Capítulo 30
EL reflejo de la luz de la calle que entraba por la ventana del dormitorio reverberaba en los cuerpos desnudos de los amantes que se contorneaban embrujados por la pasión. Encandilados por ese fuego indómito que los abrasaba, se abandonaban al fragor de los besos que sólo podían serenar con la mixtura de sus fluidos.
Alex estaba de espaldas con ella sobre su cuerpo, y su sexo aún dentro de Paula, a la espera de tranquilizar sus resuellos. Le acariciaba la espalda para serenarla y ésta, en determinado momento, levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
—¿Es normal esto que nos pasa, Alex?
—No sé si es muy normal, sólo sé que me encanta, me tenés... ¿cómo era esa palabra? ¡Ah, sí, ya me acordé! Me tenés atarantado.
La joven se carcajeó recordando que ella se lo había dicho en Buenos Aires y lo amó mucho más porque no olvidaba ningún detalle del idilio que habían vivido en su país. Salió de encima de Alex sin muchas ganas y se fue hacia el baño. Él la siguió y le dio una tierna palmada en el trasero por el camino. Cuando regresaron a la cama cayeron exhaustos y, abrazados, se durmieron.
Por la mañana, Paula se despertó, estiró su mano y notó que la cama estaba vacía: Alex no estaba a su lado. Buscó a tientas el reloj de la mesilla y miró la hora: eran poco más de las ocho de la mañana. Se sentó y se desperezó, le dolía todo el cuerpo y tenía punzadas en el vientre, a causa de que el día anterior habían tenido sesión de sexo continuada. Se cubrió la boca con una sonrisa al recordar el episodio del restaurante, se apoyó en el respaldo y extendió su mano para admirar su sortija de boda. Se sentía inmensamente feliz, muy pronto sería la «señora Masslow».
Alex era el hombre que toda mujer deseaba encontrar en su camino: bello, exitoso, sensual, caballeroso, era el mejor de los amantes, y mucho mejor persona, además de un muy buen hijo. Incrédula por tanta felicidad, se pellizcó para tener la total seguridad de no estar soñando.
Se rebulló en la cama y pataleó gozosa; tenía ganas de ponerse a gritar de alegría. Retiró las mantas y se puso de pie. Volvió a desperezarse, luego buscó una bata en el vestidor y salió hacia la cocina. Alex estaba sentado a la mesa del comedor leyendo el diario; un fuerte aroma a café recién hecho la invadió.
—Preciosa, ¿te despertaste? Iba a llevarte el desayuno a la cama.
Paula se paró a su lado y se inclinó para tomar entre sus manos el maravilloso rostro de su hombre y darle un beso.
—Gracias por malcriarme.
—Adoro hacerlo —le confesó, y la sentó en su regazo, le encantó acariciarle la espalda sobre el satén, casi tan sedoso como su piel—.¿Preparada para el día de hoy?
—Desde luego, ¿a qué hora nos vamos?
—A las diez.
—¿Viene a buscarnos Heller?
—No, pensaba que podíamos ir en el Alfa.
—Podemos ir con el mío, tengo ganas de conducir, lo hice muy pocas veces.
—¡Por supuesto que podemos ir!
Paula le encajó un sonoro beso, le apartó el pelo de la frente y le acarició el rostro, la nariz y los labios.
—Quiero que siempre sea así entre nosotros.
—Yo también quiero lo mismo, mi amor.
—Te amo, te amo demasiado... Nunca creí que podía llegar a sentirme así.
Él le llenó el cuello de besos y se sentaron a la mesa para compartir el desayuno. Paula puso dos sobres de edulcorante en su café, lo revolvió y se lo pasó, eso ya era un ritual entre ellos y no quería dejar de hacerlo nunca.
Alex estaba contestando unos correos desde su teléfono.
—Paula, en dos semanas vendrán de Francia para negociar la franquicia que quieren obtener para París; acabo de pasarles tu correo electrónico y tu teléfono para que se comuniquen con vos.
—De acuerdo, mi amor, yo me encargo.
—Chloé seguro que te llamará. Me informa de que aprovechará que viene a Washington para vernos con ella en Nueva York.
—¿Chloé? ¿Y cómo es Chloé?
