Capítulo 29
LA llamada de Gabriel no les aguó el buen humor. Estaban en la cocina preparando el desayuno, Alex se encargaba del café, la leche y el zumo de naranja y ella de las crepes. Con habilidad y concentración, ella les daba la vuelta en el aire, animada por la situación y por el buen talante con el que había despertado esa mañana. Alexander pasó por detrás y empezó a hacerle cosquillas. Ella reaccionó arqueando su cuerpo al instante, por lo que la masa fue a parar de lleno al suelo. Retorciéndose, Paula no paraba de reírse a pesar del desaguisado. Finalmente, Alex paró y, apresándola contra su cuerpo, le encajó un sonoro beso que ella correspondió con un entrañable abrazo. Luego, entre ambos, limpiaron el pavimento con servilletas de papel. Dispuestos a seguir preparando el desayuno, empezaron a untar las crepes. Paula levantó la vista, vio a su novio concentrado en su tarea y, sin refrenar su tentación, le puso jarabe de arce en la punta de la nariz. Éste, en respuesta, le embadurnó el carrillo con chocolate fundido y, mancha va, mancha viene, la cocina muy pronto se convirtió en un desmadre. Terminaron pringados y revolcándose de forma apasionada por el suelo. Poco a poco fueron quitándose la ropa hasta quedar desnudos, untaron sus cuerpos con jarabe de arce, chocolate y nata, y, lo que había comenzado como un tonteo, terminó como un afrodisíaco juego de lametazos interminables.
Entregado a sus instintos primitivos y sobrepasado por la excitación, Alex la cubrió con su cuerpo experimentado y se metió en el hueco que Paula le abría entre sus piernas. Dirigió con habilidad su sexo sediento hacia el de ella y se enterró en su profundidad. Sedienta por la lujuria erótica que habían construido, ella se aferró de sus nalgas y lo enterró con fuerza, hasta que sintió dolor. Alexander dejó escapar un rugido salvaje, ronco y rudimentario, y empezó a moverse.
—Te necesito así siempre —le dijo extasiado. Agonizaba de placer en cada embestida, dando rienda suelta a un fuego indomable que sólo podía ser apagado por Paula.
Sus cuerpos se frotaban desesperados; él entraba y salía mientras le succionaba los pechos con lascivia. Paula se arqueaba y movía su pelvis para encontrarlo en cada acometida y gemía disfrutando del placer que le proporcionaba. Percibió una repentina sensación de ardor y estuvo a punto de correrse, pero estaba tan deseosa y anhelante por disfrutar de su hombre mucho más que lo apartó con un rápido movimiento y lo colocó de espaldas al suelo. Se subió sobre él para cabalgarlo y Alex se aferró a sus caderas mientras ella comenzaba a bambolearse sujetada a sus bíceps. Él la miraba con ojos ávidos mientras se meneaba sobre él desenfrenada: le estaba haciendo perder la razón... Se inclinó para besarlo y ambos se devoraron con voluptuosidad. Alex le enterró los dedos en la carne de sus nalgas y se perdió dentro de ella. Tenía las piernas ligeramente flexionadas y con duras estocadas se hundía dentro de su sexo. La vagina de Paula envolvía su pene y lo arropaba. Estaban tan pringosos que entre ellos se formaban hilos de melaza, pero nada les importaba, sólo querían consumirse de pasión y llegar al alivio, al éxtasis demoledor. Se corrieron juntos y, presos del placer, ambos gritaron sus nombres agónicamente y se dejaron ir. Se quedaron durante un rato de espaldas en el suelo. Alex fue el primero que se movió.
—Hum, demasiado empalagosa —le dijo mientras arrastraba su lengua por el cuello lleno de chocolate.
—Mmm, muy indigesto también. —Ella le chupó el hombro, que chorreaba nata.
Ambos se rieron y se abrazaron con fuerza.
—Te amo, mi amor, no lo dudes nunca.
—Yo también, deseo que el tiempo pase muy rápido para convertirme en tu esposa.
—Sueño con ese día, muy pronto será realidad —admitió él.
—¿Sabés, Alexander Masslow, que nos acabamos de quedar sin desayuno?
—Yo degusté todos los sabores, no me quejo. —Se echaron a reír—. No quiero ni imaginarme la cara de la señora Doreen si viera todo este desastre, menos mal que le dije que hoy no viniera.
—Vamos a tener que limpiar un poco.
—Nosotros también deberíamos asearnos, esto es un pegote.
