Capítulo 23

EL dormitorio de Alex tenía vistas a la piscina y a la bahía de Mecox, el techo artesonado y una decoración sobria, en tonos azules y cremas. Los muebles eran oscuros, de estilo inglés, y combinaban muy bien con la simplicidad de los sofás modernos; era un dormitorio muy varonil.

Paula entró primero y, mientras ella se alejaba, se quedó mirándola embobado, admirando una vez más su cuerpo envuelto en ese magnífico modelito. Cuando Paula salió del baño, traía el vestido colgando en el brazo y lo dejó con esmero sobre el sillón. Alex también estaba desvistiéndose y no le quitaba el ojo de encima. Ella se contoneaba de manera muy sensual. Caminó hasta la mesilla de noche y dejó el reloj y los pendientes.

—Vení acá, nena, dame un beso —le extendió una mano y ella se acercó y se aferró a su cuello, le dio entrada a su boca con sabor a menta, pues recién acababa de lavarse los dientes, y enredó su lengua fresca a la de él.

Alex la tenía aprisionada contra su cuerpo, como un poseso, en medio de la habitación. Bajó uno de sus brazos para acariciarle el muslo, luego bajó el otro, llevó ambas manos hasta sus glúteos y le enterró los dedos en el trasero apretándoselo con fuerza. Le separó las nalgas para saciar sus ganas, esas que habían quedado pendientes el día que ella había llegado a Nueva York y él la había visto con esas mallas ajustadas. Necesitaba oprimirla y calmar esos sentimientos de posesión que surgían en él cuando estaba en contacto con su cuerpo.

Paula desenredó sus manos del cuello de su novio, comenzó a desabrocharle la camisa y acarició su pecho con desesperación. Sus dedos ardían sobre él y sus labios, aún más. Le besó los pectorales, lo olió embriagándose con su perfume y, sosegando el desenfreno, descansó su rostro en él. Había extrañado tanto ese contacto... No había otro lugar en el mundo donde ella pudiera sentirse más cobijada que en su pecho. De pronto, se sintió frágil y se echó a llorar.

—Mi amor, no llores, hoy es un día muy feliz. Estamos juntos otra vez —la tranquilizó él mientras le besaba la coronilla y le acariciaba la espalda.

—Lo sé, por eso lloro, porque estoy feliz, porque no hay mejor lugar que tu pecho para buscar consuelo y también porque tengo miedo de que no siempre sea así. No quiero volver a sentirme como cuando me faltabas.

—Nunca más nos volveremos a separar, Paula, no llores, por favor. Alex le levantó la cara, le secó las lágrimas con sus dedos y la besó en los labios—. Vení.

Ella caminó a su lado hasta la cama y corrió el edredón y las sábanas; él, con un mando a distancia, subió la temperatura del hogar de gas. Luego terminó de quitarse la camisa y la dejó sobre la banqueta que estaba a los pies de la cama. Paula lo esperaba pacientemente sentada sobre el colchón. Alex recorrió los pasos que los separaban y se agachó para quitarle los zapatos.

—¿Parece que hicimos una inversión acá?

—Me di un gusto.

—Te voy a comprar todos los que quieras, voy a hacerte muchos regalos —le dijo mientras le quitaba los Louboutin y le masajeaba los pies.

—Vos sos mi regalo, Alex, no necesito nada más.

—Pero yo quiero colmarte a regalos. —Le besaba las piernas por encima de las medias—. Durante el tiempo que estuvimos separados me angustié mucho pensando en que no te había obsequiado nada que te hiciera acordar de mí.

—Te equivocás, me habías regalado tus caricias y tus besos, que se habían quedado impregnados en mi cuerpo. —Alex se tendió sobre ella, le apartó el pelo, se lo puso tras la oreja y la besó. Mientras bebía de su boca bajó las manos hasta sus piernas y le desabrochó los ligueros.

—Estás hermosa con este corsé y estos ligueros —afirmó sobre su boca.

—Me los compré pensando en vos.

—Te voy a regalar muchos, me gusta cómo te quedan.

Alex sacó sus pechos por encima del corsé y se apoderó de ellos, los lamió, sopló sobre ellos para que sus pezones se endurecieran y entonces los tomó entre sus dientes y luego los succionó. Después de un rato de lamerlos y apretarlos con frenesí, los abandonó y le sacó la diminuta prenda interior. Paula le desprendió la bragueta para bajarle el pantalón junto con el calzoncillo.

—Sacate todo, por favor —le musitó.

Alex rodó a su lado y se sentó junto a ella para quitarse los zapatos y los calcetines, también se deshizo de su pantalón y de la ropa interior. Mientras lo observaba, Paula se arrastró con sus codos hacia atrás y se desabrochó el corsé; su cuerpo había quedado sólo cubierto por las medias.

—Quiero sentir toda tu piel sobre mi piel —le susurró él mientras se arrodillaba y le quitaba las medias con habilidad.

—Quiero lo mismo, mi amor.