—Su padre, Luc Renau, y ella son quienes pretenden obtener la franquicia de Mindland. Él contactó conmigo en Milán, cené con ambos después y ahí empezamos la negociación. Chloé se encarga de los tratos con el exterior, así que es muy probable que sea ella quien venga. Ya tienen una copia del contrato e imagino que querrá discutir algunos puntos, necesitamos alguien del departamento legal con urgencia porque Jeffrey estará de luna de miel.
—Lo conseguiremos, recuerdo que estuve mirando los contratos con la zorra pero... Yo no te pregunté quién era y a qué venía, sino cómo es.
—¡Paula! —Alex levantó la vista del iPhone—. Es trabajo, ¿qué pasa?
—Hum, el nombre me suena a comehombres.
Alex se carcajeó y, sin dejar de mirar su teléfono, pensó: «No te equivocás, mi amor, ¡sos tan perceptiva!».
—O sea que es linda, ¿no? Porque si me estás diciendo: «Paula, es trabajo», te estás atajando. ¿Hubo química entre ustedes?
—Paula, amor, ¿qué te estás imaginando? Cuando la conocí sólo quería que pasaran los días y las horas para regresar a tu lado. Mi mente sólo se ocupaba de pensar en vos. Con decirte que, durante la cena, vibraba mi teléfono con mensajes tuyos y yo lo único que quería era irme para leerlos.
Se quedaron mirando unos instantes.
—Lo siento, es que las francesas tienen fama de ser muy sensuales.
Alex la cogió de la barbilla, le dio un beso y le habló sobre sus labios. —Estamos a punto de casarnos, Paula. ¿Serás una esposa muy celosa aunque tu marido jamás te dé motivos para ello? —le preguntó él.
—Lo siento, supongo que este comentario estúpido es porque, cuando estuviste en Milán y no me contestabas de ninguna forma, pensé que podías haber conocido a alguien. Con ese nombre, mis alarmas sonaron sin sentido y, con respecto a que jamás me das motivos, mejor no toquemos ese tema, hoy no.
Frunció la boca y cerró los ojos. Alex sabía a lo que se refería, pero prefirió seguir por el lado del viaje.
—Tonta, fue el viaje más tortuoso que he tenido que hacer.
Después de un corto silencio ella se levantó para ir hasta la nevera por una botella de agua y volvió a sentarse.
—¡Alex!
—¿Qué, mi amor?
—Nunca hemos hablado de hijos.
Él se medio atragantó con un bocado de crepe que se había metido en la boca.
—¿Cuántos querés tener?
—¿Querés tener hijos? —preguntó ella tímidamente.
—¿Vos no?
—¡Por supuesto! Creo que con dos estaría bien.
—¿Dos? ¡Yo quiero más!
—¿Más? —preguntó ella con los ojos bien abiertos.
—Mi amor, yo estoy acostumbrado a vivir en una familia numerosa.
—Me pondré muy gorda, ¿me vas a querer igual?
—Serás la embarazada más hermosa del mundo y, además, apuesto a que estarás muy sensual con la panza.
—Me encantará llevar a tu hijo en mi vientre.
—Y a mí me encantará el proceso que hay que seguir para colocarlo ahí —le dijo con una sonrisa muy pícara, mientras le tocaba la barriga.
—Ojitos, estamos hablando en serio.
—Yo también.
—¡Qué tonto que sos!
Era el día de la boda de Alison y Jeffrey y, para mayor comodidad, Alex había reservado una habitación en el Four Seasons. Además, como él era uno de los padrinos, quería que Paula se pudiera quedar allí, mientras que él seguramente iría a hacerse fotos con los novios.
Los Masslow estaban todos en el mismo piso, era un día muy especial para la familia. Alojados en el piso 33, Alex y Paula ocupaban la suite Manhattan, donde gozaban de vistas al Downtown, del Empire State Building y también el edificio Chrysler. Era una habitación espaciosa y moderna de estilo contemporáneo, con salón y comedor, y un lujoso baño con acabados de mármol, ducha acristalada y una bañera con jacuzzi; todo estaba exquisitamente equipado, con batas, toallas y productos de perfumería. Paula recorrió cada estancia de la suite, mientras el personal subía el equipaje.
