Capítulo 28
TENÍAN todo el día para compartirlo con la familia; por la mañana era el ensayo de la boda de Alison y Jeffrey, que estaban a punto de cumplir sus sueños, y por la noche era la cena preboda.
Alex y Paula llegaron al hotel donde la coordinadora de bodas esperaba a todos los convocados para hacer un ensayo antes del gran día. Aunque ésta no tenía nada que hacer allí, y debería haber ido a Mindland a trabajar, él se había empeñado en que lo acompañase para que viera cómo iba todo y fuera familiarizándose. Además, aunque él era uno de los padrinos, no tenía ganas de ir solo.
Fueron de los primeros en llegar, los novios ya estaban allí, acompañados por unas amigas de Alison, las damas de honor en la ceremonia, y por los padres de ella. Alex aprovechó la ocasión para presentarles a Paula. Pronto fueron apareciendo todos los demás. Amanda fue sola; Edward y Lorraine, sin los niños; Joseph y Bárbara fueron los últimos de la familia en presentarse en el Four Seasons. Luego aparecieron unos amigos de Jeffrey, y Alex, que los conocía de toda la vida, también les presentó a su prometida.
—¡Paula, qué bien que viniste! —le dijo Lorraine, que tampoco tenía un cometido concreto en el ensayo—. ¡Edward se empeñó en que lo acompañase!
—Alex también. Por suerte, como estás vos, no me sentiré tan descolocada.
La coordinadora llamó a los involucrados en el ensayo y ellas dos decidieron sentarse a un lado a hablar. Alex le dio un beso furtivo y se alejó unos metros. En ese momento, irrumpió Rachel como de costumbre, caminando con altivez. Alex estaba escuchando atentamente a la organizadora, pero cuando vio que ésta se acercaba se puso tenso.
Ella no se había percatado de que Paula estaba allí y, aunque tampoco eso la hubiera detenido, se colgó del cuello de Alex y le dio un beso junto a la comisura de los labios con descaro. Paula seguía atenta los movimientos de la rubia desde lejos, pero no pudo ver con claridad dónde lo había besado.
—¡Qué fastidio!
—¿Cómo? —Lorraine no entendió.
—Lo siento, pensé en voz alta. Me refería a Rachel, no la soporto, no sé qué se cree esa zorra de plástico.
—No te preocupes, nadie la soporta, pero ella no se da por aludida; esa mujer es una cínica.
Alex le dedicó una mirada devastadora; Amanda, que estaba furiosa con ella, imaginaba cómo debía de estar Paula y se encabronaba aún más. Se acercó a su hermano y lo apartó de su lado con una excusa.
—Creo que vas a tener que ponerle un freno definitivo a la efusividad de Rachel o te vas a meter en problemas.
—Ya no sé de qué forma hacérselo entender —replicó él en un murmullo.
—Me parece que no estás siendo lo suficientemente claro, ¡intentalo mejor, Alex!
—¿Me estás llamando la atención?
—Es preferible que lo haga yo y no Paula, ¿no creés?
Alex sintió de pronto que alguien se aferraba a su cintura y, cuando se volvió, vio a la desubicada de Rachel, que había enganchado su dedo en la presilla de sus vaqueros.
—Alison y Jeffrey están radiantes, ¿verdad? —comentó Rachel intentando entablar conversación con ambos hermanos.
Él temía desatar su ira, pero no podía permitir esa cercanía por respeto a Paula. Si las cosas hubieran sido al revés, él se hubiera puesto furioso y, considerando el torbellino de la noche anterior, debía hacer algo rápido. Sin siquiera mirarla y con contundencia le dijo:
—¿¡Quieres soltarme!? ¿¡Qué haces!?
Aunque Amanda tampoco la soportaba, para salvar la situación y no estropear el ensayo de la boda, se movió con rapidez y se interpuso entre su hermano y ella, intentando entablar una conversación.
—No sé cómo Alison está tan tranquila, yo recuerdo que a esta altura ya había enloquecido. ¿Ya has ido a buscar tu vestido?
—No, aún no, iré después del ensayo. ¿Y tú?
—Mi madre lo fue a buscar ayer, es precioso —le contó Amanda en un intento por distraerla.
—¡Menos mal que sólo tuvimos que respetar el color y no parecer uniformadas!
—Ya no se lleva que todos los vestidos de las damas de honor sean iguales, creo que ésa fue una muy buena decisión.
Era el momento de ensayar la entrada del cortejo nupcial. La coordinadora estableció que Alex entrara con Rachel del brazo, puesto que Amanda, encargada del ramo, debía hacerlo con Edward, responsable de los anillos.
Rachel se enroscó como una boa en el brazo de Alex: estaba en su salsa.
—¿Ves? ¿No entiendo por qué no quieres darte cuenta? El destino nos une, cariño.
—Por respeto a Alison y a Jeffrey, no busques arruinarles este momento.
—No es mi intención, mi amor.
—No me llames así. ¡Basta, Rachel! ¿Cómo tengo que hacerte entender que estoy con Paula?
—Si te sigues enfurruñando así, te juro que voy a dejar de aguantarme y voy a darte un beso, me calientas cuando te pones de ese modo.
—Haz la prueba y te vas a enterar de quién soy yo. Te juro que te voy a hacer pasar la vergüenza más grande de tu vida.
Paula, aunque intentaba no ponerse de mal humor, estaba que trinaba. Era obvio que Rachel buscaba a Alex con descaro; sus actitudes la delataban: le hablaba de cerca, lo tocaba, se reía de todo, estaba mostrando claros signos de seducción y, además, se había presentado con un vestido escotado muy sugerente.
El ensayo terminó y Lorraine le propuso a Paula:
—Ven, vamos a acercarnos.
Paula no dudó.
—Hola, Rachel —la saludó mientras se acercaba a Alex para aferrarlo por la cintura. Él le pasó un brazo por el hombro y la besó en el cabello. Ésta no contestó al saludo y se limitó a sonreírle a medias y con fastidio, pero a Paula no le importó. La rubia se alejó con disimulo y se fue hacia otro grupo de gente porque no soportaba su cercanía.
Finalmente todos empezaron a despedirse hasta la noche, cuando volverían a encontrarse en la cena.
—Mi amor, ¿voy al baño y nos vamos? —sugirió Paula.
—Dale, preciosa, acá te espero. —Alex le dio un sonoro beso y se quedó hablando con sus hermanos.
Cuando la joven entró en el baño, Rachel estaba a punto de salir y pensó que era un buen momento para dejar las cosas claras.
—¡Qué bien que nos hayamos encontrado!
—No tengo interés en hablar contigo —dijo Rachel—, por suerte ya ni siquiera eres mi superior y, por tanto, no estoy obligada a escucharte, ni en la empresa y mucho menos aquí.
