Capítulo 4
PAULA llegó a la planta baja del hotel, llenó sus pulmones de aire y salió a la calle, donde el chófer la esperaba con un BMW M550 gris oscuro.
—Buen día, Heller, ¿verdad?
—Buen día, señorita, así es, ése es mi nombre —le contestó el hombre con cordialidad mientras le sostenía la puerta—. Usted dirá, ¿dónde quiere que la lleve? —Paula le indicó el camino hasta su apartamento e intentó distraerse con el paisaje urbano para no pensar. Al llegar, el conductor le abrió la puerta, ella le dio las gracias una vez más y se despidieron amablemente.
Subió en ascensor hasta su casa con la mente en blanco. Entró, tiró el bolso en el sofá y se fue directa al vestidor para quitarse todas las prendas que llevaba puestas desde el día anterior. Se cambió la ropa interior y se puso unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes. Descalza, anduvo por la casa hasta que encontró el mando del aire acondicionado; a pesar de que era un día primaveral, se sentía sofocada. Luego, en su pequeño estudio, conectó el iPod al sistema de sonido y, por instinto, buscó la canción de Reik que había sonado en la limusina cuando iban a Tequila. La puso en modo «repetición», volvió a la sala y se recostó en el sillón para cantarla en silencio.
¿Sabes? Te quiero confesar que te encuentro irresistible.
No dejo de pensar que haría lo imposible por quedarme cerca de ti.
De repente, de sus ojos empezó a fluir un río de lágrimas desconsoladas. Lloró durante un buen rato y marcó el número de Maximiliano.
—Hola, Pau. —Ella no podía hablar, el llanto se lo impedía—. Paula, ¿qué te pasa? Contestame, por favor, no me asustes.
—Vení, por favor, te necesito.
—Calmate, ¿qué pasó?
—Estoy bien, físicamente estoy bien, pero vení, por favor. Necesito tu compañía.
—En un rato voy para allá. —Maximiliano vivía muy cerca y ella sabía que podía contar con él; sus amigos eran su familia más querida en Buenos Aires.
Habían pasado sólo quince minutos cuando sonó el timbre y, luego, el ruido de la cerradura. Maxi tenía una llave del apartamento y entró agitado. Cerró la puerta y la vio hecha un ovillo en el sillón, donde aún estaba llorando. Se acercó despacio y se sentó a su lado para ofrecerle cobijo; la colocó en su regazo y la abrazó muy fuerte mientras le besaba el pelo. Necesitaba que se calmara para que pudiera contarle. Sus cariños y su abrazo pronto le proporcionaron alivio y comprensión y dejó de sollozar para pasar a emitir sólo suspiros cansados. Incapaz de dilucidar el entuerto, Maxi la separó de su pecho, le apartó el pelo de la cara y le secó las lágrimas con sus manos.
—A ver, señorita Bianchi, ¿me va a contar, por fin, qué le pasa?
—Me siento la persona más estúpida, vulgar y vacía que existe en la faz de la Tierra.
—Uf, eso es mucho. Dejame decirte, en primer lugar, que no sos ni estúpida ni vulgar, y que no estás vacía. Por el contrario, sos la más bonita, la más inteligente y la única con tan buenos y sinceros sentimientos que existe en la faz, no de la Tierra, del universo. Y yo me siento muy orgulloso de ser tu amigo, pero me gustaría saber por qué te sentís así. Paula lo miró a los ojos, tomó aire y le explicó:
—Pasé toda la noche con Alex. Me acosté con él. —El joven abrió los ojos como platos, sonrió y le puso el cabello tras la oreja.
—No entiendo, ¿qué tiene que ver eso con tu llanto y con lo que acabás de decirme? ¿Acaso él no se portó bien con vos? —preguntó con expresión seria y en guardia.
—Sí, sí —afirmó ella con rotundidad para que no le quedaran dudas—. Todo fue magnífico, nunca me habían hecho el amor como él me lo hizo. Alex es irresistible y ardoroso. —Maxi silbó.
—¡Guau! ¡Qué definición! Entonces, Pau, ¿qué es lo que está mal? No te entiendo.
—Todo. Creo que no hice bien en irme con él. Apenas lo conozco, pero es tan lindo...
—A ver... a ver, amiga, pensá en esto —dijo y la cogió de las manos—, ¿hiciste algo que no quisieras hacer?
—No, Alex es divino —contestó ella con un mohín y negando con la cabeza.
—Entonces, ¡disfrutá de lo que viviste! Me estás diciendo que fue lindo, pero tu explicación suena contradictoria. A ver, Paula, no sos una niña, sos una adulta, tenés veintisiete años y viviste toda tu vida con remilgos en tus relaciones. Y en la última, ¿cómo te fue?
—No es necesario que me lo recuerdes, lo que pasó no fue culpa mía.
—No, claro que no fue culpa tuya, lo hemos hablado muchas veces. Justamente por eso creo que ahora tenés que disfrutar y vivir. Hacé lo que tengas ganas, tu esencia no va a cambiar sólo porque una vez hayas decidido vivir el momento. Te fuiste con quien te apetecía y te metiste en la cama de quien te pareció atractivo. Paula, te conozco y sé que tu vida nunca va a ser promiscua, no te sientas así, no seas tonta.