Se fundieron en un abrazo y en un beso y entrelazaron las piernas. Alex le lamió el cuello y le mordió el hombro desordenadamente. Ella lo apartó un poco y le pidió que se pusiera boca abajo, quería mimarlo y recorrerlo con sus besos. Le besó la espalda de punta a punta, comenzó con su lengua por los omóplatos y después por la columna, hasta que llegó a sus perfectos glúteos. Siguió bajando para lamer sus muslos, recorrió sus musculosas piernas con la lengua y llegó a los gemelos. Alex amortiguaba sus gruñidos de placer entre las almohadas, Paula lo estaba enloqueciendo. Cuando tuvo suficiente, lo hizo dar la vuelta y dibujó un camino de besos por sus pectorales. Alex estaba tan fibrado que podría haberse dado con él una clase de anatomía. Finalmente se apoderó de su pene con la boca; ya estaba más que tieso, duro como una roca, y, cuando lo engulló, un profundo gemido salió de su garganta.

—Paula, mi amor.

Ella levantó la cabeza sin dejar de saborearlo y lo miró maliciosamente; después resbaló su lengua por la punta rodeándole el glande y lo succionó otra vez. Su ataque despiadado estaba llevándolo al límite, su agarre era muy sólido. Lo acariciaba con la mano y con la boca, lo extasiaba; su felación era perfecta, abrumadora.

—Esperá, mi amor, no quiero terminar en tu boca.

Poderosa, se arrastró por encima de él y se hizo con sus labios. Alex la abrazó y la besó con desesperación; a continuación rodó para quedar encima de ella y apresarla con el peso de su cuerpo. Le pasó la lengua por el canalillo de sus pechos hasta llegar a su abdomen, donde se entretuvo con dulces y húmedos lametazos; enterró su lengua en el ombligo y siguió bajando hasta llegar a su clítoris: lo lamió rodeándolo, lo sopló y finalmente lo mordió, estaba hinchado y listo para él. Mientras la saboreaba, metió dos dedos en su vagina —estaba tan mojada que sus dedos salieron empapados—, se los pasó por los pezones y se estiró para lamerlos; acto seguido regresó al clítoris y siguió torturándola con su lengua y sus dientes, mientras sus dedos entraban y salían de la vagina acompasados.

—Por favor, Alex, por favor.

—Por favor ¿qué? ¿Qué querés?

—A vos, te quiero a vos.

—¿Qué querés de mí?

—Te quiero dentro de mí.

—Estoy dentro de ti.

—No, pero no con tus dedos. Quiero que me penetres con tu pene.

—Decilo otra vez.

—Meteme tu pene.

Alex se arrastró sobre ella y la penetró, se enterró en Paula despacio. Su vagina lo envolvía, lo acariciaba, lo perdía. Se tomó su tiempo para que ella sintiera lo profundo que él llegaba con su longitud.

Entonces, Paula reaccionó y con desesperación se aferró a su espalda, bajó sus manos hasta su trasero y lo aprisionó contra su pelvis con energía.

—¿Así, mi amor? ¿Así me querés?

—Sí así, todo para mí, todo dentro de mí.

—Sí, mi vida, todo adentro.

Empezó a moverse, Alex salía despacio y entraba fuerte, emergía lentamente y volvía a penetrar en ella con una estocada. Luego empezó a moverse con fuerza, después paraba y cambiaba el ritmo... Ella empezó a apretar su vagina.

—Esperá, Paula, esperá, aún no quiero que termines.

Se quedó quieto dentro de ella, luego salió y le dio la vuelta, la puso a cuatro patas, por lo que su vagina y su trasero quedaron expuestos. Le acarició la vulva, primero introdujo un dedo y luego otro, que entró y salió de ella varias veces, después se chupó sus dedos mojados por los fluidos de Paula.

—Hum, estás riquísima. —Ella se contorsionaba con sus caricias y sus palabras. Alex volvió a meter sus dedos en la vagina y luego la sorprendió enterrando su dedo meñique en el ano.

—Alex... —Contrajo los glúteos por instinto y giró su cabeza para mirarlo a los ojos.

—¿Te duele?

—No.

—Relajate, sólo te voy a hacer esto. Tranquila, relajate y disfrutá de mi caricia, sólo quiero hacerte sentir mucho más, ¿te gusta?

—Sí, Alex, sí, mi amor.

—Te quiero toda para mí, lo iremos preparando, quiero tu culo, Paula, quiero metértela por atrás.

Sacó su dedo y lo enterró varias veces más; la joven gemía excitada por la intrusión. En ese momento, él cogió su pene y volvió a perderse en su vagina.

Paula estaba extraviada, él la había desequilibrado.

—Tomame, Alex, tomame fuerte, más fuerte, por favor.

Le pedía, le ordenaba y se movía hacia atrás para encontrarlo cuando él se metía en ella. Alex le hizo caso y empezó a moverse duramente, Paula ahogaba sus gritos en la almohada y él en su espalda. Terminaron juntos. Mientras vaciaba todo su semen en ella, Alex se movió con ferocidad. Luego, extasiado y sin fuerzas, se dejó caer contra su espalda.