—No, querida, si yo te digo que me vas a escuchar es porque me vas a escuchar. A mí me importa una mierda que seas una rubia estirada o la hija del mejor amigo de mi suegro —le soltó la argentina recalcando la palabra.
—¡Qué vulgar eres!, de verdad que no entiendo cómo Alex está contigo.
—¿No lo entiendes? Yo te lo explico —sonrió cínica—. Alex está conmigo porque me ama, deja de tocarlo y de acercarte a él como si yo no existiera, porque la próxima vez no me voy a quedar en lo verbal. —Rachel quiso irse pero Paula la agarró del brazo—. Todavía no he acabado. Te he dicho que me vas a escuchar y vas a hacerlo. Deja de buscarme porque si me llega a salir en serio esa vulgaridad que dices que tengo, te juro que te agarro de los pelos.
Rachel levantó la mano que tenía libre e intentó abofetear a Paula, pero ella fue más rápida y le encajó un sopapo; entonces la rubia la aferró de los pelos y terminaron trenzadas en el suelo del baño pegándose, insultándose y pateándose. Alex se extrañó porque Paula tardaba mucho y le pidió a Amanda que fuera a buscarla. En cuanto entró se encontró con un espectáculo bochornoso; quiso separarlas pero le resultó imposible, por lo que fue en busca de Alex.
—¡Vení a ayudarme! —le dijo al oído con disimulo—, ¡Paula y Rachel se están matando en el baño!
Alex salió despedido del salón y las encontró revolcándose en el suelo, blasfemando y pegándose; Paula estaba a horcajadas sobre Rachel y le pegaba para que ésta le soltara los pelos.
—¿Os habéis vuelto locas? —gritó mientras agarraba a su novia para sacarla de allí. Amanda, mientras tanto, intentaba desenredarle el cabello de los dedos de Rachel.
—Mi amor, por favor, calmate, es el ensayo de la boda de mi hermano —le dijo Alex en voz baja para tranquilizarla. Amanda hizo otro tanto con Rachel.
La joven depuso su actitud de inmediato, pero la rubia parecía enajenada e incontrolable.
Paula se puso de pie, sacudió su ropa y se arregló un poco. Estaba de espaldas saliendo junto a Alex, cuando Rachel se zafó de Amanda y se tiró nuevamente encima de ella, cogiéndola por sorpresa. Volvió a tirarle del pelo y le torció la cabeza hacia atrás. Aunque él la había visto venir, no había podido frenarla. Entonces la agarró por los brazos y la zarandeó.
—¡Suficiente, Rachel, basta, por favor! Piensa en Alison, ella es tu amiga, no le arruinemos este momento —le rogó mirándola a los ojos.
Amanda, mientras tanto, decidió sacar a Paula de allí. Bajaron en el ascensor sin mediar palabra, estaba roja, acalorada y resoplaba furiosa como un toro en la arena; sólo deseaba seguir pegándole. Salieron a la calle y, cuando trajeron el coche de Amanda, las dos se metieron en él.
—¿Os habéis vuelto locas?
—No iba a dejar que me pegara.
—¿Me estás diciendo que ella te pegó primero?
—No importa quién pegó primero, sólo espero que a esa zorra le haya quedado bien claro que Alex está conmigo. ¡Ya esoy harta, cansada! Mi paciencia tiene un límite.
—No puedo creer que hayáis terminado en el suelo agarradas de los pelos, Paula... Por suerte nadie se dio cuenta.
En un arranque de cordura, ésta le dijo:
—Eso espero... Cuando Alex me hizo comprender que podía estropear el momento de Alison y Jeffrey, me sentí muy mal.
En ese instante, Alex salió llevando a Rachel del brazo.
—¿Dónde va?
Amanda no supo qué contestarle. ¿Se había vuelto su hermano loco yéndose con esa buscona? Entonces trajeron el coche de ésta y él la metió dentro para que se fuera. Justo antes de subir, intentó besar a Alex de nuevo, pero él la apartó. Paula quiso salir despedida del automóvil, pero Amanda puso el seguro.
—No vale la pena, calmate.
—¿Que me calme? ¿Vos viste lo que yo acabo de ver? ¿Ahora Alex me va a seguir diciendo que estoy confundida?
Alex y Rachel intercambiaron un par de palabras más; ella intentó besarlo pero nuevamente obtuvo su rechazo.
—Dejame bajar, Amanda, me van a oír. —Paula intentó quitar el seguro de la puerta pero no pudo. Cuando Rachel arrancó, Alex sacó su teléfono y la llamó.
—¿Dónde estás, mi amor? —le habló él con voz arrulladora.
—Detrás de ti, viendo una cariñosa despedida.
Alex palideció y se dio la vuelta para descubrir que, tres coches más atrás, estaba el de Amanda. Guardó el teléfono y caminó hacia ellas.
—Por favor, Paula, tranquila, no montes un escándalo acá en la puerta del hotel —le pidió Amanda, luego desactivó el seguro de las puertas y le dio un beso para despedirse.
—Gracias por todo, descuidá, estoy muy tranquila. Quien no debería estarlo tanto es tu querido hermano.
Salió del vehículo y se encontró con él, que se agachó y saludó a su hermana, cruzando con ella una furtiva mirada. Alex entendió que todo estaba muy mal con Paula.
De regreso a la entrada del hotel para pedir que les trajeran el coche, Alex quiso poner una mano en el hombro de Paula y ella lo fulminó con la mirada, pero no le dijo nada, no quería montar un griterío allí. Se subieron al deportivo rojo y realizaron todo el trayecto hasta el apartamento en un doliente silencio. Ésta era una olla a punto de ebullición.
Él no sabía cómo encarar la situación, pero estaba seguro de que debía hacerle frente.
La joven viajaba con la vista perdida en el panorama urbano, ensimismada y preocupada, aunque su estado de enajenación había disminuido.
Alex intentó acariciarla una vez más, pero ella ni siquiera se mosqueó, siguió en su postura; lo estaba ignorando. «Me mintió —pensaba Paula con el corazón helado—. Él tuvo algo con Rachel, yo no estaba equivocada, por eso la zorra se creía con tantos derechos. Pero si esa historia pertenecía al pasado, ¿por qué mentirme? —se preguntó y no pudo evitar pensar en el día del cumpleaños de Bárbara cuando, habían llegado juntos—. No quiero ni imaginarme que entonces ellos aún eran amantes.» Al llegar, Alex bajó y dio la vuelta al Alfa para abrirle la puerta y que se apease del vehículo. Paula, que permanecía absorta en sus tortuosos pensamientos, no aceptó la mano que él le ofrecía para ayudarla. Descendió y caminó hacia la entrada del edificio sola. Subieron al cuarto piso y, entonces, en cuanto entraron, él la cogió por los hombros.
