NOTA DE LA AUTORA
Los personajes de esta novela son pura invención, personajes ficticios que viven una historia ficticia, y algunos de ellos en un lugar ficticio. Pero no habría podido construirlos si no hubiera leído, visto y escuchado numerosas informaciones aparecidas en los medios de comunicación a raíz de un caso real: el de dos amigos que supieron que sus padres los habían comprado a plazos. En aquel hecho me inspiré para diseñar la trama principal de la novela, que me gustaría se entendiese como un homenaje a todos los que, de alguna manera, se reconozcan en estas páginas. A ellos va dedicada. Hombres y mujeres que descubrieron, muchos por azar, que les habían robado la identidad al nacer. Con alguno me entrevisté en la fase de documentación de la novela, y me dieron las claves para buscar algunos matices que he querido trasladar a mi texto, en los que no había pensado cuando me planteé escribirla.
La novela también está dedicada a todas las madres que sufrieron el horror de los brazos vacíos y de los pañuelos sobre la cara de sus bebés, otro hecho real en el que me inspiré para uno de los capítulos. A algunas les quitaron a sus hijos por cuestiones ideológicas, como a las presas republicanas (se calculan alrededor de treinta mil niños separados de sus madres en las cárceles de posguerra); a otras por prejuicios sociales, como a las solteras obligadas a entregarlos en adopción; y a otras por la avaricia o la soberbia de algunas personas que llegaron a creer que tenían en sus manos el poder de manejar la vida y la muerte con una impunidad que ahora nos escandaliza, pero ante la que se cerraron muchos ojos y muchas bocas que podrían haberlo evitado. Algunas estimaciones hablan de que son trescientas mil personas las que pueden estar viviendo con apellidos que no les corresponden.
El pueblo donde discurre una parte de la historia también es ficticio. Me inspiré en una localidad cercana a Valladolid, en la que siempre me siento como en mi casa y a la que también quiero rendir homenaje, así como agradecer la ayuda que me prestaron algunos de sus vecinos para documentarme sobre el mundo de las viñas. También a ellos va dedicada esta novela, en la que he bautizado a algunos personajes con sus nombres u otros similares: la abuela Mila, los Caliles, el abuelo Vicente, Santiago el ferretero, María Dolores (María y Dolores).
Mi gratitud y mi homenaje también a mi familia (madre, hermanos, sobrinos, sobrinos nietos, primos y primas) y a todos los que me apoyan en este oficio de escribir, a veces tan solitario y siempre tan reparador. Especialmente a mis hijas, Dulce y Clara, y a Julia, Palmira, Ángeles, Amaya, Juantxu, Raquel, Iolanda, Pepa, Belén, Manuel, Pablo, Elia, Elena, Asun, Isabel, Charín, Sharon, Joke, Anneke, Nuria, Consuelo, Rafaela, Ana, Clara, Carmen, Carlos, María José, Rosa, Alfonso, Chele, Maite, Mari Cruz, Pachy, Cristina, Lliure, Irene, Jorge, Adriano, Blondel, Susana, Rafael, Jaime, Enriqueta, Juan, Paz, Jorge, Julio, Tino, Martín, Lolita, Fernando, José Luis, Ignacio, Diana, Ángela, Sergio, Isabel, Fernando, José María, Miquel, Marisa, Marcos, María, Agustín, Mari Ángeles, Pruden, Ramón, Conchi, Gracia, Sole, Yael, Georgina, Mai, Marga, Mar, Belinda, Almudena, Manuela, Paloma, Olegario, Rosario, Benito, Virgilia, Berta, Inma, Bernardo, Lucía, Josep, Matilde, Antonio, Manueles, Xesca, Juan Antonio, Pedro, Nieves, Miguel, Badía, Maribel, Sara, Eva, Pilar, Juanjo, Nélyda, Teresa, Mara, Marta, Rosanna, Luis, Adolfo, Marcela, Estrella, Puri, Laura, Rocío, Fátima, Paco, Carlos, Pilar, Javier, Alejandro, Amalia, Nando J., Juanma, Noni, Pepe, Jara, Jesús, Aurora, Marcos, Esperanza, Araceli, Luisco, Tomás, Marcel, Marcelo, José Antonio, José Manuel, Nani, Lourdes, Luciano, Vera, Enrique, Hilario, Ángel, Blanca, Caty, Leonor, Cecilia, Vildan, Daniel, Granada, Beatriz, Denis, Irene, Zoe, Izaskun, Vicenta, Mercedes, Mila, Mirta y un largo etcétera que me encantaría enumerar individualmente.
Y a los autores de los documentos que consulté, en especial a Benjamín Prado, por su Mala gente que camina; Víctor Jorge Rodríguez, por su Refranes y dichos populares en torno a la cultura del vino; María José Esteso Poves, por su Niños robados: de la represión franquista al negocio; Ángel Suárez Aláez, por su Historia de la Villa de La Seca; a Juan Verde, por su Dichos del buen beber; a Soledad Arroyo, por su Los bebés robados de Sor María: testimonio de un comercio cruel; a Juan Eslava Galán, por su Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie; a Montse Armengou y Ricard Belis, por su documental Los niños perdidos del franquismo; a Carlos Castilla del Pino, por su Pretérito imperfecto (Tiempo de memoria).
Mi homenaje también al poeta extremeño Ángel Campos Pámpano, In memoriam, y mi agradecimiento a sus hijas, Paula y Ángela, por los versos que condensan el sentir de esta novela: «Mientras pueda pensarte / no habrá olvido».
Y a Dulce, por supuesto.