Capítulo 2
MAURICIO, Maximiliano y Mikel se habían pedido de primer plato una ensalada, pero para Alex y Paula trajeron mollejas al carbón y provoleta de cabra con almendras. Ella miraba su plato y él le preguntó:
—¿Te gustan las mollejas?
—Sí, parece exquisito, gracias. —Paula se sintió feliz por haber articulado cinco palabras seguidas, pero pensó en silencio: «Hey boy! ¡Vaya chico listo! ¿No se te ocurrió que si me sirven todo esto de entrada, no voy a tener lugar para lo que me traigan después? ¡Con una ensaladita verde, como la de mis amigos, hubiera sido suficiente!», recapacitó mientras cortaba un trozo de molleja y se lo llevaba a la boca.
—Paula, como has bebido alcohol con el estómago vacío, decidí pedir una entrada más consistente, para que el alcohol no te siente mal —le explicó el estadounidense sin perderla de vista. La miraba llevarse la comida a la boca y no podía dejar de imaginar cómo sería poseer sus labios.
Ella clavó sus ojos en sus cristalinos iris azules y volvió a discurrir: «Read my mind? ¿Acaso pensé en voz alta? ¿Me ha contestado a mí? Creo que me estoy volviendo loca y, como es gringo, ya hasta pienso en inglés. Este hombre me impresiona».
Quería concentrarse en la comida y también participar en la conversación, pero le faltaba coordinación y sus pensamientos se agolpaban en su mente. Sentía los ojos de Alex aunque no lo mirara y empezaba a encontrarse incómoda, abrumada. Era una sensación difícil de explicar porque le resultaba inquietante y halagador al mismo tiempo. Él, por su lado, aunque lo intentaba, no podía dejar de observarla y se sentía un tanto estúpido; no comprendía por qué estaba actuando de esa forma, demostrando sin disimulo alguno cuánto le atraía aquella mujer. «Pero ¿qué me pasa? Es bonita, pero no para tanto, no como para comportarme como lo estoy haciendo», pensó con un deje de enfado. Mientras él conjeturaba en silencio, Mikel ya se había dado cuenta de la atracción que Paula producía en su amigo y se sintió extrañado ante tanto despliegue. Por lo general, Alex no cortejaba a las mujeres, sino al contrario: su amigo tenía la suerte de que eran ellas las que solían tirársele encima.
Cuando les trajeron el último plato, Paula se bebió de un tirón todo el vino que quedaba en su copa y empezó a cavilar de nuevo: «Hey, gringuito, ¿te parece que estoy muerta de hambre? ¿Cómo pretendés que me coma todo esto? ¿Por qué no me pediste unos agnolotti como hicieron mis amigos? Y vos, Maxi, ¿qué te pasó por la cabeza para dejar que este tipo pidiera toda esta comida para mí?».
Alex, como todo un experto, le explicó lo que contenía el plato, pero a esas alturas de la cena ella ya estaba tan fastidiada con sus aires de sabelotodo que su mal humor era evidente. En ese momento, empezó a molestarle que él hubiera tenido el atrevimiento de pedir por ella. Y encima no dejaba de mirarla. Definitivamente la estaba poniendo nerviosa. Además, era evidente que el vino le estaba sentando mal, algo que Maximiliano ya había notado, pues conocía muy bien ese desborde de sensaciones en la cara de Paula.
—¿Te pido un agua? —le preguntó mientras cruzaba por delante de Mauricio y le quitaba de la mano la copa de vino que Alex había vuelto a llenarle.
—Sí, quítale el vino que esta noche va a terminar en pedo. —La mirada que Paula le lanzó a Mauricio fue más intimidante que la de Pattinson en Crepúsculo—. El vino blanco te hace mal, Ana Paula —siguió él en tono conciliador—, se te sube en seguida a la cabeza y lo sabés. Ese «Ana Paula», que a ella le molestaba muchísimo, casi hizo que perdiera el control.
—Veo que ustedes no han cambiado nada en todos estos años —dijo Mikel mientras se desternillaba de risa—; siempre están como el perro y el gato.
—No creas —intervino Maxi—, sí han cambiado: están cada vez más insoportables. Por favor, tengamos la cena en paz.
Maximiliano bajó su vista al plato y siguió comiendo mientras elogiaba la comida. Alex se recostó en su asiento, con el codo en el reposabrazos y la mano en el mentón, observando la escena, algo que molestó a Paula. «Como no deje de mirarme con esa mirada de gringo perdonavidas que se cree el mejor de todos los que estamos acá, me levanto y lo insulto.»
—¡Ana Paula! —Maximiliano chasqueó los dedos y la hizo volver. Él era la única persona que podía usar su primer nombre sin que a ella le molestara.
En ese instante sonó el móvil de Alex y él estiró la pierna sacándolo con dificultad de su bolsillo, miró la pantalla y se puso en pie para atender la llamada. La joven se sintió intrigada, pero Maxi interrumpió sus pensamientos y le cogió la mano por encima de la mesa.
—¿Querés que te acompañe al baño para refrescarte?
—No, estoy bien, sólo me sentí un poco nublada por un momento, pero no voy a tomar más vino. Seguiré bebiendo agua y pronto se me pasará.
Alex hablaba por teléfono un tanto retirado de la mesa y Paula se entristeció por que hablara en inglés porque así era imposible leerle los labios. Él parecía animado, se reía y se frotaba el mentón con soltura. Y, como no miraba hacia la mesa, ella aprovechó para observar a conciencia y sin tapujos. Era un hombre atractivo por donde se lo mirara, de esas personas que llaman la atención y captan las miradas ajenas. En determinado momento, su conversación telefónica terminó y, al cortar, ¡glups!, la pescó escrutándolo. Se sintió incómoda, pero intentó disimular poniéndose a hablar con Mikel de la hora a la que habían llegado y otros detalles estúpidos del viaje. «Bien, nena, creo que no te soy indiferente», se dijo Alex. Sin embargo, y en alusión a lo ocurrido, le dijo mientras volvía a ocupar su lugar:
—El gato se comió al pez, Ana Paula —le soltó con una sonrisa seductora y entonces ella pensó: «Casi me derrito con esa sonrisa. Pero si hasta creo que me he mojado toda. La entonación que le pone a las palabras hace que su voz tenga un encanto especial cuando utiliza nuestro idioma, aunque me haya llamado por mi nombre completo».
—Y por la boca muere el pez —replicó ella y se carcajearon. Poco después llegó el postre y Alex, tras consultarles qué querían beber, mantuvo un breve intercambio con el camarero:
—¿Tienen Bollinger o Veuve Clicquot?
—Tenemos Veuve Clicquot 1998 Brut y Brut Rosé, señor.
—Perfecto. Tráiganos La Grande Dame Rosé.
Mikel, acostumbrado a los gustos excéntricos de su amigo, no prestaba atención a la conversación, pero los demás intercambiaban miradas, puesto que con el Moët & Chandon de antes de la cena se hubieran sentido más que satisfechos. Como era lógico, todos comieron helado menos Alex y Paula.
—¿Y esto qué es? —preguntó ésta cuando el camarero se alejó. Mauricio prestó atención al plato y enterró su cuchara en el postre llevándose un bocado a la boca.
—Hum, no sé, pero está muy rico.
—Torrija caramelizada con helado de dulce de leche y bananas. Te gustará. Y, si no es así, aunque sea comete las bananas, que contrarrestan el efecto del alcohol —le informó Alex mientras hundía a su vez su cuchara en el suyo.
—No estoy borracha —se ofendió ella sosteniéndole la mirada. Se sentía molesta con la actitud pedante de Alex. Aunque si lo que había intentado durante toda la noche era llamar su atención, lo estaba logrando. «Uf, nena, me encantás enfadada. Creo que voy a morderte esa boca en cuanto pueda.» La mente de Alex iba a mil por hora, pero retomando la cordura le contestó sin mirarla:
—No dije eso, yo tampoco estoy borracho y pedí lo mismo.