—Te amo, Paula, te amo, mi vida.

Sin salir de su interior, le apartó el pelo desparramado sobre su rostro y la besó en la mejilla.

—Yo también te amo —le dijo ella sin aliento.

Alex se apartó, estiró la mano, recogió las mantas para taparlos a ambos y se quedó de lado mirándola a los ojos. Se acariciaron los rostros en silencio, resiguieron con los dedos los labios, la nariz, los ojos; se admiraron profundamente después de tanto tiempo, hasta que ella le acarició la frente y rompió el silencio:

—Quiero estar siempre acá, adentro de tus pensamientos.

—Y yo en los tuyos.

Ella suspiró sonoramente y le preguntó:

—¿Por qué, mi amor, por qué no me gritaste la verdad aunque fuera de cualquier forma?

Alex cerró los ojos y tomó una profunda bocanada de aire.

—Porque me enojó mucho tu desconfianza. Durante los últimos días ya no sabía cómo hacerte entender que te quería, no sabía cómo demostrártelo y porque creí... —Se quedó callado y volvió a cerrar los ojos.

—¿Qué creíste, Alex? Decímelo todo, ahora es el momento —le dijo Paula y le acarició los labios.

—Creí que ése era mi castigo, que vos no creyeras en mí era mi castigo.

—¿Castigo? ¿Por qué? No te entiendo, mi amor.

—Porque yo le hice mucho daño a Janice, yo no la amé como ella a mí, no la hice feliz y ella se murió desgraciada. Lo único que hice por ella fue casarme en la cama de un hospital, tres meses antes de que muriera... Ya sabés que murió de cáncer.

—Sí, lo sé, pero ella murió feliz porque era tu esposa, Alex, mi amor, ¿te parece que hiciste poco? La acompañaste y estuviste a su lado hasta el último momento.

—Es lo que me dicen todos, pero no fue suficiente. Fue espantoso verla morir cada día. Cuando empezó a despedirse porque se daba cuenta de que se estaba muriendo, se me desgarraba el alma.

—Pero no lo podés cambiar, vos estás vivo, mi amor, vivo para sentir cuánto te amo. No quiero sonar egoísta, pero te necesito, a vos, tu amor, tus caricias, necesito tu paciencia y tu sonrisa, te necesito entero.

—Y yo a vos, Paula, y te amo tanto que ahora me doy cuenta de que a ella nunca la amé. Sé que la quise y que le profesé un cariño, producto de tantos años de amistad, pero nunca la amé con la desesperación con que te quiero a vos, nena, y por eso estoy intentando entender que no pude darle más, porque uno sólo puede darle más a la persona que ama. A vos quiero darte todo, todo... el cielo, las estrellas, lo que me pidas, mi amor, quiero poner el universo a tus pies.

—Vos sos mi cielo, mi estrella y mi universo, Alex.

—Y vos sos el mío, nunca pensé que se podía extrañar tanto a alguien. ¡Cómo te eché de menos, Paula! No te hacés a la idea de lo mucho que me hacías falta.

Se besaron con dulzura y él siguió:

—Reconozco que tuve mucha parte de culpa. Te cansé con mi desconfianza y prometo que nunca más voy a dudar de vos. Creo que ninguno de los dos quiso ver más allá de su dolor. Yo tendría que haberme dado cuenta de que eras sincero, pero me obcequé y te comparé con Gustavo. Quiero decirte algo, necesito que lo sepas, cuando te dije eso fue porque estaba muy enfadada. Después me di cuenta de que vos no sos igual que él, incluso antes de saber la verdad. Por otro lado, también me di cuenta de que por él nunca había sentido un amor verdadero. Cuando me engañó, yo sólo podía sentir enojo, humillación, vergüenza y, después, fastidio, odio y rencor; me sentía traicionada. Por vos, mi amor, nunca sentí todo eso. Estaba desesperada, angustiada, vacía, herida, sabía que nadie me podría besar como vos, que nadie me iba a hacer vibrar así y eso me enojaba aún más. A pesar de saber que estabas casado, y de suponer que me habías engañado, Alex, yo seguía amándote y deseándote, no era capaz de odiarte. Voy a confesarte algo que me da mucha vergüenza, pero te pido que cierres los ojos. No me mires que me agarra la timidez.

—Está bien —convino Alex y cerró los ojos. Ella se los besó e hizo una pausa antes de confesarle:

—Me masturbaba pensando en vos —Paula se tapó la cara con las manos—. Ya está, ya te lo dije.

—No te tapes la cara.

—Sí, seguro que te estás riendo.

—No me río.

Ella lo espió por entre los dedos.

—¿Lo ves? ¡Te estás riendo, con esa cara de vanidoso que ponés!

—No me río, ¡mirá qué serio estoy! —protestó, pero no podía, su sonrisa se escapaba y, al final, rieron ambos.

