Capítulo 10
ALEX, que siempre se arreglaba muy rápido, había elegido unos vaqueros azul oscuro y una camisa blanca, con calzado en punta de D&G, para salir a cenar. Su aspecto era informal pero sumamente atractivo; complementado con el toque exclusivo que le daba siempre su perfume. Paula estaba frente al espejo del baño en ropa interior, maquillándose y terminando de arreglarse el pelo.
—Te espero abajo, aprontate tranquila.
—Perfecto. Estás muy lindo. Vení acá y dame un beso antes de irte.
Él se mostró dócil a su demanda y le depositó un beso en la boca, otro en el hombro, le dio una palmada en el trasero y se fue.
Paula había recobrado el ánimo tras esa sesión de sexo que Alex le había ofrecido. Se vistió con unas mallas negras y una blusa sin mangas de lentejuelas doradas que se adhería lo suficiente al busto como para resaltarlo. Acomodó sus pechos dentro del sostén y los levantó con sus manos para que asomaran en el escote, de manera que parecieran más voluptuosos. Subida en sus tacones de plataformas negras, tiró todo su cabello hacia adelante y luego lo volvió hacia atrás para que sus rizos se separaran. Optó por unos pendientes dorados, se puso brillo en los labios y se roció con J’adore. Después de una última ojeada en el espejo, estaba lista para bajar.
Alex estaba de espaldas a la escalera, sentado en la barra, bebiendo champán y conversando con Maxi sobre Mindland. Éste advirtió que Paula bajaba y le hizo una seña al estadounidense para que la mirase. Esa noche estaba muy atractiva y se quedó con la boca abierta. Sin ningún disimulo, la repasó con los ojos de pies a cabeza, se levantó y se acercó para ofrecerle su mano. La tomó por la cintura con un movimiento sensual y le acarició el oído con su aliento:
—Me calentaste otra vez, nena.
Paula se rió y escondió la cara en su hombro, pero antes le hizo un guiño a Maxi sin que Alex lo notara. Su amigo levantó su copa y le devolvió el gesto.
—¡Estás hermosa! —siguió lisonjeándola su amante, mientras la apartaba de él para seguir admirándola.
—Gracias, Ojitos. —Él le ofreció su copa y ella, seductora, la aceptó, tomó un sorbo y se la devolvió.
Alex extendió su mano y la acompañó hasta la barra donde estaba Maxi, divertido con el despliegue de galantería del que fue testigo.
Cuando todos estuvieron listos, partieron de muy buen humor hacia Dashi, un restaurante ubicado en el exclusivo centro comercial Tortugas Open Mall. Allí encontraron un ambiente exquisito, con una barra bien equipada y dos sectores diferenciados. Se sentaron en el lounge para disfrutar de una cena distendida, acompañada de cócteles refinados y la música del pinchadiscos. A esa altura, ya todos tenían claro que sería Alex quien pediría la bebida y lo dejaron elegir. Por otra parte, sabían que siempre optaba por lo mejor, así que nadie objetó nada.
Todos parecían tener mucho apetito y atacaron la selección de sushi con avidez. Alexander estuvo muy atento y solícito con Paula. Entre beso y beso, no perdió oportunidad para darle de comer en la boca y demostró un diestro manejo de los saibashi, los tradicionales palillos.
Esa noche, Mikel se había convertido en el gran orador de la velada con sus anécdotas sobre la venta de automóviles. En cierto momento de la cena, Maxi se aferró al brazo de Paula, que estaba sentada a su lado, y le hizo una señal hacia otra zona del salón. Por supuesto, el gesto no pasó desapercibido para Alex, que también miró. Allí estaba Gustavo, su ex pareja, que se acercaba con decisión hacia la mesa. Paula palideció y Alex, al advertir su estado de nerviosismo, le preguntó con evidente preocupación:
—¿Estás bien?
—Sí, claro, muy bien —le contestó mientras apretaba su mano con fuerza, para encontrar en él el apoyo necesario para afrontar la situación.
—¿Quién es? —insistió Alex.
—Es mi ex —le dijo ella sin más explicaciones.