—Un emplaste delicioso.
Él asintió con la cabeza mientras le ofrecía una sonrisa y le daba un beso en la nariz.
—Te invito a almorzar fuera.
—Me parece perfecto. ¿Por dónde empezamos?
—Creo que lo más lógico es empezar por nosotros.
Entraron en el baño abrazados y se metieron en la ducha. Paula le mojó el pelo y se lo lavó de puntillas, pues su metro sesenta y tres no podía competir con el metro noventa de Alex. Él no podía estarse quieto y en todo momento buscaba los glúteos de ella y se los apretaba.
—No puedo lavarte así —se quejó.
—Hum, es que sos irresistible.
—Si no te estás quieto, te va a entrar jabón en los ojos.
—De acuerdo, los cierro bien fuerte.
—Tramposo, lo que se suponía que tenías que hacer era soltar mis nalgas.
—Tengo un problema, Paula, mis manos no responden a las órdenes que les envía mi cerebro, sólo buscan tu culo.
Se carcajearon y ella le estampó un beso en la boca. Después de enjuagarle el pelo, Paula puso jabón en la esponja y se dedicó a lavarlo.
—¡Qué exquisita! Sos muy atenta lavándome.
—Es que tu cuerpo me pide atenciones.
—¿Ah, sí? Y, aparte de darle un baño, ¿qué otras atenciones quisieras ofrecerle? —Ella bajó la mirada—. Hey, ¿por qué esa timidez? —se extrañó Alex.
—No sé, decirlo es muy diferente a hacerlo.
—Vení acá. —Él la tomó por la barbilla y le dio un beso—. No tenés que sentir timidez conmigo, esto que tenemos es lo que hace que nuestra relación sea única. Además, me encanta que te expreses en todo momento y no sólo cuando estamos haciendo el amor —se acercó a su oído—, sabés que me calienta mucho. —Volvieron a besarse—. Ahora es mi turno, dejame retribuirte la atención y que te lave.
Alex le enjabonó muy bien su larga cabellera morena y, tras darle unos masajes que hicieron que la joven soltara unos gemiditos, la situó bajo el chorro de agua y la enjuagó. Después, le frotó el cuerpo con expertas pasadas para terminar de sacarle el pringue.
—¿Me viste bien, Alex? Soy insignificante a tu lado.
—¿Qué? ¿Me estás hablando en serio? —La miró sorprendido por la pregunta—. Sos la mujer más sensual y bella que he visto en mi vida y la más inteligente. Lo que me acabás de preguntar es un chiste, ¿verdad?
—No, no llego a tu altura ni en tacones.
Alex se carcajeó.
—¡Decís cada bobada!
Paula se aferró a su cuello y le habló al oído:
—Quiero tu pene nuevamente dentro de mí.
Al escuchar las palabras de Paula, la erección de Alex fue casi instantánea. Su sexo estuvo listo ipso facto y con la solidez de una roca, su mirada se oscureció y sus manos no pensaron en otra cosa que no fuera recorrerle el cuerpo. Enredaron sus lenguas intrincadamente una y otra vez. Él le abarcó la espalda con las manos, la envolvió por completo con su cuerpo, le acarició los muslos, le recorrió las nalgas y se las apretó con fuerza y posesión, mientras le besaba el cuello. Le dio la vuelta, levantó sus brazos para apoderarse de sus senos y le pellizcó los pezones hasta hacerle escapar un quejido. De repente, Paula se apartó de sus caricias y se apoyó en la pared opuesta, mordiéndose los labios en actitud lasciva. Le miró el pene deseosa, levantó su mano y atrapó su erección, lo acarició con movimientos de idas y vueltas, una y otra vez, hasta que él la detuvo, a punto de perder la cordura. Pero Paula no estaba dispuesta a ceder, se acuclilló y lo tomó con su boca, le rodeó el glande con la lengua, se la pasó de arriba abajo por el tronco y lo saboreó por completo. Luego metió su lengua en el orificio para atrapar el líquido preseminal que salía de él, volvió a engullirlo extasiada y lo sacó de su boca. Alex estaba hechizado con su felación y Paula, con todo el poder del que se sabía dueña, se lo bebió entero. Sin más dominio ante su ataque, se enterró en ella mientras eyaculaba, asiéndola del pelo.
—Vení acá, preciosa. —Aún estremecido, la hizo poner de pie y la besó probando el sabor de su semen.