El dormitorio principal, con cama extragrande y un amplio vestidor, estaba separado del salón por una puerta, para ofrecer la máxima privacidad.
—¿Te gusta?
Alex estaba de pie a su lado con las manos en los bolsillos del vaquero.
—Es precioso, mi amor, me encanta y más aún porque la comparto con vos.
Paula guardó la ropa de ambos en el vestidor. Alexander se había empecinado en llamar a una empleada para que lo hiciera, pero Paula se negó rotundamente. Él se situó en la mesa de la habitación para revisar algunos asuntos pendientes de la oficina, ya que el jueves y el viernes no habían ido. Mandy, muy diligente, le había pasado varios asuntos por correo y estaba conectado con su Mac a la red de la empresa. Cuando la joven terminó de ordenarlo todo, también se puso a trabajar un rato. Recibió la llamada de Chloé y estuvieron hablando largo rato. Al final la francesa le pareció bastante agradable y juzgó que se iban a entender muy bien. Cuando cortó, se puso con otros temas aplazados que tenía.
—Amor, ¿sería posible que el lunes me acompañaras al banco para transferir mis cuentas para acá? Es que con el tipo de cambio tengo muchas fugas en mis activos.
—No te preocupes, el lunes llamo por la mañana para que nos atiendan a la hora del almuerzo y lo arreglamos todo.
—Gracias.
Más tarde, pidieron el almuerzo en la habitación, comieron gambas y ensalada romana, salpicada de picatostes y aderezada con queso parmesano. Se dieron de comer en la boca y se adoraron mientras compartían las viandas como hacían a cada minuto del día. Siguieron conversando sobre la boda, a Paula le surgían ideas y Alex disfrutaba viéndola planearlo todo; sólo quería complacerla y hacer sus sueños realidad.
Después, como iban bien de tiempo, se metieron en el jacuzzi y, para consentirla un poco más, Alex le dio unos masajitos en los pies. Paula, relajada y extasiada, emitía sonidos que escapaban de su boca de forma involuntaria.
—Me mimás demasiado, Ojitos, es muy fácil acostumbrarse a esto.
Él se reía complacido.
—Me encanta hacerlo, de hecho, es lo que tengo planeado para el resto de nuestra vida.
—Eso suena muy prometedor, no te dejaré olvidarlo.
—No te preocupes, porque no pienso hacerlo.
—Porque...¡yo no te lo permitiré! —exclamó abriendo los ojos y deslizándose en la bañera para acercarse a Alex y abrazarlo.
—Yo tampoco permitiré que me prives nunca de esto —le dijo él embelesado—. Sos mi premio y mi regalo del cielo.
Comenzaron a besarse apasionados, con ganas de beberse, de saborearse. Él bajó con sus besos por el cuello; ella estaba acurrucada contra su torso, que se insuflaba con cada respiración agitada que salía de sus pulmones. Paula lo enloquecía y le urgía disfrutar de su cuerpo, esa mujer lo había hechizado, lo había enamorado como nunca pudo creer que se podría, era su motor, su aire y su vida.
Ella le acariciaba la espalda y lo sentía tensarse, arder con sus besos. Estaba fascinada en los brazos de aquel hombre que sólo la amaba con posesión y con empeño. Echó la cabeza hacia atrás para ofrecerle más cómodamente su cuello y después se enderezó y lo miró profundamente. Empezó a acariciarle el pecho con las manos e, insaciable, se acercó a sus labios y le besó en el lado izquierdo.
—Lo que está acá dentro es lo que más amo de vos —dijo Paula y le señaló su corazón con el dedo índice.
—Vos sos la única culpable de que este corazón se haya ablandado, estás clavada en él.
—Sos un hombre extraordinario.
—Paula, mi amor, sólo soy un simple mortal que vive para amarte.
La pasión era una parte importante en su relación, pero Paula y Alexander se complementaban, se tenían el uno al otro para transitar por la vida y descubrir caminos o desandar otros. Serenos y entregados, se amaron y se veneraron en el agua, hasta que sus cuerpos hallaron el consuelo momentáneo en el orgasmo.