—Tenemos que hablar.
—No sé si quiero escuchar lo que tenés que decirme, lo que más me duele es que me mentiste.
—Dejame explicarte.
—Dios, esto parece un déjá-vu, aunque lo peor es que forma parte de la realidad. ¿Ahora también me vas a decir que es cosa de mi imaginación y que la cercanía entre ustedes es porque se conocen desde niños? —le preguntó Paula mirándolo a los ojos. Alex no pudo sostenérsela y bajó la cabeza.
—Fue sólo una vez, Paula, nunca tuve nada importante con ella.
—No quiero saber nada, no te pedí ningún detalle, Alex. ¡Me hiciste quedar como una estúpida todo este tiempo! ¡Estuve conviviendo con tu amante en la oficina! —Una lágrima corrió por su mejilla, pero se la secó con rapidez—. ¿Y tuviste el descaro de hacerme un escándalo por Gabriel? ¡No tenés vergüenza!
Escuchar ese nombre en su boca lo encolerizaba; sin embargo Alex debía centrarse en explicar su error.
—Nunca fue mi amante, Paula. Eso me lo enseñaste vos, nena, los amantes comparten intimidad; con ella fue sólo sexo.
—Basta, Alex. Te lo ruego, cariño —resaltó con sorna, y Alex sintió una puñalada—. No juzgo tu pasado y tampoco pretendo que no lo tuviste. Pero no soporto tu mentira, no la entiendo, ¿por qué? ¿Por qué motivo?
—No imagines nada raro, Paula. No te lo dije porque supuse que, como ella estaba en la empresa y yo no podía hacer nada para sacarla de ahí, sería incómodo para vos saberlo; sólo por eso te lo oculté.
—¿Amanda lo sabe?
—¡No! —contestó él rotundamente y volvió a mentir porque no quería involucrar a su hermana en esto—. Nadie lo sabe, sólo fue una vez y sin importancia.
—Pues parece que ella no lo sintió así y por algo será. Ya no sé si puedo creerte.
—Te estoy diciendo la verdad. —Alex estaba con las manos en los bolsillos del vaquero, de pie frente a ella a una corta distancia.
—Pero antes también me lo dijiste.
—Lo siento, ahora te estoy diciendo la verdad.
Paula se rió con desánimo, dio media vuelta y se fue al dormitorio.
Él no la siguió. Se metió en la cocina, dejó las llaves del coche sobre la mesa, masajeó su frente y se apretó los ojos con el pulgar y el índice. Luego se apoyó en la encimera con ambas manos y dejó caer su cabeza. Le pesaba mucho, tenía una extraña sensación de abatimiento y pensó que una copa de vino le daría vigorosidad a su alma apenada. Sacó una botella de Chardonnay y se sirvió. ¡Menudo lío había montado! Y lo peor de todo era cómo había descubierto Paula su mentira. Pensó en la humillación que debió de sentir y se apenó. Estaba haciendo todo mal, llevaban días peleándose sin tregua.
Fue hacia la sala, bebió un trago de vino y se recostó en el sofá, cubriéndose los ojos con el antebrazo. No podía explicarse cómo había podido permitir que Paula, una persona tan buena y sensible, se sintiera tan engañada. Pero lo que más le dolía y asustaba era que ésta, aunque estaba enojada, no había estallado en cólera; quizá estaba cansándose de él. Le había hablado en todo momento sin levantar el tono de voz, con pesar en sus palabras. Él hubiera querido abrazarla pero no se había atrevido, porque se sentía muy culpable. Amanda ya le había advertido que la verdad le explotaría en la cara.
Repasó los últimos instantes en la puerta del Four Seasons, recordó que Rachel se le había colgado del cuello e intentado atrapar su boca, mientras le acariciaba la nuca. Imaginó la situación al revés y asumió que el dolor de Paula era muy grande.
Se levantó del sofá y fue a buscarla, con la copa de vino en la mano. Cuando entró en la habitación, ella estaba tendida boca arriba en la cama, atravesada sobre el colchón y con la vista clavada en un punto fijo del techo. Alex no sabía cómo actuar, quería abrazarla, pero no tenía el valor para hacerlo. La joven notó su presencia, se incorporó y secó las lágrimas que se le habían escapado.
Alex le ofreció su copa, ella suspiró y extendió su mano para cogerla; entonces, él se animó y se sentó en el suelo para apoyar la cabeza en su regazo. Le rodeó los muslos con sus brazos y se puso a llorar mientras le pedía perdón.
—Perdón por someterte a esta humillación. Perdón por haberte hecho convivir con ella en el mismo espacio, pero no podía hacer otra cosa. No estaba en mi poder alejarla de la oficina. De todas formas, quiero que sepas que si ella se fue de ahí es porque la última vez que hablamos le dejé bien claro cuáles eran mis sentimientos por vos.
—Debiste habérmelo dicho, debiste prevenirme para que no me sintiera tan estúpida y tan traicionada, Alex. Yo... siempre fui honesta con vos, hasta con ese inocente beso que me dio Gabriel fui honesta con vos.
—Para él no fue un beso inocente.
—Pero yo te previne y la otra noche, cuando nos lo encontramos, vos sabías a qué atenerte. ¿O creés que no me di cuenta de que me agarrabas de la cintura para demostrarle quién era mi dueño? Y encima tuviste la desfachatez de enojarte por un encuentro que yo no planeé, mientras me hacías convivir con tu amante a diario. Yo siempre estuve en desventaja frente a ella, Alex, aunque ya tenía bastante claro que le gustabas. Cuando empecé a notar su desvergüenza y cómo se te lanzaba al cuello, comencé a presentir que, entre ustedes, había existido algo, pero hice el esfuerzo de creerte.
—No lo llames «algo», porque lo que pasó entre nosotros no tiene ni esa categoría. No quiero entrar en detalles, Paula, porque me pediste que no lo hiciera, pero si seguís diciendo eso voy a tener que explicártelo, no quiero mentirte más.
Él seguía llorando mientras le hablaba aferrado a sus piernas. Ella levantó una mano y le acarició el pelo.
—¿Podrás perdonarme?
—Ya lo hice Alex, si no no estaría acá. Lo que vi fue el intento desesperado de ella por besarte, pero también me di cuenta de que vos la apartabas y es eso lo que te ha dado la amnistía. De todas formas, quiero saber cuándo se terminaron las cosas entre ustedes, porque en Buenos Aires vos tenías mensajes de ella en tu móvil.
Alex pensó antes de hablar, no sabía cómo explicarle que lo de Rachel había pasado durante su separación.
