Capítulo 6
HABÍA salido de la ducha y tenía el cabello envuelto en una toalla cuando escuchó llegar a Maximiliano.
—¡Pau, ya llegué!
—¡Ya voy, Maxi, todavía estoy en el baño!
Oyó cómo éste elegía algo de música —una canción de La Ley— y, después de ponerse el pijama, fue hacia el salón, lo saludó con un beso en la mejilla y se sentaron en el sofá.
—Hola, amigo, ¡qué día!
—¡Uf! Estoy seguro de que fue uno de esos en que no podés distinguir la realidad del sueño. Esta mañana, cuando entramos en la sala de juntas y vimos a Alex, creí que ibas a caerte redonda al suelo —soltó una risotada—. ¡Si te hubieras visto la cara! Realmente me asustó tu palidez.
—No faltó mucho para que me desmayara, Maxi. ¿Podés creer qué mala suerte? Te juro que todavía no lo pude asimilar del todo.
—Yo estoy igual. Todavía no me creo que Alex sea nuestro jefe. Pero te aseguro que él también se sorprendió, ¡qué situación tan extraña!
—¡Sí! Durante los primeros minutos, no podía pensar en nada, pero después de que vos lo saludaras y de que él simulara que no nos conocíamos, ahí recién empecé a reaccionar. Pasé por miles de sensaciones en ese momento: rabia, estupor, indignación, miedo. Lo pasé fatal.
El repartidor de pizzas que Maxi había encargado por el camino tocó el timbre, complementaron el pedido con unas cervezas y se sentaron a comer.
—Contame, Paula, ¿qué te dijo? —le preguntó Maxi intrigado.
—En cuanto nos quedamos solos un segundo, intentó tranquilizarme. ¡Es para no creérselo, Maxi! ¡Me acosté con él y no le pregunté su nombre!
—Es el destino, Pau. Si te hubieras enterado el viernes de quién era, seguro que no te habrías metido en su cama.
—¡No te quepa la menor duda de eso! Aunque, no sé. Si él me hubiese intentado seducir, te juro que no sé qué habría hecho.
—Por cierto, ¿a qué fuiste al Faena? —Ella cerró los ojos y se tapó la cara—. ¡Mosquita muerta! ¿Te acostaste con él otra vez? —Ella seguía con la cara tapada y sin contestarle, mientras Maxi intentaba sacarle la mano.
»Ana Paula Bianchi, ¿podés comportarte como una adulta y contestarme? —Ella estaba tan roja como el pimiento de la pizza, pero se descubrió la cara y lo miró.
—Se suponía que íbamos a hablar. Me lo pidió durante la comida en un momento en que nos quedamos solos. Después me mandó un correo, diciéndome que me esperaba y, al salir del trabajo, intenté resistirme, pero cuando me quise dar cuenta iba en dirección al centro.
—¿Te gusta, Paula?
—Mucho, Maxi. Estoy asustada, Alex me tiene idiota perdida. Volvió a taparse la cara—. Y, encima, me hace el amor como nunca nadie lo hizo antes.
Un profundo silencio se apoderó de la sala. Ella lo espió por entre los dedos y vio que su amigo había dejado de comer y tenía una mueca de preocupación.
—Paula, ¿estás segura de lo que estás haciendo?
Ella se descubrió la cara.
—No, no estoy segura de nada. Sólo estoy segura de que quiero estar con él, como pueda.
—Paula, nena. El sábado pasado, cuando vine y te encontré llorando, ya me di cuenta. No quiero que termines hecha una mierda.
—Me confesó que pensó en mí durante todo el fin de semana y que hoy, cuando me vio en la oficina, se dio cuenta de que no podía hacerse a un lado. No sé si creerle, porque luego me contó que su vida era muy complicada y que lo único que podía ofrecerme era sexo y placer.
—Es un cabrón, amiga mía. Vas a terminar hecha pedazos. Alejate de él, Paula.
—Creeme si te digo que no puedo. Es cierto que tuve más sexo que charlas con él, pero a veces siento que la seducción es mutua. ¿Sabés? Hoy respondí una llamada de Ariel, mi profesor de tenis, y tendrías que haber visto cómo se puso cuando vio que hablaba con otro hombre. Quizá él también sienta cosas que no puede explicar. Hace muy poco que nos conocemos y, además, empezamos en la cama, o sea que no lo hicimos de forma seria.
