Capítulo 22

ALEX estaba volviéndose loco por hablar con ella, pero también pensaba hacerla sufrir. Estaba enfadado por muchos motivos: porque ella había arriesgado lo que tenían; porque no le había creído; porque lo había juzgado injustamente; porque le había negado sus labios y no había dejado que la tocase; porque había permitido que ese idiota la abrazara, la fuera a buscar al aeropuerto e intentara besarla. Necesitaba que pagara por la bofetada que le había dado en plena calle, quería que rogara, quería que le remordiera la conciencia.

Paula insistió tres veces más, pero él seguía en sus trece. Puso su teléfono en vibración y partió hacia el restaurante japonés, donde lo estaban esperando y donde debía concentrarse en hacer buenos negocios, para eso había ido a Europa.

Cuando entró en el local, le preguntó a la relaciones públicas si el señor Luc Renau había llegado. Ésta, en tono cordial, le indicó la mesa en que lo aguardaban un hombre y una hermosa mujer que lo acompañaba.

Su pelo castaño resaltaba sus infartantes ojos celestes, medía un metro setenta y sus curvas eran perfectas. Alex calculó que tenía implantes en el pecho, pero eran del tamaño idóneo, nada demasiado exuberante, aunque lucía un escote bastante atrevido. Era una mujer muy sensual. Alex se acercó y se presentó.

Renau le estrechó la mano y le presentó a su hija Chloé; sería con ella con quien seguirían las negociaciones futuras. En otro momento, esa mujer hubiese sido objeto de su deseo y, además, se dio cuenta de que él no le resultaba indiferente, puesto que el cuerpo de la francesita comenzó a enviarle señales de atracción. Él siempre había sido muy observador para esas cosas, pero ese día se consideraba fuera de juego, pues en su cabeza sólo existía Paula.

Durante la comida estudió a Luc Renau; le encantaba analizar a la gente con la que trataba en los negocios, para encontrar sus puntos flacos para seducirlos. Concluyó que Renau tenía un típico carácter civil, característico de los franceses; era robusto, vestía de forma innovadora y parecía saber un poco de todo, sin resultar pedante ni altanero. Lo consideró un águila en cuestiones financieras y su hija no se quedaba atrás, sin duda había tenido un gran maestro. No debía subestimarlos, ya que sabían lo que querían, pero Alex notó que la debilidad de aquel hombre era su hija, así que le entraría por ahí.

Conversaron abiertamente de los asuntos principales y de lo que cada uno ambicionaba. Alex le explicó que Mindland tenía ciertos estándares y políticas inamovibles y características de la marca. También les aclaró que, si ellos pretendían adquirir una franquicia, Mindland International se encargaría de los controles periódicos. En otras palabras, ellos explotarían el negocio y se llevarían ganancias sustanciales, pero la compañía tendría participación activa en esos beneficios. Eso implicaba, por su parte, que la entrega de la mercancía llegaría a tiempo y de forma correcta. La cena no se extendió demasiado. Alex estaba bastante disperso, con Paula en mente, y le costó concentrarse. Finalmente, una vez aclarados todos los aspectos de la negociación, quedó en enviarles un contrato para que lo analizaran y luego se despidieron. Alex había notado vibrar varias veces su móvil, se había fijado y eran whatsaps de Paula que, por supuesto, no pensaba contestar, aunque estaba ansioso por leerlos.

El último que recibió fue desestimado de inmediato, porque era de Rachel. Parecía que esa mujer no pensaba rendirse nunca, por más que él la despreciara; ¡estaba tan arrepentido de haber echado un polvo con ella!

Ya en la suite del Armani, Alex se desvistió para meterse en la cama, y se dispuso a leer los mensajes que ella le había escrito.

—Perdoname, mi amor. Sé que yo no lo haría si fuese al revés, pero vos no sos yo. Te lo ruego. Estoy desesperada.

Alex sonrió triunfador, tenía mucha rabia acumulada; recordaba su desconfianza, sus desprecios, sus insultos y la ira lo invadía. Le indignaba que lo hubiera creído tan ruin cuando él simplemente había puesto el corazón en sus manos.

Ella había arriesgado el amor que tenían y le daba mucha rabia que hubiera salido con el idiota ese, que le hubiera permitido que se le acercara hasta rozarla con su aliento, que lo hubiera alentado a pensar que podía poseerla. Se enfurecía al imaginar que él la había tocado, aunque sólo fuera para ayudarla a bajar del coche, porque a él el viernes no lo había dejado ni acercarse. ¡Y él necesitaba tanto sentir su piel! Leyó el otro mensaje:

—Te amo, Alex. No hubo ni un solo día en que no pensara en vos, creí que iba a perder la razón. Extraño tus besos, tus caricias, tu perfume; echo de menos esas conversaciones que teníamos en la noche antes de dormirnos. Me falta tu sonrisa, esa que me desarma. Necesito despertarme y poder mirarte dormir a mi lado para sorprenderme pensando: «¿Por qué este hombre tan maravilloso se fijó en mí?», Extraño lavarme los dientes a tu lado y verte afeitándote en mi casa, frente al espejo. Anhelo despertarme de mañana y que desayunemos juntos, el aroma de las tostadas francesas en mi cocina, poder servirte el café y ponerle dos de edulcorante y revolverlo mientras vos revisás tu móvil. Echo de menos el café de media mañana, los almuerzos juntos, los besos en el aparcamiento, las miradas cómplices en el ascensor. Quiero volver a decirte Ojitos, Blue Eyes y todas las estupideces que se me ocurrían y que vos festejabas.

»Quiero tus ojos perdidos en los míos y los míos en los tuyos cuando hacemos el amor, cuando te siento temblar. Me urge volver a rendirme en tus brazos, sentirme mujer, porque sé que sólo con vos puedo estar así. Necesito que vuelvas a vaciar tu simiente en mí y que te pierdas en mis caricias y en mis vaivenes. Extraño nuestra intimidad, el mundo que habíamos creado para nosotros y nuestra rutina.

»Podría seguir enumerándote las cosas que me faltan de vos, pero la lista sería interminable, porque mi amor por vos es infinito.

»Hace dos meses y medio que no existo, sólo duermo, me alimento y camino porque mi corazón sigue latiendo.

»Estos dos meses y medio fueron los más largos y penosos de mi existencia. Lo que sufrí y sufro por no tenerte a mi lado es incomparable a ningún otro dolor por el que haya pasado.

»Te amo, mi vida. Recuerdo el último día en la oficina y entiendo que quisiste protegerme diciéndole a Natalia tantas mentiras, perdón... perdón por no haberme dado cuenta de lo que intentabas hacer y sólo creer que era un juego perverso.

»Perdón por no haber confiado en vos, por los insultos, por mis malos pensamientos, por lo injusta que he sido, por no escucharte y por creer siempre lo peor.

»Sólo espero que no sea demasiado tarde y que puedas perdonarme.

»PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN...

Paula esperó en vano una respuesta que nunca llegó. Él secó las lágrimas que se escurrían por sus mejillas al leer y releer ese mensaje. Ambos habían extrañado lo mismo. Alex estuvo a punto de llamarla, pero se obligó a no hacerlo, a darle un poco más de su propia medicina. La iba a perdonar, por supuesto. Lo había decidido ya cuando lo había llamado por primera vez, pero no se lo diría hasta que volviera a verla.