—Buenas noches, disculpen la interrupción —saludó Gustavo. Nadie le respondió, pero antes de que alguien pudiera hacerlo Mauricio le gritó:
—¿Qué querés? Volvete a tu mesa con tu mujer. Pensé que no ibas a tener la insolencia de acercarte. Sabés perfectamente que no sos bien recibido por ninguno de nosotros —le advirtió con un dedo en alto.
—Sólo necesito intercambiar dos palabras con Paula y los dejo tranquilos.
—No creo que tengas nada más que hablar con ella —acotó Maxi.
Alex miraba la escena con gesto calculador y, aunque hubiera deseado echar a golpes a ese tipo, recapacitó. No tenía derecho a hacerlo y, sin embargo, su estado de alteración crecía por momentos al ver lo insistente que era y lo humillada y nerviosa que ella parecía.
—Tal vez estaría bien que fuera ella la que decidiera si quiere escucharme o no —añadió Gustavo en tono desafiante. Siempre había tenido fama de pendenciero y su actitud lo confirmaba. Además, Maxi y Gustavo jamás se habían tragado y Paula, consciente de que la tensión iba en aumento, tomó a su amigo del brazo para calmarlo; Maximiliano apretaba sus puños con fuerza. Ella no deseaba escuchar a Gustavo, pero menos aún deseaba montar un escándalo en el restaurante. Alex, que no quería ni podía mantenerse al margen, le habló con un dominio increíble, mientras miraba de manera fulminante a Gustavo.
—¿Querés oír lo que este señor tiene que decirte, mi amor?
Arrastró las sílabas de modo despectivo al pronunciar la palabra «señor», dejó atrás la mirada dura y fijó con dulzura sus ojos azules en ella, a la espera de su respuesta.
El hecho de que Alex interviniera la había tomado más por sorpresa aún que la presencia de Gustavo; su frase le había hecho cosquillas en el corazón. Él mantenía su mano aferrada a la de ella y la acariciaba infundiéndole confianza. Paula se sintió protegida y accedió a la petición.
En el fondo, tener a Gustavo enfrente y no sentir nada por él la hacía muy feliz. Tan sólo unos días atrás, su mente creía que él aún formaba parte de sus sentimientos, pero ahora sabía que no era así; Gustavo era una mala semilla que pertenecía a su pasado. No obstante, le molestaba lidiar con esa incómoda situación. El día había sido demasiado maravilloso para que el necio de su ex viniera a arruinarlo. La mayor preocupación de Paula, en ese momento, era que Alex se sintiera ofendido y, como empujada por una extraña fuerza, decidió que la mejor forma de que Gustavo se alejase de una vez por todas era contestar:
—Está bien. Sé breve, por favor. En realidad, no me interesa lo que tengas que decirme, pero soy una persona educada —le respondió mientras miraba a Alex a los ojos, para demostrarle que era la única persona que le importaba.
Éste se sintió asombrado y triunfante por la deferencia de la joven y, con ternura, le besó la mano y asintió, se recostó ligeramente en el respaldo con su mirada de sabelotodo y repasó a Gustavo de la cabeza a los pies.
Sin desviar la mirada de Alex, que lo retaba desafiante, Gustavo habló:
—Paula, sólo necesito que me pases un teléfono donde pueda llamarte mi abogado para solucionar lo del apartamento. Creo que va siendo hora de que pongamos cada cosa en su lugar.
Ella, que no quería darle ninguna de sus señas, miró a Mauricio de inmediato y él la entendió en seguida e intercedió:
—Yo soy el abogado de Paula, así que pasale mis teléfonos a tu abogado para que se comunique conmigo. —Mauricio se puso de pie, sacó una tarjeta de su cartera y se la entregó.
—Bueno, ya tenés lo que querías. Ahora, andate por donde viniste y, en lo posible, si pudieras irte del restaurante, mucho mejor. Tu cena ya terminó —le soltó Maxi con un tono agrio.
Gustavo dio las buenas noches y no obtuvo respuesta.
—Son todos muy valientes —acotó con sorna. Después de su estúpido comentario, salió caminando en dirección a su mesa y, en ese momento, Alex perdió el control, tiró la servilleta con furia y se levantó para seguirlo, pero Paula fue más rápida y lo retuvo. Mikel, que estaba sentado a su lado, también lo tomó del brazo para que se calmara.