—Pero... ¿qué debe de pensar él de mí? Cuando nos despedimos, ni siquiera me pidió el móvil. Ay, Maxi, no sé, no me hagas caso, tengo un lío tremendo en la cabeza.
—Ajá, ya veo —exclamó Maxi y se la quedó mirando. Ella ya sabía lo que iba a preguntarle, le había leído la mente—. ¿Te preocupa lo que él piense de vos o te molesta que no te haya pedido el teléfono?
—Sí... No... No sé.
—No sé ¿qué? ¿Lo primero o lo segundo?
—A decir verdad, no sé lo que me preocupa. En el restaurante, todo se volvió sorprendente y ridículo, tonteamos durante toda la noche y, al final, terminé en su cama.
—Sí, Paula, fue sexo entre dos personas adultas, sólo eso. No le busques los tres pies al gato. Quizá ni lo vuelvas a ver, de hecho, eso es lo más probable. ¿O es justamente eso lo que te afecta?
—Sé que no voy a volver a verlo y fue por esa razón por la que anoche decidí irme con Alex, porque me gustaba mucho y sabía que nunca más me lo encontraría. Pensé que podía permitirme salir de mi vida estructurada por unas horas, pero hoy, cuando me desperté a su lado, me sentí muy extraña.
—Pero lo disfrutaste.
—Sí, tarado —se sonrió avergonzada.
—Entonces, dejá de sentirte mal, boba, si hasta yo me puse contento cuando vi que se iban juntos.
—Tonto.
—Mirá vos, ¡ahora resulta que el bobo soy yo!
—Te conozco, Maximiliano, conozco esa mirada. Ni se te ocurra preguntarme nada más, porque no voy a contarte. Mi intimidad tiene un límite y lo sabés muy bien.
—No voy a preguntarte nada. —Se quedaron en silencio—. ¿Cuántas veces lo hicieron?
—Basta, idiota, no voy a decírtelo.
—Dale, quiero saber cómo actúa el gringo.
—No te lo voy a decir —negó entre risas Paula; sólo Maxi podía cambiar su humor de esa manera.
—¿Qué te pasó con Daniela? —le preguntó ella para cambiar de tema. No quería seguir hablando de Alex.
—Se le metió en la cabeza que estaba mirando a Laura, que estaba bailando muy cerca de nosotros. En un momento, mientras Dani me hablaba, me distraje y empezó a decirme que estaba mirándola y que, por eso, no le prestaba atención y bla, bla, bla.
—¿Y la estabas mirando?
—Noooooo, pero no pude hacérselo entender. ¿Por qué escuchás esa canción tantas veces? —«¡Maldición! ¡A Maxi no se le escapa nada!»—. Nena, el gringo te sentó mal y te dejó atontada. Definitivamente creo que, en realidad, lo que te preocupa es que no te haya pedido el número de teléfono y que sólo haya sido sexo. —Era imposible ocultarle a su amigo sus sentimientos; él siempre descubría lo que le pasaba. Aunque esta vez, no sólo pretendía escondérselos a él, sino también negárselos a ella misma.
—¿Qué tiene que ver esa canción con Alex? Sólo se quedó ahí, sonando, no sé.
—Yo sí sé, es la canción que se oía en la limusina cuando fuimos a Tequila.
—Creés que sos el más sabelotodo. Ahora la paro y sanseacabó, para mí no significa nada. —Se levantó y apagó la música.
—¡Qué cabezota sos! Bueno, dale, veamos una peli.
—Te dejo elegirla a vos. —Movieron la mesa baja que estaba frente al sofá y Paula buscó unas almohadas. Maxi trajo refrescos de la nevera y se tiraron encima de la alfombra frente a la pantalla LCD.
Ninguno de los dos miró la película durante más de cinco minutos; ella se despertó cuando aparecían los créditos y sólo porque había sonado su móvil.
—Hola, mami, estoy un poco perezosa hoy. Anoche salí y me acosté muy tarde; me siento destruida.
—¿Estás alimentándote bien?
—Sí, mamá, no te preocupes. «¿Por qué las madres siempre piensan que no comemos lo suficiente?»
—Te extraño tanto... Tengo muchas ganas de verte.
—Yo también, mami. Nos vamos a ver en Navidad y ya no falta tanto.
—Lo sé. ¿Te vas a quedar durante las vacaciones?
—Por supuesto, sí, como cada año: quince días con ustedes y quince días con mis amigos.
—Tengo algo que contarte, pero tu hermano no tiene que enterarse de que te lo conté. Pablo está haciendo unas pruebas con una cepa nueva. No le digas que ya lo sabes, él quiere dártelo a probar cuando vengas; es un Pinot Noir y algo más. Creo que será un éxito.
—Parecés muy ilusionada.
—Sí, hija, porque en febrero hay una cata importante donde lo va a presentar.
—Suena fantástico, ojalá vaya bien.
—Eso es lo que esperamos. ¿Tus cosas están todas bien?
—Todo tranquilo, como siempre, el trabajo bien, mi vida social tranquila. Estoy bien, mamá, no tenés que preocuparte por nada.
—¿Cuándo me vas a presentar a algún novio? Hace dos años que te peleaste con Gustavo, hija; la vida continúa y sos tan joven y tan bonita... ¿No me vas a decir que te faltan candidatos?
