Capítulo 5

SUS ojos se quedaron fijos en el mensaje durante largo rato. Lo leyó y releyó mil veces tratando de decidirse; su cuerpo quería salir corriendo hacia allí, pero su cerebro se resistía. No podía entender que Alex la pusiera tan nerviosa. Al final, apagó su ordenador y no le contestó. A la hora de irse, recogió sus bártulos y salió de la oficina. Buscó su coche en el aparcamiento y se sentó adentro, se abrochó el cinturón de seguridad, sacó las gafas de sol que estaban en la guantera casi como una rutina y luego apoyó la cabeza en el volante, sin saber qué hacer ni adónde ir. «¿Por qué Alex me dijo eso en el restaurante? ¿Qué quiere, para qué quiere que vaya?» No encontraba respuestas a su inquietud; puso el coche en marcha, escuchó a su corazón y salió de allí en dirección al centro: el maldito Alex le gustaba demasiado como para no presentarse a la cita. Se repetía que lo mejor era hacer frente a la situación, aunque saliera dolida del encuentro. «Pero ¿a quién querés engañar, Paula? ¿Vas preparada para lo que sea? Reconocé que vas allá con la esperanza de que te diga que le gustaría que se conocieran más.» Y aunque lo deseaba con todas sus fuerzas estaba casi segura de que lo que Alex pretendía era dejarle claro que la relación a partir de aquel momento sería la de jefe a empleada y, mientras lo pensaba, se convenció de que la opción de ir era la más acertada; era necesario poner las cartas sobre la mesa. «Pero entonces, ¿por qué me dijo en el restaurante que se había arrepentido de no pedirme el teléfono? Nadie que quiera poner distancia dice algo así. ¡Ah, basta de imaginar! ¡Quiero llegar y escuchar lo que tenga que decirme de su propia boca!»

Aparcó frente al Faena y esperaba al aparcacoches cuando Heller la sorprendió; se acercó a la ventanilla y le dijo:

—Señorita, yo me encargo de su auto. El señor Alexander la espera. —Gracias, Heller, es usted muy amable. —Tomó su maletín y el bolso, se quitó las gafas de sol, los guardó en la guantera y bajó.

—No es necesario que se anuncie, señorita. —Le indicó él mientras le sostenía la puerta del coche.

—Perfecto.

Caminó por el gran vestíbulo del Faena directa al ascensor, oprimió el botón de llamada y respiró hondo; le faltaba el aire y estaba muy nerviosa. Por un momento, consideró volver atrás, pero en ese instante se abrió la puerta invitándola a entrar. Con las piernas trémulas y el corazón exaltado se metió, presionó el piso de la Tower Suite y las puertas se cerraron. Se miró de reojo en el espejo y se alisó la ropa. «¡Dios mío! ¡Qué alterada estoy!», pensó, y sacó del bolso el perfume para rociárselo; se pasó el dedo por el contorno de los ojos corrigiendo el delineado e intentó tranquilizarse. «Sí, estás bien. Relajate, Paula, respirá hondo, podés hacerlo. Después de todo lo que hiciste con él, no podés sentirte insegura.»

El ascensor llegó al séptimo piso, emitió un pitido y, después de una leve sacudida, se abrieron las puertas. Paula caminó por el pasillo hasta la habitación y dejó su maletín apoyado en el suelo para poder llamar a la puerta, pero cuando estaba a punto de hacerlo ésta se abrió.

—Hola, pasá —la invitó Alex.

Paula volvió a agacharse para coger el maletín, pero él se adelantó y lo hizo por ella.

—Gracias —le dijo ella y entró vacilante.

—Creí que no vendrías, porque no contestaste el correo. —Cerró la puerta, caminó hasta uno de los sillones y dejó su carga en él.

—Como, al final, me decidí a venir, pensé que no era necesaria una respuesta. Lo siento.

—¿«Te decidiste a venir»? ¿Acaso pensabas no hacerlo? —la interrogó él.

Ella estaba de pie junto a la cabecera de la mesa, con su bolso colgando del hombro y los labios resecos. Antes de que pudiera humedecérselos para contestarle, Alex recorrió los pasos que los separaban, la agarró por la cintura y le estampó un ardiente beso. Tomó su boca por asalto, metió su lengua por todos los resquicios mientras la levantaba del suelo y la apretaba contra su cuerpo. Finalmente, le mordió el labio y se apartó para volver a dejarla en el suelo; entonces, cogió el bolso y lo dejó caer con la intención de repetir lo que había ocurrido el viernes anterior, pero ella no estaba dispuesta a ponérselo tan fácil.

—¡No, Alex, no! Vine porque me dijiste que íbamos a hablar. —Se escabulló de sus brazos—. Necesito que aclaremos de una vez todo esto.

No había sonado muy convincente. Se echó el pelo hacia atrás, y volvió a agarrarla por la cintura; estaba con el pantalón del traje que llevaba puesto por la mañana y el primer botón de su camisa estaba desabrochado. Puso cara malhumorada, le clavó los ojos, resopló y le contestó:

—Bien. Si querés hablar, hablemos. —Había apoyado su mano en la silla y repiqueteaba sus dedos en ella con cierto nerviosismo. Paula lo miró en silencio y él apretó la mandíbula—. Por Dios, Paula, si no querés hablar, ¿por qué hacés esto tan difícil?