La peluquera llegó con un asistente y dos maquilladoras. Todas las mujeres de la familia se habían congregado en la habitación de Bárbara, donde cada una esperaba su turno para ser atendida. Joseph había huido de la vocinglería de las damas y se había refugiado en la habitación de Alex, con Chad y Edward, para ver un partido de fútbol americano. En el entretiempo y, como ya se acercaba la hora, los hombres fueron a cambiarse. Alex tenía preparado un traje de chaqueta con pantalón entallado en negro perlado, que acompañó con una camisa blanca y unos gemelos que los novios habían obsequiado a sus padrinos. Había elegido una corbata de seda en tono arena, como el pañuelo y el chaleco cruzado.
Paula llamó a la puerta de la habitación y ese adonis le facilitó la entrada. Ella se quedó fascinada con lo que vio; Alex era irrespetuosamente bello. Lo tomó de la barbilla y le mordió los labios.
—¡Estás hermoso!
Él se apartó, estiró las mangas de su chaqueta y posó para que ella lo admirase dando un paso atrás.
—Sos un irreverente —afirmó Paula.
Alex sonrió con esa cara de autosuficiencia que la había enamorado el primer día.
Paula llevaba un peinado recogido en un moño bajo y con una onda en la frente, que le despejaba el cuello increíblemente largo y apetecible.
—Me encanta ese peinado —le dijo él con un mordisquito en el cuello—. Me voy a ver a Jeffrey, así te doy tiempo para que te cambies. Me muero por ver tu vestido.
—No voy a cambiarme todavía, aún es muy temprano, pero estaré lista para cuando regreses de hacer las fotos.
—Estaré ansioso por verte.
Alex hizo un mohín y se rieron.
Paula ya estaba lista y dándose un último repaso frente al espejo. Llevaba un vestido de tul bordado en negro y forrado en color piel, con un escote delantero en una V muy profunda que terminaba en ondas. El canesú ultraadherente se ceñía a su cintura y definía su exquisita figura hasta la altura de las caderas, donde la falda se ampliaba para crear un pequeño arrastre en el ruedo y formar una mínima cola. En la espalda, un profundo escote en forma de U con las mismas ondas que el delantero dejaba su sedosa piel al descubierto. Había seleccionado unos guantes de seda negra que le cubrían todo el antebrazo, aunque en realidad no estaba muy segura de ellos, porque tapaban su sortija. Tras pensarlo durante un rato, concluyó que se lo consultaría a Alex. Las sandalias altísimas de Giuseppe Zanotti, con talonera y puntera metálicas, le encantaban y la hacían extremadamente provocadora. De pronto, unos golpecitos en la puerta capturaron su atención, Alexander había vuelto. Paula le abrió y se giró alejándose de él para que la viera caminar contoneándose mientras le exhibía el sugerente escote de la espalda.
Alex se quedó boquiabierto, como si hubiera visto una aparición sobrenatural; Paula iba a matarlo con tanta sensualidad.
—¡Dios, estoy en el paraíso! —ella sonrió mientras echaba sensualmente la cabeza hacia atrás—. Mi amor, creeme que me dejaste sin palabras. Estás hermosa, pero creo que sentiré muchos celos si alguien te mira. Te prohíbo alejarte de mí durante toda la fiesta.
—Ojitos, te recuerdo que serás vos quien se aleje de mí.
—Cierto, hum, peor aún porque no podré vigilar a tus admiradores.
—Espero que la golfa esa se haya estado quietecita con sus manitos durante las fotos.
—Tranquila, ella estaba en una punta y yo en la otra. —Él la abrazó y le besó el escote—. ¡Estás irresistible!
—¿Te gusta cómo me arreglé?
—¿Que si me gusta? Estoy sorprendido, absorto, extasiado, deslumbrado, patidifuso, casi al borde del desmayo, ¡absolutamente atarantado!
—¡Exagerado!
—Jamás dudes de mis palabras.
—Quiero consultarte sobre los guantes, ¿qué te parecen?
—Lucís sofisticada con ellos, pero no se ve tu anillo.
—¡Ah! Tuvimos el mismo pensamiento, mejor me los quito. Amanda insistió en ellos.
—No, dejátelos. En la cena te los podés quitar, me gustan.
Paula fue al baño a retocarse el brillo labial. Como única joya, se había puesto su reloj Bvlgari y unos pendientes de pedrería negra con engarce dorado.