—Yo también lo hice, en tu honor. Me imaginaba que estaba dentro de vos y me sentía mejor. Aunque después también me enojaba, porque quería olvidarte y no podía. ¿No estuviste con nadie, Paula?

—Con nadie, no hubiese podido, sólo quería estar con vos —ella hizo una pausa.

—¿Qué?

—No quiero mentirte —él se puso alerta—, espero que no te enfades, pero le di un beso a alguien.

La cara de Alex se transfiguró y, sin ser consciente de ello, la aprisionó contra su cuerpo.

—No me digas que al idiota ese, al corredor de bolsa.

—¿Cómo sabés que es corredor de bolsa?

Alex se sentó enfurruñado en la cama y se pasó la mano por el pelo.

—Saqué sus datos por la matrícula del coche. ¿Le diste un beso, Paula? ¿Cuándo le diste un beso? ¿De dónde lo conocés? —la interrogó con tono rudo.

—Éramos compañeros de secundaria. Nos encontramos en Mendoza durante las vacaciones y él me dio medio beso.

—Los medios besos no existen, no me vengas con eso.

—No te sulfures, ¿ves? ¡Yo quiero ser sincera y mirá cómo te ponés!

—¿Y cómo querés que me ponga? Si me entero de que mi novia se anduvo besuqueando con otro.

—No me anduve besuqueando, ¿podés escucharme? —Ella le cogió la cara y lo obligó a mirarla—. Él me besó y yo lo dejé avanzar.

—¿Y decís que no fue un beso? —gritó Alex poniendo los ojos como platos.

—Esperá, no te imagines que fue como los besos que nos damos nosotros.

—¿Ah, no? ¿Y cómo fue?

—Fue un beso casto, cuando él quiso buscar mi lengua... —Alex la miró con odio—. No me mires así y dejame que termine. Cuando él quiso buscar mi lengua, yo primero la aparté, después...

—Después ¿qué?

—¿Ves? Lo hacés más difícil si me mirás así.

—¿Y qué querés? ¿Que esté contento mientras me contás cómo fue el beso con otro?

—Sí, porque cuando le ofrecí mi lengua, me dio asco y la aparté. Yo sólo quería saber si podía besar a otro y sentirme como cuando estaba con vos, pero me di cuenta de que no, de que nunca sería así. Vos sos él único que me besa, el único que me tiene en cuerpo y alma. ¿Estás conforme ahora?

—Un poco —tardó en contestarle—, pero lo besaste. Prometeme que nunca más lo vas a volver a ver.

—Te lo prometo, nunca más.

—Mirá que si me entero de que lo volviste a ver no te lo voy a perdonar.

—No lo voy a ver más, te lo juro por nuestro amor.

Paula se sentó a horcajadas sobre él y Alex la abrazó y le cubrió la espalda con la manta. La temperatura había bajado y, a pesar de que la calefacción estaba al máximo, el frío se sentía. La besó y le mordió el labio hasta que le hizo daño.

—Esta boca es mía, ¿me oíste?

—Sí, mi amor, es tuya.

Se quedaron mirándose en silencio, hasta que ella lo rompió.

—¿Y vos? ¿No estuviste con nadie?

—Con nadie.

—¿Seguro? ¿Ni un beso? —Paula lo miró calculando su respuesta.

—Seguro.

Alex pensó que no podía decirle lo de Rachel, porque ellas trabajarían juntas y era mejor que no se enterara.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Por supuesto.

—¿Por qué llegaste con Rachel? Me cae mal y presiento que yo a ella también; siempre me mira con desprecio.

—Porque no le arrancaba el coche y mi tío, que no es mi tío, pero es como si lo fuera, me llamó y me pidió si la podía traer. Sólo le hice un favor tanto a él como a ella, que es como si fuera mi prima. Nos criamos juntos, Paula, Rachel es como una prima para mí.

—Pero no lo es.

—Pero yo así lo siento. —«¡Mierda, las mujeres tienen siempre un sexto sentido!», pensó, luego la engatusó con otro beso y volvieron a hacer el amor.

Aunque estaba destrozado, Paula se durmió antes que él y es que aún debía hacer algo más antes de dormirse. Cuando estuvo seguro de que ella se había sumido en su sueño, se levantó a hurtadillas y buscó en su bolsa, sacó un estuche de color turquesa de Tiffany & Co, lo abrió y volvió a admirarlo: dentro de él había un anillo de compromiso.

Alex pretendía ponérselo mientras dormía para que, cuando despertase, se encontrara con él en el dedo; entonces le pediría matrimonio. Le pareció una forma bonita y original de sorprenderla, con el anillo en su mano como por arte de magia. Quería ver su expresión de asombro cuando lo descubriera.

Tomó suavemente su mano y le colocó la joya. Le quedaba de maravilla y cuando se la vieran puesta, se dijo, todos sabrían que ella tenía dueño, que era suya.

Le besó el anillo, se acurrucó a su lado y se obligó a dormir.