Sin separarse de sus labios, la levantó de las nalgas y la orientó sobre su sexo, que seguía envainado. Paula rodeó su cintura con las piernas mientras se colgaba de su cuello y él se enterró sin más preámbulos, muy profundo en ella. La bajó despacio y dejó escapar un quejido. Entonces empezaron a moverse, Alex la apoyó contra la pared y comenzó a embestirla cruelmente, sin pausa ni descanso.
—¡Alex —gritó ella—, voy a correrme!
—Hacelo, preciosa, hacelo.
Siguió irrumpiendo con su sexo en su vagina, cautivo de la lujuria, y Paula se corrió tironeándole del pelo. Pero Alex quería brindarle más placer, anhelaba que llegara a otro orgasmo más aplastante que el anterior, así que, sin parar, siguió excavando en ella, arremetiendo con el pene en su interior hasta que empezó a sentir que ella volvía a contraerse.
—Así, nena, así. Disfrutá de todo el placer que puedo darte.
—Te amo, Alex, te amo, mi amor.
Como un avión en una pista de exhibición que va en caída libre, se entregaron al placer, descendieron al infierno y ascendieron al paraíso que sus cuerpos conectados les entregaban. Despojado de todo sentido, Alex se vació tembloroso en ella y se quedó quieto y hundido en su profundidad.
Sin aliento ni fuerzas, la bajó despacio. Ella se apoyó contra la pared y él contra su cuerpo, con la cara hundida en su cuello. Cuando el ritmo de sus respiraciones se tranquilizó, él la tomó en brazos y la guió bajo el chorro de agua para aliviar el cansancio, y salieron.
Entre los dos, limpiaron el desorden de la cocina, y luego se fueron a almorzar.
La primavera estaba muy próxima, pero el frío aún se hacía sentir en Nueva York, aunque ese día pintaba cálido y acogedor en las calles de Manhattan. Provistos de sendas gafas de sol, se cogieron de la mano y salieron a caminar.
—Te llevaré a que disfrutes de la más exquisita comida italiana de la ciudad, en un lugar que queda muy cerca.
—Genial, mi amor, el día está precioso para pasear.
El restaurante quedaba a sólo cinco manzanas. Felices y exultantes, llegaron a Lupa, una auténtica trattoria romana en Greenwich Village, con un ambiente romántico y festivo donde se capturaban a la perfección los sabores y la atmósfera de la Toscana.
—Pasá. —Alex le abrió la puerta y la invitó a entrar. Los recibió el encargado de la recepción.
—¿Cómo anda, señor Masslow? Señora —la saludó el hombre con una reverencia—. Buenos días, su mesa ya está lista, acompáñenme por aquí, por favor.
Alexander había aprovechado, mientras esperaba que Paula terminara de arreglarse, para llamar al local y cerciorarse de que había mesas libres.
—Vas a ver lo bien que se come acá. Aunque no sea el más lujoso, éste es uno de mis restaurantes favoritos del país —le explicó Alexander mientras acariciaba su mano. El sumiller se acercó con la carta de vinos pero él la rechazó, porque sabía muy bien lo que iba a pedir, una botella de Veltliner Manni Nossing de 2010 y un agua con gas.
Cuando les trajeron el menú, Alex le cedió a Paula el placer de elegir la comida.
—Pedí vos, por favor, Alex. Estoy segura de que sabrás muy bien con qué sabor sorprenderme.
—De acuerdo, preciosa, si lo preferís.
—Me pongo en tus manos, confío en vos.
—Gracias —agradeció él arqueando una ceja—. Lo que acabás de decirme es muy importante.
—¡Tonto! Te amo.
Alex pidió, para empezar, un entrante de escarola, nueces, cebolla roja y queso pecorino, acompañado de jamón de Parma. ¡Ah!, estaba exquisito y, como no habían desayunado, lo devoraron.
—Hum, creo que después de una mañana de sexo, esto es lo que necesitaba: una buena comida con mi amor.
—Se me ilumina el alma oyéndote hablar así —confesó ella con una sonrisa alborozada—. Alex, ¿te pusiste a pensar que, hasta hace poco más de dos semanas, nada parecía posible entre nosotros y ahora estamos planeando una boda?
—Una boda inolvidable, tan grande como nuestro amor.
—Gracias por hacerme tan feliz.
—¿Aunque sea un necio que te hace llorar cada dos por tres?
—Chis, no recordemos eso, miremos hacia adelante —lo miró fijamente y aseveró—: Siempre hacia delante.
—Si es junto a vos, miraré siempre en esa dirección.
