Capítulo 11
DESPERTARON tarde. Cuando ella abrió los ojos, él la miraba. Sus manos estaban aferradas a su trasero y sus piernas enlazadas a las de ella; el calor de su cuerpo era el único sitio donde quería estar en ese momento. Paula se acurrucó aún más a su lado y cerró los ojos con miedo de que tan sólo fuera un sueño. Cuando los volvió a abrir con cautela, ahí seguía él; notó su respiración en la cara y se dio cuenta de que estaba despierta. Le sonrió y él la correspondió con otra sonrisa igual de generosa.
Paula deseaba con desespero expresar lo que en verdad sentía, un sinnúmero de pensamientos pasaron en millonésimas de segundo por su cabeza. Pero no quería que sus ojos se humedecieran, pestañeó y decidió romper la magia:
—Hola, ¿hace mucho rato que estás despierto?
—Hola, sí, un ratito.
—Me podrías haber despertado —le dijo algo adormilada.
—¿Y perderme la oportunidad de verte dormir? Ni loco —contestó él y le besó la nariz.
—¿Dormiste bien?
—Tan bien que, cuando desperté a tu lado, creí que era un sueño.
—Hace unos instantes tuve la misma sensación, que estabas en mis sueños.
—No, preciosa, estoy en tu realidad y vos en la mía.
—No quiero levantarme.
—Entonces no nos levantemos.
—Pero tengo hambre.
—¿Mucha hambre?
—Sí, de comida y de vos, como siempre.
—Hum, ¿y de cuál tenés más? —insistió él.
Ella puso los ojos en blanco para pensarlo y respondió:
—De vos, incuestionablemente —le corroboró mientras besaba su barbilla.
—Bueno, eso puede resolverse muy rápido.
—¿Sí? ¿Tenés la solución? —preguntó ella con falsa ingenuidad.
—Creo que me sé algunos trucos.
—¿Sólo algunos?
—Bueno, quizá unos cuantos —coqueteó él.
—Ah, eso suena mejor, quiero muchos trucos —exigió ella.
—¿Insaciable?
—Me parece que me contagié de vos y ahora también soy una adicta.
—Ah, eso es un problema grave, porque no tiene cura —bromeó él.
—Mentiroso, sí que la hay.
—Ah sí, ¿y cuál es la cura? —le siguió el juego a Paula.
—Un boleto de avión en primera a Nueva York —le dijo ella.
—¿Querés que me vaya, Paula?
—¿Querés irte, Alex? —contraatacó ella.
—Yo pregunté primero.
—Y yo siempre pregunto y nunca obtengo respuestas, sólo evasivas —protestó.
Alex pensó un rato, como de costumbre y contestó:
—No, por el momento.
Esa respuesta la sacó de quicio:
—Claro, me olvidaba de que aún quedan algunos días más. —Se puso un dedo en la sien para hacerle notar su olvido y siguió—: Aún no es la hora de decir game over, ¿verdad?
—¿Por qué, Paula, por qué llevaste la conversación hasta este punto?
—Tenés razón. No sé por qué lo hice. Debería ser consciente de la situación y no romper las reglas, «tus reglas» —resaltó— y aceptar de una vez por todas que vos y yo no podemos llegar a ningún punto significativo. Sólo besos, caricias, tonteos y sexo; ése es el final de siempre: cama, ducha, jacuzzi, sofá, mesa. Debemos considerar que nos faltan un par de superficies y espacios por explorar. ¿Creés que nos alcanzará el tiempo, Alex? El plazo máximo es el 22 de diciembre, ¿no? Después, fin del asunto.
—¿Adónde querés llegar, Paula?
—A nada, Alex, tengo muy claro que con vos no voy a llegar a nada. Se deshizo de su abrazo, contrariada, y se sentó contra el respaldo.
Luego se levantó y, a pesar del enfado, recordó que debía caminar bien sensual, exhibiendo el trasero. Entró en el baño, cerró la puerta de un portazo y el golpe retumbó en todo el dormitorio. Trabó la puerta y se metió bajo la ducha, se deslizó por la pared, abandonó su cuerpo en el suelo y quedó hecha un ovillo, enjuagando sus lágrimas bajo el chorro. Ahogó su llanto para que él no la oyera, sus emociones la superaban, ya no podía disimular más ni quería hacerlo. Alex intentó entrar, golpeó la puerta varias veces y la llamó por su nombre para convencerla de que le abriese, pero ella no contestaba. Después de un rato, dejó de insistir.