Paula se quedó mirándolo y entonces él la imitó; parecía un duelo de pestañeos. «Este gringuito insolente no sabe con quién se está metiendo. No me va a hacer callar así porque sí. ¿Qué se cree? ¿Que puede venir acá y darme lecciones de todo?»
Era obvio que Alex era muy atractivo. Se movía con soltura, hacía alarde de sus encantos físicos, se desenvolvía con seguridad y, desde un principio, había utilizado la comida como un arma de seducción: quería demostrarle a Paula los placeres de los que podría gozar a su lado. Y ella, a su vez, comenzaba a sentir fastidio ante tanto despliegue de lujos. De repente, recordó el comentario de Mikel, que lo había definido como una persona con mucho dinero pero muy sencilla. Estaba cada vez más en desacuerdo con esa explicación. Al contrario, se daba cuenta de que el estadounidense utilizaba sus excentricidades como arma de poder, y, aun así, no podía apartarse de su juego. El camarero llegó con el champán que Alex había pedido, destapó la botella con habilidad y florituras y le sirvió a él para que lo probase. Él tomó un sorbo y asintió, el camarero dejó la botella y las copas en la mesa y, cuando iba a retirarse, Alex lo detuvo:
—Otra agua para la dama, por favor.
«Pero ¡bueno! Esto es una provocación en toda regla. ¿Qué se cree?, ¿que va a manejar mi voluntad durante toda la noche? Todo el circo que montó con el champán y resulta que ahora quiere que tome agua porque piensa que estoy pasada de copas. Está bien, es muy atractivo, atento y caballeroso, algo difícil de encontrar en otros tipos, pero su autoritarismo me saca de quicio. Supongo que, como empresario, está acostumbrado a dar órdenes a sus empleados, pero ¡yo no soy uno de sus empleados!», reflexionaba Paula en silencio, mientras comía el postre, pero para llevarle la contraria dejó las bananas de lado. Él se dio cuenta y sonrió.
Alex entonces tomó la botella de champán y comenzó a llenar todas las copas excepto la de Paula. Mantuvo la tensión hasta el final, cuando, sin mirarla, le sirvió también a ella. «Aaaaaah, este tipo me enerva, va a conseguir sacar lo peor de mí.» Cuanto más lo ignoraba la joven, más la provocaba él. Alex se echó hacia atrás y bebió un sorbo de su copa mientras la observaba divertido. «¡Ah! ¿Estás esperando que beba? —se dijo ella. Pues ahora no me da la gana hacerlo. ¡Metete tu champancito de nombre raro en el trasero!» Mientras la conversación avanzaba, sus pensamientos se convertían en un torbellino. El camarero le trajo el agua, pero Paula tampoco la tomó. Alex seguía recostado en su asiento, mirándola, mientras pensaba en todo lo que le gustaría hacerle y, cada vez que ella lo miraba, esbozaba una media sonrisa. Se sintió estúpida y empezó a ponerse de mal humor. «Yo no soy así. ¿Por qué me estoy comportando de esta manera?», reflexionó. Acto seguido, cogió la copa con parsimonia, tomó un sorbo, saboreó la bebida y, sin mirarlo, la dejó en la mesa. «Tampoco me iba a quedar con las ganas de probarlo, ¿no? Hum, debo reconocer que tiene buen paladar, se distingue un sabor afrutado y a vainilla exquisito.» De soslayo y con el rabillo del ojo, vio que Alex la observaba con una sonrisa y le hacía un leve asentimiento con la cabeza. «¡Idiota! Se las da de sabelotodo.» «¡Cómo quisiera probar tu lengua con sabor a Veuve Clicquot! —pensó Alex al tiempo que notaba el latido en su entrepierna—. Me estás calentando, nena.»
Terminaron el postre, se bebieron el champán y siguieron charlando un rato más sobre cosas banales. Parecía que Alex había practicado todos los deportes que existían, algo que explicaba el porqué de su cuerpo musculado. Mientras pensaba en ello, Paula se imaginó tocando sus abdominales y sus bíceps, pero acto seguido se sintió avergonzada por sus pensamientos y se revolvió en su silla para alejarlos.
Era hora de ir hacia la disco. Alex llamó al camarero para pedir la cuenta y no dejó de ninguna forma que nadie pagara la factura, con el argumento de que, como era él quien se hospedaba en ese hotel, todos eran sus invitados.
—Dejen de discutir —intercedió Mikel—. Todo lo que digan será en vano.
Sonriendo ante la afirmación de su amigo, Alex sacó su cartera y depositó su tarjeta de crédito dentro de la libreta que contenía la cuenta. Paula supo en seguida que esa tarjeta no era de plástico, la reconoció en seguida. «¡Madre mía! Este tipo tiene mucha guita.» Su tarjeta era una JP Morgan Palladium; «la tarjeta que tiene Bill Gates», pensó.
Se tomó todo el champán de un tirón y se levantó para ir al baño. Entonces, Alex volvió a ponerse en pie con caballerosidad, aunque su gesto se fue al garete cuando, sin premeditación pero con descaro, sus lascivos ojos se posaron en el culo de la joven. Intimidada por su mirada y sonrojada por la incomodidad, ella intentó bajar su vestido. «Atrevido —se ofuscó, pero inmediatamente se sintió triunfante—: ¡Toma ya! No me tambaleé ni un poquito así, gringo. Para que veas que no estoy mareada.» Entró en el baño y se dirigió a unos de los lavabos libres. Después, frente al espejo, siguió reflexionando: «Es un bombonazo, pero es demasiado engreído. ¡Bah!, definitivamente no es mi tipo, pero ¡qué hermosos labios tiene! ¿Cómo será besarlo?». Sacudió la cabeza y se obligó a dejar de imaginarlo. De vuelta en el comedor, se percató de que Alex no estaba y que sus amigos la esperaban para ir hacia el Library Lounge.
Los primos empezaron a caminar sin dejar de hablar, pero Maxi y Paula se quedaron un poco más atrás, rezagados y cogidos de la mano.
—¿Vas a estar en este estado de nervios toda la noche por culpa del gringo? —le preguntó él acercándose a su oído.
—No estoy nerviosa.
—Claro, y yo no me llamo Maximiliano García. Reconocé que te gusta.
—Bueno, no te voy a negar que me parece atractivo, pero me parece muy presuntuoso.
—¿Viste cómo te miró el culo cuando fuiste al baño?
—¡Maximiliano! —Se sonrojó—. Sí lo vi.
—¡Ja! Y después decís que no te gusta, estás ruborizada. Y si te ponés así conmigo quiere decir que el gringo te tiene muerta. —Paula frunció el cejo y le sacó la lengua. Él tenía razón, Alex le encantaba, aunque no iba a reconocerlo por completo. Caminaron por el extenso pasillo y cuando estaban a punto de entrar en el salón, escucharon que les hablaban.
—Friendship has its benefits! —se dieron la vuelta y comprobaron que quien había hablado era Alex, que miraba con ironía las manos entrelazadas de los dos amigos. De inmediato, Maxi levantó su mano y la de Paula y dijo entre risas:
—¡Ah, ya entiendo! Muchos, cuando nos conocen, piensan lo mismo, pero ella es como si fuera una hermana para mí —se justificó.
—Creí que entre ustedes había ciertos... derechos.
—Sólo el derecho de exigirle lealtad por su amistad —aclaró Paula—, él no es mi tipo. —Y puso cara de asco. Los tres se rieron y Alex pareció satisfecho ante la explicación. Tras unos minutos, el encargado se acercó a él para informarle:
—Señor, su vehículo les espera.
