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—Octave, ¿seguro que no tienes una bombita chechena a mano?

—¡WOWOWOOO! Puto boss, ¿quieres suicidarnos o qué? ¡No decir NUNCA cosas así en voz alta en un aeropuerto ruso! Perdón, él bromeaba, no es nada, señor aduanero, tiene los papeles en regla, es un frantsusski, ya conoce nuestra torpeza… Acepte este billete de cien dólares a modo de desagravio, pozháluista, diplomático, dokumenti, ¿podemos saltarnos la cola? Embajada, gobierno amigo del presidente Putin, da, da, spasibo.

Bertrand, mi bienamado jefe en Aristo, se mordía las uñas de impaciencia al salir de la sede de Ideal, y desde su llegada a Moscú pidió visionar a todas las chechenas que habían pasado por el casting desde 1991. Creo que inconscientemente estaba un poco enamorado de Lee Chang-Yong, el director hermafrodita de Ideal. Sólo tenía una obsesión: no decepcionarle. Pero yo ya lo había comprobado, por supuesto: no había existencias vendibles. Nuestras modelos chechenas debían de ser madres de familia o estar sepultadas en osarios. Llevé a Bertrand a visitar la casa del Idiota en el pueblo de Zhukovka, con el piso discoteca-armería-puesto de tiro para pistola-ametralladora, el piso piscina caldeada, el piso boudoir oriental de almohadones y narguile, el piso sala de cine climatizada, el piso loft design de intercambios y el piso terraza de teca con jardín de invierno, palmeras, solárium y helipuerto. Prefirió tumbarse en el piso oriental delante de un DVD de Lassie. Milana, la ayudante personal de Serguéi, y dos uzbecas pubescentes le sirvieron el plov[3] en el vientre y creo poder decir que fue borderline. No habré vendido un rostro en París, pero con el vídeo que Serguéi filmó a hurtadillas, Bertrand ya no puede despedirme.

¿No es el mismo hombre que, al contratarme hace un año con un sueldo exiguo, argumentó que lo más maravilloso en este oficio eran los beneficios en especie? Nunca hay que olvidar que todas las agencias de modelos las han creado tíos muy feos que querían acostarse con mujeres muy hermosas, y que lo han conseguido más allá de toda decencia.

Chort! Se esconde forzosamente en alguna parte, la mujer a la que todas las terrícolas quisieran copiar. Para localizarla voy a tener que volver a organizar lo que más detesto en el mundo: un concurso de belleza Aristo Style, con desfile de vírgenes y contrato cosmético incluido. Es la solución milagrosa: se colocan letreros en las ciudades de provincias y se imprimen anuncios en la prensa local. «¿Eres una chechena sexy y lozana? Atrévete a vivir la aventura excepcional de nuestro gran casting. Inscríbete hoy mismo en www.aristostyle.com y conviértete en la nueva egeria mundial de la prestigiosa marca Ideal. Atención: para participar tienes que enviarnos dos fotos en color (un retrato de cara y otro de cuerpo entero) y poseer un pasaporte vigente. La agencia se encargará de tramitar los visados para la o las ganadoras.» Basta con ofrecerle una sesión de rodaje en un cuarto trastero para que ella se crea consagrada (en la parte inferior del impreso de inscripción figura una nota que estipula que la sociedad Ideal sólo se compromete respecto a las consecuencias locales del evento, y que las fotografías del desfile son explotables en todo el mundo sin contrapartida, tampoco se trata de que nos tomen por bobos). Estoy orgulloso de mi hallazgo para el título del folleto: «PRONTO SERÉIS TODAS ÚNICAS». Siempre es agradable burlarse del poder de quienes te mantienen. El boca a oreja se pone en marcha, ya que, aparte de las excursiones del hijo de Philippe Tesson, no suceden muchas cosas glamourosas al este del Volga. Cada vez que volvemos con las manos vacías, Bertrand me sugiere que montemos una de esas finales, y no falla: alquilamos un viejo teatro, trescientas desconocidas se presentan y sólo tienes que escoger en la baraja. Bueno, no es tan sencillo: a veces hay que pagarles el viaje, el alojamiento en un hotel infecto y una comida no demasiado asquerosa para que no les salgan granos en la jeta. Se les enseña a caminar por una pasarela y aprenden el porte de la cabeza, se las numera, hacen dos pases diferentes (uno con ropa y otro en bañador), se les pone una nota de uno a diez delante de su familia, que las filma con viejos camascopios de manivela, se las hace bailar en braguitas bajo los proyectores y al final se mortifica a doscientas noventa y nueve. Pobrecitas mías. Para divertirnos les tendemos trampas: por ejemplo, depositar un montón de bonitos pareos en los camerinos. Las que desfilan con un pareo alrededor de la cintura son eliminadas ipso facto (según el axioma de la playa de Bidart: «Quien dice pareo alrededor de la cintura dice culo gordo debajo»). Un concurso de este estilo en Paide, Estonia, dio a conocer a Carmen Kass. Era Miss Järva-Jaani a los catorce años cuando Eric Dubois la descubrió en las playas del Báltico. Similar fue el caso de Gisele Bündchen, ganadora del concurso Elite Model Look en Brasil. Claro que funciona, yo no lo critico, lo único que digo es que este método tiene menos clase que el otro. La búsqueda de talentos a la antigua, a la que salta, en las calles y bares, exige agallas, audacia, sentido de la improvisación, gusto por el riesgo, hay que seducirlas, hacerlas reír, tranquilizarlas, metértelas en el bolsillo. La partida nunca está ganada de antemano. ¿Alguna vez ha intentado evangelizar a chicas de trece o catorce años, padre? ¡No es fácil, eh! Hay tíos que se han hecho legendarios en este arte, porque sí, es un arte, lo sostengo. Iban al abordaje, la flor en el fusil y sin red. Arrostraban el viento, los disparos. Jugaban con armas iguales. Si bien los cazadores de chicas no practicaban nunca el amor cortés (en el género trovador los hay mejores), al menos se exponían a la humillación, encajaban rechazos, se ponían en ridículo todas las noches de la semana. Todo eso se ha acabado: con Internet, el ligue se ha racionalizado, basta con poner un pequeño anuncio y vienen a miles a humillarse en público por tres rublos con cincuenta en un espectáculo vendido de antemano en todo el planeta. Se enumeran criterios y los nombres caen con sus retratos y direcciones de e-mail; la tecnología ha despojado de toda poesía a la caza de chicas. El mundo ha cambiado: en otro tiempo éramos nosotros los que estábamos a sus pies; ahora son las chicas las que nos suplican. ¡Mañana se rebelarán, saquearán nuestras salas de congreso, incendiarán los locales de nuestras agencias, tomarán como rehenes a nuestros bookers! La primera Glam-revolución, retransmitida en directo en la Fashion TV, estallará aquí, en Rusia, puesto que aquí, al igual que en Francia, las revoluciones son una afición nacional. Y voy a hacerle una confidencia, padre. Ardo en deseos de que una de esas diosas pasee mi cabeza clavada en la punta de una pica.