—Ya llegará el indicado, mami, por ahora sigo sola y sin prisa alguna. ¿Cómo están mis sobrinos?
—Esos mocosos están muy grandes y cada día más hermosos. Sofía sacó calificaciones excelentes en las notas; me recuerda mucho a vos por lo aplicada que es en el colegio. Y Franco, ese muchachito malcriado, ya tiene toda la boca llena de dientes y, en cualquier momento, empieza a caminar.
—Pablo me mandó fotos por correo electrónico la semana pasada y es cierto, están los dos bellísimos.
—¿Qué te puedo decir yo, Paula? Soy la abuela más babosa de todo San Rafael. Hija, me quedaría hablando durante horas con vos, pero no te quito más tiempo, te dejo ya. Me alegró el día haberte oído. Me voy a casa de Olguita a jugar a la canasta.
—Disfrutá de tus amigas, mami. Prometo no colgarme tanto y llamarte más seguido. La semana que viene estaré más aliviada en el trabajo y nos conectaremos por Skype. Te quiero, te mando un beso enorme.
—Gracias, yo también te quiero, hija. Cuidate mucho.
Maxi dormía tirado en el suelo y no se despertó con el teléfono ni con la conversación. Paula lo llamó para que se acostara en la cama —le daba pena que siguiera durmiendo ahí— y él se restregó los ojos y preguntó la hora.
—Las ocho, dormimos toda la tarde.
—¡Uy, no! —se afligió él—. ¡Me voy! Le dije a Daniela que iría a su casa a las nueve y media para salir a cenar. ¿Querés venir con nosotros?
—No, andá tranquilo. Además, tengo que terminar los formularios que me traje de la oficina.
Cuando Maxi se fue, Paula sintió hambre. No tenía ganas de cocinar pero —como le había dicho su madre— tenía que comer. Encontró una bandeja de ensalada en la nevera y abrió una lata de atún, destapó una Coca-Cola light y se acomodó en la mesa baja del salón, junto al ordenador, para empezar a revisar los archivos, preparar la hoja Excel y calcular los porcentajes que necesitaba para el lunes. La idea de que llegaba el yanqui le causaba fastidio, pues estaba segura de que su presencia durante un mes en la oficina sería insoportable. Nerviosa con la perspectiva de tener al jefazo controlándolo todo, trabajó hasta tarde.
El domingo pasó rápido, entre formularios, hojas de cálculo y porcentajes, y, a ratos, el recuerdo de la mirada más bella que había visto en su vida, la sonrisa más seductora y los besos más hermosos que jamás le habían dado. Paula cerraba los ojos y podía sentir sus caricias. Estaba guardando su Mac cuando, de pronto, se encontró otra vez abstraída en su recuerdo: «Suficiente, Paula. Agua que no has de beber, déjala correr. Ha sido hermoso, pero se terminó».
Se dio una ducha después de cenar y, antes de acostarse, se preparó la ropa para la oficina; quería parecer muy profesional en la junta. Su equipo iba a tener un gran protagonismo en la gestión de capitales, así que necesitaba lucirse.
A las siete, sonó el despertador. Lo apagó de un manotazo y, sin hacer el remolón, Paula se levantó para darse una ducha y despabilarse bien. Recogió su cabello en una coleta bien alta, se maquilló de manera muy natural —aunque resaltó bien sus labios con dos capas de brillo—, se vistió con la falda negra y la camisa de gasa blanca que había escogido, y completó su atuendo con unos tacones rojos. Se perfumó con CH Garden Party —el que siempre usaba para ir a la oficina— y, sin demorarse más, cogió su bolso, el maletín con el Mac, las llaves del coche y bajó al aparcamiento. Eran las ocho y media y estaba tan alterada como cuando había ido a la entrevista en Mindland por primera vez. Masslow venía a controlarlo todo y ella tenía los nervios de punta. Subió al coche, conectó el iPod al sistema de sonido y empezó muy mal el día.
—¡Mierda! ¡Justo tenía que sonar esta canción! —masculló malhumorada.
El cantante de Reik empezaba a entonar las primeras frases de Sabes y el recuerdo de Alex la invadió de inmediato. Pero no deseaba pensar en él; era un día importante en la empresa y necesitaba concentrarse en su trabajo. Debían demostrar que merecían esas aportaciones de capital de la central y no podía defraudar a Natalia bajo ningún concepto, así que pasó de canción hasta dar con una de Andrea Bocelli, ideal para relajarse. Se puso el cinturón de seguridad, se colocó las Ray-Ban y salió rumbo a la oficina. «¡Odio el tránsito matutino! Siempre es un caos y tardo más de la cuenta en llegar. ¡Aaah! ¡En Buenos Aires parece haber más autos que gente!», protestó en silencio en un semáforo. Cuando entró en la recepción de la empresa, saludó a Mayra, la recepcionista, y se dirigió hacia los ascensores, donde se encontró con Maxi. Subieron juntos. Carolina, que estaba frente a la oficina de Natalia, les preguntó qué iban a desayunar puesto que la junta incluía un refrigerio— y les indicó que fueran hacia la sala de reuniones.
—¿Ya llegó el big boss?
—Sí, Paula, hace algunos minutos. Revisó su oficina, charló un rato con Natalia y ahora está en la sala, con ella y con los de marketing.