Partieron hacia el salón donde se llevaría a cabo la ceremonia y se separaron en la salida del ascensor, pues él debía ir con el cortejo nupcial. —Blue Eyes, mucho cuidado con la sanguijuela.
—Ojalá pudiera no entrar con ella, creeme que si estuviera en mi mano lo haría —le aseguró Alex.
Paula le pellizcó la mejilla.
—¡Te amo!
—¡Yo también te amo!
Cuando Paula entró a donde estaba montado el altar, acaparó la mirada de varios de los asistentes. El primo Alan, que la vio pasar, la reconoció de inmediato y le presentó a su novia, y también saludó a sus padres, a quienes había conocido en el cumpleaños de Bárbara. Luego se acomodó en su sitio, junto a Lorraine, los abuelos Masslow, Chad y Ofelia.
Jeffrey ya estaba delante esperando a la novia, llevaba el mismo traje que Alex, pero con chaleco, corbata y pañuelo gris perlado, para diferenciarse de sus padrinos y un boutonniere rojo en el ojal. Faltaba poco para el momento crucial, hubo un cambio de melodía y entonces el cortejo nupcial empezó a hacer su recorrido. Su hombre iba en segundo lugar. Paula intentó centrarse en él para no mirar a la golfa que llevaba del brazo; él, por su parte, hizo lo mismo. Desde que entró, buscó su mirada y no la apartó de ella en ningún momento.
La ceremonia fue muy emotiva, sobre todo la lectura de los votos; la abuela Hillary estaba muy afectada y Paula y ella terminaron cogidas de la mano.
Después de la declaración oficial de la unión del matrimonio, los novios salieron precedidos por su cortejo. Cuando Alex pasó junto a ella, le guiñó un ojo y le tiró un beso; Paula salió apresurada porque quería verlo antes de que él volviera a irse.
—Sólo un ratito más para unas fotos y prometo no moverme en el resto de la noche de tu lado.
—No te preocupes, Ofelia y la abuela me están mimando.
—¡Ah! Entonces te dejo en buenas manos, no me cabe la menor duda de que te consentirán mucho.
Había pasado una hora desde la culminación de la ceremonia, y, después de los cócteles y los aperitivos, los invitados empezaron a entrar al salón. Paula se había sentado a la mesa que le habían asignado, junto a las mismas personas con las que había compartido la ceremonia. Sus suegros atendían a los invitados mientras llegaban los novios.
Al entrar, Alex buscó incesantemente a su chica hasta dar con ella en una de las mesas. Sin dudarlo, se acercó a paso seguro y apremiado, se saludaron con un sonoro beso.
—¿Amanda y Edward? —preguntó Chad.
—Fueron al baño, ya vienen —le contestó Alex a su cuñado.
—Una gran boda —intervino Lorraine—, todo está hermoso. Ahora habrá que esperar a la de ustedes.
—Uf, ahora que pasa la de Alison y Jeffrey, tendrán que conseguirse unos tapones para los oídos, porque juro que los hartaré hablando de los preparativos. ¡Hace dos semanas que me vengo aguantando! —exclamó Paula gozosa de poder expresar su felicidad a los cuatro vientos.
Después del primer baile de los novios, salieron todos a la pista a bailar. La orquesta se encargó de amenizar la noche con música exquisita; había buen ambiente, comida y bebida abundante, todo era un éxito. La felicidad de los recién casados inundaba a todo el mundo del mismo sentimiento. Éstos estaban a punto de retirarse y Alison se dispuso a tirar su ramo. Paula se colocó cerca con timidez, empujada sobre todo por Lorraine, Amanda y Alex. Tuvo la suerte de que las flores cayeran en sus manos; Paula lo levantó triunfal, mientras Alex aplaudía. Chad, Edward y Jeffrey, saltándose el protocolo, iniciaron una rechifla ensordecedora para celebrarlo. Sin más dilación, los novios se retiraron. Entre los invitados se formó un pasillo en el que les tiraron pétalos de flores para despedirlos. No obstante, la fiesta continuó un rato más para los allí presentes.
—Voy al baño, mi amor.
—Te acompaño.
