14

Oh, si yo le contara la cantidad de historias parecidas que he vivido. Ania, Yunna, Maria, Irina, Evguenia, Marta, Galina, todas las reinas descubiertas, diseccionadas, perdidas, evitadas, conservadas, olvidadas, etiquetadas, seleccionadas, preseleccionadas, comparadas, desairadas, seducidas, rechazadas, añoradas… Era mi trabajo: abordar la belleza para hundirla. Para ello siempre había que empezar convenciendo a la chica de mi probidad y luego pasar los rublos relucientes por delante de la mirada de sus padres; a continuación, la agencia se encargaría de vender la juventud como un saldo a la marca de cremas antiarrugas. Ideal era una de las empresas francesas más rentables (2.000 millones de euros de beneficios por 16.000 millones de facturación), fundada por un químico genial cuyos herederos habían hecho fructificar las patentes bajo la ocupación alemana. Había llegado a líder mundial de la industria cosmética a fuerza de machacar una frase clave en un centenar de lenguas: «Porque todas sois únicas.» ¿Sabe que la palabra «cosmética» viene del griego «cosmos», que significa orden, pero también universo? Etimológicamente, el maquillaje es el orden que rige el universo… La cosmética es cósmica. ¡Dios no es más que maquillaje, mi bátiushka! Pero la crisis se avecinaba: Greenpeace acababa de revelar que los productos Ideal contenían aditivos químicos de síntesis, a menudo a base de derivados petrolíferos, utilizados como ingredientes activos, fragancias o agentes conservantes, que poseían la lamentable particularidad de causar cáncer de ovarios y de mama. Un estudio confidencial de la AFSSAPS (Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria de los Productos de Salud) mostraba que la aplicación de cremas solares o contra el envejecimiento habían ocasionado en 2005 ciento veintidós accidentes graves. Alergias a veces espectaculares que exigían una hospitalización urgente (edemas de contacto, eccemas gigantes, párpados que triplican su volumen, pérdidas de sensibilidad epidérmica). En conjunto, los productos de Ideal envenenaban a las consumidoras como el FSB a sus agentes refugiados en Londres. El peligro procedía de la aplicación cotidiana en la piel de sustancias tóxicas (naftalatos, almizcles artificiales, compuestos clorados, formaldehído y galaxolido). Al contrario que los laboratorios farmacéuticos, los fabricantes de cosméticos no están obligados a probar sus productos en animales o personas antes de comercializarlos. La ley francesa considera que las cremas no son tan tóxicas como los medicamentos. Un chollo que permite a los industriales untarnos en la jeta casi cualquier cosa.

En juego había, por tanto, intereses económicos cruciales: una nueva embajadora haría olvidar el veneno oculto en la crema. El grupo Ideal acababa de comprar The Nature Stores para relanzar su imagen ecologista. Coste de la operación: 940 millones de euros. Ideal preparaba el lanzamiento de una nueva molécula antienvejecimiento producida por Oilneft, el grupo dirigido por mi colega Serguéi, el oligarca. El rostro que yo buscaba serviría también de máscara contra la contaminación. Por eso yo disponía de un ingente presupuesto en gastos de representación: Ideal gastaba 25 millones de euros anuales en publicidad sólo en Francia. Me venía de perlas: en París, cuando era creativo-copy en publicidad y luego (brevemente) animador de televisión, me acostumbré a gastar mucho. Entre dos flechazos no correspondidos, me emborrachaba de placer en el Oh la la, el Shandra, el Bordo y El Egoísta Gold. Perdone, reverendísimo, que le mencione estos bares de bailarinas. Pero cuando uno ha decidido confesarse, hay que enumerar todos los pecados, ¿no? Con lujo de detalles, ¿no? No tengo más remedio que confesar que lo único que me interesaba era la satisfacción de mi deseo de niño mimado. Los ansiolíticos me protegían hasta tal punto del romanticismo que me había vuelto incapaz de experimentar la menor emoción. Si le escandalizo, padre, interrúmpame, no quisiera agravar mi caso. El infierno está aquí y he venido a pedirle que me apadrine para obtener el carnet de socio del paraíso.