Sólo pensaba en ese reencuentro, en besarla, en abrazarla, en oler su cuello. ¡Si Paula supiera que se había comprado una botella de J’adore para perfumar su almohada por las noches y creer que la tenía a su lado! Desde que había empezado a hacer eso dormía un poco mejor.

Mientras releía los mensajes y volvía a pasar, una tras otra, todas las fotos de Paula que guardaba en su móvil, llegó otro mensaje de Whatsapp.

—Hasta mañana, mi amor, me voy a dormir. Sé que leíste mis mensajes y me duele muchísimo que no me contestes, pero creo que me lo merezco. Te amo, espero que te guste la canción. Es un resumen de todo lo que quiero, siento y deseo.

Paula le adjuntó el tema Más y más, de Draco Rosa y Ricky Martin:

Más, si te acercas un poquito más, me meterás en ti.

Más, si te sueño más, ya no podré dormir, nunca jamás.

Así, susurrándome, tú, te vienes a mí, y mi habitación se

llenará de verde agua de mar, verde, que me pierde.

Más y más, si más te quiero, quiéreme, tú mucho más.

Más y más, dentro de mí, entrarás, tú, más y más, tú, más y más.

Yo no sé cómo abrazarme a tus brazos y no sufrir.

Alex la escuchó, le encantó y sólo pensó en el momento en que pudiera volver a estar dentro de ella otra vez. «Mucho más, mi vida, mucho más te quiero», repitió para sus adentros hasta que el sueño lo venció.

Era viernes después del mediodía. Paula estaba bastante desanimada porque Alex seguía sin contestarle. Lo había estado llamando por la mañana y no le había atendido ni contestado ningún whatsapp, aunque los había leído.

Partían para Los Hamptons porque ese día también iban los encargados de montar la carpa que albergaría a los invitados en el jardín. Por otro lado, a la mañana siguiente había que recibir a todos los proveedores de la fiesta de cumpleaños y Bárbara quería supervisar todo en persona. Paula empezaba a darse cuenta de que era un gran evento. En la camioneta iban Bárbara, Ofelia, su madre y ella; Joseph las seguía en coche por detrás.

Tecleó un mensaje rápido en su iPhone.

—Vamos de viaje hacia Los Hamptons. Hubiese querido quedarme para ir a buscarte mañana al aeropuerto, pero como tu madre aún no sabe nada de nuestra relación, no he podido encontrar una excusa válida para no acompañarla. Estoy contando las horas para volver a verte y te aseguro que se me hacen interminables.

Alex sonreía leyéndola; él también estaba ansioso, pero se había impuesto no hablarle hasta llegar e iba a cumplirlo.

—Paramos a cargar gasolina. Alex, decime «hola», por favor, para saber que puedo albergar una esperanza en mi corazón. Si seguís sin contestar, quizá sea mejor que no te envíe más mensajes, pues empiezo a pensar que todo terminó definitivamente. Quizá sea lo que me merezco.

Era frustrante esperar una respuesta que nunca llegaba, Paula se angustiaba mucho y pensaba cosas horribles. Probó a enviarle otra canción, Please remember, de Adele, pero tampoco le contestó.

—Ya llegamos, la casa de tus padres es hermosa y enorme. Estoy asombrada y boquiabierta. ¡Esto es de ensueño! Tu mamá me acaba de mostrar las tres habitaciones que quedan libres y me dijo que me eligiera una, ¿cuál me aconsejás?

«Ninguna —pensó Alex—, porque vas a dormir conmigo.» La joven cada vez lo tentaba más, pero él no iba a dar su brazo a torcer.

—Como no me contestás, empiezo a creer seriamente que no querés saber nada de mí. Estoy bastante angustiada, pero sé que soy la única culpable. Sé que te cansé. Elegí la habitación más alejada de la tuya, mejor no te molesto más.

«Mi amor, no te preocupes, ya falta poco para que estemos juntos», le respondía Alex en su mente.

A la mañana siguiente, Paula volvió a insistir:

—¡Buen día! Ya sé que dije que no te molestaría más, pero no pude cumplir. :-(Anoche dormí muy mal, tuve una pesadilla y soñé que habías conocido a alguien.

»¡Tengo tanto miedo de haberte perdido! Supongo que ya estarás viajando, así que me consuelo pensando que no me contestás por eso. No veo la hora de que llegues. La casa es un caos de gente, bueno, ya sabrás cómo es esto. Nunca imaginé que sería una fiesta tan grande, ¡es un fiestón de cumpleaños! Están adornando la carpa, ya llegaron las flores y están armando las mesas, poniendo las luces. La cocina está invadida por el servicio de comida y acaba de llegar la orquesta, que está probando el sonido. Por suerte, el día está perfecto, no hace frío, es una hermosa mañana de primavera. Te extraño tanto, mi amor.

Joseph acababa de entrar en la carpa donde estaban las mujeres supervisando los preparativos de las mesas.

—¡Mujeres, llegó la peluquera!

—Vayan primero ustedes —dijo Bárbara—. Yo me quedo acá dando instrucciones, déjenme para el final.

Faltaban pocas horas para que comenzaran a llegar los invitados, las mujeres estaban peinadas y maquilladas y ya habían empezado a vestirse. Parecía un desfile de alta costura.

Amanda y Chad habían llegado, también Edward con Lorraine, los mellizos y la niñera. Jeffrey y Alison estaban ahí desde la noche anterior.

Los hombres también se estaban preparando, porque la fiesta era de etiqueta y todos debían ir de esmoquin.

Paula fue la última en bajar y, cuando apareció en la gran sala, todas coincidieron en que parecía una estrella de Hollywood. Había elegido un vestido dorado despampanante, bordado con piedras en todo el canesú, con escote en V y finos tirantes. Sin duda, iba a encandilar a todo el mundo en la pista de baile.

También se había dejado el pelo suelto con ondas bien marcadas.

Estaba nerviosa, le temblaban las manos y su corazón palpitaba con fuerza. Por fin iba a verlo, y terminarían la espera y la incertidumbre; necesitaba aclararlo todo, saber si él seguía sintiendo cosas por ella. Ansiaba que así fuera por encima de cualquier otra cosa en el mundo.

Amanda intentó tranquilizarla.

—Estás hermosa, a mi hermano se le van a aflojar las piernas cuando te vea.

—¡Exagerada! ¿Hablaste con él, ya llegó?

—Sí, pero sólo me envió un mensaje, andaba con el tiempo justo. Iba a cambiarse a su apartamento y venía directamente.

—Estoy nerviosísima, hace tres días que lo llamo, le envío whatsapps y, nada, no me contesta. Anoche tuve una pesadilla y soñé que había conocido a alguien en Milán y que se olvidaba de mí.

—No seas tonta.

—Vos no estás en mis zapatos —protestó Paula.

—Por supuesto que no, tus Louboutin no me entran, los míos son dos tallas más —bromeó Amanda.

Las luces del jardín, de la casa y de la piscina estaban todas encendidas, y le conferían a ésta un aspecto que emulaba el mejor estilo de una mansión mediterránea, con columnas que sostenían el balcón circular de la fachada posterior.

La carpa instalada en el jardín resplandecía en la noche como un gran destello verde. La decoración combinaba de forma exquisita clasicismo y modernidad, con entelados y muchas flores, arañas de caireles y una pista de baile flotante que formaba un damero. La puesta en escena era impecable; una iluminación suave, mantelería en gris plomo y sillas plateadas.