El camarero los interrumpió para traerles el siguiente plato, unos espaguetis a la carbonara que estaban para chuparse los dedos. Alex siempre tenía muy buen apetito, pero ese día necesitaba reponer energías después del esfuerzo en la ducha.
—Alex, ¿puedo preguntarte algo?
—¿Qué pregunta es ésa? Es obvio que podés preguntarme lo que quieras —se extrañó él y no pudo evitar ponerse alerta. ¿Qué querría saber Paula que no se atrevía a preguntarlo así, sin más? Dejó su tenedor y le prestó atención; ella se había puesto muy seria.
—¿Pudiste averiguar alguna vez quién hacía las llamadas anónimas a mi teléfono?
Alex le cogió una mano mientras volvía a llenar las copas con vino; ella estaba esperando una respuesta.
—No, Paula, lo siento, y eso es algo que me debo, aunque mucho más a vos, preciosa. Nunca pude enterarme, porque siempre fueron hechas desde teléfonos desechables en diferentes puntos de la ciudad que jamás pude relacionar con nadie conocido.
—Después de que nos separásemos, llamaron algunas veces más, pero yo le expliqué hasta el cansancio que no me molestasen porque no tenía nada más contigo. Al poco tiempo cesaron.
—¿Aún conservás los números?
—No, Alex. En aquel momento ni me preocupé en guardarlos. Por esa época, sólo quería que todo lo que se relacionaba con vos desapareciera. Él esbozó una mueca lamentándolo.
—Nena, hay gente que aún está encargándose de eso, nunca lo dejé de lado. A mí, más que a vos, me interesa saber quién era.
—¿No pudo haber sido Rachel?
—No empieces con ella otra vez, Paula. Sé que no es santo de tu devoción pero no me la imagino haciendo eso. Además, en aquella época no había pasado nada entre ella y yo.
—Está bien, está bien, no quiero detalles que me hagan imaginar cosas, no después de lo de esta mañana.
Los ojos de Alex se oscurecieron con su comentario. Ambos recordaron la intensidad de lo vivido y el deseo renació y despertó de nuevo su erotismo. Él atrapó la mano de Paula, que, nerviosa por sus pensamientos, se bebió el vino de un tirón.
—Tranquila con el vino, nena, te juro que con lo que se me está ocurriendo en este momento como menos te prefiero es enajenada.
Ambos sonrieron reflotando la magia entre ellos que alejaba cualquier nubarrón.
—Acordate de que todavía tenemos pendiente un encuentro en el baño de un restaurante. Yo aún espero que te animes.
—¡Alex! —lo amonestó ella y se sonrojó.
—¿Qué? Me lo debés y sabés que soy muy testarudo y no pararé hasta conseguirlo.
—¿Lo hiciste alguna vez en un lugar así?
—¿Te contesto con la verdad o te digo lo que te gustaría escuchar?
—¡La verdad, siempre! —le respondió Paula con total seguridad—. Es lo que nos prometimos anoche, ¿te acordás?
—En un restaurante nunca, pero algún que otro baño semipúblico se podría decir que he visitado.
Ella amó su sinceridad, consideraba que su pasado le había dado la experiencia que atesoraba para amarla como la amaba y para hacerla gozar de mil y una maneras diferentes. Su hombre era un gran amante, pensó y, mientras revolvía sus espaguetis, calculó que quizá entre una de esas mujeres a las que él había hecho gozar debía de estar quien la había acosado por teléfono, alguien que no lo olvidaba. Paula sabía muy bien que Alexander Masslow era un hombre inolvidable. Intentó alejar sus pensamientos, porque no le apetecía imaginarlo en la cama con nadie. Se llevó el tenedor a la boca e intentó seguir comiendo y también cambiar de tema. Preguntó por la fiesta de la noche y consiguió distenderse. Finalmente, terminaron hablando de su boda. Paula le contó a Alex que su hermana la estaba ayudando con la elección del maquillaje y que le había pasado algunas direcciones para ir a ver vestidos de novias. También le contó que quería ponerse de acuerdo con su madre y su cuñada para intentar que pudieran ir hasta Nueva York para acompañarla en esa elección.
—Mi amor, te prometo que la semana que viene viajamos a Mendoza; no quiero esperar más para conocer a tu hermano y, además, estoy muy intrigado por ver esos viñedos.
—Ay, Alex, te aseguro que te encantará San Rafael.
—No lo dudo y más si voy con vos.