Era mediodía y Paula y Alex aún dormían abrazados.

—Alex... Paula... despiértense, ¡vamos a almorzar —los llamó Amanda dando golpecitos en la puerta.

—¿Sí? —contestó él adormilado.

—¡Dale, hermanito! Levántense que vamos a comer, mamá me mandó a buscarlos, ya están poniendo la mesa.

—¡Vamos! —gritó Alex mientras besaba a Paula para despertarla.

—No, no. Tengo sueño —protestó ella.

—Vamos a comer con mi familia, dale. Yo también querría quedarme acá, pero están todos abajo.

Acto seguido se levantó, se puso el calzoncillo y abrió las cortinas. El día era bellísimo, el cielo estaba diáfano y contrastaba con el azul de la bahía a lo lejos. Se estiró frente a la ventana. Paula seguía remoloneando en la cama.

—Vamos, dormilona.

Volvió y la besó en la frente. Luego se fue al baño y buscó algo de ropa que ponerse. Ella se sentó en la cama a regañadientes. No tenía ahí su ropa, así que se puso una bata de Alex que le quedaba enorme y fue a su dormitorio a cambiarse.

Se vistió como una autómata, se calzó unas mallas, unas botas de caña alta con tacón, un suéter negro con la manga tres cuartos y el cuello vuelto y un cinturón del mismo color que las botas. Aún estaba muy dormida.

Cogió una toalla desmaquillante y se sentó en el borde de la cama para pasársela por la cara sin mirarse siquiera al espejo. Después fue al baño, recogió su pelo en una cola y se lavó los dientes, y luego bajó.

Estaba cansadísima y le dolía el bajo vientre. Se palpó mientras recordaba lo rudo que había sido Alex la noche anterior y, a pesar del malestar, sonrió. Fue hacia el comedor, donde ya estaban todos, sin despabilarse del todo. Ofreció un buen día generalizado que todos respondieron y se acercó a su madre. Julia la besó en la frente y ella se colgó de su cuello.

—¡Qué cara, hija!

—Tengo mucho sueño, mami.

Alex, por el contrario, estaba radiante y expectante, era obvio que ella aún no había descubierto el anillo. Paula saludó a Bárbara, que la cogió del mentón y le dijo:

—Estás terrible, mi vida. —Se acercó a su oído—: Parece que anoche mi hijo no te dejó dormir.

Paula dejó escapar una risita: esa mujer realmente le hacía mucha gracia, era muy fresca y nunca resultaba atrevida por la forma en que decía las cosas.

Estaban todos sentados a la mesa; Alex a su lado.

—¿Te sirvo agua con gas?

—Por favor, mi amor.

Le encantaba que le dijese «mi amor». Paula tomó el vaso con la mano izquierda y se lo llevó a la boca y, en ese mismo momento, Amanda pegó un grito y Alex se dio cuenta de que su hermana había descubierto el anillo. Intentó hacerle una mueca pero ya era tarde, porque ella había cogido la mano de Paula y le preguntaba:

—¿Cuándo te dio esto mi hermano?

Todos miraron la mano de Paula y ella empezó a llorar a mares, de forma desconsolada. Se dio la vuelta, lo abrazó y lo besó.

—Me estoy enterando ahora, igual que ustedes —explicó entre sollozos—. ¿Me lo pusiste mientras dormía?

Él asintió con la cabeza. Bárbara, Hillary, Ofelia y Julia también lloraban; entonces Alex retiró su silla, se arrodilló y le preguntó en inglés: —Will you marry me?

—Sí, mi amor, yes, my love, yes.

Se fundieron en un beso un tanto recatado, pero muy sentido. Silbidos, aplausos y vítores de todo tipo invadieron el comedor. Bárbara se abrazó llorando a su esposo.

Jeffrey fue el primero en felicitar a su hermano, lo abrazó con alegría y lo levantó en el aire.

—Te engancharon, hermanito, ya no podrás presumir más de tu soltería. —Cuando lo bajó le dijo al oído—: Tendrás que cerrar tu bragueta o, al menos, abrirla sólo para ella.

Alex le respondió con el puño cerrado en el abdomen.

Todos los abrazaron interminablemente. July tomó la cara de su futuro yerno entre sus manos y le dijo:

—Sé qué harás muy feliz a mi hija, que todo sea con la bendición de Dios.

—Gracias, July, te aseguro que no pienso en otra cosa, sólo en hacerla feliz. Podés estar tranquila, la amo y seré cada día mejor para ella.

—Lo sé, lo sé, tus ojos son transparentes.

Amanda saltaba abrazada a Paula, que tenía una carita de felicidad que Alex quería guardar por siempre en su recuerdo. A él también le dieron ganas de llorar, pero se aguantó, porque dejarse ir así hubiera significado volverse el blanco de las bromas de sus hermanos para el resto de su vida.

Todos estaban sentados nuevamente y, entonces, Amanda le pidió a Paula:

—Levantá la mano para que todos podamos admirar bien el anillo.