—No vale la pena —intentó tranquilizarlo Paula—. Por favor, no permitamos que estropee nuestra noche y nuestro magnífico día. —Ella le sostenía la cara con las manos para que la mirara a los ojos—. Por favor, Alex, por favor.
El ambiente se distendió finalmente cuando Gustavo y su mujer se marcharon del lugar.
Era la primera vez que Paula lo veía desde su ruptura y le había quitado un gran peso de encima no sentir nada por él.
Todos pusieron de su parte para recobrar de nuevo el buen humor y Mikel retomó la anécdota de la venta de un Ferrari, que la irrupción de Gustavo había dejado a medias.
Para culminar con la experiencia culinaria en el lugar, pidieron la carta de postres. Alex se debatía entre el volcán de chocolate y el famoso «mil pasiones», compuesto de finas láminas de chocolate semiamargo, intercaladas con una mousse helada de frutas. Decidieron compartir ambos postres entre los dos y los probaron con deseo.
—¡Qué manera de comer! Hoy estás muy goloso, Ojitos —le dijo Paula, mimosa, mientras le daba una cucharada en la boca. Alex la abrió bien grande y, luego, se acercó a ella y le habló casi en un susurro.
—Estoy preparando mi semen para vos, quiero que la próxima vez que lo tomes sea bien dulce.
Ella lo miró extrañada y él le musitó entre dientes:
—Es que el semen varía de sabor en función de la comida y me apetece que sea tan dulce como vos.
—No lo sabía —se sorprendió ella, sonrojada. Él le guiñó un ojo y Paula se rió con malicia y se escondió en su cuello; había logrado excitarla.
»Te aseguro que te gustaría tocar lo que provocaste en mi entrepierna con ese comentario —se animó a decirle, traviesa, al oído.
—No me tientes, porque siempre podríamos encontrar algún lugar hizo una pausa— como, por ejemplo, el baño. Me levanto y te espero allá, ¿querés?
Ella le sonrió con lascivia, pero sus tórridos planes duraron poco, porque todos empezaron a levantarse, dando por finalizada la gran comilona. Salieron del restaurante cogidos de la mano y, después de unos metros, la abrazó y se acercó para hablarle en voz baja:
—Creo que el baño quedará como un asunto pendiente para la próxima vez que salgamos; prometo no olvidarme.
Paula lo miró sin saber si bromeaba o no y él la miró con ardor y dejó la proposición flotando en el aire. Volvieron a Los Castores y todos habían comido tanto que nadie tenía lugar para el café, así que decidieron irse a dormir.
Ya en la habitación, Paula entró al baño para desmaquillarse y salió, tras unos minutos, descalza, con los zapatos colgando de la mano, y se paró junto a la cómoda para terminar de desvestirse. Alex tenía la camisa y los pantalones desabrochados y estaba sentado en la cama quitándose los zapatos, mientras ella se deshacía de las mallas y el cinturón con naturalidad. Parecía una escena cotidiana de dos personas acostumbradas a compartir a diario.
—¿Qué sucede? —le preguntó Alex al oír que se lamentaba.
—Olvidé traer agua, seguro que después me da sed —hizo el amago de volver a vestirse, pero él la detuvo.
—No te preocupes, voy yo.
Cuando él regresó, ella estaba metida en la cama, enfundada en un picardías de satén de Victoria’s Secret. La miró de reojo y dejó sobre el mueble una jarra con un vaso, se quitó la camisa y se metió en el baño. Paula aprovechó para revisar su móvil y se dio cuenta de que su madre la había estado llamando repetidas veces. Sintió pena por no haberla atendido, se maldijo por ser tan ingrata y decidió enviarle un mensaje de texto. Su móvil no tardó en sonar.
—Hola, mamita. Perdón por no atenderte antes. No escuché tus llamadas, tenía el teléfono en el bolso y estaba en un restaurante con música.
—No te preocupes, hija. ¿Cómo estás? ¿Así que saliste?
