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Ahora que el cura se ha marchado, puedo meterme otra raya.

(un silencio de trescientos segundos, con el sonido de mi respiración por toda compañía)

Mis pensamientos en este momento:

Al final de la Biblia, el Apocalipsis presenta el fin de los tiempos como una buena noticia. El año 2005 fue el más caluroso desde hacía doce mil años: yupi. Pronto Moscú estará al borde del mar y se visitará San Petersburgo en batiscafo. Groenlandia pierde como mínimo cien mil millones de toneladas al año. No comprendo por qué los terráqueos temen tanto que Groenlandia se derrita, que los desiertos avancen, que la atmósfera se recaliente, que el nivel de los mares se eleve o que se deforesten las selvas amazónicas: deberían alegrarse de asistir a la salvación de la Historia. Más del 60 % de los ecosistemas están degradados, la mitad de las especies de peces van a desaparecer de los océanos de aquí a medio siglo. Las emisiones de gas con efecto invernadero siguen aumentando, el número de cánceres precoces y de malformaciones congénitas crece sin parar, la fertilidad disminuye: la humanidad se está autodestruyendo. El mundo toca quizás a su fin pero no es una catástrofe, puesto que el fin es un principio. (En mi juventud, Apocalipsis era incluso el nombre de un local nocturno de París, rue du Colisée… Hoy se llama Los Tablones y la edad media de sus clientes es de quince años, como en el System, el nightlub de Auschwitz. ¡Si nuestros hijos supieran sobre qué historia bailan!) Nuestro modo de vida acelera el movimiento final y los lobbies petroleros se resisten al cambio. Quizás los presidentes del consejo de administración de las multinacionales tienen, como yo, prisa en asistir a la apoteosis terminal. O bien:

Solamente se vengan De no tener ya quince años.