—Sí quiero hablar —le contestó poniendo los brazos en jarras. Él se acercó un paso, pero Paula ni siquiera pestañeó. Volvió a moverse con rapidez, la cogió por la coleta y, acercándose a sus labios, le susurró:

—Nena, lo que quiero es follarte, no quiero hablar. Me calentaste durante todo el día moviendo el culo al caminar. —Volvió a besarla, pero ella intentó impedirle la entrada a su boca. Alex le estaba tirando del pelo con firmeza y forcejearon, aunque ese rifirrafe, en vez de enfadarla, la excitó. Aun así, se resistió e intentó apartarlo con la mano, pero él le retorció el brazo detrás de la espalda; tenía mucha fuerza y había tomado la clara determinación de meterle la lengua en la boca. Al final, Paula se sintió tan excitada que le dio paso y él la besó con la boca tan abierta que le succionaba los labios, se los sorbía por completo. «¡Qué beso más ardiente!», pensó ella y se dejó llevar por el placer que le proporcionaba, entregada a ese hombre que le robaba la voluntad. Alex le soltó el pelo y la muñeca y se aferró a sus nalgas. Parecían dos niños calientes e inexpertos por la urgencia que sentían. Le levantó la falda para masajearle los glúteos y apretárselos, y después apoyó su erección en la pelvis de Paula para que la notara. Corrió su tanga y metió un dedo en su vagina, se apartó de su boca sin dejar de invadirla con el dedo y le preguntó:

»¿Por qué te vestiste así de sexy esta mañana? Eh, ¿por qué? —Ella no le contestaba y, entonces, Alex hundió el dedo en su sexo con más fuerza—. Contestame, Paula, ¿por qué? —la interrogaba con desesperación.

—Porque quería verme elegante y presentable —respondió ella sin aliento.

—No, Paula, te sentís poderosa vestida así. ¿Para quién te vestiste así? ¿A quién querías calentar? —Alex le preguntaba mientras lamía su boca y movía su dedo con destreza dentro de la vagina—. Aún no te escucho, nena, contestame. ¿Para quién te arreglaste así? Quiero una respuesta. La necesito.

—Para mi jefe... porque venía mi jefe y quería impresionarlo susurró ella con la voz entrecortada.

—Pero no sabías que yo era tu jefe —le dijo con una sonrisa irónica o sea que debo entender que no te vestiste así para mí. —Frunció el cejo mientras seguía hurgando en su interior.

—No... no lo sabía, A-l-e-x... —La voz de la joven apenas era audible; estaba tan excitada que contestaba entre jadeos y Alex preguntaba y movía los dedos dentro de su sexo como una fiera sin control; la tenía agarrada de la nuca y le daba tirones en el pelo.

—¿Entonces? Contestame, Paula, ¿por qué lo hiciste? Me estás volviendo loco, nena.

—No sé... no sé...

—Yo sí lo sé, nena. Querías que tu jefe estuviera así, como yo estuve todo el día.

Le soltó la nuca y tomó su mano para que agarrara su bulto; le hablaba sobre los labios, parecía haber perdido toda su compostura.

—Tocame, ¿ves, Paula? ¿Ves cómo estuve todo el día, nena?

—Sí, sí. —Se retorcía entre sus brazos, estaba tan mojada que sus fluidos le chorreaban por las piernas. Alex la giró e hizo que se apoyara con el pecho sobre la mesa; después se abrió la bragueta.

—¡Mierda! No tengo preservativos aquí.

—Tomo anticonceptivos, Alex, no hay problema. —Estaban demasiado encendidos como para parar. Además, aunque fuera una imprudencia hacerlo sin protección, ella intuía que él era un hombre sano—. Estoy segura de que los dos estamos sanos.

—Bien, preciosa, bien. —Sacó su pene, lo apoyó en la entrada de su vagina y la penetró. Soltó un gemido abrupto y empezó a embestirla—. Me desencajás, Paula. Estuve todo el día deseándote, todo el día, bonita. Me imaginaba sacándote esa blusa y levantándote la falda. Cuando entraste en la sala de juntas, después del estupor, empecé a fantasear con que te tenía sobre la mesa, desnuda para mí. Así quería tenerte, sólo para mí.

Él se movía de forma despiadada; su pene le llegaba muy hondo y era tan grande que la llenaba por completo. Descontrolado, tomaba su cuerpo como quería y Paula no podía resistirse. Sentía su sexo caliente dentro de la vagina, rozándole intempestivamente la piel y el contacto con su carne era maravilloso. Siguió con sus embestidas durante un rato largo; paraba y volvía a empezar, cambiaba el ritmo y otra vez con fuerza.

—Alex, no aguanto más, voy a explotar.

—Sí, nena, dame tu orgasmo —le dijo sin parar de moverse y ella, alucinada, se perdió gritando su nombre. Al escucharla, el yanqui se olvidó de todo su dominio y, con un ronco gemido, la llenó con sus fluidos.

Saciado, dejó caer su torso sobre la espalda de ella y le acarició las piernas temblorosas mientras le besaba la nuca. Después la levantó entre sus brazos y la dejó recostada en el sofá, donde inmediatamente se desplomó él también. La besó con ternura en el nacimiento de sus senos y se cobijó entre ellos. Mientras intentaban recuperar la compostura, Paula le acariciaba el pelo y, de repente, sintió unas tremendas ganas de llorar. Su cabeza era una maraña de sensaciones, se sentía indefensa, acongojada y sin poder controlar sus sentimientos. Hacía sólo setenta y dos horas que lo conocía, pero estaba convencida de que no iba a poder quitárselo de la cabeza y eso la angustiaba porque él sólo la tomaba para saciar su deseo y ella, simplemente, se lo permitía.