—Sólo nos vimos una vez y, además, fue un polvo de mierda, Paula. Nunca me sentí tan asqueado con una mujer como me sentí con ella. Tal vez no me perdones por lo que voy a contarte pero no quiero mentirte más y correré el riesgo. —Sorbió, secó sus lágrimas y la miró para contestarle—. Fue cuando vos y yo nos separamos. Estaba enojado porque no querías escucharme, porque no podía olvidarte y le dejé claro que no esperara nada más de lo que había pasado, pero ella parecía no entender. Te juro, por el amor que te tengo, que nunca la alenté para que se sintiera con derechos sobre mí.
Paula paró de acariciarle el pelo: se había quedado helada, no podía entender cómo se había acostado con otra, si le había dicho que la echaba tanto de menos. No lo concebía, pero tenía claro que, aunque le doliese, prefería saberlo. Se levantó y se fue hacia el salón para pensar.
Alex no la siguió. Ella apoyó la frente contra uno de los ventanales que daban a la calle Greene, vio la puerta de salida y, sin reflexionarlo, se fue.
Caminó durante varias horas sin sentido, pero el paseo le sirvió para cavilar bastante. La soledad la ayudó a evaluar todo lo que había ocurrido. Estaba con lo puesto, no tenía el móvil encima ni dinero, y tampoco llevaba un abrigo. Había comenzado a refrescar y, entonces, se dio cuenta de que el tiempo había transcurrido. Eran las seis de la tarde y la cena preboda de Alison y Jeffrey era a las nueve. Había caminado tanto que no sabía dónde estaba, pudo haber cogido un taxi pero buscó un teléfono y llamó a cobro revertido.
—No sé dónde estoy —le dijo a Alex lloriqueando.
—Mi amor, gracias a Dios. ¿Estás bien? Me tenías tan preocupado, ¿en qué calle estás? ¡Voy a buscarte!
No tardó en hacerlo, descendió como un cohete de su automóvil y se acercó a Paula, que estaba parada en la calle esperándolo.
—Casi me muero cuando me di cuenta de que te habías ido sin el móvil y sin nada. Estaba desesperado, hace horas que te ausentaste y no sabía nada de vos.
Ella no le contestó. Él entonces le puso un abrigo sobre los hombros; tenía ganas de abrazarla, pero prefirió esperar. Abrió la puerta del coche y la ayudó a entrar, hasta le colocó el cinturón de seguridad.
Durante todo el camino no hablaron, Alex la cogió de la mano por encima de la palanca de cambio y Paula no se la negó; la tenía helada. —Estaba desesperado, Paula.
—Lo siento —se disculpó ella, aunque él pensó que era merecedor de esa angustia.
—Supongo que me lo he ganado. ¿Dónde estuviste durante tantas horas?
—No lo sé, caminando por ahí y pensando.
Él sintió miedo y no se atrevió a preguntarle, pero su tono de voz era amable.
Llegaron al aparcamiento y Paula bajó en seguida, sin esperar a que él le abriese la puerta. Alex se apresuró a seguirla.
Ya dentro del apartamento, ella fue directa al dormitorio, se acercó al jacuzzi y empezó a llenarlo: necesitaba un baño bien caliente. Alex estaba apoyado en el marco de la puerta siguiendo todos sus movimientos con la mirada. Paula entró en el vestidor y sacó dos vestidos, que dejó sobre la cama.
Alex estaba desconcertado. «¿Acaso piensa ir a la cena y por eso se está preparando la ropa?», pensó, pero no se animó a decir nada.
—¿De qué color es el traje que vas a llevar? —le preguntó ella tomándolo por sorpresa.
—Gris —contestó él.
Ella tomó los dos vestidos y volvió al armario, de donde regresó con uno gris totalmente drapeado, sin tirantes y con un bordado lateral de espejitos. En la otra mano llevaba uno azul de una tela muy adherente, con un solo hombro y un bordado en plata que rodeaba la cintura. Se los enseñó presentándolos sobre su cuerpo, primero uno y luego otro, y respiró profundo antes de hablar:
—¿Cuál te gusta? —le preguntó con voz cansada.
—El gris —contestó él, estupefacto y cruzando los brazos.
Paula dejó el vestido que él había elegido sobre la cama y se fue en busca de unos Louboutin.
Cerró los grifos del jacuzzi, que ya estaba lo suficientemente lleno. Echó sales de baño y comenzó a desvestirse ante la mirada de Alex. Se metió en el agua e intentó relajarse. Tenía los ojos cerrados y respiró profundamente mientras sentía que la presión del agua le oprimía el pecho. Luego abrió sus tristes ojos verdes y lo miró.
—¿No te vas a bañar? Se va a hacer tarde.
—Ahora me doy una ducha rápida —contestó Alex.
—Si querés podés hacerlo conmigo.
Tras esa invitación, Alex se desnudó rápidamente para entrar en el jacuzzi. Paula le dejó espacio tras ella para que se metiera. Una vez dentro, abrió las piernas y ella se recostó en su fornido pecho, emitió un suspiro y cerró sus ojos. Él la abrazó y ella se aferró a sus brazos con desesperación, mientras la ceñía con más fuerza aún. Se sintió agradecida sin decírselo, le acarició las manos y él le besó el pelo.
—Sólo quiero que nos quedemos así, que nos bañemos y luego vayamos a la cena. Allí tenemos que poner nuestra mejor cara; después hablaremos de nosotros, hoy es el día de Alison y Jeffrey y no es justo que lo estropeemos.
—Como vos digas, mi amor, me parece perfecto. De todas formas, gracias por estar acá conmigo y permitirme estar así con vos.
—Chis, no hables. Necesito tu silencio y sentirte cerca de mí, nada más. Te lo ruego, no digas nada, no necesito escucharte, sólo sentirte.
—Sólo vivo para complacerte aunque no lo parezca y aunque lo arruine todo a cada instante. Te juro, Paula, que no deseo otra cosa más que eso.
Después de un rato de sostenerla entre sus brazos, Alex cogió una esponja y le lavó lentamente la espalda, los brazos y, con suaves pasadas, también le enjabonó el resto del cuerpo, como si bañara a un niño muy frágil. La trató con mimo, con cuidado, con muchísimo amor y sin connotaciones sexuales, sólo quería darle alivio y atención. Ella se lo merecía y, además, lo necesitaba.
Paula mantuvo la cabeza baja todo el tiempo. Al final, cuando Alex concluyó, se lavó rápidamente y la volvió a abrazar; no quería salir de ahí. Él también necesitaba sentir el contacto de su piel y cobijarla entre sus brazos.
Tomó su mano y la levantó para mirar su anillo de compromiso, jugó un rato con él girándolo en su dedo. Ninguno de los dos decía nada.