Una rosa blanca colocada sobre cada plato recibía a los invitados y a cuyo tallo estaba atada una cinta verde de la que colgaba la tarjeta que los ubicaba en la mesa. Ningún detalle se había dejado al azar, todo estaba pensado y calculado.

La familia aguardaba en la sala principal bebiendo champán a que los invitados empezaran a llegar. A medida que lo fueron haciendo, se dirigieron hacia el corazón de la fiesta para recibirlos como buenos anfitriones. Los comensales eran acompañados hasta la carpa por el personal dispuesto para la ocasión. Allí, una gran banda tocaría toda la noche una extensa selección de clásicos. Las fiestas en la mansión de los Masslow tenían mucho estilo y nadie quería perdérselas. Paula y July tenían el privilegio de acompañarlos ese día como sus invitadas especiales.

Alex estaba saliendo de su apartamento cuando sonó su teléfono, Heller lo esperaba en la calle.

—Hola Alex, soy Bob. Querido, te llamo para pedirte un favor —le espetó.

—Sí, Bob, decime. ¿En qué puedo ayudarte?

—Yo ya estoy en Los Hamptons y quisiera saber si ya saliste para acá.

—Estoy a punto de hacerlo, ¿por qué?

—Es que a Rachel no le arranca el coche. La muy cabezota no quiso venir con nosotros y aún está en su apartamento. Y hasta que consiga uno, llegará quién sabe a qué hora. Tu padre me sugirió que te llamase a ver si aún estabas en Manhattan.

—Descuidá, tío Bob, yo la paso a buscar. —Puso los ojos en blanco—. Por favor, avisale de que espere en el vestíbulo del edificio para no retrasarnos más; en quince minutos estoy ahí.

Para Alex era imposible negarse a una demanda de Bob, el mejor amigo de su padre, aunque en esa ocasión hubiera tenido ganas de hacerlo. Llegó al apartamento de Rachel y ella ya lo estaba esperando. Heller bajó a abrirle la puerta para que se acomodase en la parte trasera del coche, junto a Alex.

—Hola, bombón, gracias por venir tan pronto.

Cuando subió, intentó besarlo en la boca, pero él apartó la cara.

—Tuviste suerte de que aún no me hubiera ido. Por favor, Rachel, no te pongas pesada, no estoy de humor. Llegué hace apenas una hora de un viaje eterno y tengo jet lag, no me fastidies.

—Cada día estás más antipático conmigo, antes de que nos acostáramos me tratabas mucho mejor.

—Antes no me asediabas con tanto descaro, no sigas metiendo la pata.

Hicieron el resto del viaje en el más profundo silencio. Alex entrecerró sus ojos, esperando y ansiando que se le calmara un poco el dolor de cabeza, pero además para evitar tener que hablar con ella. En su adormecimiento, imaginaba a Paula; estaba tan ansioso por verla para decirle cuánto la amaba. Sólo abría los ojos de vez en cuando para mirar su Vacheron Constantin con ansiedad.

La carretera estaba muy despejada, por lo que Heller recorrió el trayecto hasta la mansión en sólo dos horas.

Alex bajó y no se preocupó de abrirle la puerta a Rachel y mucho menos de esperarla; con un ademán le indicó a su chófer que lo hiciera él. Entró con el ánimo febril, cruzó el vestíbulo y el pasillo que llevaba al jardín a zancadas, desesperado por verla, y entró en la carpa. La buscó entre la gente y la vio: estaba de espaldas a la entrada hablando con su hermana. La elegancia de su figura le nubló la vista.

—Tranquila, ha llegado mi hermano.

Amanda la agarró del brazo mientras le alcanzaba una copa de champán. Paula empalideció y sorbió nerviosa.

—¡Será zorra! No te des la vuelta —exclamó Amanda, tenía sus ojos clavados en Alex con furia.

—¿Qué pasa? Me estás asustando. ¿Por qué maldecís así y ponés esa cara?

—Llegó con Rachel, está como una garrapata agarrada de su brazo.

—¿Qué? ¿Con esa zorra de plástico? Te lo dije, Amanda, tu hermano no quiere saber nada más conmigo.

—¡Ah! Veo que a vos tampoco te cae bien, ¡cuántas cosas tenemos en común, Paula!

Ella no aguantó más y se volvió furtivamente, necesitaba verlo y encontrar su mirada. La mujer se había aferrado al brazo de Alex, pero él la miró con odio después de descubrir los ojos amenazadores de su hermana melliza. En el preciso momento en que Paula se giró, él se deshizo de Rachel y la dejó sola en la entrada mientras saludaba a otros invitados.

—Vamos hasta la mesa, no quiero quedarme acá, me tiemblan las piernas y tengo ganas de llorar. Todo se terminó, estoy segura.

—No, no me hagas eso, Paula, no llores.

Amanda esa noche estaba del lado de la argentina y, si él estaba buscando venganza, no iba a ser su cómplice.

La orquesta estaba dispuesta en uno de los laterales de la enorme carpa, de espaldas a la Bahía de Mecox. Los invitados pululaban por la pista de baile, sin ocupar aún sus sitios, degustando los canapés que les ofrecían. Muchos que se habían enterado de la apertura de Mindland en Italia se acercaban a Alex para felicitarlo, él extendía la mano y contestaba de forma mecánica. Quería desembarazarse de todos y ver a su chica de una vez.

Frente a la gran orquesta y separadas por la pista, se habían dispuesto las mesas en forma de U. En la central, estaban sentados el matrimonio Masslow, los padres de Joseph, Ofelia, July y Paula. Además, estaba libre el lugar designado a Alex y, a su lado, se habían sentado Amanda, Chad y el matrimonio Evans. Mientras Joseph conversaba con su amigo, Julia, que se expresaba muy bien en inglés, ya había hecho buenas migas con Serena Evans y con la señora Hillary Masslow.

Al final, Alex se excusó con los invitados que lo detenían y esgrimió una disculpa para ir a saludar a su madre y fue decididamente a su encuentro. Ésta resaltaba en la pista con su vestido rojo chillón. La abrazó por detrás y la llenó de besos. Paula los miraba desde una distancia prudencial. Él estaba muy elegante y distinguido, con su esmoquin negro de dos botones y con solapas de seda; parecía un dios griego, su porte era magnífico. Llevaba también una camisa con botones de azabache, una pajarita negra y un chaleco de seda. Al abrazar a Bárbara, la manga de su chaqueta dejó al descubierto los gemelos de platino que decoraban los puños de su camisa. Su atuendo se completaba con unos zapatos de charol con cordones de Salvatore Ferragano; parecía el maniquí de un escaparate de la Quinta Avenida.

—¡Alex! Hijo querido, estaba preocupada al ver que no llegabas.

—Acá estoy, no me perdería tu fiesta de cumpleaños por nada en el mundo. —Volvió a abrazarla, la cogió de una mano y la hizo girar para admirarla—. Estás hermosa, mamá, el rojo te sienta muy bien —le dijo guiñándole un ojo.

—Ya me lo dijeron unos cuantos hoy. Y mirá que yo que no me decidía por este color, pero Amanda y Paula insistieron.

—Sin duda, fue una gran elección. Cerrá los ojos, tengo algo para vos que va a combinar muy bien con ese vestido rojo.

La mujer hizo caso de inmediato y Alexander metió la mano en su bolsillo para sacar una caja negra con el logo de Bvlgari.

—Ya podés abrirlos.

Bárbara le hizo caso y se encontró con el estuche, que cogió entre sus manos y abrió, para descubrir un anillo de platino con hileras de diamantes y un rubí en forma de gota.