Alex se levantó para ir al baño y, en ese instante, invadida por una enorme soledad y hecha un desastre, dejó correr algunas lágrimas, que intentó secar en seguida. Pensó en coger todas sus cosas y huir, pero al día siguiente volvería a encontrárselo en el trabajo. Se bajó la falda y se quedó en el sofá, intentando recomponer sus emociones maltrechas. Muy a su pesar, una parte de ella deseaba con desmesura permanecer a su lado fuera como fuese.

Mientras, en el dormitorio, él se había quedado de pie, apoyado en una de las estanterías. «¿Qué me ocurre con ella? Me resulta irresistible. Es absurdo que no pueda contenerme, ¿qué te está pasando, loco?» Intentó alejar sus pensamientos y regresó con Paula; se había quitado la camisa, y llevaba puesta una camiseta blanca ajustada, caminaba descalzo y exudaba sensualidad. Se acercó a ella despacio y le quitó los zapatos para ofrecerle un masaje en los pies; se había dado cuenta de que ella tenía las facciones tensas y, en efecto, Paula recibió el gesto con un temblor. Alex se dirigió a la cubitera que estaba sobre la mesa baja, sacó una botella de champán y se la enseñó con un gesto travieso.

—¿Bebemos?

—Por favor —le suplicó ella. Mientras él descorchaba la botella, la joven aprovechó para ir al baño. Al alejarse, intentó zarandearse con movimientos sensuales y Alex, hambriento y receptivo, le guiñó un ojo y no dejó de mirarla hasta que desapareció por el hueco de la escalera. En el baño, decidió quitarse el tanga porque se encontraba incómoda con el que llevaba puesto; estaba empapado. Rehizo su coleta, se retocó un poco y bajó. Alex la esperaba sentado en el sofá, con una postura muy sugerente. Se acomodó junto a él, cogió la copa de champán entre sus dedos y subió los pies. Él la invitó a acurrucarse a su lado y, con gesto protector, la cobijó bajo su masculino abrazo, mientras le dibujaba pequeños circulitos en la mano, que ella disfrutó en silencio. Paula tenía la boca seca, así que dio un sorbo al champán para refrescársela; él la imitó y le besó el pelo mientras aspiraba su aroma. Hundió su nariz en el cabello de ella y se nutrió de ese olor que, sin darse cuenta, había extrañado tanto.

—Perdón por el arrebato de recién, preciosa —se disculpó Alex. Paula le contestó con un sonoro beso en el pecho y él tiró ligeramente de su coleta, le levantó el rostro y la besó en la frente—. Paula... Paula... murmuró. Esa mujer estaba socavando su coraza.

Se miraron a los ojos durante un segundo, ella bebió otro sorbo de champán y dejó la copa en la mesa. Tenía la necesidad de sostenerle el rostro con las manos, le acarició la frente, los pómulos y le delineó la barbilla. Él cerró sus ojos y se entregó una vez más a sus caricias. Ella lo mimaba como si fuera una deidad, pasó los dedos por su boca y Alex se los besó. «Es tan hermoso... —pensó—. Sé con seguridad que voy a salir herida si continúo con esto, pero aunque soy consciente de que esto no va a terminar bien, quiero continuar siendo suya y sentir que él es mío, sea como sea», pensó y después le pidió:

—Mirame, Alex, por favor... Mirame... —le rogó. Aunque él intentaba hacerse el duro, ella lo desarmaba. Abrió sus ojos para complacerla—. Creo que no puedo continuar con esto. No estoy acostumbrada a una relación así, no suelo tener aventuras pasionales. No sé si voy a poder verte cada día y fingir que no ha pasado nada. Por otra parte, hemos tenido más sexo de lo que hemos hablado y me cuesta concebirlo. No sé explicar lo que siento, me resulta extraña la forma en que nos relacionamos, yo soy diferente. Quizá para vos sea normal un encuentro de este tipo, pero... para mí, no lo es. Maxi siempre me dice que analizo demasiado las cosas y es posible que tenga razón. Yo... —Las palabras le fallaron.

—Pasé todo el fin de semana pensando en vos, Paula. Desde que se cerró la puerta del ascensor y te fuiste no pude dejar de hacerlo. Pero...

«Por favor, Alex, seguí con lo que me estabas diciendo, no empieces con los peros», rogó ella para sus adentros, aunque sabía que ese «pero» encerraba algo no tan bello.

—Mi vida es complicada, nena, quizá tengas razón y debamos dejarlo todo acá. —Ella cerró los ojos y se arrepintió al instante de lo que le había dicho. Tuvo la sensación de haberlo arruinado todo. Volvió a abrir los ojos—. Preciosa —siguió diciendo Alex—, el problema es que no puedo dejarlo todo acá como debería. Estuve resistiéndome todo el fin de semana a mis pensamientos, pero hoy, cuando entraste en la oficina, comprendí que no puedo hacer como si no estuvieras. Paula, me seducís como hace tiempo que ninguna mujer lo hacía, sólo con oírte decir mi nombre, me desmontás, pero cuando te digo que mi vida es complicada, es porque lo es. Soy un tipo complicado. Aun así, me encanta darte placer y que me lo des, quiero seguir sintiéndote temblar entre mis brazos, pero, por ahora, es lo único que puedo ofrecerte.