—¿Y qué tal es el yanqui? —preguntó Maxi.
—Me sorprendió lo bien que habla el español, parece agradable y, además, es muy joven.
—Dale, Maximiliano, vayamos. No quiero llegar la última.
Caminaron hasta la sala parloteando durante todo el trayecto; el espacio era diáfano y con paredes de cristal, cubiertas por persianas negras que ese día estaban entreabiertas, pero que no permitían ver hacia adentro. Natalia los vio llegar y los llamó con un ademán, mientras se disculpaba frente al hombre que, de espaldas, ocupaba la cabecera de la mesa. A Paula, desde atrás, le pareció conocido, pero descartó la idea cuando se dio cuenta de que era Masslow.
—Alexander, quiero presentarte a mis colaboradores estrellas —dijo Natalia en voz alta cuando estaban ya a unos pasos de él. «Uy, nos va a presentar al big boss», pensó Paula e intentó caminar bien erguida.
Ambos se acercaban con decisión y con una sonrisa de oreja a oreja. Intentaban dar la impresión de estar muy contentos de tenerlo entre ellos, aunque la noticia les había caído a todos, en realidad, como una patada en el hígado; la presencia del jefe en Mindland obligaría a que su sólido y eficiente equipo tuviera que cambiar sus rutinas para adaptarse a las del yanqui.
Alexander Masslow se puso en pie y se dio la vuelta para saludarlos, y Maxi y Paula se quedaron petrificados al verlo. De hecho, ella adoptó el color del papel y sus ojos parecían los del Coyote cuando descubre al Correcaminos. Se quedó inmóvil en mitad de la sala y sentía flojear las piernas; su corazón estaba desbocado; las manos le sudaban y un escalofrío empezó a recorrerle el cuerpo de arriba abajo. Maximiliano, por suerte, encontró la compostura antes que ella y la empujó con delicadeza por la cintura para que siguiera caminando. Paula pensaba que iba a desmayarse, intentó afirmarse en sus tacones y odió el llevarlos puestos.
«¡Maldición, maldición! ¡Maldita suerte la mía!» El destino parecía estar en su endiablada contra porque Alexander Masslow era, nada más y nada menos, quien ella había conocido como «Alex». Tuvo la sensación de estar en una pesadilla; ¡no podía ser que el tipo con el que se había acostado durante la noche del viernes y la mañana del sábado fuera el big boss! Pero, muy a su pesar, ésa era la realidad. Alex se sorprendió tanto como ellos; sin embargo, Natalia, nerviosa y motivada por la visita del jefe, siguió con el protocolo sin percatarse de nada.
—Te presento a Maximiliano García y Paula Bianchi, mi gran descubrimiento. Alex, ella es de quien te estaba hablando, sin desmerecer a Maxi, que también hace un gran trabajo en la empresa.
Paula no podía reaccionar, sólo apretaba su bolso y el maletín del Mac. Él, que se dio cuenta de su desconcierto, tensó su mandíbula e hizo una leve mueca con los labios para demostrarle que lamentaba la incómoda situación. Intentó infundirle cierta tranquilidad con una caída de ojos cómplice, y Maxi, atento a todo, decidió intervenir para distender la tensión y estiró la mano para estrechar la del estadounidense. Ambos hicieron como si no se conocieran.
—Encantado, Maximiliano.
—El gusto es mío, señor —contestó Maxi tomando su mano con decisión y siguiéndole el juego.
—Maximiliano, por favor, llamame «Alex» o «Alexander»; me gusta trabajar en un ambiente cordial. Estoy convencido de que el respeto pasa por otro lado y no creo ser más señor que vos para merecer ese trato.
—De acuerdo, entonces, ¡bienvenido, Alex!
—Muchas gracias. —Soltó la mano de Maxi y la estiró en dirección a Paula mientras la miraba a los ojos.
—Paula, ¿verdad?
«Sí, estúpido, soy yo, ése es mi nombre. ¿Ya lo olvidaste? Estuvimos haciendo el amor durante toda la noche del viernes, ¿te acordás? Lo gritaste varias veces en medio de un orgasmo.» Alborotada frente a la inesperada situación, eso es lo que hubiera querido contestarle. Se sentía apabullada por su presencia y enfadada por su mala suerte, pero entendió que debía guardar las formas en el trabajo y, al final, actuó con la corrección que la presentación merecía:
—Así es, encantada. —Y le ofreció la mano y una sonrisa muy insolente—. Bienvenido a nuestro país —continuó con solemnidad, aunque apretó su mano con rabia. Cuando Alex la soltó, deslizó la suya por la de ella acariciándola hasta la punta de los dedos y se batieron en un duelo de miradas.
—Bueno, lo mismo que le dije a Maximiliano, llamame «Alex» o «Alexander», por favor —contestó mientras pensaba: «Nena cómo me gusta el contacto de tu piel con la mía». Cada palabra que él emitía, la encolerizaba más: «Oh, gracias por concederme tu permiso. ¿Serás cínico? ¡Me das tu autorización para llamarte “Alex”, después de todo lo que me permitiste hacerte durante el fin de semana!». Pero su cólera, en realidad, era producto de que se sentía en desigualdad de condiciones en su lugar de trabajo, después de haber compartido esa intimidad con su jefe—. Natalia me ha contado maravillas sobre tus capacidades. Tengo la impresión de que sos su consentida. —Paula intentó retomar la compostura y demostrarle todo lo educada y profesional que podía ser; miró a su jefa y le habló:
—Muchas gracias, Natalia. No sé qué le habrás dicho, pero seguro que exageraste un poco.