Almorzaron disfrutando de la charla y la comida en aquel ambiente sencillo y animado, que emulaba con precisión las hosterías de los pueblos pequeños en Italia.
—¿Querés tomar un café? El macchiato de acá no tiene desperdicio.
—¡No, Alex, por Dios! ¡No me entra nada más! Menos mal que vamos a volver caminando a casa, necesito que me baje toda esta comida o creo que esta noche no me entrará el vestido.
Alex largó una risotada.
—¿Lo pasaste bien?
—Exquisitamente bien, el almuerzo de hoy me recordó mucho a los que compartíamos en Buenos Aires; me encanta este lugar tan natural.
—Y a mí me encantás vos.
—Adulador.
Alex se estiró por encima de la mesa y pescó sus labios.
—¿Te querés ir ya? —le preguntó él.
—Sí, aprovechemos el sol para caminar un poco por el barrio, ¿tenés ganas?
—Contigo al fin del mundo.
—¡Ojitos, decís cada cosa!
—Es cierto, tengo que reconocer que me ponés cursi, pero me encanta ser así con vos —admitió, y volvió a besarla.
—Voy al baño, enseguida vuelvo.
—De acuerdo, me quedo pagando, así nos vamos cuando regresás.
Paula entró al baño, que era muy pulcro y coqueto, se acercó al espejo y se retocó un poco el pelo. Cuando estaba a punto de entrar al escusado, casi dio un brinco al ver a Alex reflejado en el espejo.
—¿Qué hacés acá?
—Cumplo mis fantasías. ¿Hay alguien más? —le preguntó entre dientes y ella negó con la cabeza. Entonces la tomó de la cintura y la empujó adentro de uno de los escusados. Trabó la puerta y se quedaron encerrados en el cubículo, nadie podía ver quién estaba en su interior.
—¿Estás loco?
—Sí, loco por vos y no puedo esperar a llegar a casa, sos mi obsesión.
Le saboreó la boca mientras le desabotonaba el pantalón y le bajaba la cremallera. Introdujo su mano bajo el tanga: Paula estaba tan mojada que eso lo puso más duro aún.
La respiración de ambos empezó a entrecortarse, la excitación fue casi inmediata. Le bajó los pantalones hasta la rodilla y la hizo ponerse de cara a la pared; le acarició las nalgas, se agachó y le pasó la lengua por ellas. Apartó su ropa interior y le pasó el dedo corazón de arriba abajo recorriendo su sexo, hasta que lo perdió dentro de su vagina. Ella emitió un gritito y él la amonestó en el oído con un leve susurro.
—Chis, mi amor, puede entrar alguien.
Paula, que hasta hacía unos segundos se había sentido insegura de lo que estaban haciendo, estaba en esos momentos tan encendida que nada le importaba.
Alexander entró y sacó su dedo varias veces moviéndolo y tentándola. Paula estaba expectante y oyó el ruido de la cremallera de los pantalones de su novio. Entonces se dio la vuelta para ver sus ojos azules, que casi estaban negros, y lo encontró firme y preparado. Sin tiempo para preámbulos, le introdujo el pene en la vagina y se enterró profundamente. Ella arqueó su cuerpo para atrapar su boca, por lo que comenzó a moverse con mucha precisión, recorriendo sin mesura el interior de su sexo mullido y caliente.
Era tal el frenesí que sentían que, después de unas cuantas embestidas, ambos estaban preparados para culminar en un orgasmo conmovedor. Alex vertió en ella una simiente que no paraba de manar y Paula recibió su elixir con una oleada indescriptible de placer. Tras volver al presente, se sintió tímida y un tanto sofocada. Se limpiaron con papel rápidamente y se colocaron bien la ropa.
—Tranquila, te aseguro que nadie se dio cuenta, confiá en mí, jamás te expondría a que alguien pensara cosas indecentes de vos. Todo fue muy rápido, mi amor —ella asintió mientras terminaba de arreglarse—. Ahora salí y te fijás que no venga nadie, así puedo escabullirme.
Paula echó un vistazo y, por suerte, vio el pasillo despejado. Entonces Alex se escurrió por la puerta mientras se pasaba la mano por el pelo. Ella esperó unos segundos y después salió. Él volvió al salón, retiró su tarjeta del mostrador, se puso el abrigo y tomó el de Paula. Llegó acalorada y tímida, se puso la chaqueta con la ayuda de Alex y se encaminaron hacia la salida.