—Alex... Ojitos... yo no quiero un compromiso. Hace sólo algunas horas que te conozco y también me siento muy atraída por vos. De hecho, jamás me había ido a la cama con alguien que acabara de conocer y con vos me permití ese lujo. No anhelo una relación con compromisos, pero me gustaría saber que podemos mantener una conversación coherente como la estamos teniendo ahora y que nuestro trato no sólo se reduce a sacarse las ganas. —Un profundo silencio se apoderó del salón.

—Tenemos un mes para conocernos, ¿no? Además, como vos misma dijiste, nos vamos a relacionar, sí o sí, en la empresa.

«¿Ha dicho verdaderamente lo que creo que ha dicho o escuché mal? No te rías, Paula, no demuestres tus emociones. Sé cauta y fría, por favor. No seas tonta, no te dejes convencer con tanta facilidad. Mierda, pero si me lo quiero comer a besos... ¿Y por qué no voy a hacerlo?» Necesitaba tomar sus palabras con pinzas, pero cogió nuevamente su cara entre las manos e intentó darle un beso muy casto, moderado, con bajo contenido sexual. «Dios, ¿cómo sigue esto?», pensó después. Alex le sonrió con cara de ángel travieso y ella sucumbió otra vez a sus encantos.

—Alex, no te rías así.

—«Así», ¿cómo? —Y frunció el cejo.

—Sabés cómo te estás riendo.

—Me río, sólo me río —Se encogió de hombros.

—Alexander Masslow, tenés varias sonrisas. Conozco unas cuantas y ésa, en particular, me gusta mucho.

—Entonces, es preciso que la ponga más en práctica con vos —le susurró mientras le besaba el cuello—. Hum, el de hoy es otro perfume, ¿verdad?

—Sí, es el que uso para ir a la oficina. Sos muy observador y eso me gusta.

El móvil de Paula sonó y ella se levantó para atenderlo.

—Hola, Ariel, ¿cómo estás? —En ese momento, recordó que había olvidado su clase de tenis, miró a Alex y estaba serio, hasta parecía molesto al oír que un hombre la llamaba. «Eso también me gusta», se dijo. Él se puso de pie, tomó su copa y caminó hasta la ventana. Quien le hablaba era su profesor, pero no iba a revelárselo; una pequeña dosis de celos a veces podía servir como un empujoncito apropiado—. Lo siento, Ariel —prosiguió—, ¿cómo pude olvidar que habíamos quedado para hoy? Lo lamento de verdad.

Mientras hablaba, observaba con disimulo a Alex. Incluso intentó bajar el tono de voz para que se sintiera intrigado. Estaba disfrutando de la situación, sonreía como una boba para hacerle creer que la conversación la divertía, pero sus gestos nada tenían que ver con la charla que estaba teniendo con su profesor, que se limitaba a decirle los horarios que tenía libres la semana siguiente. «Uy, ahora sí que está cabreado», se regocijó. Alex metió la mano en el bolsillo, se tomó el champán de golpe y apoyó la copa en la mesa con brusquedad. No pensaba disimular su malestar y permaneció de pie tocándose la nariz y el mentón mientras la observaba. «¡Ja! Creo que le picó, sí. Ahora estás enfurecido, ¿no? Dale, Ojitos, hacete el duro ahora.»

—Te pido mil disculpas una vez más por el plantón, Ari. ¡Me siento tan apenada! Tuve un día de locos en la oficina.

«Hum, definitivamente, ojitos ya está subido a la moto, a punto de arrancar.» Paula se rió porque justo cuando pensó en su apodo, Alex entrecerró los ojos como calculando cuál sería su próximo movimiento.

—Bien, Ari, quedamos para el miércoles —se despidió—. Te prometo que voy; no volveré a fallarte.

Guardó su móvil y se acercó hasta su copa, terminó de bebérsela y volvió a calzarse los zapatos para ir al encuentro de Alex. Tras la comedia que había interpretado, se sentía animada, exultante y atrevida; lo aferró por la cintura y, sin hacer ningún comentario sobre la llamada, le preguntó:

—¿Cómo es que hablás tan bien español? —Él seguía con las manos en los bolsillos, sin tocarla; era evidente que estaba enfurruñado, sus músculos se hallaban en tensión.

—Mi madre es argentina, lo aprendí de ella. El español es mi segundo idioma; en casa se habla todo el tiempo, por eso tengo tantos modismos incorporados.

—Ah, mirá vos, con razón. ¿De qué parte de Argentina es tu mamá?

—De acá, de Buenos Aires. Ella vivía en San Isidro.

—Mi mamá también se crió en San Isidro, ¡qué casualidad! —Alex asintió, abrió bien los ojos y le ofreció una sonrisa forzada.

—¿Y tu papá? ¿Él es americano?

—Sí. —Estaba contrariado, contestaba lo justo y necesario y, además, de mala gana. Paula se divertía con la situación.

«Alex, vos pusiste las cartas sobre la mesa y me mostraste tu juego. Bien, ahora es mi turno. Esa llamada me llegó en bandeja. Si realmente estás sólo interesado en tener sexo conmigo, no entiendo tu reacción.» Le hubiera encantado hablarle con esa franqueza, pero no podía hacerlo. «De acuerdo, Ojitos, vamos a jugar tu juego. No creas que soy tonta. Tomarás de mí lo que yo quiera y prometo no angustiarme más —decidió con firmeza. Alex le gustaba y quería seguir intimando con él, pero había decidido vivirlo sin culpa—. Sí, eso es, disfrutaré de este hombre durante el tiempo que pueda.»

—¿Ya te vas?

—¿Querés que me vaya? —preguntó extrañada.

—Te lo pregunto porque te calzaste los zapatos —le contestó él.