—¡Alex, es hermoso! —exclamó su madre y lo sacó de la caja para ponérselo.

En ese momento, Rachel se acercó a ellos.

—Feliz cumpleaños, Bárbara.

—Hola, corazón, mira lo que me regaló Alex, ¿no es hermoso?

—¿Tu hijo o el anillo? —Alex puso los ojos en blanco.

—El anillo, Rachel. Es obvio que mi hijo también lo es.

Alex sonrió por compromiso, besó la mano de su madre, volvió la cabeza, hastiado de la presencia de Rachel, y se dio cuenta de que Paula estaba sentada frente a ellos y los miraba. Su corazón palpitó con fuerza.

—Sí, ambos son hermosos, tienes razón, y ese anillo es una verdadera belleza. Alex siempre ha tenido muy buen gusto. Pero, Barby, mi saludo viene con un reproche porque no me has colocado en la mesa principal protestó Rachel con un mohín.

—Lo siento, cariño, es que llegaron una amiga mía de Argentina y su hija y no me quedaban sitios libres, pero te puse al lado de Alison y Jeffrey, y también estarás con Edward y Lorraine.

—No te preocupes, hoy estoy muy bromista —mintió ella, furiosa porque no estaba sentada con Alex; se sentía marginada.

—Vamos a sentarnos, mamá.

—Sí, querido, vamos y así les muestro mi regalo. Además, te quiero presentar a mi amiga.

Rachel los siguió y fingió que iba a saludar a sus padres. Amanda fue la primera en echarse en brazos de Alex, que la abrazó y la llenó de besos.

—Me vas a quitar todo el maquillaje y me vas a arruinar el peinado, hermanito, no seas tan efusivo.

—Te extrañé, no seas tan protestona.

Volvieron a abrazarse y Amanda aprovechó para hablarle al oído: —Voy a matarte, ¿por qué llegaste con Rachel? —Él no podía contestarle con sinceridad, así que sólo atinó a decir:

—Pura coincidencia, no te preocupes por nada.

Fue a saludar a sus abuelos y a Ofelia que, como siempre, lo aduló; Alex era su preferido y ella no lo había disimulado nunca.

—Ay, doña Hillary, ¡quién pudiera ser una veinteañera para tener posibilidades con este jovenazo que tiene usted por nieto! —Alex le guiñó un ojo y le susurró al ama de llaves en el oído:

—Lo siento, querida, mi corazón ya tiene dueña, no tengo ojos para nadie más.

—¿De verdad?

—¡Chis! En un rato te la presento. —Se estrechó en un abrazo con su padre ofreció un cálido saludo al matrimonio Evans. Bob aprovechó en ese instante para agradecerle que hubiera ido a buscar a Rachel, cosa que aclaró las dudas de Paula y Amanda. Después, su madre le presentó a Julia.

—Encantado, señora, realmente es un placer conocerla, no salgo de mi asombro. Es increíble que se hayan reencontrado a través de Paula, es extraordinario cómo se han dado las cosas.

—Yo también estoy encantada de conocerte, pero llamame July. Fue una gran coincidencia que nos hayamos vuelto a encontrar con Bárbara. ¿Sabés, Alex? Creo que es el destino, las casualidades no existen. —July le acarició la barbilla y le besó la frente—. Es un placer conocer a todos los hijos de mi amiga.

Paula le había esquivado la mirada en todo momento, estaba furiosa porque había llegado con Rachel a la fiesta, aunque al parecer no hubiera sido por decisión propia. Alex la había dejado para el final adrede, pero mientras hablaba con July, los ojos se le iban hacia ella. Estaba encantadora, particularmente hermosa; no había mujer más abrumadora en toda la fiesta, sólo ella, su Paula.

—¿No saludás a Paula, cariño? —le preguntó su madre.

—Por supuesto —contestó Alex y se dio la vuelta.

La joven levantó la vista tímidamente.

—Hola.

—Hola, estás hermosa —le habló muy bajo para que sólo ella lo escuchara y le dio un beso en la comisura de los labios.

—Gracias.

Amanda seguía toda la escena sin ningún disimulo.

Alex cogió a Paula del brazo sin pensarlo y movió la silla para que se pusiera de pie, pillando a todos por sorpresa. Fijaron su atención en ellos con algo de desconcierto.

—Mamá —dijo él mientras obligaba a Paula a levantarse—, te pido que esperes unos minutos para dar comienzo a la fiesta, Paula y yo en seguida regresamos, no empieces sin nosotros —le advirtió antes de irse.

Alex la sacó hacia afuera y Amanda ahogó una risita. Estaba feliz, pero Joseph la miró iracundo y, entonces, Bárbara empezó a notar que algo extraño pasaba.

—Vos o tu hija, ¿me pueden explicar qué está pasando? Porque presiento que ustedes saben por qué Alexander fue tan grosero con Paula, por poco se la lleva a rastras.

July casi ni respiraba, su amiga era prácticamente la única de la familia que no sabía la historia y sintió pena por ella.

—No te preocupes —intervino—, no me pareció grosero, se ve que tenían que hablar.

—Alexander nunca se comporta así, si lo conocieras mejor lo sabrías. Acá hay gato encerrado —le susurró.

Rachel estaba furiosa, se había quedado de piedra al lado de sus padres y Alex no le había dedicado ni una sola mirada.

Alexander arrastró a Paula hasta fuera de la carpa sin mediar palabra y, cuando la hubo alejado de las ciento cincuenta miradas curiosas, la cogió por la nuca y la cintura y la besó. La aprisionó contra su cuerpo con desesperación y ella, aunque primero se quedó tiesa, luego respondió del mismo modo; se aferró a su cuello, le enredó sus dedos en el pelo y le entregó su lengua. Él le engulló la boca, lo había ansiado desde que la había visto en la mesa y supo que tendría que sacarla de ahí porque necesitaba hacerlo sin privarse de nada. Ese beso hubiera escandalizado a más de uno. Después de un rato, cesaron en su frenesí y separaron sus labios.

—Ahora debemos volver, luego hablamos.

Pero ella se plantó en el césped, le dio un fuerte abrazo y cerró los ojos, como si no quisiera que él se le escapase. Alex respondió de la misma forma, sólo deseaba tenerla entre sus brazos y huir de todo mal, pero debían volver.

—Te amo, mi amor, te amo —le dijo clavando sus ojos verdes en los azules cristalinos de él.

—Yo más... —La tomó de la mano, le besó los nudillos y le sonrió de manera seductora—. Todo va a estar bien —le aseguró.

De regreso a la mesa, le retiró la silla y se la arrimó para que se sentara. Por último, le ofreció una sonrisa y un guiño, cogió su mano y se la volvió a besar cuando se acomodó en su sitio junto a ella.

—Ahora, sí, mamá, podés dar comienzo a tu fiesta, ya estamos todos tus hijos —sugirió Alex, mientras Joseph, por atrás y con una mueca chistosa, le indicaba que se limpiase de los labios los restos de carmín. Alex sacó su pañuelo y lo hizo, Paula quería enterrar su cabeza en el suelo.

—Voy hasta el micrófono, cuando regrese tenemos que hablar —le advirtió Bárbara a su hijo con un dedo en alto—. Y vos dejá de ser tan poco disimulado —amonestó a Joseph.

Rachel había seguido furiosa toda la escena desde lejos, se había retirado hasta su mesa y se estaba tomando el champán como si fuera agua.