—No sé, Paula. Sabés que no soy nada puritano y que, para mí, una relación puede comenzar en la cama o en cualquier lado. Aunque sé que no lo es todo, la piel es una parte muy importante para que una relación entre un hombre y una mujer funcione. Sin embargo, en este caso, bueno... es tu jefe. No sé. Eso no tendría que ser mayor impedimento, porque se gustan y no importa el rango de cada uno. No obstante, en un mes, Alex se irá y una relación a distancia no creo que funcione. Eso dando por supuesto que lleguen a tener algo más formal, porque él ya te dejó claro que sólo quería sexo con vos.
—Lo sé, Maxi, pero ¿qué hago? ¿Cómo lo evito? Voy a verlo a diario en la oficina y me atrae tanto... Desde que rompí con Gustavo no he salido con nadie que me interesara de verdad. Sólo tuve sexo con Gastón y no me sentí a gusto, vos lo sabés.
—¿Y con Alex te sentiste a gusto?
—Maxi, con Alex me olvido del mundo.
—¡Paula! ¿En serio?
Ella se encogió de hombros y asintió con la cabeza.
—Supongo que, por más que te diga, ya tomaste una decisión.
—¿Decisión? No, sólo estoy improvisando. Con él a mi lado no puedo pensar y sola tampoco, porque sólo pienso en él.
Maxi se acercó, le besó la frente y no dijo nada más.
—Pero tengo más que contarte y, por favor, sentate bien, porque no me vas a creer. Hoy, durante la comida, hablamos mucho de trabajo. Alex quiere ponerse al corriente de todo, porque en Nueva York sólo ven números y estadísticas sobre los resultados. Es normal que quiera empaparse de cómo es la gestión desde otra órbita; lo absurdo es que, delante mío, Natalia y él trataron temas de los que normalmente no oigo hablar. ¡Hasta el punto de que, en más de una oportunidad, ambos me pidieron opinión! A la hora de irme, Natalia me pidió que me quedara un rato más, pues quería contarme algo, aprovechando que Alex estaba ahí.
—¿Y? —Ya estaba intrigado.
—Me explicó que después de su boda va a dejar el puesto —Maxi la escuchaba con atención mientras comía— y me soltó, así como así, que me quería proponer para reemplazarla en la vacante de la gerencia.
Maxi se atragantó, Paula le golpeó la espalda y le pasó la lata de cerveza para que se aclarara la garganta.
—¿Qué? ¿Me estás tomando el pelo?
—¿Creés que no estoy a la altura de ese puesto?
—¡No! No es eso, ¿cómo podés pensarlo siquiera? Supongo que aceptaste... —preguntó de inmediato, a sabiendas de que no había dado una respuesta.
—Aún no —dijo ella con timidez, previendo el sermón que se le venía encima.
—Paula, ¿cómo no contestaste? ¿Querés que le den el puesto a otra persona? ¿Sos estúpida? No podés mostrarte insegura, ¡están dándote el mando de una empresa!
—Es mucha responsabilidad para mí, Maxi.
—Es la oportunidad de tu vida, no seas gallina.
—Lo sé, lo sé. Pero ¿y si fallo?
—El proyecto que se presentó esta mañana es prácticamente tuyo. Natalia sabe que sos capaz, por eso te propuso y... ¿Alex qué dijo?
—Que estaba seguro, por mi desenvoltura durante la junta de la mañana, de que mis capacidades estaban a la altura de las circunstancias. Maxi se rió y la sacudió por los hombros.
—Paula, ¿lo ves? Mañana mismo, cuando llegues, te vas a la oficina de Natalia y le decís que querés el puesto. ¿Me escuchaste? Te juro que si no lo hacés, te agarro a bofetadas adelante de todos. ¿¡Cómo podés ser tan cagona!?
—Eso implicaría que tuviera que viajar a menudo a Nueva York.
—¡Zorra! Eso es lo que más te gusta, sos capaz de aceptar el puesto sólo por eso.
Se carcajearon sin parar, brindaron y bebieron contentos.