—¡Ah, no! Me los puse para estar más alta; es que me veo bajita a tu lado. —Ella seguía riéndose pues se había anotado un tanto doble; sin proponérselo, hasta lo de los zapatos le había salido bien.

«No me subestimes, Alex. La vida me ha golpeado mucho; no te hacés a la idea de cuánto. Quizá haya aprendido algunos truquitos. Sólo debo encauzar mis pensamientos y mis emociones y ponerme la coraza de mujer antimacho alfa.» Lo besó y le pasó la lengua por los labios, pero él no los abrió, permaneció inalterable. «¡Ja! Parece que se enfadó en serio.» Entonces, la tomó de la barbilla con fuerza y, en tono de advertencia, le habló muy cerca:

—No me gusta compartir, que te quede claro, nena.

—No te preocupes, Alex, a mí tampoco. No tengo esos gustos, no me imagino en una escena swinger contigo ni con nadie —le contestó irónica.

Él sacó la mano del bolsillo y la abrazó de forma posesiva, se apoderó de sus labios con urgencia y verdadera vehemencia. Después la soltó, cogió su móvil y, como si fuera una orden, le dijo: —Pasame tu teléfono, nena. —Ella sonrió y se lo dictó.

—Agregale el 549 porque tu línea es extranjera.

—Tenés razón —asintió él enarcando una ceja; en ese momento sonó el móvil de Paula, pero antes de que pudiera ir a atenderlo él la interrumpió—. Soy yo, ahí te quedó grabado mi número.

—¡Uy, Ojitos, qué serio estás! Gracias —se burló.

—No me tomes por estúpido, Paula —contestó él y fue, claramente, un aviso.

—He, Ojitos, no te entiendo.

—¿Quién te llamó?

—Ah, ¿por eso tanta seriedad? ¡Hubieses empezado por ahí! Era mi profesor de tenis; cambiamos una clase de la semana pasada para hoy y me había olvidado. Dejé al pobre de plantón esta tarde.

«¡Toma ya! ¡Chupate ésa! Acabás de quedar como un estúpido, Mr. Masslow.»

—De todas maneras, tu pregunta es un poco desconcertante prosiguió Paula—. Creo que vos y yo no tenemos derecho a exigirnos demasiadas cosas, ¿verdad? Al menos, eso es lo que entendí. Corregime si me equivoco, Alex, porque si mal no recuerdo, en nuestra conversación anterior quedó claro que teníamos sólo sexo, ¿no es así?

Su mirada la traspasaba, la asustaba, pero ella se plantó y apelando a su autocontrol, el mismo del que se valía en su profesión, permaneció fría y firme. Era necesario que se decidiera; Alex debía resolver si quería una relación que sólo involucrara el sexo o si, en verdad, pretendía tener ciertos privilegios sobre Paula. Era obvio que si ése era el caso, esos derechos debían ser recíprocos.

—Te estás pasando de lista, pero debo reconocer que tenés razón, fue lo que dije.

—Perfecto —le sonrió triunfante—. Veo que no he perdido mi poder de entendimiento; entonces, todo aclarado. ¿Me regalás una sonrisa? Quiero esa expresión otra vez, esa que tenías antes de la llamada.

Él seguía mirándola con circunspecta seriedad mientras estudiaba la situación. Paula tenía razón, él no actuaba con cordura. Si no había nada más que una cama que los uniera, ¿por qué sentirse así de celoso por la llamada de otro hombre? Era indiscutible que no estaba siendo coherente con sus propias convicciones. Estaba acostumbrado a tener el control de todo lo que lo rodeaba y la joven, simplemente, le había puesto su mundo patas arriba. Para intentar retomar la magia del momento, ella le hizo un mohín para que se relajara, le pasó un dedo entre la cintura del pantalón y los calzoncillos, y le regaló una espléndida sonrisa. Poco a poco, él empezó a ceder, esa caricia había sido más que suficiente para que volviera a reírse seductor, con esa mirada tan oscura que la desnudaba; no podía resistirse a los encantos de Paula. La abrazó y la besó mientras acariciaba su espalda, subió y bajó las manos por su dorso; con suavidad, sus dedos expertos buscaron el nudo de la camisa cruzada y lo desataron; luego, la deslizó por sus brazos, hasta que cayó vaporosa en el suelo.

Paula estaba aferrada a sus bíceps; la piel de Alex quemaba, era de fuego. La aprisionó contra su pecho y ella se apoderó de su cuello, le hundió los dedos en la nuca y le acarició el cabello, a sabiendas de que ese gesto lo desencajaba; estaba claro que ésa era una de las zonas más erógenas de su cuerpo y no se equivocaba, pues su respiración, de pronto, se tornó agitada y desacompasada. Con resolución, Alex bajó la cremallera de su falda, la acompañó hasta el suelo y quedó deslumbrado al ver que ella estaba sin tanga. Frenético, se aferró a sus nalgas para continuar atacando su boca. Ella tomó el dobladillo de la camiseta con intención de despojarlo de ella y se la quitó; necesitaba sentir su piel. Paula le pasó las manos por los pectorales y resiguió la línea de vello que desaparecía en la cintura del pantalón; recorrió sus abdominales, que parecían una tabla de lavar, su físico esculpido y, extasiada, disfrutó gustosa de su anatomía. Le encantaba verlo estremecerse con sus caricias; sus ojos se habían puesto de un azul intenso y sus pupilas se clavaban lujuriosas en el cuerpo de ella. Paula estaba desnuda de cintura para abajo, pero muy pronto Alex le quitó el delicado top y, alucinado, le acarició con suavidad los pechos por encima del encaje blanco del sujetador. Con el dedo corazón, dibujó la areola de los pezones y luego se aferró a sus hombros para posar sus labios en ellos. Depositó húmedos besos en su redondez, deslizó sus manos por los brazos y, cuando llegó a sus manos, se las llevó hasta la boca. Le besó los nudillos y las palmas con ternura; Alex era muy sensual cuando la tocaba y, a su lado, ella se sentía la mujer más erótica y especial del planeta.