El maestro de ceremonias pidió silencio y los instó a todos a que se colocaran en sus lugares. Cuando, por fin, se hizo el orden, los invitados estaban expectantes y Bárbara subió fulgurante al escenario en medio de un aplauso general. Sus hijos varones silbaban apasionados y agitaban su servilleta vitoreando a su madre fuera de todo protocolo. Al final, muy emocionada, lanzó besos a sus hijos, agradeció a todos su asistencia y los instó a que comieran, bebieran y se divirtieran muchísimo.

La mujer bajó del escenario y volvió a la mesa entre saludos y felicitaciones. Después empezaron a llegar los camareros para servir el primer plato. Hillary, la madre de Joseph, se dirigió a su nieto mientras cortaba un bocado:

—Alex, aclarame algo, cariño, porque creo que estoy casi tan perdida como tu madre. ¿Esta niña, hermosa y dulce, es tu novia?

Él miró a la aludida, que estaba roja como un tomate, dejó el tenedor, le cogió la mano, se la besó y les dijo a todos:

—Sí, Paula y yo somos novios.

Amanda saltó despedida de la silla para abrazarlos, Paula estaba atónita. Bárbara no podía reaccionar.

—¿De verdad? —preguntó tocándose el pecho y un tanto incrédula por las palabras que había dicho su hijo pequeño.

—Sí, mamá, ¿no te ponés contenta?

—Por supuesto, es que estoy a punto de llorar y se me va a correr el maquillaje.

—Entonces, no llores —le sugirió Alex— y danos un abrazo en vez de lágrimas.

Uno a uno todos fueron felicitándolos, la mesa era un alboroto. Julia abrazó a su hija y también a Alex; Paula no podía creer lo que estaba pasando. Él la tenía agarrada por la cintura y no paraba de besarle el pelo. Sus hermanos, que estaban en la mesa de al lado, se acercaron después de que su madre los llamara, para ver qué sucedía.

—¿Por qué tanta algarabía? —preguntó Jeffrey.

—Es que tu hermano y Paula acaban de anunciarnos que son novios.

—¡Ah, eso! Felicidades, por fin se aclaran las cosas.

—¿Vos también lo sabías? —le preguntó su madre atónita—, porque estos dos sí eran conscientes —añadió señalando a su esposo y a su hija—. Y no sé por qué presumo que Chad y Alison también. ¿Quién más lo sabía? ¿O acaso yo era la única que no estaba al tanto?

—Yo no lo sabía —mintió July en solidaridad con su amiga, para que no se sintiera tan descolocada.

Y Paula pensó: «Yo tampoco lo sabía, Bárbara, no te preocupes».

—En realidad nadie estaba al corriente, mi amor —intervino Joseph—, sólo al tanto de que entre ellos había habido algo, pero recién ahora nos estamos enterando de que son novios.

—Sí, pero todos sabían algo menos yo.

—Tomátelo como un regalo de cumpleaños, mamá —trató de engatusarla Alex.

—Dejá de mentirme, hijo, tu madre siempre se entera de las cosas en último lugar.

—Bárbara, no exageres, no es para tanto —la regañó Ofelia.

—Yo sigo sin entender —insistió la abuela—. Estas relaciones que hay entre los jóvenes yo no las comprendo, ahora están juntos, se besuquean, y a veces algo más, porque yo no me chupo el dedo, pero no son novios hasta que lo anuncian.

—Abuela, ahora son novios formalmente, quieren compartirlo con todos nosotros. Antes, la relación sólo era entre ellos dos —intentó explicarle Amanda.

—Mamá, son adultos —le explicó Joseph. Alex se reía y Paula estaba roja de vergüenza.

—En nuestros tiempos, para poder besar a una mujer, primero teníamos que ser novios y pedir su mano. ¡Cómo han cambiado las cosas! ¡Ahora, hasta se van a vivir juntos antes de casarse! —exclamó el abuelo—. Y que conste que sólo es un comentario, no critico a nadie.

—¡Ay, don Masslow! ¡No va a negar que ahora es más divertido! saltó Ofelia mientras le guiñaba un ojo; el abuelo se carcajeó.

—¡Ya lo creo! —asintió el hombre—. Se lo pasan mucho mejor que nosotros. —La risa fue generalizada en la mesa.

Bárbara y Joseph inauguraron formalmente la pista al ritmo de In the Moon y demostraron ser muy buenos bailarines. Después de ovacionarlos, sus hijos varones se levantaron y bailaron con Bárbara, hasta que ella terminó el baile con su esposo. Tras la primera pieza, sonó Oceans Eleven y el maestro de ceremonias invitó a todos a bailar; Alex cogió a Paula de la mano y la llevó hacia la pista.

—Estás hermosa con ese vestido, las luces de la fiesta parecen insignificantes a tu lado —él la miraba embelesado.

—Exagerado, vos también estás muy lindo. Me dan ganas de comerte a besos.

—Hum, qué tentación —le susurró Alex con los ojos cerrados.

—No puedo creer que estemos bailando juntos y que hayas dicho lo que dijiste en la mesa.

—¿Querés ser mi novia?

—Creí que ya lo éramos, eso dijiste, pero sí, claro, acepto.

Se rieron, entrelazaron con fuerza sus manos y él se afianzó a su cintura.

La orquesta siguió con Hit the road, Jack, y Alex no paraba de reírse y de besar a Paula en la mejilla y en el pelo. Estaba feliz y la hacía girar en la pista para que se luciera y para que todos lo envidiaran por estar a su lado. Después, empezaron a tocar Love y una cantante la interpretó majestuosamente.

—Ésta es la canción de mis padres —le explicó él.

—Es bellísima.

Paula se acercó a su cuello y lo olió mientras daban vueltas; Alex era suyo, sentía que flotaba entre las nubes mientras él la hacía girar y girar. Para bajar un poco las pulsaciones de los invitados, empezó a sonar What a wonderful world.

—Te amo, Alex.

—Yo te amo más.

—No nos separemos nunca más —le suplicó ella.

—Nunca más —le aseguró él.

Al rato, Alex le cantó al oído la siguiente canción, que fue interpretada en vivo por una pareja de cantantes:

Unforgettable, that’s what you are

Unforgettable though near or far

Like a song of love that clings to me

How the thought of you does things to me

Never before has someone been more

Unforgettable in every way

In addition, forever more, that’s how you’ll stay

That’s why, darling, it’s incredible

That someone so unforgettable

Thinks that I am unforgettable too

Unforgettable in every way

In addition, forever more, that’s how you’ll stay

That’s why, darling, it’s incredible

That someone so unforgettable

thinks that I am unforgettable too

Cuando la letra de la canción empezó a repetirse, él le habló:

—Te extrañé tanto, mi amor, me hiciste tanta falta, Paula.

—Yo te extrañé más.

—Mentira, porque me hiciste sufrir mucho.

—Yo también sufrí, Alex, vos también pudiste haber hecho algo para evitarlo.

—Chis, ahora no nos reprochemos nada, disfrutemos del momento, del aquí y ahora. Te prometo que hablaremos de todo —le dijo y la besó en la nariz; ella se aferró a su cuello—. No puedo creer que te tenga otra vez entre mis brazos.

—Yo tampoco doy crédito a todo esto.

—¿Así que te venís a vivir a Nueva York?

—Con o sin trabajo, me quedo acá, tenelo claro.

—¡Ésa es mi chica!

—¿No estás cansado por el viaje?