—Muchas gracias —contestó él, muy cortés, y se dispusieron a salir.
El único vehículo aparcado frente al hotel era una limusina. Alex tomó a Paula por la cintura y, con la palma extendida, la escoltó hasta ella. Un cosquilleo invadió sus cuerpos con el contacto.
«¡Guau! Este tipo tiene más plata que sentido común. ¡Y yo que antes de venir estaba preocupada por si íbamos a caber todos en el coche!»
El chófer los esperaba con la puerta abierta, se acomodaron en el espacioso interior y ella quedó sentada contra la ventanilla. Cuando el automóvil se puso en marcha, Alex cogió el mando a distancia y encendió el reproductor de música. En ese instante, comenzó a sonar una canción de Reik, que Paula reconoció de inmediato. ¡La tenía en su iPod y le encantaba! De pronto se encontró tarareando la letra:
Sabes no pido nada más que estar entre tus brazos y huir de todo el mal.
—¡Chis! Cantás muy mal —le susurró Mauricio en tono de broma y todos se rieron excepto Alex y ella, que volvió a ruborizarse y emitió una tímida disculpa.
—No es importante cantar bien o mal, sino sentir la letra —dijo él. —No es importante mientras no le rompas los tímpanos a nadie repuso ella divertida—. Sé que canto fatal.
—No me pareció que lo hicieras tan mal —aseveró él.
El ambiente en la limusina era distendido. Maxi estaba concentradísimo enviando mensajes con su móvil y los demás habían abierto una botella de champán que estaba en el frigobar y se preparaban para servirlo. Mikel sostenía una copa en cada mano y le ofreció una a Paula antes que a nadie, aunque ella la rechazó. Había bebido demasiado en muy corto tiempo.
—Gracias, quizá luego en la disco beba algo.
Alex también la rechazó. En ese preciso instante, sonó el iPhone de Paula y ella lo cogió. Era un mensaje de Pablo, su hermano, y no pudo evitar sonreír mientras le respondía. Lo adoraba y siempre le arrancaba una sonrisa; minutos más tarde sonó la respuesta, que le hizo tanta gracia que hasta dejó escapar una risita.
—¿Algún admirador? —se interesó Alex.
—Tal vez —le contestó con gesto pícaro, sin desvelarle la identidad de su interlocutor.
—¿Tenés muchos? —continuó preguntándole él.
—A ver, dejame pensar... sí, algunos —le respondió ella con una sonrisa y se aplaudió en silencio.
—No lo dudo —afirmó él mientras la recorría con la mirada y una risa lujuriosa en la cara. «Hum, este desgraciado es condenadamente sexy e irrespetuosamente carilindo, pero ¿qué quiso decir? ¿Acaba de insinuar que soy atractiva? ¡Bah! Dejá de alucinar, Paula, este tipo está acostumbrado a chasquear los dedos y a tener lo que quiere al instante. No te metas en ese terreno», pensó. Sin embargo, sus acciones le llevaban la contraria y su mirada se iba de forma indefectible hacia los labios de Alex.
—¿Tu lista de admiradoras es muy extensa? —contraatacó y lo pilló desprevenido.
Alex volvió a sonreírle de manera deshonesta, pero no le contestó y se giró hacia la ventanilla. Su actitud, por supuesto, no conformó a la joven, que insistió de nuevo:
—¿Debo creer, por tu silencio, que es muy extensa? —lo provocó y, entonces, él ladeó su cabeza y la miró a los ojos.
—Más corta de lo que imaginás —contestó mientras pensaba: «Nena, no me obligues a ser presuntuoso, ¿acaso no me ves?».
«Mentiroso, ¿quién puede creerte? Como si no supieras lo atractivo que sos, como si no te vieses a diario en el espejo»
—. ¿Qué pasa, no me creés? —preguntó Alex.
—¿Habría algún motivo para no hacerlo?
—Por supuesto que no.
—¿Qué perfume usás?
—¿Te gusta? —él le sonrió de una manera endiablada.
—Sí, mucho. —Por unos instantes, ambos guardaron silencio, sumidos en sus reflexiones.
«¿El perfume o yo, nena? ¿Cuál de los dos te gusta más?»
«Todo vos me gustás mucho —se recriminó ella en silencio—. Paula, ¿te estás oyendo? ¡Por Dios!, sólo falta que te envuelvas en papel de regalo.»
Alex, que continuaba con la vista perdida en el paisaje de la noche porteña, decidió contestarle de pronto:
—Clive Christian N.º 1 —desveló, pero ella jamás lo había oído nombrar.
—¿Y el tuyo?
—J’adore, de Dior.
—Exquisito en tu piel.
«Por Dios, estamos flirteando de manera visible y lo peor de todo es que no quiero parar —se asustó Paula—. Hacía mucho tiempo que no me sentía así de descarada con alguien. Este tipo me hace pasar del enfado a la excitación en un segundo. ¿Cómo lo hace?» Estaban llegando a la disco. Tequila era uno de los lugares más exclusivos de Buenos Aires, donde sólo entraba quien podía y esa restricción había sido, entre otras cosas, la que lo había catapultado a la fama. Un nightclub pequeño, íntimo y con clientela fija, que no van a un sector vip diferenciado, porque todo el espacio es una zona vip.
La limusina aparcó en la entrada, Alex bajó primero, sostuvo la puerta y le ofreció la mano a ella para que bajara; un leve contacto que los hizo estremecerse, se resistieron a soltarse. En la entrada, Maxi, Mauricio y Paula dieron sus nombres y el de sus invitados y entraron sin dilación. Pidieron una mesa y, mientras Mauricio se dirigía al punto de encuentro donde había quedado con Clarisa y sus amigas, Alex se aferró a la cintura de la joven, algo que ella aceptó gustosa, quería que todos vieran que habían llegado juntos. Sonaba Satisfaction y la música aceleró aún más sus pulsaciones. «¿Qué me está pasando? Este hombre me está afectando más de la cuenta.» «Nena, hubiese querido quedarme en el hotel contigo y que subiéramos a la habitación. No puedo entender cómo me ponés.»
Se acomodaron y él se sentó muy cerca de ella. Alex tomó las riendas de la situación, llamó a una camarera y, entonces, consultó con los demás si querían seguir con champán. Todos asintieron y, tras preguntar por las marcas que allí tenían, entregó su tarjeta de crédito y la camarera se retiró. En ese momento, Maxi se levantó para ir al baño y, en el ínterin, llegaron Mauricio, Clarisa y sus dos amigas. Después de las presentaciones, todos se sentaron a la mesa y Estefanía se pegó a Mikel; a Paula le caía bien esa chica, pero no podía evitar sentir rechazo por Laura, pesar que se intensificó, cuando se dio cuenta de que ella no le quitaba el ojo a Alex y buscaba, por todos los medios, tema de conversación con él.
Comenzó a sonar una remezcla de Sean Paul & Coldplay, y Laura empezó a mover sus hombros de manera insolente. Lanzada y descarada, miró a Alex, le propuso ir a bailar, lo cogió de una mano y, como él aceptó, se fueron.
«Uy, nena, ¿qué te pasa? ¿No querés que me vaya? Tranquila, ya te va a llegar el turno, creo que te voy a hacer esperar un poquito», pensaba Alex mientras se alejaba de Paula.
Mientras se dirigían a la pista, Mauricio le hizo un guiño cómplice a su amiga Paula, sin que los demás lo advirtieran, y ella le sonrió, sintiéndose estúpida y hasta sintiendo pena de sí misma. «¿Tan obvio fue mi interés por Alex? Es evidente que sí», se lamentó al ver el gesto de Mauri.