Paula estuvo bajo la ducha el tiempo suficiente para calmar su llanto y salió para secarse. Miró su figura reflejada en el espejo, se sentía muy triste. «¡Mierda! Cuando me desperté no imaginé que la mañana podía terminar así. Pero ¿qué quiere? No soy de piedra, tengo sentimientos y él parece que no. ¿Cómo puede no involucrarse? ¿Cómo lo consigue?»
Después de pensar un rato, se dio cuenta de que no podía seguir posponiendo su salida del baño. Necesitaba vestirse, pero aún estaba demasiado enfurecida y no quería verlo, porque temía que con una sonrisa o con un simple beso volviera a convencerla. Sin embargo, no tenía otra opción, debía salir. Se envolvió en una toalla y abrió la puerta. Él permanecía sentado en la cama con los codos apoyados en sus piernas y la cabeza entre las manos; parecía pensativo. Fue hasta el cajón donde estaban sus prendas y buscó ropa interior, dejó caer la toalla y se puso el tanga y el sostén de espaldas a Alex, que no decía nada. Ella no pensaba disculparse.
«Es culpa tuya —cavilaba él—, no te quejes. Sabías que repetir con ella era un riesgo y, encima, además de follártela más de una vez anoche te hiciste el héroe defendiéndola. ¿Qué esperabas? Era obvio que comenzarían a confundirse las cosas. Si no querés reproches, no los hagas; si no querés exigencias, no las tengas. ¿Qué te pasa, boludo? Tu toque con las mujeres está seriamente afectado. Te estás comportando como un perrito faldero, no como un conquistador. ¡Bah, mujeres, sólo quieren castrarnos, pero ésta encima tiene un culo que me gusta!» Intentó dejar a un lado sus reflexiones y se puso de pie. Paula lo miraba con el rabillo del ojo y vio que se había puesto el calzoncillo. Pasó por detrás de él sin pronunciar palabra y se metió en el baño dando un portazo también. Poco después, se oyó el ruido de la ducha. Ella terminó de vestirse, se puso unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas y bajó.
Dentro de la casa no había nadie. Desde la pared acristalada pudo ver que todos estaban alrededor de la piscina o remojándose a gusto. Miró la hora, era pasado el mediodía y parecía que nadie pensaba mover un dedo para comer. Enojada como estaba no quería comer sobras o comida rápida, así que revisó la nevera y se puso a preparar el almuerzo con lo que encontró. Alex bajó al rato y se fue directo hacia el ventanal, sin ver que ella estaba en la cocina. Su pelo aún estaba mojado y lo había peinado hacia atrás. Llevaba puesto un bañador corto de color azul que combinaba con sus ojos.
Paula lo admiró en silencio. Su espalda y la musculatura de sus piernas eran un espectáculo para la vista de cualquier mujer, tenía un físico realmente agraciado. Sin embargo, decidió que no quería distraerse con su exterior, así que se propuso dejar de mirarlo y seguir cocinando. El ruido de una cacerola lo hizo darse cuenta de que ella estaba ahí, pero no se movió. Ella también se mantuvo en sus trece. Entonces Alex se acercó a la alacena para tomar un vaso, se sirvió agua y salió de la casa en busca de los demás.
Paula quería ponerse a gritar; en esos momentos sí que estaba muy cabreada. «¿Qué se cree? ¿Piensa que puede ignorarme así? Pues que sepa que también yo puedo hacerlo.»
Enfurruñada siguió descargando su ira contra las verduras; la cocina parecía una buena terapia. Después de unos cuantos minutos, y un poco de dedicación por su parte, todo estaba listo o en marcha. Entre el horno y el fuego de la cocina, se había quedado muerta de calor, el aire acondicionado de la casa parecía no dar abasto, así que fue a ponerse un traje de baño y bajó como alma que lleva el diablo. Salió de la casa y atravesó el césped sin saludar ni mediar palabra con nadie, se tiró de cabeza a la piscina y recorrió nadando toda su longitud. Cuando llegó al borde, se aferró a él con los brazos hacia atrás y los miró.
—En veinte minutos estará la comida, vayan a poner la mesa —les dijo—. Si alguien quiere ir a comprar el postre, un tiramisú o un helado serían ideales para lo que preparé. Si no compraron el pan todavía, vayan a buscarlo porque lo que hice no puede comerse sin pan. Puedo estirar un poco más la cocción si alguno de ustedes empieza a mover el culo ya.
Y después del exabrupto se lanzó a nadar. Justo antes de sumergirse pudo ver que Maxi miraba a Alex con expresión interrogante; era obvio que se había dado cuenta de que pasaba algo. Mikel silbó, sorprendido por sus ínfulas.