—Le dije lo de siempre, Paula: no sé qué sería de nosotros si no estuvieses aquí. —Natalia siempre resaltaba los méritos de sus empleados, aunque a veces llegara con tanto mal humor que lo olvidaba—. Por favor, pasen y acomódense. Les reservé un par de sillas a mi lado —les indicó.
Alex ocupaba la cabecera y presidía la junta de ese día y, seguramente, así sería mientras estuviese en el país. Aunque ella no lo miraba, estaba segura de que él sí; podía sentirlo. Respiró hondo y se deslizó a paso seguro, apartó la silla con naturalidad y apoyó el Mac sobre la mesa. Maxi hizo lo mismo. Natalia hablaba con el jefe de marketing que estaba preparando el proyector. Entonces, Paula levantó la vista y se encontró con los ojos de Alex, que la observaban sin disimulo. Llevaba un traje gris oscuro, con la chaqueta desabotonada, camisa blanca con cuello italiano, corbata negra con logos de Gucci y un chaleco entallado. Recostado en la silla, con un codo apoyado en el brazo de su asiento, sosteniendo su cara con la mano y estudiando la situación, estaba escandalosamente apuesto.
Paula intentó disimular y se propuso demostrarle que su presencia le era indiferente, pero él estaba desplegando todas sus herramientas de seducción: se puso en pie, echó sus hombros hacia atrás y dejó que la americana se deslizara por sus brazos para quitársela. Sabía que ella lo vigilaba; desde donde estaba sentada Paula, él se veía muy alto, inalcanzable. «Vaya, vaya, nena, esto sí que es una gran sorpresa. Creo que estás nerviosa y que intentás disimularlo, pero tenés que tranquilizarte. Nadie imagina aquí todo lo que hicimos juntos la otra noche. Por cierto, ahora que te vuelvo a ver, me apetece estar una segunda vez contigo. Hum... estás muy bonita y con ese look de empresaria me calentás más que con el que llevabas en la disco», fantaseaba Alex mientras volvía a sentarse.
De repente, una rubia muy alta y con muy buen tipo se le acercó e interrumpió sus pensamientos y los de Paula. Esa mujer no era de la empresa y el trato entre ellos parecía netamente profesional; mantuvieron un breve intercambio de información en inglés.
—Alex, te envíe un documento con todos los correos de las personas de los departamentos de finanzas y de marketing.
—Gracias —le contestó él y prosiguió con algunas indicaciones—: quiero que tomes notas, por favor. —Paula entendió en seguida que ella era su secretaria. «¡Desgraciado! Te buscaste una asistente que espanta de tan bonita que es.» En ese instante, Maxi se acercó y le habló en voz baja:
—¿Estás bien?
—Todo lo bien que puedo —le contestó ella cuchicheando.
—Tranquila, la primera impresión ya pasó. Ahora no pienses, intentá concentrarte en tu trabajo, sólo en eso.
Su amigo sabía bien cómo se sentía, así que le cogió la mano que estaba apoyada en la mesa y se la apretó para darle ánimos, gesto que Paula correspondió con otro apretón. Aunque agradeció la incondicionalidad de su amigo y asintió con la cabeza —intentaría mostrarse brillante y segura de sí misma—, estaba hundida en su infierno personal.
La junta empezó puntual y, durante su transcurso, se tocaron todos los temas previstos; Alexander hizo muchas preguntas, a varias de las cuales tuvo que contestar Paula. Él la escuchó con atención, refutó algunos de sus fundamentos, pero ella le contraargumentó y terminó convenciéndolo sobre varios aspectos financieros. Natalia la apoyaba en todo. Luego se proyectaron las precampañas de marketing, frente a las que el estadounidense se mostró muy cauteloso. Durante toda la reunión no dejó escapar ninguna impresión sobre la información que recibía y se limitó a pedir, entre otras cosas, los informes del cálculo de presupuesto para el año siguiente. Se le entregaron todos los documentos que había solicitado, salvo algunos que quedaron pendientes de entrega, y la primera junta terminó cerca del mediodía.
Poco a poco todos se fueron retirando. Alex estaba de pie y algo alejado; hablaba por teléfono en voz baja frente a uno de los ventanales que daban al exterior del edificio, con la vista perdida en los jardines. Tenía una mano metida en el bolsillo de su pantalón y parecía contestar con cierta desgana. De pronto, oyó algo que lo puso de mal humor, hubo un intercambio ofuscado de palabras con esa persona, se masajeó la frente, luego discutió un poco más y colgó. Parecía molesto porque tiró su móvil sobre la mesa cuando volvió a acercarse y, en silencio, comenzó a recoger sus cosas. Maxi, Natalia y los de marketing hablaban en la otra punta de la sala; Alison, la secretaria de Alex, estaba enganchada a su teléfono muy cerca de la puerta y de espaldas a ellos. Paula estudió el entorno y levantó la vista mientras seguía juntando sus cosas y Alex hizo lo mismo. Acto seguido, él fingió entregarle algo y su iniciativa la tomó desprevenida. Le estaba ofreciendo una hoja en blanco; en realidad, sólo se trataba de una excusa para poder acercársele.