—¡Que tengan un muy buen día! Señor Masslow, señora, los esperamos muy pronto —el encargado se despidió de ellos y salieron del local.
Cogidos de la mano, caminaron unos metros hasta alejarse un poco y empezaron a desternillarse de risa. Él la abrazó en medio de la calle y la besó tan cargado de sentimiento, que todos los que pasaban junto a ellos se giraban a mirarlos.
—No puedo creer lo que acabamos de hacer, Alex —dijo Paula y se tapó la cara avergonzada.
—¿No te gustó?
—¡Me encantó! ¡Me encantó! ¡Por Dios, estamos locos!
—De remate —añadió él.
—¿Cuándo repetimos?
Ambos se carcajearon y él la levantó en el aire y la hizo dar vueltas.
—Cuando quieras, mi amor.
Alex estaba junto a la ventana del salón mirando hacia la calle. Tenía una mano metida en el bolsillo del pantalón mientras hablaba por teléfono. Ya estaba listo y muy apuesto, enfundado en su traje de Armani y con una camiseta de seda fría negra. Paula quería sorprenderlo, así que le había pedido que se cambiara en otra habitación y, ahora, estaba esperándola pacientemente. Maroon 5 sonaba en el equipo de sonido, con su famoso tema Crazy little thing called love.
En el mismo momento en que empezaron los acordes, Paula apareció en el salón. Alex se volvió. Al verla venir, su corazón empezó a latir con fuerza, porque ella estaba despampanante. Sin embargo, lo que más le gustó fue saber que aquella belleza era su mujer. Cortó rápidamente la llamada y salió a su encuentro, la cogió de una mano y la hizo girar mientras la devoraba con los ojos. En ese momento, Alex se asustó un poco, porque no podía dejar de pensar, constantemente, en hacerle el amor.
Parecía una musa, metida en ese vestido negro de varias capas de gasa en la falda y con escote palabra de honor, con un bordado de lentejuelas en todo el canesú. Estaba elegante y sexy a la vez. Las finas medias negras hacían que Alex se calentara con sólo mirarla y los zapatos de Louboutin, que ya se había convertido en su diseñador favorito, con unas correas cruzadas en el empeine y unos tacazos de veinte centímetros, le daban aún más morbo.
Alex se acercó a su boca y sin importarle el brillo de labios, se los devoró. Entonces se sintió tentado de bailar con ella, así que la animó a seguirlo al ritmo del rock. Era tan buen bailarín que era muy fácil seguirlo. Después de un giro la atrapó entre sus brazos y le cantó:
Crazy little thing called love
There goes my baby
She knows how to Rock’n’Roll
She drives my crazy
She gives me hot and cold fever
Then she leaves me in a cool cool sweat
I gotta be cool relax get hip!
Alex estaba exultante. Ahora todo estaba en orden entre ellos. Ella también se sentía feliz y amada por un hombre al que adoraba. Estaba segura de sí misma y de todo cuanto la rodeaba. Ahora tenía claro que no había ningún secreto entre ellos y que nada ni nadie podría separarlos.
Volvieron a besarse. Su hombre se convertía en una máquina candorosa en contacto con su boca, pero, si no paraban ahí, terminarían descontrolados y avasallados por esa necesidad que sentían mutuamente. Sin embargo, ninguno parecía estar dispuesto a ponerle fin. Alex había levantado su falda y le acariciaba el encaje de seda de las medias hasta que encontró el liguero. En ese momento, pensó que tal vez un polvo rápido fuera una buena opción: sólo tenía que correrle el tanga, estaban junto al sofá y la imaginó de pie tras el respaldo y apoyada en él con sus pechos. Sin intentar contenerse, siguió acariciándole los muslos hasta que llegó al nacimiento de su redondo y mullido trasero.
—Nena, tu culo es perfecto —le dijo sobre los labios.
Ascendió con sus caricias y con el dedo corazón le recorrió la separación de las nalgas sobre el tanga. Fue en ese preciso instante cuando su móvil vibró en el bolsillo, rompiendo la magia del fogoso encuentro. Se apartó de ella y apresó el móvil, miró la pantalla y, levantando el dedo índice, le ordenó a Paula que lo esperase.
—Heller.
—Señor, ya estoy abajo esperándolos, podemos irnos cuando lo deseen.
Alex miró la hora y maldijo para sus adentros, pues iban con el tiempo justo.
—En quince minutos bajamos, gracias. Lo siento, nena, tendremos que dejar nuestras caricias para cuando volvamos, ahora no tenemos tiempo.