—Estoy muerto, pero inmensamente feliz y nada me importa más que disfrutarte y compartir mi felicidad con mis seres queridos. Ha sido el viaje más espantoso de mi vida —siguió diciendo—, sólo quería regresar. Sabía que estabas acá y sentía celos de toda mi familia porque estaban a tu lado, ¡y yo a millas de distancia!

—Pero estabas en cada uno de mis pensamientos. —Él la miró y le dio un beso silencioso.

—Dios hizo un milagro y Alex parece feliz. ¡Estaba harta de verlo tan triste!

Mientras bailaban, Joseph y Bárbara no podían dejar de comentar lo que acababan de vivir.

—Paula es una buena chica, hacen una pareja estupenda —afirmó él con rotundidad.

—Entonces, ella es la chica que nos dijo aquella noche que calificaba para novia y aún más, la chica con la que se había peleado, ¿verdad?

—Exacto, mi amor.

—¿Qué habrá pasado? ¿No sabés?

—Los demonios de Alex, como siempre. Pero Paula lo va a iluminar y va a alejar a todos sus fantasmas.

—Nuestro hijo está enamorado, ¡cómo la mira!

—Con cara de bobo, sí, definitivamente creo que está enamorado.

—Nunca miró así a Janice.

—Vos y yo sabemos que no la amaba.

—Sólo le pido a Dios que pueda ser feliz.

—Lo será, mi vida, lo será tanto como lo somos nosotros.

Antes de que sirvieran los postres, Alex se llevó la mano a la cabeza y se apretó las sienes. Paula advirtió su gesto de inmediato.

—¿Qué te pasa, mi amor?

—No doy más del dolor de cabeza.

—Es el jet lag. Vamos a mi habitación, tengo un analgésico para la migraña, se te pasará en un rato. Además, quiero ir al baño.

Subieron la escalera de la mano y entraron en el dormitorio de Paula. Alex se apoderó de su boca en el mismo instante en que atravesaron el umbral, no pudo resistir la tentación y la tendió de espaldas en la cama mientras su lengua se metía sin permiso, le faltaba la respiración, ¡ansiaba tanto acariciarla! Bajó hasta su cuello y se perdió en el aroma de J’adore mientras la lamía. Siguió por su escote y llegó al nacimiento de sus pechos.

—Esperá, mi amor, yo también quiero, pero debemos regresar a la fiesta.

—Después, Paula, no me pidas que me detenga. Mirá cómo estoy —le dijo mientras empujaba su erección contra ella y la miraba suplicante—. Necesito aliviarme, te deseo demasiado.

Ella le apartó el pelo de la cara, tomó su rostro entre las manos, lo besó y luego le pidió:

—Cerrá la puerta.

Alex se levantó obediente y bloqueó la entrada, luego se quitó la chaqueta, el chaleco y la pajarita y se desabrochó el primer botón de la camisa. Paula lo observaba y él le extendió la mano para que se levantara. La giró para ocuparse de la cremallera de su vestido, la bajó y sus manos reptaron para deslizarle los tirantes, mientras le mordisqueaba el cuello. Después la ayudó a que saliera de la prenda: no tenían mucho tiempo.

Casi se queda boquiabierto cuando le terminó de quitar el vestido; ella llevaba una lencería de infarto, un corsé de encaje transparente color caramelo, una diminuta braguita y un portaligas que sostenía sus medias.

—Paula, mi imaginación quiere hacerte tantas cosas, pero no vamos a tener tiempo, mi amor, debemos regresar para cortar el pastel con mi madre.

Ella se rió.

—Sé que tu imaginación no tiene límites, pero guardá esas ideas para después, ahora que sea rápido.

Alex se acercó, la besó y volvió a tirarla sobre la cama, abrió su bragueta con rapidez, bajó su pantalón y su calzoncillo hasta las rodillas y dejó salir su erección. Sin perder tiempo, le quitó el tanga y, tras tocarla y comprobar que estaba lista para recibirlo, la penetró y se hundió en ella sin pensarlo. Paula estaba tan mojada que su pene se deslizó y se perdió en su vagina. Deseoso, levantó la cabeza para mirarla y cerró los ojos mientras emitía un suspiro y se quedaba enterrado y quieto, como siempre.

—Es mejor de lo que recordaba.

—Mucho mejor —convino ella.

Alex comenzó a moverse despacio y fue aumentando la intensidad de sus embestidas, mientras sorbía uno de sus pechos, que había sacado por encima del corsé.

—¿Te gusta, mi amor?

—Me encanta, te extrañé tanto, mi vida.

—Nunca más, nunca más vas a echarme de menos.

Alex la embistió con fuerza para reafirmar sus palabras y así siguió, quería que lo sintiera hasta lo más hondo.

—Vos sos mía, Paula, mía y de nadie más. Me pertenecés, sólo yo puedo tenerte así, sólo yo puedo enterrarme en vos. Tu cuerpo es mío, no quiero que lo desee nadie ni con el pensamiento.

—¡Chis! Mi amor, sólo vos, solamente vos, te lo juro. —Le susurró sobre sus labios calmándolo porque parecía angustiado.

Alex arremetió con movimientos despiadados, a Paula le dolía pero entendía que lo había hecho sufrir tanto que era la forma que él tenía de castigarla. Y, de repente, empezó a disfrutar de ese castigo, ese que sólo él podía infligirle. Empezó a apretar su vagina, su orgasmo estaba muy próximo.

—Te siento, nena, siento como me comprimís; dejate ir, por favor, quiero ver tu cara en el momento en que te provoco un orgasmo. Lo soñé tantas veces, Paula, hacé que mis sueños se hagan realidad.

Las palabras de Alex detonaron en ella todas sus sensaciones, su boca, como una O mayúscula, dejó escapar el aliento que estaba conteniendo. Arqueó su espalda para encontrarlo con su vagina mientras se corría, cerró sus ojos extasiada durante unos instantes y luego los abrió y los clavó en los de él, sus manos se hundieron en sus bíceps. Maravillado por el placer que ella sentía, él también se dejó ir con un ronquido profundo que resonó desde el fondo de su garganta. Tembló, se le erizó la piel y le llenó toda la vagina con su semen. Lo depositó todo en ella, era el único lugar donde quería dejarlo, y se quebró, porque supo que sólo podía llegar a sentirse así a su lado. Alex, vulnerable, se puso a llorar como un niño.

—No me dejes más, Paula, nunca más te alejes de mí.

—No, mi amor, te juro que nunca más nos vamos a separar, no llores, por favor, no lo hagas. No quiero que te sientas así, ya estamos juntos, unidos, mirá cómo estamos, siempre va a ser así.

Ella también lloraba, comenzó a besarlo en el rostro, tenía sus piernas enredadas a su cintura; él seguía dentro de ella con los pantalones por las rodillas.

—Tenemos que volver, mi amor, debemos calmarnos.

Él sorbió la nariz y asintió con la cabeza, salió de su interior a regañadientes y se metieron en el baño. Alex la ayudó con la cremallera del vestido, pero a ella se le había corrido el maquillaje y necesitaba unos retoques.

—Tu cabeza, Alex, ¿aún te duele?

—Es una coctelera.

—Hace un rato no te acordabas —bromeó Paula.

—Hace un rato estaba perdido en vos, ahora regresé a la realidad.

Le dio una palmada en el trasero y le estampó un beso en su congestionada boca, maltrecha por su despiadado ataque.

Ella buscó un ibuprofeno y se lo dio.

—Andá vos, yo me quedo retocándome el maquillaje y voy en se guida.