—¿Querés que salgamos? ¿No tenés frío? —le preguntó él; el agua estaba tibia.
—¿Podemos agregarle agua caliente y quedarnos un poco más? ¿O se hará tarde? —Alex miró la hora en su Hublot; aún era temprano, así que volvió a abrir el grifo. Enredó sus piernas en las de ella y le masajeó los brazos y los hombros. Paula se aflojó.
Después de un buen rato, salieron del agua. Alex la secó envolviéndola en una toalla, la arropó y luego la dejó para que pudiera ocuparse de arreglar su cabello. Desganada pero intentando sobreponerse, se lo secó, lo alisó y se peinó con raya al medio y marcó unos rizos en las puntas. Mientras tanto, Alexander estaba en el vestidor buscando su ropa.
No se hablaban ni se tocaban, sólo se dedicaban miradas furtivas. Alex estaba peinándose con los dedos, cuando Paula apareció con un corsé negro y un tanga diminuto. Él la recorrió con la mirada llena de deseo, se moría por besarla y por abrazarla, pero eso no era lo que ella le había pedido, así que se resignó y terminó de vestirse. Eligió unos pantalones negros de traje con corte pitillo y se sentó en el borde de la cama para atarse los cordones de los zapatos. Fue en busca de su perfume y se roció antes de colocarse la camisa. Paula, que estaba maquillándose, abrió sus fosas nasales para impregnarse de su olor, no pudo evitar extasiarse con su aroma.
El vestido de Paula era demasiado ajustado y, aunque lo intentó, no podía subirse sola la cremallera, así que tuvo que pedirle ayuda a Alex. Estaba realmente preciosa, pensó, el vestido le quedaba espectacular, pero optó por no decírselo.
—Gracias —le dijo ella cuando terminó con el cierre.
Alex no le contestó, pero antes de que ella pudiera irse, la aferró de los hombros y le dio un beso en la frente. Cuando él se apartó, se miraron un momento a los ojos y Paula volvió al dormitorio. Alex había intentado decirle «te amo» en silencio.
A él sólo le restaba colocarse la americana. La prenda, que era gris antracita y sólo tenía un botón, le quedaba que ni pintada. Paula había terminado de llenar su bolso de fiesta y estaba a punto de ponerse su gabardina, entonces él se la quitó de las manos.
—Permitime. —Le sostuvo caballerosamente la gabardina de raso para que se la colocara. Paula ajustó el lazo a la cintura y se fue por unos pendientes.
Heller ya había llamado para avisar que los esperaba afuera. En el ascensor, Alex le tomó la mano y se atrevió a decirle:
—Estás hermosa.
—Vos también. No me dejes sola en el restaurante.
—No pienso hacerlo bajo ningún concepto.
Paula le apretó la mano; entonces él se la levantó y le besó los nudillos.
Llegaron al restaurante BLT Fish, donde Alison y Jeffrey habían decidido hacer la cena preboda a la que sólo habían invitado a los más íntimos y la familia. Como se trataba de una cena privada, les habían reservado el salón del segundo piso.
Alex y Paula esa noche fueron casi de los últimos en llegar. Cuando entraron en el local se habían propuesto que nadie se diera cuenta de que ellos tenían problemas y disimularon su dolor tras una cálida sonrisa. Tras anunciarse, les flanquearon la entrada y les indicaron que podían subir por el ascensor o por la escalera. Al subir al salón, los recibió un empleado, que recogió la gabardina de Paula. Un camarero les dio la bienvenida y se les acercó con una bandeja con champán. Alex tomó una copa y se la pasó a Paula y se hizo con otra para él; luego, la guió para ir a saludar a los novios.
Jeffrey y su hermano se abrazaron sentidamente, después Alex también estrechó entre sus brazos a quien, a partir del día siguiente, sería su cuñada. Alison estaba radiante con un sencillo vestido de gasa plisada color manteca.
—Estás preciosa —la aduló Paula al saludarla y no pudo dejar de ponderar el restaurante—: eligieron un hermoso lugar para la cena, es un ambiente muy neoyorquino, felicidades.
Los novios, que estaban muy solicitados, siguieron atendiendo al resto de sus invitados. Bárbara había visto desde lejos que su hijo y Paula habían llegado, así que se acercó a saludarlos.
—Hola, tesoro mío, estás muy elegante hoy.
—Gracias, mamá —le dijo Alex, besándola en la sien.
—Paula, corazón, estás deslumbrante —la halagó Bárbara mientras la llenaba de besos.
—Gracias, Bárbara, vos no te quedás atrás. Estás despampanante.
—¡Bah! A mi edad, se hace lo que se puede; a esta altura del partido, sólo aspiro a parecer elegante.
—No seas modesta, tenés un físico privilegiado.
Bárbara sólo estuvo con ellos unos instantes, pues Joseph después de saludarlos se la llevó con él.
Amanda, que estaba atendiendo a sus abuelos, en cuanto acabó se acercó junto con Chad. Con disimulo, se colocó al lado de Paula, que permanecía aferrada de la mano de Alex; él no tenía intención de soltarla.
—¿Cómo estás?
—¿Cómo estoy? La verdad es que no sé qué contestarte, sólo sé que estoy de pie. No sé si ya lo sabías pero ellos tuvieron algo.
Amanda hizo un gesto con la boca pero no le reveló la verdad.
—Hemos decidido darnos una tregua por esta noche —prosiguió Paula— para no arruinar el momento de Alison y Jeffrey. Luego hablaremos de nosotros. —Alex conversaba con Chad sin prestarle atención y, como ellas hablaban en un tono muy bajo, la música las tapaba.
—Me parece bien —opinó Amanda—, así se les calmarán los ánimos y podrán hablar con más tranquilidad. Intentá disfrutar de la noche y no dudes de que mi hermano te quiere. Esta tarde me llamó desesperado porque no sabía dónde estabas.
—Sólo salí a caminar y a reflexionar. No pienso dejarle el camino libre a esa zorra, que de eso no te quepa la menor duda.
—Si lo deseás, podemos ir a almorzar un día de esta semana para charlar un rato.
—Gracias, Amanda. Desde que llegué a Nueva York, has sido una muy buena amiga para mí. De no ser por vos, me hubiese sentido en muchas ocasiones muy sola.
—¡Bah, tonta! Sos adorable y me caés muy bien.
—Vos también a mí.
Era el momento de disfrutar del banquete. Los invitaron a pasar y los cuarenta convidados empezaron a acomodarse en dos mesas largas. Paula y Alex se acercaron para ocupar sus lugares, aunque antes se aproximaron a saludar a Ofelia y a los abuelos Masslow. En ese preciso instante, advirtieron la presencia de Rachel, que estaba junto a sus padres, mientras hablaban con Joseph y Bárbara.