—Estaré esperando ansiosa la hora del regreso —la audacia de Paula lo calentó mucho más.
—Creeme, mi amor, que de no tratarse de mi hermano y de no ser yo uno de los testigos, realmente no me importaría llegar tarde —le confesó con resignación.
La guió de la mano hasta la mesa baja del salón, donde tenía preparada una botella de La Grande Dame, la levantó de la cubeta y se la enseñó a Paula. Ella la reconoció de inmediato y sonrió, mientras movía la cabeza incrédula. Él sirvió una copa para cada uno.
—Para recordar el día en que nos conocimos —dijo él con solemnidad, chocó su copa con la de ella y le guiñó un ojo.
—Nunca dejarás de sorprenderme, Alex, y yo, en cambio, lo hago tan poco. —Alex abrió los ojos como platos.
—¿Y qué es lo que acabás de hacer hace unos instantes? Esa aparición tuya vestida así. —Volvió a recorrerla con la mirada—. Casi se me para el corazón, Paula, cuando te vi entrar. Saber que elegiste ese vestido para mí me llena de orgullo.
—Gracias por ser tan atento y por ser tan... Alex.
Él sonrió con su mueca de perdonavidas que la desarmaba.
—¿Soy muy Alex? —bromeó.
—Sí, muy Alex.
—¿Y eso cómo se traduce?
—Sos lindo por fuera y exquisito por dentro.
Tomaron la rampa para incorporarse al túnel Lincoln. Alex estaba aferrado a la mano de ella, que miraba distraída el paisaje. Se la comía con los ojos y, cuanto más la adoraba, más regocijo sentía. Paula se volvió, lo miró y se sintió dichosa, alabada por su amor e hipnotizada por ese sentimiento que cada día se hacía más fuerte entre ellos.
—Te amo.
—Yo más, mucho más.
—Ya te dije varias veces que no se puede amar más de lo que yo te amo —insistió ella.
—Cierto, lo había olvidado —contestó él y se rieron.
El viaje fue muy corto, porque la casa familiar de Alison quedaba muy cerca, en Nueva Jersey. Heller aparcó el automóvil en la entrada de la casa de paredes blancas y techo de pizarra negro, emplazada a orillas del Hudson. Luego bajó y le abrió la puerta a su jefe para que descendiera, Alex se abrochó la chaqueta, cruzó unas breves palabras con su empleado y rodeó el Audi por detrás para ayudar a Paula a salir. La rodeó por la cintura, le dio un beso en la mejilla y la guió hacia la entrada.
Un fotógrafo y un cámara que estaban ahí apostados tomaron algunas imágenes de su llegada, y ellos posaron gustosos, mostrándose muy felices. Después entraron en la exquisita casa de estilo europeo.
—¡Qué hermosa vivienda! —exclamó Paula.
El personal a cargo de la ceremonia civil los recibió en el vestíbulo, les preguntaron sus nombres y los hicieron acompañar por otra persona hasta la estancia donde se realizaría la ceremonia. Desde la misma entrada a la residencia, numerosos jarrones con flores indicaban que lo que allí se celebraba era una boda. En la biblioteca se habían dispuesto banquetas doradas, cuyos respaldos estaban adornados con exquisitos ramilletes de rosas. Tanto Bárbara y Joseph como los padres de Alison les dieron la bienvenida. El acto iba a ser muy íntimo, sólo para los que habían cenado con la pareja el día anterior, pero todo estaba preparado con un excelente gusto. Poco a poco, los lugares se fueron llenando y, cuando ya todos estaban colocados, ingresó la magistrada precedida por los novios. La ceremonia fue corta pero muy emotiva; finalmente dieron el sí y fueron declarados marido y mujer ante las leyes de Estados Unidos de América.
Vitoreados por todos sus familiares y amigos, Alison y Jeffrey se mostraban muy felices.
—¿Emocionada?
—Sí, mi amor, desde ya sintiendo nuestra boda en la piel.
—Uf... me estaba imaginando lo mismo —confesó Alex.
Tras las firmas en el libro de actas de todos los testigos y de los contrayentes, la jueza dio por concluido el acto y los novios se besaron, compartiendo con todos su infinita felicidad.
La tarde había empezado a caer sobre el río Hudson y, a través de los ventanales que ofrecían una exquisita vista de la ciudad de Nueva York, se podía observar el ocaso. Se repartieron cócteles y aperitivos para todos los presentes y el ánimo festivo en la casa se encendió aún más.