—Vamos al dormitorio, quiero verte desnuda en la cama —le dijo guiñándole un ojo. Ella le sonrió y lo siguió. La llevó hasta la escalera de la mano y, cuando pasó por delante de él, le dio una palmada en la nalga.

—¡Ojitos, eso es trampa, de espaldas no puedo defenderme! protestó ella con un mohín.

—Tu culo es irresistible, me provoca y me imagino haciéndole muchas cosas. —Alex sonrió, se aferró a su cintura y terminaron de subir.

Llegaron a la habitación cogidos de la mano y la guió hasta la cama; se agachó y acarició con sus largos y expertos dedos el tacón rojo del zapato, el pie, la pierna; la besó en toda su longitud, primero una y, luego, la otra; se levantó y le pidió con convicción:

—Paula, no te quites los zapatos.

Jamás le habían pedido algo así y se excitó sobremanera. Él abrió la cama, se desabrochó la bragueta y se quitó el pantalón. Su erección se hizo evidente bajo el calzoncillo; había crecido de forma considerable. Se sentó en la cama con las piernas abiertas, puso a Paula de pie entre ellas y la atrapó de las caderas para acariciar y besar sus muslos. La tenía desnuda frente a él, tan sólo con el sujetador y los zapatos puestos. Empezó a pasarle la mano por el vientre, a dibujar círculos en su ombligo y, después, se acercó para imitar el movimiento con la lengua. Esa caricia la estimuló y, en un arrebato apasionado, ella le enterró los dedos en el cabello y se lo arremolinó, pero Alex no pensaba detenerse. Su lengua bajó hasta encontrar el pubis.

—Nena, me encanta que estés toda depilada —le dijo mientras lamía su monte de Venus—. Date la vuelta, quiero que te inclines y te agarres de los tobillos.

Aunque su petición le sonó algo extraña, se dejó llevar, hasta que quedó expuesta y con el sexo en su cara. Alex deslizó codicioso su dedo en la hendidura y lo enterró en su vagina. Lo metió y sacó varias veces, lo retiró para lamerla y saboreó sus fluidos; ella lo miraba por entre sus piernas. Había liberado su miembro y se acariciaba mientras la chupaba. Para Paula era una escena muy excitante. Él intentó seguir atacándola con la lengua, pero ella ya no podía más y se enderezó para terminar de quitarle la ropa. Él se recostó en la cama gustoso y levantó sus caderas hasta quedar totalmente desnudo y con su erección a la vista. Entonces ella se desprendió del sostén y Alex le sonrió con malicia, mientras se tocaba el pene de arriba abajo, una y otra vez. «Dios, ¡cómo me excita este hombre!», pensó alborozada de placer. Inclinó su cuerpo sobre él y empezó a profanarle el sexo con la boca. Alex gimió maravillado, la cogió por la cabeza y comenzó a acompañar sus embestidas con la mano sugiriéndole el ritmo, a veces más rápido, a veces más lento. Sus fluidos y la saliva de Paula se confundían en su miembro resbaladizo y jugoso; sabía a miel, a sexo y a deseo. Paula sentía impulsos irrefrenables de tragárselo con la boca, no podía parar, notaba su vagina empapada. Sólo Alex, entregado por completo a su felación, extasiado y desencajado, podía ponerla en ese estado de excitación. De repente, y sin poder contenerse, él emitió un sonido gutural y profundo, y tras moverse dentro de su boca como si lo estuviera haciendo en su vagina, se dejó ir, y eyaculó en ella. Paula tragó un poco y otro poco dejó que chorreara por la comisura de sus labios; se limpió la barbilla con el antebrazo y, sin demora, se puso a horcajadas encima de él.

—Paula, estás terriblemente sensual. A tu lado me desarmo, nena.

Alex dirigió su pene a la entrada de su vagina y la penetró, se aferró a sus pechos y empezó a moverse. Su miembro no había perdido la erección, la llenaba hasta lo más hondo. Con los ojos fijos en él, mientras se movía sin parar, Paula se reclinó y lo besó, luego paró y, con un gesto, le pidió que se diera vuelta. Con Paula encima de él, pero de espaldas a él, empujó su erección hacia abajo dirigiéndola a la entrada de su sexo y la invadió. Así podía ver a la perfección cómo entraba y salía, mientras ella no dejaba de moverse, dando fuertes embestidas hacia atrás.

—¿Te gusta así, nena? Estoy muy dentro de ti; no te imaginás lo bien que veo cómo me meto en vos. Me vas a matar, Paula, me encanta follarte.

Ella se quedó quieta; aunque le daba la espalda, sus palabras la quemaban por dentro. Cambió de posición y se acostó en la cama, quería sentir el peso de su cuerpo sobre ella. Él se arrodilló con rapidez, le abrió las piernas y se enterró en ella mientras le mordía los pezones. Alex se contoneaba con fuerza, estaba enloqueciéndola y Paula notaba que el orgasmo se construía en su interior.