Paula se sintió incómoda pensando en la intimidad que habían compartido ellos dos y experimentó cierta repulsión. Alex había advertido las señales que su cuerpo emitía y la abrazó y le besó el pelo.
—Te amo —le dijo al oído. Ella lo miró y le dio un casto beso en los labios; necesitaba marcar territorio, sabía que Rachel los miraba con una expresión fulminante en los ojos.
Paula elevó un agradecimiento silencioso al ver que no estaba en la misma mesa con ella. La habían situado con los amigos, en su gran mayoría conocidos de ella también, así que pudieron disfrutar de una cena distendida, informal y en familia. Edward y Lorraine habían ido sin los mellizos y estaban disfrutando de lo lindo de la velada. Joseph y Bárbara aprovecharon la cena para entregar los regalos de boda a los novios. Jeffrey y Alison también intercambiaron los obsequios que cada uno tenía para el otro, como símbolo del maravilloso momento que estaban viviendo. Los comprometidos estaban de muy buen humor, plenos y felices. No pararon de besarse durante toda la noche bajo la mirada orgullosa de sus familiares, que compartían con ellos la alegría que sentían.
Paula se enteró allí de que Alex y ella les habían regalado el viaje de bodas, cuyo destino permanecía en secreto para Alison. Ella los tentó de mil y una formas para que le revelaran el lugar, pero éste se mostró indiferente al acoso de su cuñada.
—Yo no lo sé, sólo le pasé mi número de cuenta, lo juro. No tengo ni idea del lugar que mi hermanito eligió para llevarte.
—No te creo.
—Lo juro, cuñada, y, de saberlo, tampoco te lo revelaría —se burló él.
—Paula, decímelo vos, por favor —le suplicó carcomida por la intriga.
—Ali, es que no lo sé. Creo que este par no se arriesgaron a contármelo para que no flaqueara y te lo dijera. —Todos se rieron—. Soy muy blanda, Alex lo sabe.
—No me consta esa cualidad, Paula, ¿o debo recordarte que me llevó dos meses y medio que me escucharas y que, si no hubiese sido por la indiscreción de mi madre, no sé si alguna vez lo hubieses hecho? volvieron a reírse y Alex, en ese momento, aprovechó para darle un sonoro beso en los labios, delante de todos.
—Me encanta la pareja que hacen —dijo Jeffrey, y Alison asintió.
—A mí también me encanta la pareja que hacemos —afirmó Paula.
—¡Y a mí, ni que decirlo! —aseveró Alex y le besó el pelo.
Cuando los futuros esposos se apartaron reclamados por otros invitados, Alex se disculpó con ella por no haberle dicho lo del regalo de bodas.
—Necesitamos comunicarnos más, Alex —añadió Paula como una pequeña reprimenda. Él condescendió con una caída de ojos y apretando los labios. Odiaba que tomara decisiones sin consultárselo o, por lo menos, informarla.
En ese momento, Paula levantó la vista y vio que Rachel los observaba; entonces, sorprendiendo a Alex, se aferró de su cuello. «¡Es mío, idiota, que te carcoma la envidia!», pensó mientras la vigilaba con el rabillo del ojo y le dedicó una desagradable mueca que sólo ella advirtió. La miró con autosuficiencia. «¡Tomá, vení a mirarme ahora por encima del hombro! Ya no estoy en desventaja, ya sé a qué atenerme con vos, zorrita, y Alex es todo mío. Este hombre me pertenece en cuerpo y alma y ni vos ni ninguna otra estúpida malintencionada puede quitármelo.» Saber que habían estado juntos la hacía sentir poderosa, e intentó transmitirle todos sus pensamientos con la feroz mirada que le dedicó.
La velada no se extendió demasiado, pues al día siguiente era la boda civil en casa de los padres de Alison, por lo que todos se retiraron temprano. La gran ceremonia sería el sábado, un día después. Amanda y Chad se acercaron a despedirse y, entonces, las mujeres se apartaron con disimulo.
—¡Vaya! Debo felicitarte, la hiciste encabronar con esos besos y abrazos, el aire se cortaba entre sus miradas.
—¡Ja, ja! ¿Te diste cuenta? ¿Tan obvia fui? Que aprenda de quién es Alex, ni con el pensamiento puede atreverse a desearlo.
—¡Los hombres son tan maleables y se creen tan machos...! Miro a mi hermano y no puedo creer el poder que tenés sobre él, estoy segura de que no sos consciente de eso y yo no sé si debería estar diciéndotelo —se carcajearon cómplices, pero Chad las interrumpió. Quedaron que Paula iría a almorzar durante la semana.
—No olvides pasarme los horarios y direcciones de las entrevistas.
—Tenés razón, lo siento, lo había olvidado. Invité a tu hermana a que nos acompañara a la papelería y a la empresa de iluminación, ¿le pasás las direcciones? —le informó ella a Alex y él miró a su hermana calculando.
—Me imagino que no te importa que vaya. —Amanda se puso seria con su hermano.
—No, mientras no le metas ideas raras en la cabeza. No queremos nada ingenioso, estamos planeando una boda tradicional.
—Muy bien, hermanito.
Él no aguantó y le sonrió.
—Ven aquí, tonta, me encanta que nos acompañes —le confesó y le dio un abrazo y un beso—. Eres la dama de honor de Paula, ¿cómo crees que no voy a querer compartir este momento tan importante contigo?
—Así está mejor.
Cuando ya gran parte de la concurrencia se había marchado, ellos también decidieron irse. Heller los esperaba afuera. Paula estaba tan cansada que cuando el automóvil se puso en marcha un sopor se apoderó de ella y se quedó dormida. Alex intentó despertarla para bajar, mientras le desabrochaba el cinturón, con voz tierna y susurrante:
—Vamos, mi amor, llegamos a casa. Dale, dormilona, ¿o voy a tener que cargarte en brazos hasta la cama?
Ella abrió los ojos despacio y se encontró con su novio inclinado junto a ella en el habitáculo del coche, sonriendo y acariciándole la mejilla.
—Lo siento, me quedé dormida.
Alexander le dio un beso inocente en los labios y se apearon del vehículo, se despidieron de Heller y se internaron en el edificio.
Fueron directos al dormitorio. Paula estaba rendida tras la larga caminata y por todas las emociones pasadas durante la tarde, así que, sin pensarlo, se dejó caer de espaldas sobre la cama con los brazos abiertos en forma de cruz.
Alex se quitó la chaqueta y la dejó colgada en el galán de noche; luego se acercó arrodillándose a la cama.
—Dejame desvestirte para acostarte, parecés muy cansada —le susurró en el oído y le dio un tierno beso en el lóbulo de la oreja.