—Pero no tardes.

Bajó la escalera, estaba feliz, iba arreglándose la pajarita y abrochándose la chaqueta.

En el vestíbulo se encontró con Rachel.

—¿Estuvo entretenido? —Él la miró, pero no le contestó—. ¡Maldito! —le gritó, e intentó darle con el bolso de fiesta cuando pasaba junto a ella;

Alex se volvió, la agarró de un brazo y la zarandeó.

—¿Estás loca o qué te pasa?

—Conmigo te tomaste sólo cinco minutos, pero hace más de cuarenta minutos que estás encerrado con esa perra oportunista y tercermundista. Te amo, Alex —le confesó e intentó aferrarse a su cuello pero él la apartó—. Te amo, me trataste como a una prostituta, ni siquiera te preocupaste por saber si había tenido un orgasmo, ¡eres un malnacido! Soy de tu misma clase social, ¿por qué siempre te atraen las más bastardas? —le chilló.

—Me parece que bebiste demasiado, Rachel. No quiero escándalos y tampoco que hables así de Paula, ¿me has oído? —le espetó Alex enérgicamente y con los dientes apretados, pero conteniendo el tono de voz—. Cuando pasó lo que pasó entre nosotros, pudiste parar. Te di la oportunidad, ¿te acuerdas? Ese día te di lo que habías ido a buscar: un polvo, nada más.

—¿Qué tal si le digo a ésa que llegamos juntos porque veníamos de revolcarnos en mi casa? ¿Que fui a buscarte al aeropuerto y follamos toda la tarde hasta que se hizo la hora de venir? ¿A quién te parece que creería?

Alex le apretaba el brazo con fuerza, quería partírselo.

—Hazlo, venga, no vas a ganar nada. Tú, de una u otra forma, jamás existirás para mí.

En ese momento, echó una mirada hacia arriba, no quería que Paula lo encontrase allí y pensaba que Rachel, en ese estado, era capaz de cualquier cosa, así que la sacó hacia afuera del brazo. Mientras tanto, maldecía la noche en que se la había follado; no tendría que haberlo hecho porque esa loca podía traerle problemas. Sacó su teléfono del bolsillo y llamó a Amanda.

—Vení para el frente de la casa, te necesito. Y hacelo sola, que no te vea Paula. Vení por atrás porque ella en cualquier momento va a bajar la escalera.

—¿Qué pasa?

—¡Mierda, vení rápido, te estoy pidiendo un favor!

Cuando su hermana llegó, encontró a Alex sosteniendo a Rachel, que no paraba de vomitar.

—¿Está borracha?

—Sí, pero por suerte ya está medio inconsciente, así que no hablará. Voy a buscar a Bob para que se la lleve, quedate con ella y, cuando venga, le decís que la encontraste vos. ¡Carajo, me salpicó todos los zapatos! Sacó su pañuelo y se limpió con urgencia.

—Dale, hacelo pronto, Alex. ¡Por Dios, qué asco! Me va a salpicar el vestido. ¡Mierda, Alex, apurate!

Él llegó a la mesa, Paula ya estaba ahí, se acercó y le dijo al oído: —Ya vuelvo, mi vida, esperame. —La besó y se acercó a Bob para levantarlo de la mesa—. Bob, Amanda se encontró a Rachel descompuesta, cree que ha bebido mucho, me parece que será mejor que te la lleves.

—¿Rachel bebida?

—Sí, está con Amanda en el frente de la casa, acaba de avisarme para que te lo dijese. ¿Querés que te acompañe?

—No, no hace falta, ya te tomaste demasiadas molestias hoy en ir a buscarla, quedate con tu chica.

—De acuerdo, lo siento.

Alex suspiró aliviado, temía que si Rachel lo veía, estallara y empezara a decir estupideces otra vez. Intentando disimular, regresó a su asiento, cogió la mano de su novia y se la besó.

—¿Dónde está Amanda, Alex? —preguntó Joseph—. Llegás vos y desaparece ella, después de esta tanda de baile queremos cortar el pastel.

—Ahí viene, mirá.

—Vamos a bailar Heaven, hermanito —le pidió Amanda y lo arrastró hasta la pista.

—Alexander, ¿me vas a explicar por qué me dejaste con ese muerto encima y por qué Paula no debía verme?

—¿Se la llevaron?

—Sí, estoy esperando el cuento.

—No hay ningún cuento, sólo te pedí un favor.

—¡Ah, no! —Amanda se paró en medio de la pista con los brazos en la cintura.

—¿Qué hacés?

—Estoy esperando que me expliques. —Alex, la agarró otra vez de la cintura y la obligó a bailar, todos los miraban.

—Se puso pesada, eso es todo.

—No me digas que eso es todo. No quiero oír que te tirás a esa zorra porque te juro que te muelo a palos acá mismo.

—Me la tiré, una sola vez, ¡y maldita la hora!, fue un polvo de mierda y no me la puedo quitar de encima.

—Yo te mato, ella siempre te anduvo atrás, Alex; es obvio que ahora no te vas a poder deshacer de ella. ¿Qué pasó hoy?

—Empezó a gritarme y menos mal que bajé solo, porque la muy perra sabía que yo estaba con Paula arriba y nos estaba esperando. Me amenazó con decirle que hoy me había ido a buscar al aeropuerto y que llegamos juntos porque estuvimos en su casa. No hace falta que te diga haciendo qué, ¿verdad?

—¿Y estuviste con ella?

—¡No! Sólo pasó una vez y hace más de un mes.

—¿Y cómo la vas a frenar?

—Sobria es más manejable.

—Si querés seguir con Paula, mejor que así sea, porque una mujer despechada puede ser muy peligrosa y ésta, encima, se cree con derecho a mirar a todo el mundo por encima del hombro. Y no sé bien por qué, pero te aviso de que Paula no la traga. Te metiste en una buena, hermanito, Rachel no va a conformarse tan pronto con no tenerte.

—¡Gracias, Amanda, no me ayudes tanto!

—¿Cómo pudiste, Alex? ¿Cómo?

—Lo mismo me pregunté en el preciso instante en que salí de encima de ella.

—Jeffrey tiene razón, Alex, vos vivís con la bragueta bajada.

—Eso era antes de Paula.

—¡Antes de Paula! —exclamó Amanda incrédula y un tanto ofuscada—. Me estás diciendo que fue hace un mes y para entonces ya conocías a Paula.

—Estaba enojado con ella y Rachel me vino como anillo al dedo.

—No me cuentes más, ustedes sólo piensan con el pene cuando están enfadados y así se cometen las peores cagadas.

Chad se acercó a ellos cuando terminó la canción.

—¿Puedo bailar con mi esposa?

—Toda tuya, cuñado.

Él volvió con Paula, la besó en el pelo y se sentó junto a ella.

—¿Estás aburrida?

—No, mi amor, estaba mirándote embobada mientras bailabas con tu hermana y charlando con tu abuela y Ofelia. ¡Pobre, tu abuelo ya está cansado, se está durmiendo!

—Es que él normalmente se acuesta más temprano.

—Eso mismo me dijo Hillary. ¿Se te pasó el dolor de cabeza?

—Sí, no me había ni dado cuenta, pero ya se me pasó. —Alex sirvió champán para los dos, bebieron y luego se puso en pie y le dijo mientras le guiñaba un ojo—: Bailemos, mi amor.

Sonaba Something stupid y luego empezó Stranger in the night.