—¿Cómo estás? Es una gran sorpresa que nos hayamos encontrado acá —le susurró con amabilidad. Paula lo miró y, sin soltar la hoja, sus ojos se dijeron mucho más de lo que expresaban con las palabras.
—Sí, coincido con vos, es una gran sorpresa —afirmó—. Estoy bien, gracias. —Pero por dentro reflexionaba: «¡Por Dios! Esa mirada me nubla, me detiene en el tiempo y congela todos mis sentidos».
—Lamento tu gran confusión del principio, yo también me sentí extraño al verte entrar. —Sus pensamientos no obtenían sosiego: «Hubiese querido abrazarte y que no te sintieras tan desprotegida».
Paula quería contestarle: «Alex, no me sentí confusa, casi me muero. ¡Si supieras todo lo que pensé en vos este fin de semana! Me quedé atrapada por tus caricias y tus besos. Creo que estábamos predestinados a cruzarnos en este punto. ¿Qué otra explicación puede haber si no?», pero intentó que en su respuesta no se vislumbrara lo vulnerable que se sentía:
—Ya ves, el mundo es más pequeño de lo que imaginamos.
—Es cierto.
Hablaron en un tono muy formal y adusto, como si sólo estuvieran tratando cuestiones laborales. Ella, finalmente, le quitó la hoja de la mano y la metió entre los formularios que estaba reuniendo para guardarlos en su maletín. Necesitaba terminar con ese contacto, porque su mirada se iba de forma irremediable hacia sus labios. Si lo seguía teniendo cerca iba a perder por completo la razón.
Cuando Paula estaba a punto de irse, llegaron Natalia y Maxi, pero ella no se detuvo. Salió de la sala confundida, indefensa y fuera de lugar, y eso la fastidiaba mucho ya que, en su trabajo, siempre se había sentido muy cómoda. Caminó hasta su cubículo y tras dejar las cosas en su mesa, se fue al baño, se metió en uno de los compartimentos y bajó la tapa del inodoro para usarlo de asiento. Sin poder creer lo que le acababa de pasar, se agarró la cabeza con las manos y la sacudió, estaba al borde del colapso. «Maldita suerte la mía. ¿Y esto cómo sigue ahora? ¿Cómo voy a fingir que no lo conozco cada hora de cada día, durante todo un mes? Aún recuerdo sus caricias en mi cuerpo; sus manos puestas en cada milímetro de mi piel; su sexo dentro de mí, despojándome de todos los sentidos; y sus besos que asaltaron mi boca y mi vagina con su lengua. ¡Dios, se suponía que no lo iba a ver más! Y, encima, está buenísimo con ese traje entallado. ¡Me deja sin respiración cuando me mira! ¡Quiero tirarme por el hueco del ascensor! ¡Mierda! No es justo que me esté pasando esto.» Del enfado pasaba a la angustia, de la angustia a la ira y cuando reflexionaba se daba cuenta de que era obvio que no podían hacer público su conocimiento previo; era poco serio. «Paula, no seas tonta, ¿qué querías que hiciera Alex? Te habló en cuanto pudo, ¿no?»
Necesitaba calmarse para salir del baño, pero era incapaz. Estaba a punto de ponerse a llorar, cuando oyó que alguien entraba en él y, entonces, respiró hondo e intentó recomponerse. Se puso en pie, abrió la puerta y se acercó al lavamanos para mojar una toalla de papel y pasársela por la nuca; retocó su maquillaje y regresó a su mesa. De camino, pasó por la oficina de Natalia y por la que se suponía que iba a utilizar Alex, que estaba situada muy cerca de su cubículo. La puerta estaba abierta y ella intentó pasar de largo y no mirar hacia adentro. Necesitaba ponerse a trabajar para concentrarse y dejar de pensar.
No había advertido la hora que era, hasta que Natalia se le paró enfrente y le preguntó:
—¿No vas a comer? Ya es la hora. —Por lo general, se reunían a la hora del almuerzo en un restaurante cercano a la oficina, donde preparaban unos exquisitos menús ejecutivos—. ¡Vamos, Paula! Fue una mañana muy larga, salgamos a reponer fuerzas —la animó su jefa para que aceptara.
—Sí, es cierto. Pensándolo bien, yo también tengo hambre. Al llegar, saludó a Maxi desde lejos, dio una ojeada a las mesas libres y señaló una para dos, pero Natalia la detuvo:
—Sentémonos allá —le sugirió señalando una mesa más grande—, ahora viene Alex. «¡Mierda! Si lo hubiera sabido no habría venido. Es evidente que hoy no es mi día», se maldijo Paula. Pidieron unos refrescos light y Natalia aprovechó para felicitarla por su actuación en la junta. Muy pronto, la conversación quedó truncada por la llegada de Alex. «¡Qué incomodidad, Dios mío! ¿Cómo voy a hacer para tragar bocado? Debo tranquilizarme, tengo que asumir que estoy con mi jefe», se repetía una y otra vez. Él las había localizado de inmediato y caminó con paso seguro, sorteando algunas mesas, hasta llegar a la suya. Se deshizo de su chaqueta con un movimiento ágil y la colgó en la silla.