Era una joya magnífica y todos silbaron al verla. Tenía un diamante central casi transparente, de talla esmeralda, engastado en una montura vintage y rodeado por diamantes en forma de brillantes, que despegaba sobre una banda de platino formada por tres filas de diamantes más; era una joya muy glamurosa.

—Hermanito, nos jodiste a todos, es el más grande —dijo Edward.

—¡Aprendan, pedazo de agarrados! —exclamó Ofelia y todos rieron a carcajadas.

Los Masslow siempre hacían todo juntos; Paula tenía que acostumbrarse a eso, pero creía que no le costaría porque eran muy cálidos y la habían recibido muy bien.

—Mi amor, lamento que el único que falte acá sea tu hermano, te prometo que pronto iremos a Mendoza y le pediré tu mano a él, como si fuera tu padre.

Paula lo tomó del mentón y lo besó mientras le hablaba sobre los labios.

—Gracias, mi amor, gracias.

—Alex, basta de hacernos llorar —exclamó la abuela Hillary.

—Te quiero, abuela.

—Y yo a vos, mi tesoro.

—¿En qué joyería lo conseguiste?

—Es un Tiffany, Amanda.

—¿Cuándo lo compraste? —se interesó su hermana, siempre dispuesta a averiguar los detalles.

—Lo elegí en Italia, pero como había que hacerlo grabar y no me daba el tiempo, lo compré por teléfono acá y, como nos conocen, apelé al buen nombre de mi querido padre para que me lo grabaran en sólo dos días. Lo retiré al bajar del avión; ayer fue un día de locos, a contrarreloj —explicó.

—¿Y se lo pusiste mientras dormía? ¡Jamás había oído algo igual! se sorprendió su madre.

—Sí, yo suponía que iba a descubrirlo en seguida, al despertarse, pero Paula estaba muy dormida.

—De hecho, creo que me desperté con el grito de Amanda al verlo.

—Pero, Alex, sos un loco. ¡¿Mirá si te decía que no?! —intervino su padre.

—Sabía cuál iba a ser su respuesta, papá —le contestó él, mientras la miraba a los ojos.

—Bueno, tampoco creas que sos tan irresistible —se mofó Jeffrey.

—¿Acaso cuando le diste el anillo a Alison no sabías la respuesta de antemano?

—La verdad es que sí —respondió éste y besó en la nariz a su futura esposa.

—Porque te creíste irresistible, ¿verdad? —bromeó Alex, y todos se rieron.

—¡Qué ternura! Ella ayer nos preguntaba por las bodas de todos nosotros... —recordó Lorraine.

—¡Y pensar que este desgraciado ya sabía que pronto tendrías que planear la tuya! —añadió Alison y Paula se rió y abrazó a Alex.

—¡Hey, más respeto con tu jefe! ¿Cómo que «desgraciado»? bromeó Alex y Alison le arrojó una servilleta a la cara.

—¡Por Dios, cuántas bodas! —exclamó el abuelo Masslow—. Estos chicos se contagiaron uno tras otro.

—¿Viste, abuelo? Yo soy el único original, ellos son todos unos copiones —bromeó Edward.

—Sí, querido, sí.

La comida siguió adelante, pero Paula y Alex permanecían en su mundo. Ella se miraba la mano continuamente, no podía dejar de admirar la sortija.

—No puedo creerlo —decía a cada rato.

—¿Te gusta, mi amor?

—Es hermosa, mi cielo, es un sueño.

—Mirá lo que le hice grabar.

—No quiero sacármela.

—Después te la vuelvo a poner.

—Bueno, dale.

Paula se la quitó y leyó: «En tus brazos y huir de todo mal».

—Mi amor, te amo.

—Yo más.

—¿A ver qué dice? —preguntó Amanda indiscreta, le quitó el anillo de la mano y leyó en voz alta, y en inglés, para que todos lo entendieran.

—¡Te pasaste con esa frase, Alex! —exclamó Alison—. Sos muy romántico, nunca lo hubiera creído.

—¡Qué romántico! —se burlaron sus hermanos y Chad.

—Ella despierta mi romanticismo y la frase no es mía, sino de una canción en español, que fue la primera que oímos juntos.

—Vos a mí sólo me grabaste la fecha en que nos conocimos, ¡una vulgaridad! —protestó Lorraine mirando a Edward.

—¡Y vos fuiste superoriginal con el «Tuyo por siempre»! —exclamó Alison dirigiéndose a Jeffrey.

—¡Ay, peor la mía: «Amanda y Chad»! —se quejó su hermana.

Alex se carcajeó.

—Ríanse, hermanitos, pero escuchen los reproches de sus mujeres y aprendan de mí. ¡Manga de sabelotodos! —Tomó el anillo y se lo puso otra vez a Paula y todos aplaudieron, como felices testigos del momento. Tras almorzar, se sentaron en la sala a tomar el café. Como el marco familiar de ese día era más que propicio, Joseph anunció:

—Querida Bárbara, tengo otro regalo con motivo de tu cumpleaños. Esperaba que esta noticia que voy a darte fuera la más importante del día, pero sé que nada superará a la que nos acaban de comunicar Alex y Paula.