—Por lo visto, estamos en un regimiento de caballería —protestó Mauricio—. Esta mujer se levantó con todo, te compadezco Alex. ¿Acaso estás «en tus días», Paula? —le preguntó fiel a su estilo, sin importarle si esa estúpida pregunta podía molestarla más aún.
Cuando ella emergió del agua, todos habían desaparecido, incluso Alex. Miró hacia la casa y lo vio caminando hacia la piscina.
—Cogí las llaves de tu auto, voy por el postre. Salí de ahí y andá a retrasar la cocción de la comida, por favor —le pidió resaltando el «por favor» que ella no había utilizado. Se miraron desafiantes y Paula se deslizó hacia el borde para salir del agua. Él estiró su mano para ayudarla, pero ella no se la aceptó. Cuando empezó a caminar para alejarse, la tomó del brazo y le advirtió—: No estoy para soportar escenas, Paula.
—No las soportes. ¿Me visto y te llevo a tu hotel de regreso, querés? —Alex la agarró de la nuca y la besó, quiso meter su lengua, pero Paula se resistió. Entonces él se apartó.
—No me tientes, Paula, hoy estuve a un tris de hacerlo.
—Sos libre de hacer lo que quieras.
Él la soltó, dio media vuelta y se fue a paso decidido hacia el aparcamiento.
—¿Sabés llegar al centro comercial? —le gritó Paula y él no tardó en girarse y contestarle:
—Quizá si me pierdo te hago un favor.
Se miraron serios y luego se desternillaron de risa, él volvió tras sus pasos y ella fue a su encuentro, la levantó hasta dejarla a su altura y la besó.
—Andá a demorar esa comida, que ahora traigo el postre —le sugirió mientras la dejaba en el suelo y le palmeaba el trasero.
Alex llegó con varios paquetes y se acercó a la cocina, donde estaba Paula, Maxi lo ayudó a bajar los bultos para guardarlos en el refrigerador. Ella estaba probando la salsa y él se acercó.
—¡Andá ahora mismo a ponerte algo! ¡No quiero que estés en bañador acá! —Por el tono que había empleado no había discusión posible. Le sacó el cucharón de madera con el que estaba revolviendo la salsa y la volvió a mirar. Ella le sonrió para apaciguar su enojo, lo besó en la nariz y subió la escalera. Cuando regresó en pantalón corto y camiseta, Mauricio estaba en la isla de la cocina destapando el vino.
—Parece que te pusieron en tu lugar, saliste corriendo a ponerte ropa decente —se rió—. Y esta vez no te hiciste la loca, ¿eh? Sabés exactamente cuándo te aprietan los zapatos.
—Callate, idiota, ¿qué sabés vos?
—No, yo no sé nada, sólo digo lo que veo. ¿Qué te pasaba antes que estabas tan enfadada?
—Después te cuento, ahora no es el momento.
—Lo que sea que te haya sucedido, que te suceda más seguido, por favor, preparaste muchas cosas ricas.
—Sos un tarado. Después de todo, él también salió corriendo a hacer lo que dije.
—En eso tenés razón, debo reconocerlo. Estás loquita por él, ¿verdad?
—Ay, amigo, más de lo que debería. Eso es lo que me enoja, acabás de dar en el clavo.
—Él también está loquito por vos, Paula, te lo aseguro.
—¿Vos creés? —le preguntó deseando que no se equivocara.
—Sólo basta fijarse en cómo te mira embobado cuando no te das cuenta.
—¿En serio? —Una chispa se encendió en su interior. Quisiera creerle pero no entendía qué le impedía a Alex abrirse a ella.
—Creeme, él siente más cosas de las que dice —siguió su amigo—. Ahora mismo, por ejemplo, no te quita el ojo de encima, supongo que le extraña que hablemos tanto. Espero que no sepa leer los labios.
—Espero que no... ¿Nos está mirando?
—Sí y viene para acá, creo que no aguantó más la intriga.
Ambos se rieron.
—¿Necesitan ayuda? —preguntó Alex mientras se acercaba.
—Sí, traé esa fuente por favor, Ojitos —le indicó ella—. Yo llevaré ésta, la pasta está lista, así que la dejaré reservada.
Mauri salió caminando por delante de ellos, con dos botellas de vino.
—¿De qué hablaban tanto rato?
«Ay, si será tonto. Me encanta cuando no es capaz de disimular», pensó Paula divertida.
—Del apartamento, Alex. Le dije que hiciera lo que considerase más adecuado, que tratara de recuperar el máximo de dinero, pero que cuanto antes acabase con todo esto, mucho mejor.