Poco después, Maxi se fue y ella se estaba metiendo en la cama cuando su móvil vibró. Era un whatsapp y, al abrirlo, su corazón dio un salto. Era Alex, que le escribía:
—Hola, espero no haberte despertado. Tuve la tentación de darte las buenas noches.
Paula se quedó como una idiota mirando el móvil. ¡Alex pensaba en ella! Entonces reaccionó y le contestó:
—Buenas noches, no me despertaste, estaba a punto de acostarme.
—¡Qué bien! Entonces, que descanses y hasta mañana.
—Hasta mañana, que descanses también.
¿Cómo iba a poder dormirse después de ese mensaje? Paula sentía que se estaba volviendo loca. Releyó los mensajes unas cuantas veces, hasta que finalmente el sueño se apoderó de ella.
A la mañana siguiente, el ruido del despertador le taladró la cabeza. Se dio una ducha, se puso un vestido de punto que tenía un drapeado en el busto y resaltaba sus tetas, eligió un collar largo y unos pendientes en forma de aro, se calzó sus tacones nude y se miró al espejo. Llevaba el pelo suelto, con algunas ondas. Complacida, pensó entre risas: «Con este vestido sí que se me nota el culo, me queda como un guante. Creo que a Alex le gustará. Ahora, a mover el culo para él y a mostrarle el escote».
Al llegar al aparcamiento, maldijo de lo lindo al darse cuenta de que había olvidado las llaves del coche en el apartamento. Volvió a subir y, antes de dejar su casa por segunda vez, paró un segundo, cerró los ojos y salió con el pie derecho. «¿Desde cuándo soy supersticiosa?», se preguntó y se encogió de hombros. A partir de ese momento lo sería, si servía para que todas las cosas salieran bien. «¡Ahora sí! ¡A Mindland! ¡A conquistar todo lo conquistable!» Ya en el aparcamiento de la empresa, pudo distinguir por el retrovisor que tras ella entraba el coche de Alex.
—¡Sí! —festejó en voz alta y pensó que el encuentro era muy oportuno—: Quizá lo del pie derecho funciona.
Aparcó, recogió sus cosas, se echó una ojeada en el espejo e intentó darse prisa para coincidir con Alex. Mientras cerraba el coche, podía sentir la mirada de él en su cuerpo. Heller lo había dejado en la entrada del edificio, pero una llamada por teléfono lo retuvo unos instantes. Llevaba su maletín en la mano y la esperó en la puerta.
Empleando todas sus armas de seducción, Paula caminó contoneándose con los hombros bien erguidos y, como llevaba puestas las gafas de sol, aprovechó para devorarlo con la mirada. «¡Dios! Es una falta de respeto al sexo masculino ser tan lindo», pensó ella.
—¡Buenos días! —la saludó lacónico.
—¡Buenos días! —le contestó ella. Hubiese querido decirle «Buenos días, Ojitos. ¿Cómo dormiste?», mientras le encajaba un besazo en la boca, pero visto y considerando el lugar donde estaban, se conformó con ese frío y deslucido saludo. Él le dio un beso en la mejilla y ella disfrutó de su exquisito perfume. Alex siempre olía muy bien. Su rostro estaba inconmovible, sin expresión alguna; era muy bueno escondiendo sus emociones en público, pero Paula supo que le había hecho una radiografía mientras ella se acercaba.
Llevaba puesto un traje negro de Gucci. Mayra, la recepcionista, los saludó, como cada mañana, con amabilidad. A veces, Paula se quedaba charlando un rato con ella, así que conocía su historia: era madre soltera y, para ella, era una tarea titánica criar a su hija sola.
—Hola, Mayra, buenos días.
—Buenos días, Paula; buenos días, señor Masslow.
—Buenos días —contestó Alex con sequedad.
Ya frente al ascensor, él oprimió el botón de llamada y se abrieron las puertas. Hizo acto seguido un caballeroso ademán para darle paso y ella subió con rapidez. De inmediato, levantó la vista para verlo entrar por el espejo y lo pilló justo cuando le miraba el culo. No pudo menos que sentirse deseada y hasta se le escapó una sonrisa, que intentó contener. Él se dio cuenta de que lo había visto y también reparó en que todos los hombres que subieron se la comían con la mirada; y eso le causó fastidio. Las puertas se cerraron y ella se quitó las gafas. Los otros dos empleados bajaron en el segundo piso y, ya solos, en la semiintimidad del ascensor, Paula se recostó en el fondo y él se colocó de lado para verla.