Paula se lo permitió y él, con sus hábiles manos, desató el nudo del cinturón de la gabardina y lo abrió. El esbelto cuerpo y las curvas perfectas de Paula podían intuirse bajo el vestido. Con la esperanza de que ella no se lo tomara a mal, le besó el vientre, luego la sentó y tironeó de las mangas para despojarla del abrigo. Paula se dejó caer nuevamente en la cama y, entonces, Alex le quitó los zapatos y le sonrió mientras la contemplaba; estaba exhausta. Le masajeó la planta de los pies, para darle alivio; luego la puso de lado y le bajó la cremallera del vestido para quitárselo. Paula en corsé y en tanga era una verdadera tentación, pero debía contenerse, porque ellos aún se debían una conversación.
La metió en la cama y se fue en busca de una toallita desmaquilladora y una camiseta de tirantes, de las que ella a veces usaba para dormir; se la colocó y metió sus manos por debajo de la prenda y le desabrochó el corsé para quitárselo. Había preferido vestirla antes, porque no creía poder resistirse a los pechos desnudos de ella. Luego se ocupó del maquillaje.
—No es tan fácil como parecía; realmente no sé cómo lo hacés, te estoy ennegreciendo más que limpiarte.
Ambos sonrieron. Luego Alex volvió a concentrarse en su tarea, tenía el mismo gesto lacónico que cuando se afeitaba y a Paula le dieron ganas de comérselo a besos.
—Ya está, creo que quedaste bastante bien, ahora a dormir —la arropó con las mantas y ella se acomodó en la cama.
Alex fue a tirar la toallita desmaquilladora y, al rato, regresó en calzoncillos. Cuando estaba metiéndose en la cama, Paula, que estaba con los ojos cerrados y aferrada a la almohada, le habló un tanto adormecida:
—¿Puedo abusar de vos un poco más y pedirte agua?
—Creía que dormías... Ahora te la traigo.
Le dio un beso en la mejilla y se fue a la cocina. Cuando volvió, Paula se sentó para beberla y él, mientras tanto, se deslizó a su lado en la cama y se quedó boca arriba esperando que ella se acostara para apagar la luz.
La intimidad de la oscuridad y el silencio de la noche los arropó. Sólo se oía la cadencia de sus respiraciones. Paula se puso de lado y se apoyó en su pecho; entonces él no dudó en acunarla con su brazo y empezó a acariciarle el hombro con el pulgar dibujándole círculos.
—¿Cómo lo pasaste?
—Tu familia siempre se encarga de hacerme pasar momentos agradables: la compañía de ellos siempre es grata.
—¿Y la mía? —le preguntó Alex, que parecía un cachorrito desamparado. Aunque a Paula se le encogió el corazón, fue muy austera en su respuesta:
—Estuviste muy atento, gracias.
Un profundo silencio los rodeó y la noche se empezó a enfriar; se debían una conversación y Alex no quería dilatar más el momento:
—Sé que te había prometido que nunca más te haría llorar y, en menos de veinticuatro horas, rompí esa promesa. Lo hago todo mal, Paula, cuando lo único que deseo es amarte y hacerte feliz. Te amo, nena, vos sos mi vida, y si no te tengo mi existencia no tiene sentido. Ayer, cuando me di cuenta de que no estabas, casi me vuelvo loco. No sabía dónde buscarte, estaba desesperado, incluso pensé en ir a la casa del corredor de bolsa para ver si estabas ahí.
—Lo siento.
Su hermosa mujer le decía que lo sentía y él, tras escuchar sus palabras, volvió a considerar que su sufrimiento nunca había sido tan merecido.
—No lo sientas, me he estado portando como un verdadero asno durante todo este tiempo.
—Dos no se pelean si uno no quiere, Alex. También debo tener mi cuota de responsabilidad.
—No, vos no, vos sos siempre muy buena y comprensiva conmigo.
—Estoy asustada, Alex, todos estos días no paramos de pelearnos. Él le besó la coronilla—. No voy a decirte que haberme enterado de que vos y ella tuvieron algo no me haya afectado, porque no sería cierto Paula prefería no nombrarla—, pero también soy consciente de que no tengo derecho a reprocharte nada porque vos y yo no estábamos juntos cuando estuviste con ella. —Alex quiso explicarle, pero ella no lo dejó—. Dejame hablar... También debo serte sincera y decirte algo que tengo atragantado. No entiendo cómo pudiste acostarte con ella si se suponía que todo el tiempo pensabas en mí. Yo no habría podido estar con nadie y, de hecho, no lo hice, sólo me di un beso inocente con Gabriel. Y vos te encargaste de hacer que eso pareciera más tortuoso y me hiciera sentir muy culpable.
—Para él no fue inocente.
—Pero acá no importa lo que él sintió, sino lo que sentí yo. Además no pasó de un beso y, aunque él hubiese querido más, yo jamás hubiera permitido que siguiera avanzando. Vos, en cambio, te entregaste a los brazos de otra, mientras decías que no podías vivir sin mí y eso me da vueltas en la cabeza y me tortura. —Él la abrazó más fuerte todavía y emitió un sonoro suspiro—. De todas formas, supongo que habrás tenido tus motivos; buscando una respuesta, lo único que se me ocurría es que pensaste que podrías olvidarme de esa forma, pero, como te dije, no tengo ningún derecho a reprochártelo. Vos y yo no estábamos juntos y ambos estábamos intentando olvidarnos del otro. No obstante, sí tengo derecho a reprocharte que no me hayas dicho la verdad; me sentí estúpida, Alex, y mermó mi confianza.
Él cerró los ojos y recordó a Rachel colgada de su cuello en la entrada del Four Seasons y él luchando por zafarse de sus besos; habían dado la impresión de ser dos amantes discutiendo en la calle. Se odió porque Paula hubiera tenido que ver eso, sintió que había protegido más a esa mujer que a su novia y se sintió una basura. Ésta seguía argumentando:
—Todo el tiempo estuve en desventaja conviviendo con tu amante, ella me miraba por encima del hombro y yo no sabía por qué.
—Nunca le di motivos para que se sintiera con derechos, y si me callé fue para que no te sintieras incómoda. Aunque lo pensé varias veces, no estaba en mi mano alejarla de la empresa. Mi padre jamás me lo hubiera permitido, y te juro que para mí también era incómodo. Por último, vuelvo a pedirte que no me digas que tuve algo con ella porque no fue nada y tampoco fue mi amante, con ella sólo fue... —No terminó la frase, porque no quería meter en la cabeza de Paula una imagen desagradable de ellos follando, aunque sabía que probablemente ya lo había hecho—. Fue una gran estupidez de la que no me siento orgulloso, Paula. Sé que la utilicé y eso no me hace sentir más hombre, pero no cambiaría el hecho de habértelo ocultado, no me arrepiento de haberte intentado proteger, lo hice para no exponerte a una sensación incómoda cada vez que nos vieras trabajando juntos.