—Alex, me voy. No aguanto más, me voy a correr. ¡Aleeex! —gritó y no pudo contener su libido.

—Nena, estás hermosa cuando tenés un orgasmo; yo tampoco aguanto más. —Y se dejó ir con un rugido ronco; la penetró tres veces más, mientras bombeaba su eyaculación en su interior.

Arrebujado contra su pecho y aún dentro de ella, la besó sonoramente y se retiró de su vagina. Se quedó tumbado boca abajo, sin energía; ella también estaba inmóvil pensando que nunca había tenido un orgasmo de esa magnitud en toda su vida. Quería darse la vuelta, abrazarlo y besarle la espalda, pero se contuvo. Él se incorporó un poco y se apoyó sobre su codo para mirarla; entonces ella le acarició el cabello y, sin previo aviso, se levantó. Recogió su ropa interior, se fue hacia el baño, se lavó y refrescó, se puso el sostén y regresó al dormitorio; Alex permanecía recostado en la cama, aún desnudo.

—Me voy, Alex. —Su actitud lo sorprendió y lo desencajó; no quería que se fuera pero no pensaba rogarle que se quedara. En realidad, ella tampoco deseaba alejarse de él, pero formaba parte de su plan de seducción.

—¿Ya? Podríamos cenar acá —dijo él con cautela y midiendo sus palabras. Sin embargo, Paula se mantuvo en sus trece—. «¿Qué pasa, lindo, no esperabas que me fuera? —pensó traviesa—. Tres a uno, me apunto otro tanto hoy. Simplemente estoy siguiendo tu juego, me dijiste que sólo querías sexo conmigo; pues bien, si fuéramos amantes, cenaríamos y compartiríamos más que la cama. Y, como eso no entra en esta relación puramente sexual, te voy a dar a probar tu propia medicina.» Sonrió y luego le habló—: Alex, me lo pasé estupendamente hoy, pero estoy cansada, prefiero irme. —Besó su dedo sin dejar de sonreír y se lo apoyó en el labio—. Quiero llegar a casa, quitarme la ropa que paseé por Buenos Aires todo el día, pegarme un buen y relajante baño y vestirme con ropa interior decente.

—Seguro, puedo entenderlo —contestó él. Quería disimular, pero estaba contrariado, no le gustaba que lo rechazaran.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por tu comprensión. —Alex se levantó de la cama y fue hacia el baño en busca de una bata. Mientras tanto, Paula bajó a cambiarse, cogió el neceser de su bolso y se miró en un espejo de mano para constatar que su maquillaje estuviese bien. Él apareció en la sala, se sentó en el sofá y empezó a pasarse la mano por el mentón. La seguía con la vista en su vagar por la sala preparándose para irse. Al final, Paula se colgó el bolso.

—¿Lista? —le preguntó desde el sofá.

—Así es —le respondió ella con su mejor sonrisa.

—Podrías haberte quedado a cenar y te ibas un poco más tarde —le dijo en tono de reproche mientras se ponía de pie para acercarse.

—Te agradezco la invitación, pero me siento cansada. Anoche no dormí muy bien; estaba nerviosa porque no sabía qué tipo de persona era mi jefe y no quería fallar en mi trabajo y en mi proyecto —le contó ella echando su cabeza hacia un lado—. Después, llegar a la oficina y encontrarte ahí hizo que se me congelaran todos los músculos y, ahora, estas dos sesiones de sexo loco terminaron de extenuarme. Hoy fue un día muy largo. —Alex le sonrió y la cogió de los hombros.

—Y, ahora, ¿ya sabés qué tipo de persona es tu jefe? —Paula lo miró espléndida y movió su cabeza en señal de negación y luego le respondió:

—La verdad, y para serte totalmente sincera, no. No se puede conocer a una persona en tan sólo unas pocas horas de trabajo. El primer día mi jefe se comportó de forma muy amable y accesible, pero con la clara intención de estudiarnos a todos. Veremos, con el correr de los días, cuánto aprecia mi trabajo y, lo más importante, si le satisface. —Se rieron.

—Creí que conocías a tu jefe hasta lo más íntimo.

—¡No! Te equivocás. Conozco su faceta de... ¿cómo llamarlo? —Alex la escuchaba calculando cada una de sus palabras— ¿«compañero ocasional de sexo»? Sí, creo que podría llamarlo así. Es muy bueno, ¿sabés? Así que si te lo encontrás podés avisarle de que puede colgarse una medallita.

—¡Vaya! ¿Así que es muy bueno?

—Vas a reventar la bata si seguís hinchándote de orgullo —le dijo ella mofándose de su expresión. Alex le acercó la boca y ella le ofreció un beso casto.

—«Compañero ocasional de sexo» —repitió él probando las palabras y se quedó mirándola a los ojos—. ¿Eso es lo que somos? Podrías haber dicho «amantes».

—Alex, los amantes comparten cierta intimidad que va más allá de la cama, ¿no? En realidad, creo que tus palabras me quedaron muy claras. — Puso los ojos en blanco mientras pensaba cómo seguir—: ¿Cómo fue que dijiste? Ah, sí, que «únicamente podías ofrecerme sexo». Fue así, ¿verdad? —Paula festejó en silencio. «Tomá, Alexander Masslow. Comete tus propias palabras. Te creíste muy hábil y superior y me vas pagar cada una de ellas. Te las pienso recordar hasta la saciedad.»

Él se rió con cinismo y asintió ante ese torrente de palabras y, como si le hubiese leído el pensamiento, le preguntó: —¿Vas a recordármelo a cada momento?