Alex, que estaba metiéndose en la cama en ese momento, se recostó en su vientre mientras ella hablaba y jugueteaba con su cabello.
—Sí, mami, salimos a comer con unos amigos. Estoy en la casa de fin de semana de Mauricio, con Maxi y otras personas que no conocés.
—¿Algún novio?
—No, maaa, ya te dije que no busco nada.
Paula se ruborizó, él estaba muy cerca y esperaba que no hubiera oído el comentario.
—Hacés mal, hija. Deberías conseguirte un buen muchacho que te cuidara y te mantuviera, así no tendrías que trabajar tanto.
—Sí, claro, como si me gustara ser una mantenida —se rió ella—. ¡Ni loca, mami! Sólo una vez acepté eso y mejor no recordar cómo me salió.
—Sos tan testaruda como tu padre, Paula. Bueno, estoy contenta porque ya falta menos para vernos.
—Sí, mamá, ya queda poquito para las vacaciones.
—¿Qué día viajás al final? ¿Ya tenés el pasaje?
Su madre, en esa época del año, siempre se ponía ansiosa. —Tranquila, ya reservé para el día 23, pero aún no sé el horario del vuelo. Cuando lo tenga, te confirmo para que me vayan a buscar.
—Tu hermano y yo tenemos muchas ganas de verte. Exequiel ya tiene separada tu botellita de vino, la que siempre te tomás cuando venís a vernos.
—Yo también tengo muchísimas ganas de estar ahí, los extraño, mami. Decile a ese viejo que deje de treparse para buscar botellas, a ver si se cae de la escalera, que él ya no es ningún atleta.
Exequiel era el empleado de toda la vida de la familia y, aunque ahora las tareas de mantenimiento de la casa las llevaba a cabo su hijo, él seguía allí, con su esposa, como una piedra más del lugar. De hecho, ellos habían sido de los pocos que se habían quedado durante los tiempos difíciles para hacer frente a la situación, codo a codo con ellos.
—Sí, claro, como si fuera a hacerme caso. Exequiel está más viejo y testarudo que nunca, no sé cómo lo aguanta Guillermina. Pero, dale, contame. ¿Estás bien, hija querida?
—Sí, mami, estoy muy bien, quedate tranquila. No sé por qué estás levantada todavía.
—No me regañes, ya me estaba acostando, pero sabía que ibas a llamar en cuanto miraras el móvil.
—No me hagas sentir más culpable de lo que me siento, mami.
—No seas tonta, no te lo digo por eso. Besos, hija, que descanses y a ver cuándo me presentás a un candidato. Me alegro de que te lo estés pasando bien con tus amigos, disfrutá, divertite y sé feliz, hija, sobre todo sé feliz.
—Chao, mami, chao. Hoy estás imposible. Besos.
—Besos, hija, te amo.
—Yo más.
Paula colgó, dejó el teléfono en la mesilla de noche y se deslizó en la cama, quedando cara a cara con Alex.
—Lo siento, cuando hablo con mi mamá es difícil colgar.
—No te preocupes, me encantó el cariño con que le hablabas. Ella parecía un poco preocupada; lo siento, hay cosas que no pude dejar de oír.
—No hay problema. Además mamá exagera. No sé cómo será la tuya, pero la mía siempre está ansiosa e intranquila.
—Uf, si conocieras a la mía, a veces es insoportable. Una vez vino a mi casa y se instaló allí durante todo un día para cocinarme para toda la semana, porque decía que estaba muy delgado.
—Si mamá viviese cerca de Buenos Aires, no te quepa la menor duda de que me haría lo mismo.
Ella le acariciaba el pelo despacio y él tenía sus brazos enroscados alrededor de su cintura y las piernas enredadas a sus muslos.
—Fue un día maravilloso, Alex.
—Es cierto, no quiero dormirme para que no se acabe.
—¿De verdad?
—En serio. —Se dieron un beso y luego él le acarició el rostro, la peinó para despejarle la cara y le habló con dulzura:
—Sé que no es de mi incumbencia, pero... ¿querés hablar de lo que pasó en el restaurante?
Ella pensó durante unos minutos antes de contestar y decidió sincerarse.