Se sintió sola y entonces se acordó de Maximiliano. Tardaba mucho y, entre tanta gente, era imposible divisarlo, así que se levantó resuelta a encontrarlo. Se encaminó hacia el baño, necesitaba salir de allí porque, desde donde estaba sentada, podía ver a la perfección a Alex y a Laura bailando, un espectáculo que no le interesaba en absoluto. Cruzó la pista y, a lo lejos, en un taburete bajo, vio a Maxi hablando con Daniela. Contrariada y desanimada, se detuvo a mitad de camino para no interrumpirlos. Sentía que no pertenecía a aquel lugar; ni siquiera pudo entrar en el asfixiante y repleto baño de mujeres.
Meditó qué hacer por un instante: no quería volver a la mesa donde la zorra de Laura seguro que ya había tomado su lugar. «Ésa es más fácil que la tabla del dos, estoy convencida de que ya se tiró encima de Alex.» Pero no podía irse, porque no tenía consigo el bolso. Cuando, sin ganas pero sin otra opción, había decidido volver a la mesa, la cogieron por la cintura. Era Maximiliano, con Daniela de la mano y con cara de haberse reconciliado con ella. Tras el saludo entre ambas amigas, él la interrogó y Paula se explicó:
—Como no regresabas del baño, fui a buscarte, pero vi desde lejos que estabas en muy buena compañía y entendí tu tardanza. —Le guiñó un ojo—. ¡Dani, qué suerte que viniste! —le dijo Paula con efusividad y expresión sincera.
De camino a la mesa, pasaron por al lado de Alex y Laura, que le restregaba el trasero por la pelvis mientras él se movía tranquilo al compás de la música. «Pero ¿es que esa mujer no tiene ni un poquito de vergüenza? ¡Hace quince minutos que lo conoce!», se escandalizó Paula. Él los vio pasar y distinguió con claridad la mirada tosca y despreciable que ella les ofrecía. Cuando llegaron al reservado, no quedaba nadie; su bolso estaba cerca de la americana de Alex y tuvo el impulso de cogerla para poder olfatear su perfume, aunque se contuvo. Estaba contrariada, después de todo el flirteo entre ellos, al menos pensó que seguirían tonteando, pero eso no estaba ocurriendo. La camarera llegó entonces con las dos botellas de champán que habían pedido y, con ella, aparecieron Alex y Laura, aunque cada uno por su lado. Él volvió a sentarse junto a Paula y apoyó su mano sobre la pierna de ella, que lo miró estupefacta. Sin embargo, ese estimulante contacto se vio interrumpido por la camarera, que le devolvía al estadounidense su tarjeta de crédito.
Laura hablaba muy fuerte y, con total descaro, se acercó a Daniela para saludarla como si fuese su mejor amiga. Evidentemente también le dio un beso a Maxi, que parecía estar entre la espada y la pared. Paula y Alex los observaban: el disgusto de la chica, que estrujaba en silencio la mano de su novio, era notorio, tenía ganas de abofetearlo. Para salir de la situación, Maxi le presentó a Alex con actitud de cachorrito desvalido. Laura se movía al compás de la música, de forma vulgar y atolondrada; Paula no podía entender por qué la habían dejado entrar en ese recinto.
—Sos hermosa cuando estás enfadada —la piropeó Alex al oído.
—No estoy enfadada —le contestó ella, también al oído y resaltando cada una de sus palabras.
—¿No? Entonces, decíselo a tu cara. —Durante unos segundos, se sostuvieron la mirada. Paula quería que sus ojos le transmitieran cuánto le gustaba y, sorprendida, descubrió que ella también le gustaba a él. A esas alturas, ninguno de los dos estaba dispuesto a que nadie más los interrumpiera. Él se sintió perdido en la profundidad de sus ojos y decidió servir el champán. Aprovechando la ocasión, Laura intentó entablar conversación con Paula, pero ella fingió no oírla, en solidaridad con Daniela; además, no le importaba quedar como una maleducada. Sorbió su copa, que Alex le había entregado con un guiño cómplice, y notó que el gringo le volvía a apoyar la mano en la pierna y le decía:
—Parece que nadie soporta a esta chica —aseguró en voz baja y se acercó tanto que ella sintió cómo su aliento le acariciaba la piel.
—¡No te equivocás! No sé por qué Clarisa insiste en traerla.
En ese momento, llegaron los demás, acalorados de la pista, y Paula se alegró porque Laura tendría con quien hablar. «¡Qué suerte! Por fin Clarisa se va a hacer cargo de esta idiota.»
Alex, que no podía apartar la mirada de Paula, la cogió repentinamente de la mano y se puso de pie.
—Vayamos a bailar. —Ella se levantó sin pensarlo dos veces, se recompuso su vestido tironeando de su falda y caminó junto a él; Maxi y Daniela los siguieron.
Bajaron a la pista y cuando llegaron empezó a sonar un reggaeton que impregnó el ambiente de sensualidad con su ritmo. Todos deliraron bailando de forma voluptuosa Ella me seduce, canción que a Paula le encantaba. La situación era alucinante: Alex la agarró de la cintura y la apretó contra su cuerpo, llevó la mano que tenía enlazada a la de ella hasta la nuca y, deslizándose y sin soltarla, metió una pierna entre las de ella para comenzar a perrear. «¡Qué sensual se mueve, Crijjjjtojesuuuu!», pensó Paula intentando imaginar cómo lo diría su amiga dominicana, Vane. Se movió con toda la sinuosidad que pudo y, entonces, él le dio la vuelta y se quedó pegado a su espalda rodeando con el brazo su cintura mientras movía sus caderas y le cantaba al oído:
Ella me seduce y me lo pego por detrás.
Haga lo que haga ella se deja llevar.
Mi gata va a fuego, eso sí es verdad,
que no anda con rodeos
a la hora de perrear...
Alex se abrigó en su cuello y Paula pudo sentir su respiración, aunque él ni la tocó, sólo la olisqueó. Desenfrenada, levantó su mano y le enredó sus dedos en el pelo, acoplando sus cuerpos al ritmo de la música. Él hubiera deseado besarla ahí mismo, pero contuvo su deseo. Ella anhelaba que el gringo se diera cuenta de que estaba ardiendo. Justo entonces, la tomó de la mano, la giró de nuevo y, volviéndola a acercar a su cuerpo, le plantó un besito en la punta de la nariz. Paula se creyó desfallecer. Él se separó un poco para repasarla con la mirada y le guiñó un ojo; sus ojos se volvieron más profundos y el fuego que sentía se transformó, de pronto, en algo desmedido, descontrolado e irracional. A esas alturas, Paula estaba alucinando: «Diooooooooooos, ¿se puede ser más sexy que este hombre?», se preguntó. Él, a su vez, fantaseó: «Nena, te quiero en mi cama, quiero beberme todo tu cuerpo». Era lo único que ansiaba, tenerla entre sus brazos y perderse en ella. Bailaron la canción entera, pero no terminaron la siguiente, una remezcla de Finally found you, de Enrique Iglesias, porque ella se le acercó al oído y le dijo:
—No doy más. —Sus palabras escondían la verdad. Alex supuso que eran fruto del cansancio, aunque en realidad Paula no se veía capaz de seguir bailando con él sin besarlo, algo que no le confesó porque la cobardía la pudo.
Desplegando aún más sus aires de seductor, la cogió de la mano y le dio un casto beso en ella, luego la sacó de la pista abriéndole paso entre la gente que bailaba descontrolada. El contacto con su mano hacía que los deseos y pensamientos de Paula se volvieran irrefrenables, y se imaginó acariciando su cuerpo sin pudor. Al llegar a la mesa, Alex, lejos de soltarla, empezó a acariciarle los nudillos con el pulgar mientras imaginaba qué hacer con ella; necesitaba llevársela, sacarla de ahí, hacerla suya, poseerla.