—Debo hacerlo. Uno debe hacer caso a sus propias convicciones, ¿no te parece?

—Me estás hinchando las pelotas, Paula, lo estás consiguiendo.

«¡Tocado, señor macho alfa! Sí, eso es lo que quiero», se vengó ella en silencio y concluyó:

—Me voy, Alex, no quiero hincharte las pelotas —le contestó muy seria y se zafó de su abrazo mientras recogía su maletín—. Hasta mañana, nos vemos en la oficina. —Cuando intentó salir, él la tomó del brazo y la nuca con un rápido movimiento y le engulló la boca. La asaltó con la lengua y la soltó.

—Los compañeros ocasionales de sexo también se despiden. Hasta mañana, nos vemos en la oficina.

Paula abrió la puerta y salió de la suite sin volverse, caminó con paso seguro hasta el ascensor y, mientras lo esperaba, reflexionó sobre lo que acababa de pasar. Era obvio que Alex se había quedado bastante cabreado y, aunque a ella le temblaba todo el cuerpo, había conseguido mostrarse entera. Heller, que la esperaba en la calle con el coche aparcado en la puerta, le entregó las llaves.

—Buenas tardes, Heller. Muchas gracias. —Subió en él y se fue rumbo a su piso.

En la habitación del Faena, Alex se dejó caer en el sofá y se agarró la cabeza entre las manos. «¿Qué te pasa, boludo? ¿La nena te dejó de vuelta y media? Alex, estás perdiendo tus artes», se dijo.

El móvil de Paula sonó mientras conducía.

—¿Se puede saber dónde te metiste? Desde la reunión no pude coincidir más con vos.

—Hola, Maxi, ¿qué estás haciendo?

—Nada, estoy en casa intentando hablar con vos. ¿No viste todas mis llamadas perdidas?

—Lo siento, estoy al volante y a punto de llegar a casa. ¿Por qué no venís y te cuento?

—¿De dónde venís?

—Del Faena.

—Ah, bueno, eso me interesa. Ahora entiendo por qué no contestabas el condenado teléfono. De acuerdo, amiguita, en un rato voy para allá.

—Hecho, Maxi, usá tu llave para entrar porque voy a bañarme.

Llegó a su casa, se descalzó y se estiró dos segundos en el sofá del salón, exhausta. De pronto, recordó que no había guardado el teléfono de Alex, así que buscó en su móvil entre las llamadas perdidas y ahí estaba. No pudo resistir la tentación de enviarle un whatsapp. Él se había quedado picado, pero se lo merecía.

—Hola, Ojitos, ya estoy en casa a punto de entrar a la bañera. La mañana de hoy fue una locura, pero la tarde mejoró mi día visiblemente.

Esperó unos segundos hasta que llegó la contestación:

—Qué pena que no pueda estar ahí para frotarte la espalda. Si te hubieras quedado, lo habría hecho encantado y sin duda hubiese conseguido que tu noche fuera la mejor.

—No lo dudo, Ojitos, pero debo resistirme un poco a tus encantos, para que no te creas el más irresistible del mundo —le habló al móvil mientras pensaba en qué contestarle.

—Ja, ja, ja... suena tentador.

—Sin embargo, no te quedaste.

—Porque me propusiste cenar, no bañarnos juntos.

—¡Ja, ja, ja! Tenés razón, la próxima vez ya sé con qué tentarte para que te quedes y no me rechaces.

Paula releyó el mensaje ilusionada. ¡Alex pensaba en una próxima vez! Él no tenía ni idea de lo mucho que le gustaba y menos imaginaba lo mucho que le había costado rechazar la cena, cuando lo único que anhelaba era estar con él y decirle que sí a todo. Hubiera querido escribirle la verdad, pero necesitaba poner freno a sus emociones. Volvió a releer el mensaje y le gustó saber que él se había sentido rechazado. Escribió:

—Si llega a existir una próxima vez y me lo proponés, tal vez lo piense y acepte. Después de todo, la ducha que nos dimos la primera vez que estuvimos juntos no estuvo tan mal.

—¿Tan mal? ¿No te pareció del todo bien? A mí me gustó muchísimo.

—Hum, vanidoso. Te gusta que te alimenten el ego, ¿eh? Me refiero a que creo que siempre podés sorprenderme un poco más.

—De acuerdo, pensaré con qué sorprenderte, Paula. ¡Vaya! Creo que el sorprendido soy yo, nena. Tendré que agilizar mi imaginación con vos.

—¿Y eso te gusta?

—Si estuvieras acá, podrías comprobar muy bien cuánto me gusta este tonteo por Whatsapp.

—No puedo comprobarlo, pero me lo puedo imaginar. Te aseguro que mi imaginación vuela, ojitos.

—Bueno, entonces imaginá y después me lo contás y lo ponemos en práctica. ¿Qué te parece?

—Muy prometedor.

—Para complacerte siempre, preciosa.

—Chao, Alex, voy a bañarme.

—Creo que voy a hacer lo mismo. Después de este tonteo me quedé duro como una piedra.

—O_O besos.

—Besos, preciosa.

Ese «tonteo» por Whatsapp dejó a Paula totalmente ensoñada y abrumada. Empezó a recordar todo lo que habían hecho por la tarde y no podía pensar en otra cosa que en estar más con ese hombre. Su cuerpo y su piel ardían de deseo imaginando sus caricias y sus besos. En toda su vida, nunca la habían besado tan bien. Alex ocupaba cada una de sus neuronas y eso la asustaba.