]. Aspiran los fascistas a imponer un sistema o credo religioso: nosotros a la libertad de conciencia, que permite al hombre, libérrimamente, elevar el corazón a Dios, y practicar, libremente también, su culto sin otras limitaciones que las impuestas por la moral Yo os diré, además, que soy cristiano y que el quinto mandamiento del decálogo de Cristo, anterior y superior para mí a la ley del Estado, es «No matar» […]. Aliento la esperanza de reducir considerablemente la población penal. Existen en las prisiones cientos de ministros del culto católico que no han cometido delito alguno. Bastó su carácter sacerdotal para ser detenidos […]. Los sacerdotes y religiosos que no resulten afectos a procedimiento criminal serán puestos en libertad […]. En adelante […] podrán ejercer su ministerio bajo la protección del Gobierno y con arreglo a las leyes. […] He de referirme de igual manera a los templos. Para los cristianos constituyen lugares religiosos. Para los hombres cultos son monumentos de arte. Para todos significan testimonios patentes de la tradición. […] Quien atente contra cualquier edificio religioso será juzgado como infractor de las leyes […]. Cuando los guardadores del templo conspiren contra la República serán juzgados por los tribunales. Pero quien incendia o destruye el templo atenta contra el orden republicano y ofende el honor de una sociedad democrática.[218]

Con el ministerio de Justicia en sus manos, Irujo se sentía con ánimos para emprender una política de saneamiento judicial que permitiera a la Iglesia y a los católicos recuperar sus derechos colectivos e individuales con las únicas limitaciones que las derivadas del cumplimiento estricto de la ley. Durante los meses que precedieron a su nombramiento, desde su cargo de ministro sin cartera, ya había ido preparando el terreno. Así lo reconoció el cardenal Vidal i Barraquer en más de una ocasión. La actitud del ministro vasco todavía cobra más mérito si se contrasta con la angustia que sufría por la suerte de cuatro de sus hermanos encarcelados en Pamplona.

Sin embargo, a pesar de los muchos sacrificios personales, la historia no iría por los caminos que ambicionaba. Sus propósitos chocaron con obstáculos muy variados. Unos, por previsibles no menos temibles, procedieron del movimiento anarquista que, a pesar de haber perdido las cuotas de poder y de credibilidad que había tenido, ostentaba, todavía, una capacidad de incidencia política muy importante. Su voz, por tanto, tenía aún mucha audiencia. Consciente de ello, el 25 de mayo de 1937, por medio de Solidaridad Obrera, exclamaba:

[…] ¡Libertad de cultos! ¿No habíamos quedado que la Iglesia había sido en la rebelión de julio un beligerante más? Todos lo habíamos entendido así, y en las mismas propagandas oficiales del Gobierno en que el señor Irujo era ministro sin cartera se ha dicho esto como justificante de la desaparición de los templos y de… los curas. El proyecto del señor Irujo no puede pasar de proyecto ni puede producir otra cosa que risa. Porque… de nada servirá lo escrito en el papel de la Gaceta de la República ante un pueblo que en muchas de sus zonas, por lo menos, se ha propuesto perseguir al catolicismo como uno de los más terribles daños que han pasado sobre esta raza feliz.

Una de las aspiraciones inmediatas de Irujo fue crear una Comisaría de Cultos. Para tal fin contactó con Josep Maria Trias, secretario general de Unió Democrática de Catalunya, con la finalidad de proponerle que la encabezara. Trias, después de consultarlo con personas de confianza de su entorno, decidió responder afirmativamente pero con tantas condiciones que su respuesta equivalía claramente a un no. Las condiciones fueron: libertad de todos los religiosos, con excepción de los que tuvieran una sentencia firme dictada por un tribunal legal; facilidad para permitir la expatriación de los que voluntariamente lo desearan, a excepción de los que estuvieran en edad militar; y, finalmente, contar con el beneplácito de las autoridades religiosas.