—Les pido disculpas, me retrasé un poco hablando por teléfono. ¿Hace mucho que me esperan? —Ella se acordó del día en que se habían conocido; la situación se repetía.
—No te preocupes, Alex, recién llegamos. Vas a ver que se come muy bien en este sitio, y tienen una excelente selección de vinos —le explicó Natalia.
—¿Ustedes dos ya pidieron? «¡Dios! ¿Es que todo lo que diga me va a recordar a la noche en que nos encontramos?»
—No, sólo pedimos unas bebidas frescas. Estábamos esperando a que llegaras —volvió a contestar la jefa. Acto seguido, el estadounidense llamó al camarero con la mano.
—¿Qué plato me recomiendan? —preguntó sin tomarse el trabajo de leer la carta y clavando su mirada en Paula. Ésta decidió entonces que no se quedaría muda, como la primera vez que lo había visto, quería cambiar el rumbo de la historia.
—Te recomiendo el pollo a la naranja con ensalada caprese, lo preparan muy bien.
—Paula tiene razón, lo cocinan de forma exquisita. Yo comeré eso opinó Natalia.
—De acuerdo, lo probaré. ¿Me permiten elegir el vino?
—Por supuesto —contestaron las dos al unísono. El camarero se acercó a tomar nota y Alex pidió una botella de Wolfberger.
—¿Algo más?
—Un agua con gas para mí, por favor —pidió Paula.
—Perfecto, señorita. —El camarero se retiró.
—Lo siento, prefiero no beber vino —se disculpó ella. A Alex casi se le escapó una sonrisa, pero se contuvo. Ella se ruborizó, no obstante, como Natalia era una excelente interlocutora, comenzó a recordar su último viaje a Nueva York y la situación se distendió. Él le preguntó si había ido a ver la ópera que le había recomendado en aquella ocasión y ella asintió, elogiando el espectáculo como sólo Natalia podía hacerlo.
—¿Conoces Nueva York, Paula? —preguntó Alex mientras clavaba sus ojos en ella.
—Fui hace años, con mi madre y con mi hermano, antes de que él se casara.
—¿Te gustó mi ciudad? —La miraba fijamente y, mientras ella intentaba hablarle con calma, él posó los ojos en su boca de manera descarada. Paula empezó a ponerse nerviosa.
—¿A quién podría no gustarle Nueva York? Esa ciudad es bella la mires por donde la mires. Sus paredes exudan poder y glamur, pero lo que más me impactó fueron el orden y la legalidad. Se cumplen a rajatabla los códigos de ciudadanía; todo está organizado de una manera muy diferente a Buenos Aires.
—Hablás como una turista típica. Vivir ahí es bastante distinto y muy estresante, hay mucha competitividad y, si no tienes una base firme, la ciudad te devora.
—¿No te gusta vivir en Nueva York?
—Me encanta, pero en el campo de los negocios, a veces, resulta agobiante. De todos modos, confieso que no sabría vivir de otra forma.
—Imagino que será como lo describes —intervino Natalia—, creo que tanto Paula como yo sólo hemos tenido la visión del visitante, la que vende.
Por suerte, Paula logró relajarse durante la comida. La conversación fue de un lado a otro e, incluso, llegaron a tocar algunos temas de la empresa que normalmente ella no manejaba, aunque en todo momento intentaron integrarla a la charla y pidieron su opinión. Él se mostraba entusiasmado con el intercambio y ambos se sorprendieron al darse cuenta de que, en algunos asuntos, sus puntos de vista concordaban. El Alex que estaba frente a ella en nada se parecía al de la noche del viernes; no estaba preparado para la conquista sino distendido, aunque era obvio que Paula ya estaba conquistada y él lo sabía.
—¿Desean tomar algo de postre? —preguntó él con caballerosidad, pero como nadie quería, Natalia y él decidieron pedirse un café. Paula miró la hora y les dijo:
—Creo que me tomaré el café en la oficina, mi descanso del mediodía ha terminado.
—Esperá, Paula. Tomemos el café acá, no te vayas aún que quería comentarte algo, aprovechando que Alex está con nosotras. —Él hizo un gesto de asentimiento con la cabeza—. Él ya está más o menos al tanto y creo que es un muy buen momento para explicártelo a vos; casualmente, hoy cuando llegaste a la junta se lo estaba proponiendo.
—Desde luego. ¿De qué se trata?
—Como sabés, me caso dentro de tres meses. Sin embargo, todavía no te expliqué que también dejo la empresa.
—¡Oh! ¿En serio? —Natalia era una buena jefa y no pudo evitar apenarse.
—Sí. Mi novio recibió una oferta de trabajo en Francia que hacía tiempo que esperaba y cuando nos casemos nos iremos a vivir allá.
—Sin duda, te vamos a echar de menos, más aún cuando nuestro próximo jefe marque otras pautas de trabajo. Con vos, Natalia, estamos muy a gusto.
—Gracias, Paula.
—¡Guau! La verdad es que ni me lo imaginaba. Realmente me sorprendiste con la noticia.
—Te pido discreción, por favor; aún no quiero decir nada.
—Por supuesto, contá con ello —le aseguró Paula. Alex estaba abstraído de la charla, totalmente al margen de la conversación. «Me encantan tu inocencia y tu frescura, nena», pensaba él mientras las escuchaba.