—Lo siento, papá, no fue mi intención arruinarte el momento, pero también quería aprovechar que estábamos todos reunidos.

—No te preocupes, hijo, nos obsequiaste con un día muy feliz, inolvidable.

—¡Ah! ¿O sea que mi regalo es una noticia?

—Sí, Bárbara, algo que me venís reclamando desde hace tiempo y, bueno, creo que ha llegado el momento. —Bárbara y todos estaban expectantes ante las palabras de Joseph—. Dejo Mindland en manos de mis hijos, nos mudaremos acá a Los Hamptons, como vos querías.

La mujer abrió los ojos con incredulidad y luego se lanzó al cuello de su esposo y lo besó por todo el rostro.

—¡Joseph, me has hecho la mujer más feliz del mundo con esta noticia!

—Me alegro de que así sea, yo también lo estoy, porque sé que dejo la empresa en muy buenas manos. Y, a ustedes, Amanda y Edward, les aseguro que sus hermanos cuidarán muy bien de sus acciones en Mindland.

Ésta corrió a su lado y abrazó a su padre.

—¿Estás seguro, papá? —preguntó Edward—. Realmente me tomaste por sorpresa con esta decisión, ¿estás convencido de que es el momento? No me malinterpreten, no lo digo por ustedes —miró hacia Alex y Jeffrey—, sino por papá. Sé que hasta hace unos meses él no quería alejarse de la compañía por nada en el mundo.

—Hijo, uno tiene que ser sabio y aceptar cuándo llega el momento; mi experiencia me dice que, para que Mindland siga creciendo, debo mantenerme al margen.

»Alex demostró, en este último tiempo, que tiene las agallas necesarias para conseguir que esto siga agrandándose, precisamente porque tiene juventud, desenfado y muy buen olfato —Paula tomó la mano de éste y le besó los nudillos; se sentía muy orgullosa de él—, y Jeffrey cuenta con toda la lucidez necesaria para que este sistema no se nos coma, y eso hará que las espaldas de Alex sean aún más sólidas —Edward, que estaba sentado junto a Jeffrey, le chocó los puños en señal de felicitación—. Cuando uno tiene mucha experiencia, se vuelve poco audaz, le da miedo arriesgar lo que consiguió y empieza a estancarse.

Todos escuchaban los argumentos del empresario en un mutismo total, demostrando el respeto que sentían por su figura.

—Pero mi resistencia a apartarme del negocio —prosiguió él—, era porque, aunque sabía que mi puesto iba a estar muy bien ocupado por Alex, no había nadie que pudiera sustituirlo a él en Mindland Internacional. Ése era el verdadero impedimento que tenía para irme. Alex no podía hacerse cargo de las dos divisiones de la empresa. Pero hace poco, apareció ante mí una persona que me demostró que podía hacerse con el cargo que hoy ocupa y más. —Paula empezó a removerse inquieta en el sofá, mientras Alex no paraba de besarla en la sien y decirle al oído «te amo, sos mi orgullo»—. Y es porque encontré a esa persona que ahora sé que puedo irme tranquilo a descansar y a disfrutar de mi esposa y de mis nietos.

—¿Y quién quedará en el lugar de Alex? —preguntó Bárbara.

—Mi amor, será Paula quien ocupará el puesto de Alex, por eso vino a Nueva York, porque yo tenía esta propuesta para ella mucho antes de que decidieran casarse.

Amanda pegó un grito y exclamó:

—¡O sea que todo seguirá quedando en familia!

Todos bromearon y felicitaron a Paula, a Alex y a Jeffrey.

—¡Qué día, por Dios! ¡Esta casa está llena de sorpresas!

—Es que tenés una gran familia, Bárbara —le comentó Ofelia muy emocionada.

—Vení acá, vieja querida, quiero abrazarte y compartir mi alegría con vos.

—Me queda un consuelo —confesó Joseph refiriéndose a Ofelia y a su mujer—. Por lo menos en esta casa, que es más grande, no oiré tanto sus gritos.

—¡Dejá de quejarte, que bien que te consentimos siempre! —lo amonestó el ama de llaves.

—Vas a tener que preparar tu traje de baño, Ofelia, haremos piscina todo el año —bromeó él.

—¡Las pavadas que una tiene que escuchar! ¡Sólo a vos se te ocurre que voy a mostrar mis huesos a mi edad!

Todos bromeaban de muy buen humor. El día no podía haber salido mejor.

Paula fue al baño y, como tardaba mucho, Alex salió a buscarla. La encontró sentada en la escalera, sacándose una foto de la mano con el anillo.

—¿Qué hacés?

—Le estoy enviando una foto a Maxi y a Mauricio.

Alex la besó en la coronilla.

—¿Estás contenta?