El ambiente en el reservado estaba muy animado, gracias a los daiquiris, cosmopolitan y a una nueva botella de champán que reposaba en la cubitera y que Alex no tardó en descorchar. Sirvió sendas copas y, al entregarle la suya, aprovechó para apartarle un mechón de pelo que caía sobre su cara y colocárselo detrás de la oreja. La sonrisa y el guiño con que acompañó ese gesto produjeron un escalofrío que recorrió todo el cuerpo de Paula. Las señales eran claras y Alex creía no estar equivocado: ya estaba seducida.
Todos reían y hablaban a la vez, excepto ellos, que permanecían en silencio y pendientes el uno del otro. «¡Nena, no puedo creer que me pongas tan estúpido con sólo una sonrisita!» Bailar con ella le había desatado demasiadas sensaciones arrebatadoras y decidió, de una vez por todas, dejar de posponer lo inevitable; cogió su chaqueta y el bolso de Paula y, sin pensarlo más, se puso de pie y la aferró de la mano para que lo siguiera. Ella asintió sin chistar.
Todos se quedaron mirando cómo se alejaban un tanto sorprendidos, porque ni siquiera habían podido despedirse. Alex caminaba delante y la arrastraba a ella hacia la salida. Por el camino, sacó su iPhone del bolsillo e hizo una llamada; lo único que dijo fue:
—Estoy saliendo.
El cuerpo de Paula parecía no tener voluntad, sólo deseaba rendirse a la de Alex, que caminaba con tanta urgencia que era difícil seguirlo. Se dio la vuelta y, cuando la miró, tenía la mandíbula apretada y una mirada rígida, impaciente y febril. «Voy morderte esa boca, nena», parecía decirle con los ojos, en la penumbra de la discoteca.
Llegaron a la calle y la limusina que los había traído se acercó al instante; él abrió la puerta y le indicó que subiera; se acomodaron en el interior y permanecieron en silencio. Ella estaba tan nerviosa que su respiración era claramente audible. El cristal que los separaba de la cabina del conductor estaba cerrado y Alex valoró la opción de arrancarle la ropa allí mismo, pero contuvo su insensato deseo porque no quería cohibirla. Apoyó su mano en la pierna de Paula, se la acarició y le sonrió; ella estrujaba la correa de su bolso y le devolvió una tímida sonrisa y una sensual mirada hacia sus labios. La boca de ese hombre la impacientaba y le estaba quitando la razón. Hacía tiempo que no estaba con nadie y deseaba con locura tener una noche de sexo con Alex y, aunque se sentía insegura, se había dado permiso para disfrutar sin importarle que él fuera un perfecto desconocido. Al fin y al cabo, eran dos personas adultas. «Parece una persona inteligente y, además, es amigo de Mikel, aunque por encima de todo es condenadamente apuesto e irresistible. Bien, pasaré la noche con este bombón y mañana, cuando despierte, me sentiré la mujer más bella del mundo, por haber compartido cama con él. ¡A la mierda mis principios! Será la primera vez que me acueste con un hombre al que recién conozco, pero no me importa; total, no lo volveré a ver», reflexionó.
El viaje era corto, pero a ellos se les hizo interminable. La limusina estacionó y el chófer bajó para abrirles la puerta. Alex salió primero y le ofreció su mano a la joven para que bajase. Ésta se lo agradeció y él le besó la nariz, luego le indicó al conductor que regresara a la disco a esperar a los demás. Ya en el Faena Universe, pidió la llave de su habitación y la guió hasta el ascensor para subir a la Tower Suite. Él mantenía su mano cogida como si fuese enteramente suya y sólo la soltó para abrir la puerta; aferrado al picaporte le hizo un ademán con la cabeza invitándola a pasar. «¿Es que vamos a seguir en silencio? —se recriminó ella—. Paula, ¡¿serás estúpida?! —recapacitó en seguida—. ¿Acaso pensás que te trajo a este lugar para hablar? Pensá un poco, por favor, utilizá tus neuronas.»
Entraron a una sala de estar con vistas al río y a la reserva ecológica y ella apoyó su bolso en el sofá de cuero rojo con timidez y se quedó quieta junto al sillón. Desde la puerta de entrada donde se había quedado recostado, Alex la observaba y advirtió su nerviosismo a la primera. «Tranquila, nena, no te voy a hacer nada que no quieras. Prometo que sólo te haré gozar como nunca nadie lo hizo», pensó mientras le dedicaba la mirada más lasciva que jamás nadie le había regalado. En su mente, ya la había desnudado una y mil veces; se la estaba comiendo con los ojos. Su mirada, en ese instante, podría haber sido culpable, sin duda, del calentamiento global.
Paula se sintió tan intimidada que optó por estudiar el recinto, cuya decoración estaba claramente dominada por el color rojo pasión. Pero él no estaba dispuesto a permitir que se distrajera de su verdadero objetivo y empezó a caminar despacio hasta ella. Cada uno de sus movimientos al desplazarse despedía un irrefrenable aroma de seducción. Entonces, la cogió con fuerza por la cintura, la aprisionó contra su cuerpo y metió la cabeza en su pelo para inspirar su perfume. Le retiró el cabello con la mano para descubrir su cuello y, extasiado por el olor de su piel, empezó a regarla con sutiles besos, tomó el lóbulo de su oreja entre sus labios y ella sintió que iba a volverse loca de deseo. Él regresó a su cuello con atrevimiento y volvió a esparcir pequeños y mullidos besos hasta que llegó al hombro. Deslumbrado, retiró su cabeza para mirarla; sus ojos brillaban con un azul incandescente. Tomó aire, inspiró con fuerza hasta llenar por completo sus pulmones y, sin poder aguantar más, se dispuso a devorarle la boca. Le mordió el labio inferior tirando ligeramente de él y luego le pasó la lengua por los labios hasta que ella lo dejó entrar en su boca. Paula le ofreció su lengua y se confundieron en un beso apasionado, salvaje e intenso.
Desenfrenada por el efecto que él le causaba, entrelazó los dedos en su pelo y se lo arremolinó; sentía que su pudor se había esfumado con el asalto de Alex a su boca. Ceñido a su cintura, éste movía su lengua con frenesí y, empujándola despacio, la condujo hacia atrás, hasta que su cuerpo chocó contra el sofá. Ansioso por avanzar un poco más, le abrió las piernas con las suyas para que pudiera sentir su erección; estaba duro como una piedra. Bajó sus manos y se aferró a sus nalgas con tanta fuerza que le causó dolor, pero no podía detenerse; esa mujer lo había puesto a mil. La empujó sobre el sofá y se dejó caer sobre ella, sin pensar. Sólo deseaba probarla, bebérsela, sentirla; atacó de nuevo su cuello y, con besos húmedos, bajó hasta la profundidad del escote que dejaba al descubierto el nacimiento de sus perfectos pechos. Le pasó la lengua, delimitándolos, y levantó su cabeza para tomar aire.
En ese momento, también ella aprovechó para respirar; se estaba clavando el bolso, así que estiró de él y lo lanzó al suelo. Él se colocó entonces a horcajadas y empezó a desabrochar su camisa con una media sonrisa que oscurecía el azul de sus ojos. Paula, con sus verdes iris en llamas, reptó hacia atrás en el sofá ayudándose de los codos y se despojó de los zapatos, que cayeron de cualquier manera por el suelo. Pero él necesitaba con urgencia poseer sus labios, así que dejó su camisa a medio desabotonar y atacó su boca de nuevo, la invadió con su lengua y la hurgó por completo; no podía detenerse.