Él quedó conforme con la explicación y asintió con la cabeza.
La comida estaba para chuparse los dedos. Alex comía como si fuera la última vez y elogiaba a cada momento la pasta.
—Un pasto veramente italianissima, a molto piacere!
—¿Hablás italiano? —le preguntó ella asombrada.
—Quasi niente. Aprendí un poco en el colegio y lo que uno practica en los viajes, nada más. ¿Conocés Italia?
—No, conozco gran parte de mi país; bastante de Brasil; de Uruguay, sólo Punta del Este y de tu país, Nueva York. Este verano viajaré a Aruba y a Puerto Vallarta. Es mi programa de vacaciones.
—Ah, ¿cuándo vas? Tenía entendido que viajabas a Mendoza a ver a tu madre.
—Sí, estaré dos semanas allí y luego partiré para la playa.
—Ah, mirá vos. Son muy lindas esas playas, seguro que disfrutarás mucho de esos lugares paradisíacos.
—¿Los conocés?
—Sí. —Alex se había quedado pensativo—: ¿Vas sola?
Ahí estaba otra vez, queriendo controlar lo que supuestamente no le pertenecía.
—Hace un par de años que Maxi y yo cogemos las vacaciones juntos.
Este año él está en pareja, así que también irá Daniela. Aunque sé que seré mal tercio, ellos me insistieron mucho y, si no me engancho a amigos, mis vacaciones son muy aburridas —le explicó Paula.
—Seguro.
Alex se mantuvo un rato en silencio, mientras revolvía sus espaguetis. «Podría pasarlas a tu lado, si quisieras, idiota», hubiese querido decirle ella. Todos los temas de conversación desembocaban en lo mismo. Se hizo la tonta y cambió de asunto:
—Creo que, después de almorzar, estaría bien empezar a juntar nuestras cosas, si no más tarde el tránsito se pone insoportable en la Panamericana. La última vez que me fui después de las cinco, tardé casi una hora y media en llegar.
—Sí —confirmó Mauricio—, el regreso a la capital es terrible después de esa hora.
Emprendieron la vuelta sobre el horario previsto. Maxi también decidió evitar la congestión y partir temprano; los anfitriones se quedaban esa noche en Los Castores, así que se despidieron de ellos, les agradecieron su generosa hospitalidad y se fueron. Después del maravilloso día que habían pasado el sábado, el domingo estaba resultando fatal para Alex y Paula. Habían intentado remontarlo por todos los medios, pero no lo conseguían. Ella puso música en el coche y saltó Troublemaker. Mikel empezó a tararearla feliz y a hacer percusión con sus manos, mientras María Pía cantaba el estribillo. Estaba claro que se entendían, y es que se habían sentido atraídos desde el primer momento. Alex y Paula, en cambio, seguían contrariados y casi no habían hablado después del almuerzo. Cuando llegaron al apartamento, María Pía recogió su coche y, como el Faena quedaba de camino a su casa, se ofreció a llevar a Mikel y Alex hasta el hotel. Él y Paula se despidieron en el aparcamiento con un beso deslucido y triste.
En cuanto se fueron, Paula maldijo cómo se sentía y ansió poder resolver todas las dudas que atosigaban su mente. Entró en su apartamento y abandonó las bolsas en la sala. Estaba todo bastante oscuro, como su estado de ánimo, y así lo dejó. Agobiada, caminó hasta el dormitorio, se despojó de los zapatos y los vaqueros y se dejó caer sobre la cama con los brazos abiertos. No tenía ganas de hacer nada y fijó su vista en el techo como si fuera a encontrar allí las respuestas que necesitaba. Quería dejar de pensar en Alex, pero no lo lograba. Le resultaba inaudito que ese hombre se hubiera adueñado de su corazón en tan poco tiempo.
Estaba inquieta, dubitativa y pensó que tal vez era oportuno acabar con la aventura antes de que sus sentimientos se involucraran aún más; pero cuanto más se proyectaba en ello, más imposible le parecía. «¿Qué me has hecho, Alex? ¿Qué demonios me has hecho?», protestó en silencio.
El ruido del teléfono la despertó. Adormilada, lo cogió de la mesilla de noche y contestó sin pensar. Una voz femenina le hablaba en inglés al otro lado. Paula se sorprendió.
—¡Hola, guapo! —dijo la mujer.
—H... o... l... a... —contestó ella atontada por el sueño.
—¿Alex? —insistió la voz desconocida.
—¿Quién habla? —Paula no lograba entender que la llamaran a ella buscando a Alex.