—Mi amor, la letra de esta canción parece nuestra historia, así es cómo nos conocimos —le dijo Alex.

—Tenés razón, es nuestra historia. A veces me pregunto si es normal amar tanto como te amo.

—¿Me amás mucho?

—¡Muchísimo! Aun cuando pensaba que no tenía derecho alguno sobre vos, seguía haciéndolo.

Joseph los fue a buscar cuando empezó a sonar Fever.

—Vamos, Alex, cuando termine esta canción, entramos con el pastel; tu abuelo ya se está durmiendo.

Paula le dio un beso en la mejilla y sonrió por el detalle que preparaban para Bárbara. Empezó a caminar para ir para la mesa pero Alex la detuvo.

—Vos también, mi amor, vamos.

—¿Yo?

—Sí, todos, Lorraine ya fue por los mellizos, vamos —la animó Joseph.

Paula no podía dar crédito a tanta felicidad.

El tiempo de baile se acabó, encendieron las luces para que los que aún estuvieran haciéndolo se situaran y, cuando todos estuvieron colocados en su lugar, las luces volvieron a apagarse y un foco iluminó la entrada.

Los acordes de Happy birthday, interpretada por Frank Sinatra, empezaron a sonar y se abrió la puerta. Los cuatro hijos de Bárbara y su esposo empujaban una mesa con un enorme pastel de cinco pisos con bengalas chispeantes y lleno de flores. Hillary y Joseph Masslow padre, Ofelia, Alison, Lorraine con los niños en brazos, Chad y Paula los seguían.

La homenajeada no paraba de llorar, su marido fue a buscarla y ella tomó a sus nietos para tomarlos en brazos. Dio un beso a cada uno de los que estaban en la pista y le dijo a Paula:

—Bienvenida a nuestra familia, querida.

—Gracias, Bárbara, me siento muy feliz de poder compartir este momento con vos.

Alex las abrazó a ambas con orgullo.

Se hicieron las fotos familiares y cuando la niñera se hubo llevado a los bebés, la orquesta comenzó a tocar New York, New York, y la gente salió a la pista a bailar.

Alrededor de las cuatro de la mañana, ya todos se habían ido. En el salón montado en la carpa, sólo quedaban los cuatro hermanos con sus parejas, conversando y tomándose la última copa de champán. Jeffrey había pinchado una selección de temas lentos de los años ochenta y noventa.

Alexander tenía la pajarita desatada y la camisa desabotonada. Estaba recostado sobre el torso de Paula, que lo abrazaba contra su pecho, y con las piernas apoyadas en otra silla. Le acariciaba su mano con el dedo pulgar, mientras ella jugaba con su pelo.

Amanda hablaba recostada en el pecho de Chad, el sueño estaba venciéndola. Lorraine, en actitud amorosa, estaba sentada en el regazo de su esposo, y Jeffrey y Alison abrazados muy juntos. Todos se sentían exhaustos.

—Hermanito, estás destruido —le dijo Jeffrey a Alex—, ¡tenés unas ojeras!

—No doy más, estoy pasado de vueltas. Hace treinta horas que estoy despierto, jet lag incluido. Me duele cada milímetro del cuerpo.

—Amanda, vamos, te quedaste dormida, vámonos —le pidió Chad, pero estaba tan vencida por el sueño, que la tomó en sus brazos y se la llevó.

—¿Cómo van los preparativos para la boda? La próxima fiesta será la de ustedes, ¡queda nada! —exclamó Lorraine.

—Ahora que lo pienso, tenés razón —confirmó Alison mientras besaba a Jeffrey en los labios— ¡y aún faltan tantas cosas...!

—¿Dónde es la boda? —se interesó Paula.

—En el Four Seasons.

—Debés de tener todo más o menos solucionado, ¿no?

—¡Con lo que costó! —se quejó Jeffrey—, ¡espero que pongan un lacayo a cada lado de las mesas!

—No seas malo, amor, se supone que uno se casa sólo una vez.

—Sí, claro, uno tendría que ser muy estúpido para gastarse dos veces la misma cantidad de dinero —bromeó Edward y todos rieron, menos Alison.

—Tuvimos muchas reuniones con la coordinadora de bodas —explicó Alison—. Es un amor y nos atendió hasta que nos pusimos de acuerdo en todo.

—¿La ceremonia también la van a hacer ahí?

—Sí, Paula, sólo la religiosa con un representante católico, pero luego tenemos que pasar por la iglesia para ratificar los votos, ya que para la Iglesia católica sólo son válidos los matrimonios dentro de un edificio sacro. —Alison acarició el rostro de su prometido y volvió a besarlo.

—Sí, en eso la Iglesia es muy estricta, salvo en casos extremos. ¿Dónde se casaron ustedes? —interrogó Paula a Lorraine y Edward.

—Ah, nuestra boda fue más sencilla, la hicimos acá. Vino una jueza y nos casamos sólo por lo civil. La mansión estaba recién comprada y fue la primera fiesta que se hizo, ¿verdad, mi amor?

—Sí, así es, además la ceremonia fue bastante íntima; éramos muchos menos de los que estábamos hoy acá.

—Y Amanda se casó en Miami —le contó Alex y empezó a reírse despabilándose de golpe—. Hizo la ceremonia en la playa. —Todos estallaron en una carcajada porque ya sabían lo que venía—: ¡Teníamos arena hasta en el trasero!

—Hablábamos y tragábamos arena —añadió Jeffrey y todos se desternillaron.

—Sí —aseveró Edward—, me restregué tanto los ojos que no pude ver la ceremonia.

—Yo era una de las damas de honor —le explicó Alison—. Aquel día había un viento de locos, pero ella se empecinó igual en hacer la boda en la playa. La coordinadora estuvo tratando de convencerla hasta el último momento de que la celebraran adentro, pero no pudo.

—Mamá tenía puesta una capelina y terminó sosteniéndosela con las dos manos porque se le volaba —contó Alex a carcajadas— y la abuela protestaba tanto que no la podíamos hacer callar. ¡No sabés lo que fue eso! Parecíamos los protagonistas de Rústicos en Dinerolandia, todo muy lujoso pero totalmente desubicado.

—Sí es cierto —Jeffrey se agarraba la barriga y lloraba de la risa, y Paula se había contagiado y se reía con ellos imaginando la escena—. Las telas y las flores se volaban y el presbítero que ofició la ceremonia no podía hablar. ¡Era una escena desternillante!

—¡Pobre! Yo me muero si me llega a pasar una cosa así el día de mi boda.

—No te preocupes, Paula. Amanda ni se enteró hasta que se lo contamos y lo negó todo hasta que vimos el vídeo. Ella sólo quería que la ceremonia fuera en la playa. ¡Por Dios, paren porque no puedo más de risa! —dijo Edward—. ¡Qué pena que se haya ido y no la hayamos podido hacer cabrear!

—En realidad, el que se salvó fue Chad —señaló Jeffrey—, porque después se la agarra con él.

—¡No me digan que son los típicos torturadores de hermanas y mujeres! —protestó Paula.

—No, cuando se juntan siempre torturan a alguien, no importa a quién. También lo hacen entre ellos, andá preparándote porque, cuando entren en confianza con vos, también te va a tocar y será mejor que no demuestres tu enojo, porque no tienen fin —le advirtió Lorraine.

—Mejor nos vamos a dormir —concluyó Alex—, me duermo sentado. Se levantaron todos y fueron hacia el interior de la mansión todavía entre risas, mientras subían la escalera.