Jamás la habían besado con tanta vehemencia; Alex estaba a punto de hacerle perder la razón. Paula le arrancó a tirones la camisa, se aferró a su espalda y enterró las uñas en su musculatura. Sin voluntad, se entregó al placer de sus besos y abrió sus piernas para darle paso a toda su intimidad, a lo que él respondió empujando su sexo contra el de ella y restregándoselo con lujuria, para demostrarle su dureza. Como un niño inexperto y apresurado, empezó a levantarle el vestido, mientras ella subía la cabeza y los brazos para ayudarlo a desnudarla.
Faltaba poco para que fuera totalmente suya; la tenía bajo su peso y en ropa interior. Sintió que le faltaba el aliento pero, sin abandonar su boca, movió sus manos y se apoderó de uno de sus senos, lo apretó y, luego, apresó un pezón con los dedos por encima del encaje; era perfecto. No pudo contenerse más y sacó uno de sus pechos por encima de la copa del sostén, lo devoró dibujando círculos con su lengua, lo sujetó entre sus dientes y lo apretó despacio, cada vez con más y más fuerza, hasta que sintió un leve quejido que escapaba de la boca de Paula.
En ese mismo instante, ella notó una sensación de inmenso placer que le recorría el cuerpo entero hasta la vagina y, de forma involuntaria, levantó su pelvis ondulante contra la de él para exigirle más placer. Alex le desabrochó el sujetador con evidente destreza y ella levantó sus brazos para que él pudiera quitárselo. Le sostuvo los pechos con ambas manos, los admiró durante unos segundos y comenzó a masajeárselos; se reclinó y les pasó su lengua con apasionamiento, después los soltó y empezó un largo camino de besos hasta el ombligo, que rodeó con delirio. Continuó bajando, la lamió por encima de la ropa interior y sintió su clítoris hinchado bajo el encaje; se lo mordió, le corrió el tanga hacia un costado e introdujo un dedo en su húmeda vagina. Paula se contorsionó al notar la invasión y gimió; el dedo de Alex entró y salió varias veces mientras ella se derretía entre sus manos. Levantó la cabeza para mirarlo y se encontró con un hombre muy concentrado; sus ojos se cruzaron y él le sonrió. Una sensación de libertad total invadió a Paula que, a punto de perder los estribos, comenzó a morderse el labio y a acariciarse los pechos; esa noche no quería privarse de nada. Estaba fascinada y tenía la impresión de que sus sentidos habían estado siempre dormidos, esperando la llegada de Alex.
Ante su lujuriosa mirada, él sacó el dedo invasor para meter dos, y los enterró en su sexo hasta que desaparecieron mientras le acariciaba el clítoris con el pulgar. Paula se tapó la boca con la mano para ahogar un grito, creía estar enloqueciendo de placer. Entonces él retiró sus dedos para quitarle el tanga y ella levantó sus caderas para ayudarlo. La admiró un instante: ya estaba desnuda y lista, contoneándose excitada por su intrusión anterior, y, sin dejar de mirarla, se le acercó al oído y le susurró:
—Así es como quise tenerte desde el primer momento en que te vi en el Bistró.
Paula no daba crédito a sus palabras. La frase sonó tan provocadora y caliente que pensó que tanto su corazón como su vagina iban a escapársele por la boca; toda ella latía fogosa y creyó que iba a correrse antes de que él la penetrara. Sin perder más tiempo, Alex desabrochó su pantalón y se lo bajó junto con el bóxer, mientras ella lo ayudaba con los talones. De nuevo, él tomó posesión de su boca y su miembro cayó erecto, mojado y caliente en la pelvis de Paula, que se movió para que asomara la punta. Con el roce, él se excitó aún más y gimió roncamente en su boca.
Entonces, después de morderle los labios, se sentó de golpe en el sofá para quitarse las zapatillas de piel y los pantalones; rebuscó con urgencia en el bolsillo trasero de sus vaqueros y sacó un preservativo de la cartera. Lo rasgó con los dientes, lo colocó en la punta de su pene y, quitándole el aire, lo hizo rodar por toda su extensión mientras Paula lo miraba ansiosa y asombrada; estaba hinchado, sólido y se veía grande y poderoso. Ella lo apretó entre sus manos y lo acarició, pero él la frenó y le indicó que se sentara sobre él. No pensaba contradecirlo; deseosa de tenerlo dentro, le obedeció con agilidad y se situó a horcajadas sobre sus piernas. Él sostuvo su pene mientras ella se reclinaba contra su pecho para facilitarle el paso. Apoyó su punta en la entrada de su sexo y se enterró en ella poco a poco. «¡Qué bien se siente!», pensó Paula, mientras cerraba los ojos. Él estaba tan duro y se hundió con tanta seguridad que creyó que iba a traspasarle las entrañas.
—Ah, nena, estás exquisitamente apretada —le dijo después de enterrarse, y se quedó quieto para disfrutar de toda su profundidad.
La tomó por las nalgas para dirigir sus movimientos y empezó a mover sus caderas despacio para que su miembro entrara y saliera con hondura. Ella se movía acompasada apoyada en sus hombros. Con su boca, Alex atrapó uno de sus pechos, lo succionó enloquecido y se detuvo de forma abrupta. Acto seguido se aferró a su cintura y se quedó quieto un instante, en su interior, a punto de perder el control; todo era demasiado intenso. Sin salir de su interior, se movió con agilidad para girarla y depositarla otra vez de espaldas sobre el sofá; necesitaba cambiar de posición para poder dirigir sus movimientos. Paula enlazó las piernas a su cintura y con sus manos le atrapó las nalgas para invitarlo a que se enterrara con más profundidad.
—Me estás volviendo loco, nena —su voz sonó oscura.
—Vos también, Alex, por favor, Alex —repitió su nombre varias veces.
—Tu vagina es hermosa y está caliente. —Salía por completo y luego se enterraba con furia; era la perfección enfundada en un cuerpo de hombre. Paula ya no podía controlar sus gemidos. «¡Por Dios! ¡Cómo me gusta que esté dentro de mí, qué profundo!», pensaba de forma desordenada, mientras se movía para encontrarlo.
—¿Te gusta, nena? ¿Te gusta así?
—Sí, Alex, me encanta, fóllame, Alex —y se lo repitió en inglés por si no la había entendido—: Fuck me, fuck me.
Aceleró el ritmo, mientras la vagina de Paula lo sorbía en cada arremetida. Las palabras en su idioma habían hecho estragos en él, que ya estaba demasiado excitado. Los rostros de ambos mostraban su transformación. Alex levantó su cabeza mientras sostenía su cuerpo con los brazos a los lados de Paula, sus músculos en tensión. Cual si fuera una tabla en el océano, ella se aferró a sus bíceps y bajó las piernas que aún tenía enlazadas hasta su cintura, para poder mover mejor sus caderas. Se encontraron una y otra vez, él no dejaba de entrar y salir.
—Dame tu orgasmo, Paula, no aguanto más —le suplicó y de nuevo, en inglés—: Give it to me, baby, please. —Al oír su petición, ella le enterró las uñas y se dejó ir con la siguiente penetración, tembló y gritó pronunciando su nombre mientras tiraba la cabeza hacia atrás y arqueaba su cuerpo estremeciéndose una y otra vez.
—Así, nena, así me gusta verte.
Alex seguía moviéndose y ella volvió a correrse, pero cuando él notó que Paula se volvía a derretir, perdida en otro orgasmo que la transportaba a sensaciones inimaginables, se dejó ir y eyaculó con un rugido ronco y contenido que le erizó la piel de todo el cuerpo. Ésta disfrutó viéndolo saciar su sed y se sintió responsable y orgullosa de la experiencia; él era bello en todo momento, pero extasiado tenía un aspecto sublime.
Sin fuerzas y sin salir aún de su interior, se dejó caer sobre su pecho. Tras unos instantes y, al comenzar a normalizarse su respiración, empezó a moverse, se retiró de su vagina y se apoyó en un codo. La tenía aprisionada contra el respaldo del sofá, la miró y le besó la punta de la nariz mientras le sonreía.