—Amanda, ¿está Alex?
Paula miró la pantalla y, en ese momento, entendió lo que pasaba. Se habían intercambiado los teléfonos. Se despabiló en un instante y, sin saber qué hacer ni qué decir, colgó y apagó el móvil con torpeza. «¡Mierda, joder! ¿Quién es Amanda? La verdad es que no tengo nada de suerte, todo me sale al revés. Ahora tengo que avisarle de que tengo su teléfono y él el mío. Mejor lo llamo desde el fijo, no quiero que piense que estuve revisando su móvil, aunque, bien pensado, podría encontrar cosas interesantes si lo hiciera. Realmente es muy tentador tener el teléfono de Alex entre manos. Pero ¿qué hago si encuentro algo que no quiero ver? No obstante, estoy segura de que él también buscará cosas en el mío. Salvo por las fotos que le saqué durmiendo, no tengo de qué preocuparme. ¡Qué vergüenza! ¡Tengo una foto de su culito desnudo! Bueno, Paula, lo primero es lo primero. Voy a avisarlo y, luego, juntaré coraje y le espiaré un poquito.»
El teléfono sonó tres veces y entonces Alex contestó.
—¡Maldición, Paula, intercambiamos nuestros teléfonos!
—Hola, Alex, sí, acabo de darme cuenta. Te llamaron y, dormida, atendí la llamada. Te llamó una tal... Amanda, creo. —Ella oyó con claridad cómo él se reía al otro lado del teléfono, porque a pesar de su intento de disimular que no le importaba que una mujer lo llamase, había hecho demasiado hincapié en el nombre.
—¿Ah, sí? ¿Y qué dijo?
Paula tomó aire y reflexionó: «Está burlándose de mí, sí, estoy segura. Me lo preguntó en tono de guasa». Entonces intentó contestarle desinteresadamente otra vez:
—«¡Hola, guapo!», eso es lo que dijo y preguntó por vos varias veces aclarando que era Amanda. Luego no dijo nada más, bueno, no pudo porque le corté y apagué el teléfono cuando me di cuenta de que era el tuyo. Alex, ¿te estás riendo de mí?
—Amanda es mi hermana, Paula.
—Ah —contestó ella sintiéndose en evidencia—, me da igual quién sea. En todo caso, lo siento por atender, te repito que estaba dormida.
—No hay problema, en un rato mando a Heller a buscarlo y que te devuelva el tuyo. ¿Te parece bien?
«Podrías traerlo vos», contestó desilusionada, pero dijo:
—Sí, perfecto.
—De acuerdo, un beso.
—Otro para vos.
Pero Alex seguía ahí.
—Dale, cortá —le pidió ella.
—¿Quién creíste que era Amanda?
«Maldición, ¿por qué me pregunta eso ahora? Si hubiese cortado antes, me hubiera evitado tener que responderle», se desesperó Paula y se limitó a decir:
—La verdad es que no lo pensé, Alex, sólo me sentí apenada por haber contestado. No es un asunto de mi incumbencia.
—No pensaste, ¿eh? Yo sí lo hubiera hecho si te hubiera llamado un hombre al móvil. —«Claro que hice conjeturas, idiota, me estaba devanando los sesos por la ansiedad, pero no te voy a dar el gusto de reconocerlo, ¡engreído! Además, estoy segura de que vos hubieras puesto el grito en el cielo si me hubiera llamado alguien, ¡caradura! Si no hubiera sido tu hermana, te habrías inventado cualquier excusa respecto a la identidad de esa mujer o no me hubieras dicho nada, porque sos un experto en evadir respuestas.» Lejos de evidenciar sus verdaderos pensamientos, Paula empleó toda su compostura para responderle:
—Yo no soy vos, Alex. No tengo ningún derecho sobre tu vida privada para cuestionarte nada y, con respecto a la mía, creo que deberías revisar tu postura. Nuestra relación sólo implica compartir la cama y algún que otro momento más, fueron tus reglas, ¿te acordás?
—Bueno, veo que ni la siesta te cambió el humor. En un rato va Heller para tu casa. Adiós.
Paula se quedó histérica: «¡Me cortó! ¡Me cortó! Sencillamente me cortó. ¿Será idiota? Pero ¿quién se cree que es?». Volvió a llamarlo.
—¿Qué pasa? —preguntó él al atender.
—Espero que no revises mi móvil porque es de muy mala educación.
—¿Para eso me llamaste? —se rió él con sorna—. Espero que vos no revises el mío porque es de muy mala educación, Paula —arrastró su nombre con lentitud—. ¿Quién me da la seguridad de que vos no lo harás?