—Fue una situación incómoda, pasé un mal trago por el encuentro. Es la primera vez que nos topamos después de la ruptura, pero verlo no significó nada para mí; es más, creo que hoy he dejado de lado definitivamente a todos mis fantasmas. Lo cierto es que me puse muy nerviosa porque era un trance para el que no estaba preparada.
Alex suspiró, mientras la miraba a los ojos y reseguía sus labios con el dedo.
—Perdón por haberme entrometido, sé que no tenía derecho a hacerlo, pero no me gustó la forma en que te hablaba y te miraba.
—No te preocupes, no me molestó tu intervención, y si lo que te tiene inquieto es lo que dijiste en el restaurante, podés quedarte tranquilo, sé perfectamente que no soy tu amor. Soy consciente de que lo hiciste para que no quedara como una estúpida y te lo agradezco, fue muy considerado por tu parte.
En el fondo, Paula esperaba que Alex le dijese que estaba equivocada, que sí era su amor, pero él no lo hizo. No obstante, sus palabras no lo dejaron indiferente y tuvo que tragar saliva para poder seguir hablando. De repente, se sintió imbécil.
—Tenés dos grandes amigos, ¿lo sabés? Creo que Mauricio y Maximiliano se habían dado cuenta de que estaba ahí antes que vos y estuvieron pendientes por si se acercaba, al menos eso me pareció.
Alex cambió de tema, era obvio que sólo hablarían de lo que él quisiera.
—Sí, yo también lo creo.
—Si no es indiscreción, ¿a qué apartamento se refería? —preguntó él con delicadeza.
—Cuando estábamos a punto de casarnos, compramos un piso a medias. Yo puse mis ahorros y él vendió su casa de soltero para adquirirlo. Iba a ser el lugar donde íbamos a vivir y donde calculo que él está ahora. Tiene que darme lo que me corresponde y así se termina la historia de una vez. No voy a regalarle mi parte; Mauricio se encargará de todo.
—Me parece justo.
—No creo que sea tan caradura para pensar que voy a cedérselo. Ahí también metí dinero de mi madre, que me dio una buena parte para comprarlo, aunque si por ella fuera sé que no le importaría perderlo. Mauricio sabrá qué hacer, yo no quiero saber nada del tema, cuando esté el dinero listo, que me lo pase y sanseacabó. No pienso lidiar con Gustavo ni con nadie de su entorno.
—¿A qué se dedica ese idiota?
—Es abogado.
—¿Por qué tenés tantos conocidos abogados?
—Era amigo de Mauricio. Nos conocimos por él, igual que con María Pía. Por aquel entonces, trabajaban todos juntos en un bufete muy conocido.
—Entiendo.
—No quiero seguir hablando de Gustavo. Alex, por favor, es un tema enterrado para mí, un mal recuerdo, un muy mal recuerdo.
—Lo siento, preciosa, no quiero que te entristezcas.
—No, Ojitos, no es eso, Gustavo ya no significa nada para mí y, precisamente por eso, no me interesa hablar de él.
Alex la besó dulcemente y después le devoró los labios con desesperación y posesión. Paula hubiese querido decirle que era suya, que podía tomar de ella lo que quisiera porque le pertenecía, pero no lo hizo. Él levantaba una barrera que sólo sus caricias y besos podían derribar, así que lo dejó avanzar. Esa noche, Alex le hizo el amor y entró en ella para inundar de sensaciones sus entrañas. Unidos por sus sexos, en un vaivén de sacudidas que devastaban los sentidos y la razón, se enredaron en caricias, abrazos y besos; parecía que su fuego no se mitigaría nunca, porque nunca tenían suficiente el uno del otro.
Tardó mucho rato en salir de dentro de ella. Habían conseguido juntos el orgasmo y cruzado los límites del placer. La joven sentía que él la había amado verdaderamente esa noche, aunque no se lo dijera, su cuerpo lo demostraba. Su físico cada vez emitía más señales y Alex cada vez se cuidaba menos de demostrarlas. Se apartó de encima de Paula, acurrucó su cabeza en su cuello y buscó su mano para enlazarla a la suya. Así se durmieron, unidos y en silencio.