REGIÓN DE MURCIA

Diócesis de Cartagena

Los límites de la diócesis de Cartagena —actualmente Cartagena-Murcia— coinciden con los de la región murciana. En 1936, igual que en la actualidad, Cartagena formaba parte de la Provincia Eclesiástica de Granada.

La diócesis agrupaba en 1931 unas 300 parroquias y más de 400 ermitas o santuarios, entre los cuales destacaba y destaca el de Caravaca de la Cruz. Unos 600 sacerdotes y más de 300 seminaristas formaban el censo secular. Las órdenes masculinas contaban con más de 250 religiosos y las femeninas con la cifra de 1.264.

La persecución religiosa de 1936 causó 73 víctimas entre los sacerdotes diocesanos. El episodio más cruento afectó a ocho sacerdotes —todos ancianos— del asilo-colegio de la plaza de San Juan de Murcia, que fueron fusilados en las cuestas del Puerto, en la carretera de Murcia a Cartagena, la noche del 19 al 20 de octubre de 1936. El asalto a los asilos regentados por órdenes religiosas fue una constante en la persecución de aquellos meses de 1936. Es difícil comprender que las milicias revolucionarias tuvieran como objetivo estos centros, dedicados a la ayuda de los niños más desamparados, si no es aplicando la perversa lógica de quien cree que todo acto de caridad responde a una previa y calculada manipulación para conseguir la enajenación del beneficiado.

El 18 de noviembre de 1936 también fueron ejecutados cinco hermanos de la Salle del colegio de San José de Lorca. Desde primeros de agosto habían permanecido encarcelados en la prisión municipal de la localidad. El 2 de noviembre, en uno de los primeros juicios del recién constituido Tribunal Popular provincial, fueron absueltos y ordenada, por tanto, su libertad. Sin embargo, la decisión del tribunal no fue acatada por el Comité del Frente Popular de Lorca que, en una comunicación escrita al director de la prisión, decidió retenerlos alegando que «en las circunstancias actuales pudieran constituir un peligro para la población».[197] Al cabo de dos semanas fueron trasladados a una de las minas de azufre de las afueras de la ciudad para ser fusilados. Sus despojos, después de ser objeto de macabras profanaciones, se lanzaron al fondo de una sima de más de cien metros de profundidad.