—No hace falta, vuelvo enseguida, quedate tranquilo —le dijo Paula y se acercó a su oído—: Además, sos muy peligroso en los baños de mujeres —se carcajearon.
Habían pasado varios minutos desde que ella se había ido y Alex estaba empezando a impacientarse.
—Amanda, ¿por qué no te fijás si Paula está bien? Fue al baño hace rato y no regresa.
—Dejá —interrumpió Lorraine—, necesito ir al baño, yo me fijo. Lorraine volvió desesperada corriendo y gritando, mientras llamaba a Alex.
—Está lastimada... Paula está lastimada.
Alex atrapó sus manos para escucharla más de cerca, pues por la ansiedad y el volumen de la música le costaba entenderla. Lorraine estaba desencajada y lo tironeaba.
—¡Está bañada en sangre en el suelo del baño!
Alex y todos los demás salieron disparados, él fue el primero en llegar, se tiró a su lado y atrapó su mano; estaba abatida en un charco de sangre, tenía los ojos abiertos y las pupilas dilatadas. Cuando lo vio llegar, buscó sus ojos con insistencia.
Alex lloraba, Amanda le decía que no la moviera, Edward llamaba al 911 mientras abrazaba a Lorraine, y Chad sólo se agarraba la cabeza y maldecía: todo era caos y desesperación.
—Mi amor, ¿qué te pasó, quién te hizo esto?
Paula quería hablar pero las palabras no le salían, Alex estaba desconsolado, pronto llegaron Bárbara y Joseph, pues Chad los había ido a buscar.
—¡Dios, protege a este ángel! ¿Quién pudo haberle hecho esto? gritó Bárbara y se agachó para cogerle la otra mano y acariciarle la frente, pero ella no apartaba los ojos de Alex—. Tranquila, tesoro, ya viene la ambulancia, te vas a poner bien. ¡Calmate, Alex! —le gritó—, la estás poniendo nerviosa, no le hace bien —regañó Bárbara a su hijo.
—Edward, dale, buscá a Bob, él es cirujano, por Dios, ¿para qué estamos todos acá sin hacer nada? —gritó Joseph y Edward salió impulsado maldiciendo por no haberse dado cuenta antes, pero regresó muy pronto y solo.
—Lo siento, el tío Bob, Serena y Rachel ya se fueron.
—¡Ha sido esa malnacida! ¡Estoy seguro de que ha sido esa perra! chillaba Alex. Se puso de pie y, de pronto, lo comprendió todo. Golpeaba las paredes, estaba furibundo, lloraba y maldecía—. ¡Estoy seguro de que fue ella!
Joseph aferró a su hijo, para intentar calmarlo.
—¿Qué mierda estás diciendo, Alex?
—Fue ella papá, estoy seguro. Yo la rechacé muchas veces y la última vez que hablé con ella me di cuenta de que no estaba en sus cabales. Tuve que haber reaccionado antes, ¡es culpa mía, papá, no he protegido a Paula! —Lloraba en los brazos de su padre, desconsolado y desencajado—. ¡Mierda! ¿Y el médico no llega? ¡No quiero que se muera, papá, no quiero, ella es mi vida!
Volvió a inclinarse sobre su mujer.
—Preciosa, escuchame, mi amor, por favor, mi vida, cerrá los ojos si fue Rachel la que te hizo esto.
Paula no respondía, su mirada estaba clavada en un punto fijo, ya no lo miraba.
—Alex, por Dios, dejala. ¿Qué intentás hacer? —lo reprendió Amanda entre sollozos.
Los ojos de la joven se empezaron a poner blancos y comenzó a perder la conciencia, porque había perdido mucha sangre. Desprovista de todas sus fuerzas, los cerró y una lágrima se escapó de ellos.
—No, mi amor, no... no... Mirame, por favor, mirame, quedate acá conmigo, no me dejes, Paula, no me dejes, por favor, no lo hagas.
La ambulancia dejaba atrás a toda velocidad las luces de la ciudad y el eco de su sirena ensordecía la madrugada de las calles de Manhattan. Alex iba aferrado a su mano y era imposible separarlo de ella, por momentos estorbaba hasta a los médicos que intentaban hacer denodados esfuerzos por estabilizarla.