—Desde luego, Paula, sé que cuento con tu reserva, pero a lo que quería llegar es que... como me voy y queda una vacante en mi puesto, te propuse como mi sucesora.
—¿Yo? ¡Natalia, no sé qué decir! Esto me agarra por sorpresa, es una responsabilidad muy grande, no sé si puedo estar a tu altura. —Se puso muy nerviosa y empezó a retorcerse los dedos. «Vamos, nena, no me defraudes, no después de cómo defendiste tus argumentos en la junta.» Alex quería que aceptara el puesto.
—¡No tengo duda alguna de que estás a mi altura! Sos muy capaz y, además, hablás muy bien inglés, lo que te facilitará la vida en los viajes que vas a tener que hacer. Estoy convencida de que sos la persona adecuada para ocupar la gerencia, Paula. —Él, que hasta ese momento las escuchaba en silencio, decidió tomar la palabra:
—Perdón, no querría entrometerme, pero quiero que sepas que considero que hoy en la junta demostraste que estabas a la altura del puesto. Sé que te atosigué a preguntas, muchas veces innecesarias, pero estaba poniéndote a prueba porque Natalia ya me había comentado su decisión de proponerte; lo siento, sé que no te lo puse fácil y que debo de haber resultado bastante arrogante.
—Muchas gracias por tu sinceridad, Alex. De todas formas, no me hiciste sentir mal en ella. Creo que todas tus preguntas estaban justificadas. —Le habló casi sin mirarlo a los ojos; sus elogios la habían intimidado.
—De todos modos, debo informarte de que el puesto se someterá a evaluación de la junta directiva. Yo abogaré por ti sin lugar a dudas intercedió Natalia—. Y, considerando el comentario que acaba de hacer Alex, creo que ya tenés otro aliado. —Un profundo rubor invadió el rostro de Paula.
—No saben cómo se lo agradezco. Es una gran oportunidad y es un honor que valoren así mi trabajo, pero, de todas maneras, y si no te lo tomás a mal, Natalia, me gustaría pensarlo.
—Desde luego, tenés quince días para tomar una decisión. Si no aceptás, tendremos que hablar con mi segunda opción. Alex se va dentro de un mes y necesita saber un nombre antes de partir. No obstante, Paula, realmente me gustaría que lo considerases; es una magnífica ocasión para crecer en tu carrera y estoy convencida de tus capacidades.
—Gracias, no me lo esperaba. Sólo es que soy muy meticulosa en mis decisiones, siempre las pienso y las recapacito.
Pero de pronto se sintió estúpida: «¡Qué estoy diciendo! ¿Cómo va a creer Alex que siempre valoro bien mis decisiones si me acosté con él pocas horas después de haberlo conocido? ¡Qué vergüenza!». Se dio cuenta de que sus mejillas habían enrojecido, aun así, lo miró y le aclaró mirándolo a los ojos:
—Los que me conocen saben que siempre pienso las cosas más de lo que debo, es raro que me deje llevar por el momento.
Sabía que él había captado el mensaje.
—Date el tiempo que necesites —le sugirió él en tono tranquilizador.
—Lo haré.
—Bueno, ahora sí podemos volver a la oficina —sugirió Natalia—, pero les pido que me esperen un segundo. Necesito ir al baño. —Se puso en pie y los dejó solos.
—¿Estás más tranquila? —preguntó Alex en tono muy dulce y extendió su mano aunque no llegó a tocarla; podía haber alguien de la empresa todavía en el restaurante.
—Un poco, sí. En realidad, esta situación es bastante complicada; hoy cuando entré en la sala de juntas casi me desmayo al verte, seguro que te diste cuenta.
—Sí, pero no creas que para mí fue más fácil. Paula, quiero decirte que me encantó lo que tuvimos el fin de semana y, cuando te fuiste, me lamenté mucho por no haberte pedido el teléfono. De todas formas, sé dónde vivís, porque Heller te llevó, pero... bueno, esto no es para hablarlo acá, ahí regresa Natalia. Te espero después del trabajo en el hotel. Salís a las cinco, ¿verdad? —Pero ella no pudo contestarle porque Natalia ya había llegado.
Como era de esperar, Alex se hizo cargo de la cuenta y volvieron a la empresa, donde Paula se pasó toda la tarde trabajando sin descanso. Cuando aún faltaban algunos minutos para que terminara el horario de la oficina, Alex salió de su despacho maletín en mano y, muy formalmente, se puso frente a la mesa de ella.
—Paula, te envié un correo electrónico con algunos documentos que necesitaría para mañana. ¿Podrías revisarlo?
—Sí, por supuesto, ahora mismo me fijo.
—Hasta mañana —sonrió él muy seductor.
—Hasta mañana. —Pero ella no le correspondió con otra sonrisa; cada vez que le hablaba, se quedaba anonadada. Él se fue y Paula intentó recobrar la compostura; miró la hora y aún faltaban veinte minutos para las cinco, así que abrió el correo para ver qué era lo que quería.
De: <alexanderjosephmasslow@yahoo.com>;
Para: <anapaulabianchi@gmail.com>;
Fecha: 20 de noviembre de 2012 16:30
Asunto: Faena Universe: conversación pendiente
¡Te espero!
Alex M.