—Demasiado, Alex, tengo miedo de despertarme y que todo esto sea sólo un sueño.

—No, mi amor, no lo es. Quería avisarte de que llamé a Heller para que nos viniera a buscar. Necesito estar con vos a solas. Vayamos a recoger nuestras cosas, así partimos en seguida. No aguanto más las ganas de hacerte el amor.

—Yo también quiero irme y que estemos un rato solos.

Subieron a preparar sus bolsas, se abrigaron y salieron a caminar hasta el muelle.

Se sentaron en el embarcadero con las piernas colgando. Alex se colocó tras ella, la cobijó entre sus brazos, mientras admiraban el paisaje. El agua y el cielo eran de un azul intenso, las aves se alejaban para emigrar a sus refugios, caía la tarde. Una extensa vegetación los rodeaba y, amarrados a los muelles de la orilla opuesta, había algunos botes que danzaban sinuosos al compás de la corriente. La fresca brisa les golpeaba la cara y agitaba sus cabellos. Paula se acurrucó entre los brazos de su novio, fascinada por el paisaje y por su compañía. Muy pronto los colores del cielo empezaron a mutar del amarillo al naranja, y el sol, con rojas tonalidades, a declinar en el horizonte... La noche anunciaba su llegada.

Y ahí estaban ellos, plácidamente, disfrutando del ocaso.

Alex le hablaba al oído y su aliento le acariciaba el lóbulo de la oreja y le hacía cosquillas.

—Tenemos muchas cosas que planificar, Paula, debemos definir una fecha para nuestra boda, quiero que sea pronto.

—Yo también —confirmó ella.

—Pero también deseo que organicemos una gran fiesta.

La joven se dio la vuelta para mirarlo y le preguntó sobre los labios. —¿Una gran fiesta?

—Sí, ¿vos no querés una gran boda, mi amor?

—En realidad, no lo había pensado —se sinceró—. Lo que vos quieras, Alex.

—Nuestra boda será única y tan grande como nuestro amor.

—Uf, entonces no podrá ser pronto, querido, un evento así no puede planearse de un día para el otro.

—Supongo que no. ¿Te parece que podríamos prepararla para el comienzo del verano?

—Creo que será tiempo suficiente. Nos casaremos acá, en Estados Unidos, ¿verdad?

—¿Vos no querés casarte acá?

—Sí, no tengo problema, porque será el lugar donde viviremos, pero eso significa que tendremos que traer a mis invitados desde Argentina y eso es un costo muy alto —se afligió—, aunque no son demasiados.

—Podemos negociar algún descuento, no te preocupes por los gastos; sólo deseo que tengas todo lo que te guste. De verdad, no quiero que te prives de nada.

—Tampoco hay que despilfarrar el dinero, Alex.

—¡Ya salió la administradora! —Le besó la nariz—. No hay problema por eso, Paula, podemos darnos un gusto así para festejar el día más importante de nuestras vidas.

Ella lo escuchaba resignada. Tenía que familiarizarse con los estándares de vida a los que él estaba acostumbrado, así que sólo le restaba ceder y empezar a disfrutar.

—No puedo creer, Alex, que estemos planeando nuestra boda. Ayer creía que vos y yo no teníamos posibilidades de volver a estar juntos.

—¿De verdad?

—Bueno, quería creer que sí, que todo iba a solucionarse, pero tu silencio me hizo tener miedo de que hubieras conocido a alguien en Italia. Temía que te hubieras cansado de mí.

—Tonta, ¿cómo pudiste creer eso?

—Sólo me reconfortaba recordar el beso que nos habíamos dado a la salida del café, tenía ese sabor en mi boca.

—Sí, pero me pegaste —se lamentó Alex con una mueca de dolor mientras se tocaba la cara.

—Perdón, mi amor, perdón —le suplicó Paula y lo besó—. Ya te dije que mi enojo era conmigo misma, por desearte aunque creía que no tenía derecho a hacerlo.

Se besaron con dulzura y se acariciaron con parsimonia sus lenguas.

—Voy a confesarte algo —dijo él y Paula se puso alerta—, ese encuentro en la puerta de Gucci no fue casual. Yo estaba siguiéndote, desesperado por verte. Quería que nos encontráramos porque ese día me iba y, si vos no aceptabas la propuesta de mi padre, quizá nunca más hubiera podido verte.

—¡Alex! ¿De verdad fingiste ese encuentro?

—Fue lo más descabellado que he hecho en mi vida, aunque me sentí más estúpido aún esa misma mañana, escondido tras una columna en el aeropuerto.

—Mi amor, si no hubiese sido tan necia y te hubiera hecho caso ese día en el café.

—No nos lamentemos más por esos momentos horribles que nunca volverán, porque ahora sólo nos espera mucha, mucha felicidad.

—Sí, mi vida, vamos a ser muy felices. Te amo tanto...

Sonó el móvil de Alex, era Heller que lo avisaba de que había llegado.

Regresaron a la mansión, se despidieron de todos y se marcharon.