—No te preocupes. Aunque no lo sabía con certeza, ella se encargó de dármelo a entender con cada gesto, y ahora me siento la más pelotuda de todas porque confié en vos, Alex. Quise creer en tus palabras y en que sólo era una cercanía provocada por la infancia compartida. Creí que sólo le gustabas, pero jamás me imaginé que vos y ella se hubieran acostado. Había elevado su tono de voz.
—Lo siento.
—Yo también lo siento. —Se abrió otro silencio entre ellos.
—Te amo, Paula, nunca lo dudes. Jamás compartí tanta intimidad con nadie, nunca conviví con otra mujer, ni siquiera con Janice. Mi relación con ella se pareció más a un amor de adolescentes caprichosos que nunca se dejaban en paz y en el último tiempo sólo me dediqué a ser su enfermero a tiempo completo. No sé cómo se convive con una pareja y, por lo que veo, no lo estoy haciendo bien. De hecho, vos sos mi primera relación madura y responsable; ayudame a encontrar el camino adecuado para que nuestras vidas encajen, nena. Vivo por vos y para vos, y me equivoco, pero te juro que lo estoy intentando.
—Yo tampoco sé cómo se hace, Alex, tampoco conviví nunca con nadie. Toda esta intimidad que tenemos también es nueva para mí y quizá tampoco esté haciéndolo demasiado bien, pero si queremos permanecer juntos debemos encontrar un equilibrio y ¡basta de mentiras, por favor, Alex! —Ella levantó la cabeza y lo miró en la penumbra de la noche—. No me mientas nunca más por favor. —Su temple se quebró y se echó a llorar en su pecho—. ¡Fue horrible ver cómo intentaba besarte!
—Chis, mi amor, pensá en los momentos hermosos que pasamos juntos. Dejá de imaginarte cosas desagradables, no llores, nena, por favor. Si no tengo ojos más que para vos... Mi corazón y mi alma te pertenecen y también mi cuerpo y mi voluntad.
Alex se movió y la dejó aprisionada bajo su cuerpo, cobijándola. La sujetó de la cara con una de sus manos y con la otra le apartó el pelo; le secó las lágrimas y le besó los ojos, pero ella no paraba de llorar. Él la arrulló pacientemente, acariciándola y, cada tanto, la besaba con ternura en la nariz y en los labios enrojecidos por el llanto.
—Te amo, no llores, preciosa, te juro que te amo más que a mi vida.
—Lo siento, estoy sensible. No voy a mentirte, cuando vi que te abrazaba, mis demonios y mis fantasmas casi se apoderaron de mí.
—No me digas más que lo sentís, Paula, porque es culpa mía. No te disculpes más, por favor, no sos vos quien debe hacerlo, soy yo quien tiene que pedirte perdón hasta el hartazgo.
Alex se encargó de consolarla con paciencia. La abrazó muy fuerte contra su pecho hasta que se calmó, enredaron sus piernas y pegaron sus cuerpos tanto que, bajo las mantas, parecían una sola persona. Así se durmieron y así se despertaron, en perfecta conjunción.
Paula empezó a moverse, su móvil sonaba pero ella no podía despertarse del letargo. Al final se habían dormido muy tarde conversando. A manotazos, lo cogió del bolso de fiesta que descansaba encima de la mesita de noche y atendió:
—¿Hola? —contestó anestesiada por el sueño.
—Paula, lo siento, ¿te he despertado?
—¿Quién habla?
—Soy Gabriel, hola, linda. —Cuando ella escuchó el nombre se despertó de golpe, se sentó en la cama y se apoyó contra el respaldo.
—¿Cómo estás? Lo siento, no reconocí tu voz y no miré el número antes de atender.
—No te preocupes, parece que trasnochaste, son casi las once. Te llamé porque no pensaba encontrarte durmiendo.
—Sí, me acosté tarde, anoche fuimos a una fiesta.
—Bueno, parece que tenés una vida social muy activa. ¡Y yo que estaba preocupado creyendo que quizá podías sentirte sola en Nueva York...!
—Gracias —le contestó ella tímidamente, mientras miraba dormir a Alex a su lado. Pensó en levantarse e irse a hablar a otro lado, pero luego pensó que era mejor hablar allí para que no hubiera malentendidos con Alexander.
—De nada, me atreví a llamarte porque no contestaste mi mensaje.
—Lo siento, Gabriel, lo iba a hacer, pero después se me pasó.
Alex, al escuchar el nombre que ella pronunció, se despertó de inmediato y se sentó en la cama. Nervioso, se pasó las dos manos por el pelo y se fue al baño, pues desde allí también podía oír perfectamente.
—¿Sabés qué pasa, Gabriel? Estoy muy ocupada, porque ando preparando mi boda.
—¡Vaya, sí que me sorprendiste! Supongo que te arreglaste con tu ex.
—Sí, así es, estamos muy bien. Nos dimos cuenta de que somos dos almas gemelas.
—¿Es con quien te vi el otro día?
—Sí, con el mismo.
—No sabía que tu ex vivía acá en Nueva York. Nunca me lo dijiste.
—Tenés razón, creo que no te lo había mencionado.
—Ahora entiendo por qué no te fuiste.
—Sí, nos hemos reencontrado y, gracias a Dios, hemos arreglado nuestras diferencias.
—¡Vaya si las arreglaron! ¡Me estás diciendo que se casan! Qué pena.
Ella se quedó callada tras esa última insinuación.
—Bueno, Paula, creo que entonces no tengo muchas oportunidades de pedirte que hoy almuerces conmigo. —Ella no supo qué responderle—. No te preocupes, no hace falta que me contestes; a buen entendedor, pocas palabras... ¿Puedo aspirar tan siquiera a un café alguna vez?
—Podríamos arreglarlo y que vinieras acá, a casa de Alex, a tomar un exquisito café, desde luego.
—Ah, entiendo —se carcajeó él—. De acuerdo, ¿me avisás?
—Claro, te aviso.
—Adiós, Paula.
—Adiós, Gabriel.
Ella se levantó de la cama y fue hacia el baño. Alex estaba frente al espejo lavándose los dientes, pasó y le besó la espalda. Él había escuchado todo en silencio y se sentía muy feliz.
—Buen día, Ojitos. —Su novio le sonrió al espejo, porque no podía contestarle. Cuando terminó fue a vestirse y, al volver, se topó con ella, la atrapó en su abrazo y la besó posesivamente.
—Buen día —le dijo y se abrazaron muy fuerte, sin hacer ningún comentario acerca de la llamada.