—¿Dónde está el baño? —le preguntó ella rompiendo la magia.
—Tenés uno en la primera planta y otro en la segunda, en el dormitorio —le aclaró. Paula no deseaba salir de su cobijo, pero necesitaba refrescarse, así que se levantó y, cuando lo hizo, él le dio una palmada en la nalga que la hizo reír. Con gracia se giró y guiñó un ojo a Alex, que se había acomodado en el sillón llevando sus brazos a la nuca. Mientras la miraba alejarse, admiró su perfecto cuerpo y pensó que era tal cual lo había imaginado desde que la había visto vestida, por primera vez.
Ella desapareció por el hueco de la escalera, ascendió y dio con el baño que ocupaba toda la primera planta de la suite, se sentó en el inodoro para hacer pis y empezó a reflexionar sobre todo lo que acababa de ocurrir: «¡Qué hombre tan intenso! Nunca había tenido tan buen sexo. ¡Dios! Jamás me habían hecho pasar por tantas sensaciones. ¡Y yo que pensaba que no era tan inexperta!». Terminó de hacer pis, se limpió y consideró que debía ser muy cariñosa con su pubis, pues después de cómo lo había tratado el estadounidense necesitaba algunos mimos. Se carcajeó en silencio por sus pensamientos.
—¿Se puede? —preguntó él antes de entrar.
—Sí, pasá —ella ya se había levantado y estaba refrescándose la cara.
—Ha sonado tu móvil, pero antes de que pudiera llegar, dejó de hacerlo. Estaba en el suelo, seguramente se cayó de tu bolso. —Se lo entregó y ella miró la pantalla y devolvió la llamada.
—Hola, Maxi. —Alex entrecerró los ojos cuando escuchó el nombre.
—¿Nena? ¿Estás bien?
—Sí, perfectamente.
—¿Dónde estás?
—Durmiendo, ¿viste la hora que es? —A Alex no le gustó que no le dijese que estaba con él.
—Sí, lo siento, pero ¿dónde estás?
—¿Y vos? ¿Dónde estás vos? —le contestó Paula para evitar responder.
—En un taxi, a punto de llegar a casa. Dani se volvió a enfadar conmigo y quiso que la llevara a la suya. Me acaba de dejar plantado otra vez.
—Algo le habrás hecho.
—¡Paula! Se supone que sos mi amiga y que estás a mi favor.
—Maxi, no es hora para esto. Es tarde, por favor, mañana hablamos.
Ahora andá a dormir.
—Está bien. ¡Qué mala onda!
—Beso y hasta mañana. —Paula cortó antes de que él pudiera seguir preguntándole. Alex la tenía abrazada por detrás y le besaba el cuello, aunque lo había hecho con premeditación para poder oír la conversación.
Cuando ella colgó, se puso enfrente y probó su boca con un beso suave, lejos de la urgencia anterior. Ella se sentía embriagada por sus labios carnosos y sensuales. Se acariciaron las lenguas con cariño; él besaba muy bien. Ambos estaban desnudos y él la mantenía aferrada por la nuca, mientras ella intentaba alcanzarlo de puntillas. Al separarse, el pene había comenzado a erigirse de nuevo, Alex le guiñó un ojo y se sonrieron. «Segunda vuelta —pensó sin salir de su asombro—. ¿Será que Alex no es de este planeta? Jamás estuve con un hombre que estuviese preparado con tanta rapidez. ¡Vaya! Esto sí que es una sorpresa.»
—Vamos a la cama —murmuró él con voz sensual, mientras le acariciaba la espalda. Luego la cogió de la mano y, sin más, subieron hasta el dormitorio. Se quedaron frente a frente en la entrada. Él llevó la mano de Paula hasta su boca y le besó los nudillos sin perder el contacto visual. Después la depositó en su nuca, exigiéndole que lo acariciara; con una maniobra muy suave le despejó el pelo de la cara y le indicó que cerrara los ojos. Ella esperó expectante mientras él la admiraba, obnubilado. Se acercó despacio y depositó un beso en cada uno de sus párpados: «Sos hermosa, no puedo esperar más a tenerte de nuevo», pensaba mientras la besaba. Al final, la besó en la punta de la nariz y en los labios. Paula respiraba de forma audible y entrecortada, mientras le acariciaba el cuello con sus dos manos. De pronto, abrió sus ojos, lo miró y se encontró perdida en los iris azules de él, que bailaban de deseo. Entregados, se adoraron en silencio con la mirada. Esta vez no había urgencia, habían decidido tomarse todo el tiempo para disfrutarse. Alex había experimentado sensaciones que hacía mucho no le despertaba ninguna mujer; se sintió desarmado y hasta vulnerable frente a los ojos de la porteña y deseó que ese momento no terminara nunca. Ella, por su lado, no podía dejar de admirar la perfección de su rostro, mezcla de rudeza y faz angelical en su justa medida. Entonces él levantó sus manos y le acunó la cara, resiguió sus labios con el pulgar y permaneció extasiado en la belleza de aquella mujer que esa noche le pertenecía tan sólo a él. Paula sacó la lengua para humedecer sus labios y, aprovechando la apertura, Alex metió un dedo dentro de su exquisita boca. Ella lo recibió, rodeándolo con su lengua una y otra vez. La caricia hizo que él la imaginase haciéndole una felación y lo deseó con tanta intensidad que arqueó una ceja y se sonrió malicioso. Ella fantaseó lo mismo que él, y las alarmas de la excitación volvieron a dispararse: su vagina se humedeció de nuevo y el pene de él empezó a hincharse contra su pubis.
Quitó su dedo de la boca y se aferró con firmeza a sus hombros, mientras le regalaba una seductora sonrisa, que fue correspondida por otra igual. Animada, ella se acercó a sus labios, los lamió y se separó ligeramente para mirar su rostro. En su frente, se habían formado unos pequeños pliegues que acarició y recorrió con su índice. «¿Qué hay que hacer para entrar en tus pensamientos?», pensó. Deseaba encontrar la respuesta. Él dejó de fruncir su frente y relajó sus facciones entre las manos de Paula para disfrutar, entreabrió los labios y dejó escapar un leve gemido. «Ahora voy a cuidarte mucho, nena, voy a demostrarte, cuánto placer puedo darte.» Deslizó una mano por el omóplato de Paula hasta rodearle la espalda y se movió con rapidez. Por sorpresa, la levantó entre sus fuertes brazos y ella se cogió a su cuello embriagada por las notas de sándalo de su exquisito perfume.
Creyó que iba a dejarla sobre la cama, pero no lo hizo, la puso de pie en un costado y siguió acariciándola. Dio un paso atrás y le recorrió todo el cuerpo con la mirada deteniéndose en cada una de sus curvas. Paula era hermosa y deseaba hacérselo saber. Alex abrió la cama, corrió la colcha y se sentó, semirrecostado, mientras la admiraba apoyado sobre sus codos en el colchón. Ella se inclinó y buscó su boca, que a esas alturas se había convertido en una adicción. Se sintió audaz y empezó a recorrerle el cuello con dulces besos. Alex dejó escapar un suspiro contenido y llevó su cabeza hacia atrás para permitir que su lengua reptara por la carótida y por su nuez de Adán. Entonces ella se arrodilló sobre la cama y empezó a lamer con delicadeza todo su cuerpo, cada músculo, y lo sintió temblar. Paula quería llevarlo hasta un lugar desconocido, deseaba que sus más profundas sensaciones sólo pertenecieran a su boca, anhelaba enloquecerlo de placer y que nunca la olvidara. Besó sus pectorales y con su mano le acarició el vello del pecho comenzando un lento descenso por sus abdominales, tensos por sus caricias. Con los ojos afanosos, lo miró y descubrió que él permanecía atento a cada uno de sus movimientos. La intimidad tomaba fuerza entre ellos de una forma aplastante; Paula era consciente de que ésa sería su única oportunidad de disfrutarlo sin limitaciones. Lo que no hiciera esa noche no tendría ocasión de volver a probarlo. Alex, entregado a sus caricias, yacía perdido entre sus besos, con los labios entreabiertos y los ojos enardecidos y de un azul intensísimo.