—Quiero suponer que, como hoy ya sabías que soy tu jefe, te vestiste así para calentarme a mí —afirmó, mientras le recorría el cuerpo con una mirada lujuriosa que terminó en el escote.
—Creo que tenés un serio problema con mi forma de vestir. —El ascensor dio una sacudida y se paró en el sexto, donde entró más gente.
Ella se enderezó, colgó sus gafas en el escote del vestido y él miró al frente y tomó su maletín del asa. Sus compañeros de viaje bajaron dos pisos más arriba y, en cuanto se cerró la puerta, Alex la sorprendió. Le agarró la mano que tenía libre y se la llevó a su paquete; ella se sobresaltó y dejó escapar un gritito.
—Éste es el problema que tengo con tu ropa —le susurró mientras le hacía tocar su erección. Paula retiró la mano en seguida, porque tenía miedo de que el ascensor se abriera en el siguiente piso y Alex se carcajeó ante su reacción. Luego sonrió con malicia y en silencio, devorándola con la mirada. Cuando llegaron a su destino, bajaron. Él hizo un ademán y le cedió el paso; el muy zorro no quería perderse el espectáculo de verla caminar.
Durante la mañana, Maxi se acercó a la mesa de su amiga para buscar unas carpetas y, en ese momento, Alex abrió todas las persianas de su oficina. «¡Presumido! Quiere que todos lo veamos en plan de jefe», pensó Paula.
Cuando Maxi pasó por enfrente, inclinó la cabeza a modo de saludo, al que Alex respondió con un pulgar hacia arriba. Se había pasado casi toda la mañana al teléfono. Paula podía verlo a la perfección y tenerlo tan cerca la desconcentraba.
La mañana pasó a toda velocidad y, en la pausa del mediodía, Maxi se acercó para invitarla a comer. Cuando salían, Alex se quedó observándolos y no intentó disimular su gesto de irritación. De camino al restaurante, el móvil de Paula sonó; era un whatsapp de Alex:
—Creí que podríamos repetir la comida de ayer, pero solos vos y yo. Veo que elegiste otro acompañante...
—Maxi no es mi acompañante, es mi amigo y compañero de trabajo. Si querés, podés unirte a nosotros.
—Gracias, visto y considerando que encontraste mejor plan que yo, invité a comer a mi secretaria. No te preocupes, seguro que nos vemos en el restaurante.
—Como gustes. Que tengas un buen mediodía con tu secretaria. Estoy segura de que deben de entenderse mucho, lo pasarás muy bien.
—No lo dudes, Paula.
—Sugerencia: probá el bistec en salsa de parmesano y pimienta, una exquisitez.
A Paula la consumían los celos, Alex lo había logrado, aunque en realidad el que estaba corroído era él. ¿Acaso pretendía que dejase de lado a Maxi?
«Idiota, no pienso demostrarte una pizca de mis celos, creo que vos deberías manejar mejor los tuyos, Ojitos», pensó. Esperó unos segundos pero Alexander no le contestó, había conseguido ponerla de muy mal humor.
—¿Qué te pasa? —preguntó Maxi al darse cuenta de su enfado.
—Nada, vayamos más rápido, que se nos pasa la hora.
En el restaurante, pidieron y, cuando les traían los platos, entraron Alex y Alison. Él tenía la mano en su cintura y la guiaba entre las mesas, hasta que pasó al lado de ellos.
—¡Buen provecho! —Maxi levantó la vista y, al unísono, él y Paula contestaron:
—Muchas gracias. —Y ella agregó—: Enjoy too!
Ambos sonrieron. Paula estaba muy incómoda, Alex y ella podían verse frente a frente porque se habían sentado a una mesa cercana.
—Estás echando espuma por la boca. Dejá de mostrarte tan afectada, no seas boba —la reprendió Maxi por lo bajini.
—Es que estoy furiosa, mirá cómo se ríen.
—No tenés por qué estar furiosa.
—Te equivocás, quedó con ella para comer porque yo me vine con vos, me lo dijo por Whatsapp. Lo hizo a propósito. Por eso entró con ella de la cintura. —El joven la miró, mientras engullía un bocado—. ¿Creés que pueden tener alguna historia?