—Te lo aseguro. Probá y verás que está apagado. Por lo visto, el mío sigue encendido.
—Pudiste hacerlo antes de apagarlo.
—Eso vas a poder confirmarlo fácilmente cuando veas la hora de la llamada de tu hermana —le aclaró utilizando el mismo tono para que supiera que lo ponía en duda— y la hora de mi llamada. Ahí te podrás dar cuenta de que no tuve tiempo de revisar nada.
—Paula, ¿tenés ganas de pelear? Por lo visto hoy no tenés un buen día, ¿acaso se aproxima tu período?
—Sí tenés razón, tengo ganas de pelear, vos... me buscás, todo el tiempo con ese tonito de sobrado con el que me hablás. Y, para tu información, no se aproxima mi período. Ya pasó y, aunque estuviera en mis días, no suelo tener fuertes cambios de humor.
—Voy a cortar, Paula, así Heller puede llevarte el móvil. Podés quedarte tranquila, no me interesa lo que puedas tener guardado en el teléfono.
—Perfecto, me parece muy bien.
Y le cortó. «Tomá, ahí tenés, quedate vos ahora con la palabra en la boca. Además, sos un idiota. Por supuesto que voy a revisar tu móvil y seguro que vos también vas a hacerlo.» Acto seguido, cogió el teléfono y se puso a fisgonear. Por supuesto, no lo había apagado aún. Había dos llamadas perdidas más de Amanda y pensó que si no las tocaba estarían ahí cuando lo encendiera. «¿Dónde voy primero? Sí, a los correos. Alison, millones de correos de ella y todos de trabajo, es lógico, es su secretaria. ¿Jeffrey? —Abrió uno para ver quién era—. ¡Bah, es su hermano! Todos de la empresa también, correos de su padre. Acá no hay nada. ¿Mensajes de texto? ¡Bandeja vacía tanto en “Recibidos” como en “Enviados”, qué ordenadito! —Entonces, recordó los suyos—. ¡Maldición! ¡La cantidad de estupideces que tengo guardadas en los mensajes que me escribo con Maxi sobre él! ¡Dios mío, qué vergüenza! Bueno, Paula, dejá de lamentarte, ya es tarde. —Y se obligó a continuar—. ¿Fotos? ¡Fotos! Sí, voy a ver sus fotos. ¿Cuándo me sacó estas fotos? ¡Durante la cena en el Faena la noche en que nos conocimos! ¿Cómo no me di cuenta? Más fotos mías tomando sol en la piscina de Mauricio. ¡Será zorro! ¡Son todas de mi trasero! ¡Mirá, una juntos! Sí, ésa sabía que la había sacado. Más fotos juntos... las quiero, las voy a copiar en mi ordenador. —Caminaba por la casa a toda prisa, no tenía mucho tiempo—. ¡No tiene nada, sólo fotos nuestras y mías! Mientras se copiaban en el ordenador, siguió mirando las demás carpetas—. Acá hay otra carpeta con imágenes. ¡Oh, son de su cumpleaños! ¡Qué hermoso, le da vergüenza apagar las velas! ¡Me lo como! También las quiero. Acá está su familia, sus padres, sus hermanos, sus sobrinos y, acá, los amigos, Mikel... Agudizá tus sentidos, Paula. Nadie abrazado a él que deba tener en consideración, no hay nada. ¿A ver el Whatsapp? Una conversación con esa Amanda, otra con su mamá, con su padre, con Mikel, nada interesante. Esto es inútil. Otra conmigo y otra con Rachel Evans. ¿Y ésa quién es? —Tuvo miedo—. Mejor lo dejo, no está bien lo que estoy haciendo, mejor lo apago, Heller debe de estar por llegar. ¿Quién cuernos es Rachel Evans?»
El nombre quedó dando vueltas en su cabeza y pensó que quizá estaba entre las fotos del cumpleaños. Intentó memorizar su cara en la foto de perfil de Whatsapp para luego buscar con más tranquilidad. Fue a vestirse de forma decente para atender al hombre cuando llegase. El timbre no tardó en sonar, Paula contestó el interfono y dio paso al chófer de Alex, pero el timbre volvió a sonar.
—¿Quién es?
—Disculpe, señorita, soy Heller otra vez. La puerta no se abre.
—¿Qué hora es, Heller? —preguntó ella con fastidio.
—Las diez y media, señorita.
—Disculpe, ya bajo a abrirle. Después de las diez, la puerta se cierra con llave.
—Está bien, acá la espero, no tengo prisa.