Alex dejó a Paula con Edward y Lorraine durante unos breves instantes, pues Joseph lo había reclamado. Minutos antes, los cuatro habían estado riéndose a carcajadas mientras le contaban a la argentina el día en que Jeffrey le había pedido matrimonio a Alison en el Belaire. El pobre, por los nervios, había confundido la caja del anillo con una de preservativos que tenía en su bolsillo; sólo a él podía pasarle algo así.
Cuando los tres se quedaron solos, sonó el teléfono de Edward; era la niñera para avisar que uno de los niños estaba con unas décimas de fiebre, así que se disculparon con Paula y se marcharon. Mientras esperaba que Alex regresara, se acercó a uno de los ventanales para mirar las luces de la ciudad a lo lejos. En ese momento, sintió que alguien se paraba a su lado, ladeó la cabeza creyendo que era su novio, pero se encontró con Rachel.
—Se te ve muy feliz, parece que la vida te sonríe —le dijo ésta con cinismo.
Paula la ignoró, porque no pensaba entrar en su juego. La muy zorra la estaba provocando, pero ella no iba a descontrolarse otra vez. Miró a su alrededor para buscar a Alex, pero no lo encontró.
—Te sentís una triunfadora, ¿verdad? Y, además, te creés con derecho a mirarme mofándote. ¡Pobre trepadora!, pronto se te quitará la sonrisa burlona de la cara. No sabés con quién te metiste. ¿O pensabas que me había asustado con tu estúpida advertencia en el baño del hotel? Mi querida, Alex, tarde o temprano, será mío. Es nuestro destino, siempre lo fue.
Paula la miró fijamente, mientras valoraba si la molía a palos allí mismo o la arrastraba de los pelos hasta afuera para hacerlo. La muy hipócrita sonreía como si ellas fueran las mejores amigas, cuando, en realidad, lo único que estaba haciendo era enseñarle los dientes. Contó hasta diez para contenerse y no montar un escándalo, pero sintió que ya no se aguantaba y estaba a punto de contestarle cuando Rachel se giró por sorpresa y la cogió de la mano.
—Gracias, Paula, por aceptar mis disculpas —le dijo ella.
Alex había llegado justo a tiempo para oír ese falso arrepentimiento; era precisamente lo que ella pretendía que él escuchase. Paula entendió lo cínica que era y, de no ser porque Ofelia también se había acercado, le hubiera cantado las cuarenta delante de él. Intentando mostrarse entera, decidió callarse y seguir su juego, le sonrió tímidamente y luego Rachel se marchó. Al poco rato, Paula ya se había relajado otra vez; estaban demasiado bien como para prestar atención a las palabras de alguien tan resentido. Consideró que Rachel no podría hacer nada y, mucho menos, quitarle a Alex.
—¿Pasa algo? —le preguntó éste mirándola a los ojos.
—No, nada, mi amor. Lorraine y Edward se fueron porque Liam estaba con fiebre.
—Sí, acabo de enterarme, me estaba contando Ofelia.
—Seguro que no es nada, sólo tenía unas décimas, los críos son así, lo que pasa es que uno siempre se alarma más de la cuenta —explicó el ama de llaves.
Ya entrada la noche, después de infinitos brindis por los recién casados, los invitados empezaron a retirarse. Al día siguiente era la gran fiesta en el Four Seasons y pintaba ser un día de locos.
Heller los llevó de regreso al apartamento y bajaron riéndose, abrazados y besándose. Alex abrió la puerta del edificio y desaparecieron adentro. Rachel estaba estacionada en la acera de enfrente, casi en la esquina, y nadie había advertido su presencia. Desde la penumbra de la noche, los observaba furiosa aferrada al volante de su Mercedes. Verlos tan juntos la trastornaba y, aunque quería mostrarse fuerte, las lágrimas la traicionaban. No podía creer que Alex se mostrara tan feliz con esa trepadora, el dolor de sentir que lo perdía se estaba tornando insoportable y no iba a permitirlo. Necesitaba terminar con ese calvario y, para ello, necesitaba quitarla del camino.
—Mi amor, ¿por qué me haces sufrir de esta forma? Yo debería ser quien estuviera subiendo contigo, ese lugar es mío —dijo golpeando el volante—. No entiendo por qué siempre te gustan esas astutas sin estilo. Sorbió—. Pronto estaremos juntos otra vez, te lo prometo, yo voy a hacer que nuestros sueños se hagan realidad.