—No lo sé. Intentá ayudarme, por favor. ¿Para qué quiero enemigos, con amigos como vos?
—No te descargues conmigo, Paula.
—Entonces comé y callate la boca.
—¡Uy, qué humor, loca!
Ella no podía tragar de lo rabiosa que estaba, pero no quería que Alex se diera cuenta de cómo se sentía. En ese momento, su amigo la tomó de la mano y se la besó. Esas muestras de cariño entre ellos eran tan normales que confundían a la gente. Paula levantó los ojos y supo, al instante, que el estadounidense los había visto y estaba cabreado. «Que se joda, ¿acaso él no llegó con su mano enroscada en la cintura de su secretaria? Además, nosotros no tenemos nada, no hay ninguna relación seria que nos permita recriminarnos ninguna acción», intentó serenarse ella.
Odiaba sentirse así, pero no podía evitarlo. Ese sentido de la posesión de Alex la descolocaba. Intentó seguir comiendo tranquila, pero al enterrar la cuchara en su postre, le llegó un texto de Whatsapp. Era de él; lo había visto con el móvil en la mano.
—Gracias por la sugerencia en el menú. Alison lo consideró un verdadero placer, aunque sé que puedo hacerla disfrutar muchísimo más de otra forma. Ayer me dijiste que tenías imaginación, apuesto a que te estás imaginando cómo podría hacerlo. ¿Me equivoco?
—¡Qué bastardo! —maldijo Paula en voz alta.
Maxi la miró y no tardó en preguntar, pero ella le sonrió y entre dientes le dijo que se lo explicaría después. De inmediato, llegó otro mensaje de Alex:
—¡Qué boquita! Aunque, considerando las cosas que sabés hacer con esa boca, no me extraña...
—Sos un grosero, pero tenés razón. Mi boca sabe hacer muchas cosas, entre otras «mandarte bien a la mierda». Espero que hayas entendido lo que te escribí; si no, avisame y te lo traduzco.
Ella lo miró mientras leía; él levantó la vista y se rió con autosuficiencia.
La hora de comer había terminado, así que Maxi llamó al camarero y pidió la cuenta, pagaron y se fueron. Salieron a la calle y le llegó otro whatsapp de Alex:
—Te espero en el Faena, después del trabajo.
Paula no le contestó y, como Maxi volvió a preguntarle, le pasó el móvil para que leyera.
—¡Ah, claro! Tenés razón, es un malnacido, pero es indudable que está celoso de mí y quiere provocarte.
—No lo creo. Es un pedante, se cree irresistible y me restriega que puede tener a la mujer que quiera en cualquier momento. Por mí puede irse a la mierda, no estoy para andarme por esos derroteros.
—¿Vas a ir?
—Ni loca, que espere sentado porque se va a cansar. Hasta acá llegó mi aventura con él.
Maxi la cogió del hombro y se fueron caminando.
Cuando Alex llegó a la oficina, llamó a Alison y estuvieron un buen rato juntos. Paula se carcomía por dentro, pero estaba listo si creía que iba a salir corriendo para encontrarse con él después del trabajo. «Eligió el peor camino, esa táctica que la deje para otra sin orgullo», se repetía convencida.
La tarde pasó volando, había mucho trabajo en la oficina y no tuvo tiempo para pensar en otras cosas que no fueran formularios, informes, cálculos y porcentajes; además, se acercaba fin de año y estaban comenzando con los balances. Se hizo la hora de salir y ella se marchó. Cuando llegó a su casa tenía un fuerte dolor de cabeza, así que fue a buscar un ibuprofeno y se recostó en el sillón. Al rato, después de una cabezada, la cefalea había desaparecido y su estómago empezó a hacer ruidos. Era tarde, buscó su móvil para ver la hora y vio que tenía dos llamadas perdidas de Alex. «¡Guau, Ojitos estuvo llamando! —pensó—. ¡Ja! Seguro que me intentó localizar porque no fui al Faena. —Se encogió de hombros y se alegró de no haberlo hecho—. Que empiece a darse cuenta de que soy la única persona que tiene poder sobre mis decisiones y que sepa que no voy a salir corriendo cuando a él se le ocurra.»