Cogió las llaves, se calzó los zapatos y bajó. Heller esperaba paciente en la entrada del edificio, con los hombros rectos y los brazos a los lados del cuerpo. Siempre parecía tener postura de militar, siempre muy correcto. Paula le abrió la puerta y, después de ofrecerle un educado saludo, intercambiaron los móviles y él se marchó.
Ya había cenado y lavado los platos sucios, y era hora de irse a dormir, pero no tenía sueño porque había hecho la siesta durante toda la tarde. Entonces, cogió el móvil para ver si le había llegado algún mensaje y, en cuanto se encendió la pantalla, se desternilló de risa. De fondo de pantalla había una foto de Alex sacando la lengua. Se rió como una estúpida. «Alex, realmente tenés el poder de aturdirme», pensó y luego besó el iPhone. Le encantaba la idea de tener una foto de él como fondo de pantalla. Entró a su carpeta de «Imágenes» y pudo comprobar que se había sacado unas cuantas más haciendo monerías o enviándole besos. De entre todas, había una muy especial en la que se veía su cara, al lado de su ordenador y tapándose la boca, mientras en la pantalla del Mac se divisaba la que ella le había sacado durmiendo desnudo. «¿Será bobo? Después de todo, sí revisó mi móvil», se dijo y le envió un whatsapp:
—Payaso.
—Atrevida.
—¿Y por casa cómo andamos? Tus fotos no son menos atrevidas que las mías.
—¡Aaaaaaaah! ¡Además de atrevida, mirona!
—Sí, miré, igual que vos. Por cierto, vi demasiadas fotos de mi culo.
—Pero vos tenías puesto eso tan diminuto que llamás «biquini», en cambio yo salí con el culo al aire y todo blanquito.
—Tonto.
—¡No sabía que hablabas de nuestras intimidades con Maximiliano!
—¡Estuviste leyendo mis mensajes!
—¡Qué pena! :-(Vos no pudiste porque los míos se borran ni bien llegan o los envío.
¿Encontraste algo interesante?
—No, sos muy ordenadito. ¿Qué estabas haciendo? Yo ya estoy acostada, pero como dormí toda la tarde no tengo sueño.
—Yo también estoy acostado y también dormí toda la tarde y tampoco tengo sueño. Estoy trabajando un poco desde mi ordenador.
—Perdón por mi mal humor de todo el día.
—No te preocupes, Paula, me gustás enojada también. Yo espero que nunca me veas de mal humor, porque no sé si te gustaré tanto.
—Me encantás de todas maneras, Alex, no creo que vayas a dejar de gustarme en estado de enajenación. En realidad, creo que es una faceta tuya que me encantaría descubrir.
—Vos también me gustás de todas formas.
—Alex, no estaba en mis planes conocerte. Sé que lo que hay entre nosotros no es una relación, pero este fin de semana se ha parecido mucho a eso, con otras parejas a nuestro alrededor, compartiendo nuestra intimidad. Y sumado al encuentro con Gustavo y la defensa que hiciste de mi honor, me sentí protegida, no sola como me encuentro siempre. Después llegamos e hicimos el amor y me desperté abrazada a vos... Alex, me gustás mucho, quizá más de lo que deberías. Perdón nuevamente por haber estado de tan mal humor, creo que no he sabido manejar bien mis sentimientos.
Necesitaba abordar el tema de alguna forma. Volvió a cerrar los ojos, su corazón palpitaba con fuerza. La respuesta tardó en llegar, pero cuando vio lo extensa que era, respiró:
—Lo sé, nena. Entiendo todo lo que me decís, porque me pasa lo mismo. Creo que vos y yo este fin de semana compartimos demasiado nuestra intimidad. Esta mañana, mientras dormías y te miraba, pensaba sobre ello. Y también creo que no es bueno que estemos sintiendo estas cosas. No puedo ofrecerte una relación estable, Paula, y creeme que me encantaría que así fuese. Creo que sos muy inteligente y muy bonita, lo que te convierte en una persona sumamente interesante. Eso, combinado con tu sensualidad, te hace alguien irresistible. De hecho, sos irresistible para mí, Paula, pero quiero ser sincero con vos en todos los aspectos. Por momentos, tampoco sé cómo gestionar esto que me pasa y por eso te reclamo sin sentido y me creo tu dueño, más de lo que lo soy. Y soy consciente de que eso también hace que te confundas.
—¿Por qué decís que no podés tener una relación estable? ¿No podés o no querés? (Alex, por favor, contestame.)