Tras comprobar que lo tenía rendido a sus pies, volvió a concentrarse en su tarea y comenzó a acariciarlo con la punta de sus dedos. Contorneó sus huesos ilíacos, delimitó su triángulo invertido y luego se concentró en el rastro feliz que comenzaba en su ombligo. Lo recorrió hasta llegar a su pene y se aferró a él, acarició toda la longitud de su sexo empuñándolo en su mano, mientras subía una y otra vez hasta escucharlo temblar y gruñir de placer. Una gota de líquido preseminal se escapó por su hendidura y, tentada, pasó su lengua para recogerlo. Abrió la boca y succionó todo su pene, se movió sobre él enterrándolo y sacándolo de su boca varias veces, hasta que él le rogó que parase. «¡Sí, Alex! —pensó—. Quiero que me supliques. Te voy a llevar al límite; te deseo sin aliento, extasiado, entregado, al borde del delirio.»
Él intentó recuperar el control y se apartó de sus labios; estaba a punto de correrse en su boca. Le indicó que se recostara de espaldas con unos golpecitos en la cama, le separó las piernas y se situó con la cabeza entre ellas. Suspendido sobre uno de sus antebrazos, le abrió los labios de la vagina con la otra mano.
—Hum, nena, me encanta lo mojada que estás.
Hundió un dedo en su sexo, lo metió y lo sacó varias veces girándolo, y le rodeó el clítoris con el pulgar mientras le besaba la entrepierna. Comenzó a aumentar la intensidad de sus besos hasta lamérselo, tensó la lengua y lo rodeó imitando el movimiento que había hecho con su dedo y, cuando lo sintió bien hinchado, lo mordió. «Nena, sé que esto te gusta, tu cuerpo me lo está diciendo. Voy a enloquecerte, bonita, tanto como vos a mí hace un instante. Voy a beberte toda y vas a rogarme que pare y luego querrás más, mucho más», se dijo y volvió a tensar la lengua para rodearle el clítoris y mordérselo nuevamente. El cuerpo de Paula, agitado por su tortura, era incapaz de quedarse quieto. Alex repitió sus caricias y mordiscos húmedos una y otra vez hasta que ella emitió un quejido ahogado; entonces introdujo otro dedo en la vagina y los metió y sacó varias veces.
—¡Alex, por favor! —rogó ella arrastrando las palabras, pero él no le hizo caso y siguió hasta que ella volvió a suplicarle—: A-l-e-x. —Su nombre salió entrecortado de su boca; ya no era dueña de ninguno de sus actos y volvió a suplicarle mientras temblaba—: A-l-e-x.
—Vamos, Paula, dejate ir, dejame sentir cómo sorbes mis dedos con tu vagina. —Entonces empezó a mover los dedos dentro de ella en busca de un punto exacto. Paula, entregada por completo, levantó la pelvis y le estrechó los dedos con su sexo hasta que llegó al clímax. En aquel momento, él se arrastró sobre la cama, trepó por encima de ella e introdujo los dedos que habían estado en su interior dentro de su boca junto con su lengua. Luego los retiró y la besó con erotismo.
Se apartó y sacó un preservativo del cajón de la mesilla de noche. Desgarró el envoltorio y se lo colocó arrodillado en la cama, tomó una de las piernas de Paula y, después de besársela, la dejó sobre su hombro. Acto seguido hizo lo mismo con la otra, hasta que pudo tomarla por las caderas y moverse para que sus piernas quedasen colgando de sus brazos. Metió su miembro en la vagina y empezó a dirigir su cuerpo con enérgicas embestidas, enterrando en ella su pene varias veces. Pero tuvo que parar. Le bajó las piernas e intentó valerse de todo su control. «Nena, no puedo creer lo que me estás haciendo sentir. Hace tiempo que no disfrutaba tanto con una mujer entre mis brazos. Sos exquisita.»
Mientras sus pensamientos invadían su mente, la giró y le levantó el trasero. Le indicó que se echara ligeramente hacia adelante y que hundiera su cabeza en la almohada. Metido entre sus piernas, apoyó su mano izquierda en la parte baja de su espalda y, con la mano derecha, volvió a tomar su pene y lo dirigió a la entrada de su vagina para enterrarse en ella. Entonces, se aferró de sus caderas y comenzó a moverse despacio. Entrando y saliendo varias veces. Alex paraba y volvía a empezar; Paula gemía. Se soltó de las caderas y se recostó ligeramente en su espalda, rodeó su cintura con el brazo y buscó el clítoris con la otra mano. Lo acarició con suavidad, mientras empezaba a embestirla despacio. De golpe paraba para comenzar nuevamente, entrando y saliendo más lento aún.
—¿Te gusta, nena? —le habló muy cerca del oído.
—Sí, Alex, sí. Por favor, no pares. —Giró la cabeza para que la besara. Necesitaba provocarlo para que dejara de moverse de forma tan pausada. Sus lenguas chocaron con desesperación y el beso consiguió lo que ella esperaba. Él empezó a arremeter dentro de ella desatando toda su furia contenida.
—Dame tu orgasmo, nena. Vamos, dámelo, dámelo ya, Paula —le suplicó con desesperación sin dejar de moverse. Y entonces ella se estrelló con fuerza contra su pelvis y gritó con poderío, mientras llegaba al éxtasis. Él también aulló y se entregó alucinado mientras se movía más profundo unas cuantas veces más, hasta que terminó de eyacular. Se dejó caer sobre ella y Paula aflojó sus piernas trémulas para desparramarse sobre la cama, con todo el peso de Alex sobre la espalda.
No lograban recobrar el aliento, pero él, consciente de que la estaba aplastando, le dio un beso en el hombro y se dio la vuelta, se quitó el condón, lo anudó y lo arrojó al suelo. Ella no se podía mover; permanecía boca abajo; estaba extenuada y le dolía todo el cuerpo. Lo miró entre los mechones de su cabello revuelto, que caían sobre la cama como un abanico: un brazo cubría la frente de Alex, que boqueaba como pez fuera del agua. Cuando su agitación se empezó a normalizar, se colocó de costado y le despejó la cara a Paula con sus dedos. Ella se aferró a la almohada y así se quedaron un rato, sin decirse nada. Él le acariciaba la espalda con dulzura. «No quiero que termine esta noche. Ha sido demasiado perfecta —reflexionaba él mientras la mimaba—, pero sé que estás cansada y que debo dejarte dormir.» Ese gesto amoroso cogió desprevenida a Paula, que, en seguida y para convencerse, se dijo: «Sólo fue sexo, Paula, sólo fue magnífico sexo».
Alex se incorporó un poco, alcanzó la sábana y los tapó a los dos; resiguió con sus dedos los labios de Paula, hinchados por sus besos, y le habló muy bajito:
—Dormí.
Ambos se resistían a hacerlo porque significaba que al despertar todo habría terminado, pero ella estaba tan cansada que se sumió de inmediato en un sueño profundo. Alex la observó dormirse mientras su cabeza no paraba de repetirse: «Sólo estás obnubilado por su belleza. Tranquilo, es sólo una mujer más, una belleza exótica que se ha dejado follar muy bien. Mañana, cuando despierte, le echarás otro polvo antes de que se vaya».