—Creo que no es serio hablar de esto por mensajes. No es mi estilo, aunque supongo que es más fácil para ambos. No puedo ni quiero, Paula. Es un rollo mío que no entenderías. Dejemos las cosas como están, preciosa, por favor. No puedo decirte más. Creeme cuando te digo que mi vida es muy complicada.
—¿Qué querés decir con que «dejemos las cosas como están»? ¿Que hasta acá llegamos? ¿Que todo se termina? ¿Que sigamos como hasta ahora?
—Lo que vos quieras, Paula.
Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Paula se limpió un poco los ojos para poder seguir escribiendo, veía la pantalla borrosa.
—¿Y vos qué querés, Alex? Yo sé lo que quiero.
—Yo también sé lo que quiero... quiero estar con vos de la misma manera en que vos querés estar conmigo, pero no se puede.
—Alex, ¿estás casado o comprometido?
—Sabía que ibas a preguntármelo. NO, NADA DE ESO.
—Entonces, no te entiendo. Decís sentir cosas por mí, pero ¿qué es lo que te impide abrirme tu corazón? ¿Acaso estás enfermo?
Paula recordó la conversación en que habían hablado del cáncer y tuvo pánico a su respuesta.
—NO, TAMPOCO. DEJÁ DE PENSAR EN ESAS COSAS.
—Quiero entenderte, Alex. Estás libre, sano... Entonces, ¿no te gusto?
Sus lágrimas, en ese punto, ya eran incontenibles.
—Mejor lo hablamos mañana, a la hora del almuerzo. Nos vamos a comer juntos a otro lugar, no donde vamos siempre, y lo hablamos, Paula. ¿Sí?
—No, Alex, no, no me dejes así. No me importa hablarlo por teléfono o cara a cara, pero, por favor, no te vayas. Seguí acá conmigo. Estuve todo el día muy angustiada. No me dejes así.
El teléfono sonó de repente. Era él y Paula contestó con un hilito de voz.
—Sabía que estabas llorando, no quiero que te sientas así.
—No puedo, Alex, no puedo —le dijo sollozando—. Creeme que intenté, por todos los medios, poner mi mente en blanco y separar mis sentimientos para dejarme llevar por el momento, pero no puedo. No sé lo que me hiciste, ya sé que es muy pronto, incluso no estoy segura de lo que siento, si es verdad lo que quiero o no, pero todo es con vos. No sé si sos sólo un capricho, pero sí que estás en mis pensamientos y en mi piel constantemente. Te apoderaste de mis sentidos y supongo que sabés que no te estoy mintiendo porque leíste mis mensajes con Maxi. A esta altura, es una tontería no decírtelo. Te quiero, Alex. Ya está, ya te lo dije y si querés olvidarte de mí lo entenderé. Pero, por favor, dame una explicación coherente para poder cerrar esta historia.
Paula terminó la frase sollozando sin sentido y sin aliento, no podía parar.
—Me estás partiendo el corazón en mil pedazos. Maldita la hora en que nos conocimos, no quiero hacerte sufrir. No soy una mierda aunque lo parezca. También tengo sentimientos y quiero que te calmes para que mañana lo podamos hablar más tranquilos. —Hizo una pausa esperando a que se serenara—. Nena, quisiera estar ahí para poder abrazarte. No quiero que te sientas mal y menos por mi culpa. Yo también te quiero, tal vez no de la manera en que vos lo necesitás, pero no soy tan insensible como para no sentir nada por la persona con la que estoy compartiendo tanta intimidad. No llores más, por favor.
La voz de Alex parecía sincera y le estaba suplicando. Ella intentó respirar hondo.
—Está bien, perdón por el berrinche. No soy una niña caprichosa... hasta yo me desconozco. Soy consciente de que soy una persona adulta y no estoy actuando como tal.
—No pienso nada de eso. Me gustás tal y como sos y no te apenes, sólo quiero saber que estás mejor o, al menos, más calmada.
—Sí —le dijo ella entre suspiros—, lo estoy.
—¿Mejor o más calmada?
—Más calmada.
—Bien, quiero que descanses, que duermas y que no pienses en nada más por hoy. Mañana hablamos, ¿de acuerdo?
—Sí, Alex. —Ella sabía que no iba a poder dejar de pensar, pero no fue capaz de decírselo.
—¿Puedo cortar, entonces?
—Sí, hasta mañana, que descanses.
—Hasta mañana, te mando un beso, preciosa.
—Beso.
Paula colgó. No tenía sentido seguir estirando el asunto o se pondría a llorar de nuevo. Volvió a mirar todas las fotos del móvil otra vez y se durmió, entre sollozos y suspiros. La angustia y el cansancio la habían vencido.