«No sé qué decirle de él: me abordó en el Night Flight, accedí a acompañarle a su hotel y luego… Era agradable, un poco raro, muy romántico, excesivamente tierno para un cliente de esta clase de sitios… Los clientes amables dan siempre un poco de miedo, nos preguntamos por qué hacen grandes declaraciones de amor cuando les estás cobrando quinientos dólares por media hora ¡y nunca volverás a llamarles! (…) Repetía una y otra vez que buscaba una cara, yo pensé que aquello podría ser una oportunidad profesional: repetía continuamente que mis pechos postizos eran tan duros como mis pómulos. Por eso le dejé la tarjeta de visita con mi foto. Verá, la mayoría de las chicas del Night Flight posan para la foto de seducción, todas tenemos tarjetas de visita con nuestra foto en lencería. Las fotos que ha encontrado en su habitación deben de estar en la de muchos hombres en Moscú.»

Ksenia V.,

escort-girl

«Pasé varias noches con Octave pero no le conozco y no tengo nada que decir de él. Nunca me mencionó su proyecto y quiero decir que estoy muy sorprendido y escandalizado por los métodos que emplean. (…) Sí, reconozco que soy yo el de esta foto en el Golden Dolls, pero esto no quiere decir nada. Les repito que no tengo nada que ver con este asunto y que NO, NO TRABAJO PARA EL SERVICIO DE ESPIONAJE, ¿cuántas veces tendré que repetírselo? Me han engañado totalmente en este asunto. (…) Confirmo que pagué la cuenta de las tres chicas y también el champán y la nata. Quedo a disposición de la policía rusa para todas las preguntas que quiera formularme sobre la matanza.»

JMD,

importador de GPS antirradares

«He said he was looking for new faces. It was my dream to become a model so I accepted to take pictures at his studio. He was very professional so we had an affair together. It didn’t last long. He said I was too young, he was nervous, always asking for my I.D. card. But Karolina Kurkova was 15 when she signed her first contract with Miuccia Prada! I dont see the problem.»

Yurgita P.,

modelo, Aristo Agency, Moscú

«No sé nada de él, pero me habló de su vínculo con el cura. La Iglesia ortodoxa está muy cerca del poder, es posible que haya querido hacerse pasar por un “boevik”, un combatiente rebelde checheno, para que no sospecharan de él en caso de huida. ¿Cómo saberlo?»

Irina V.,

agregada de prensa free-lance,

responsable de comunicación de eventos

del concurso Aristo Style of the Moment

«No sé si esta historia le será de utilidad para comprender lo que sucedió. Un día, durante una sesión de fotos en su estudio, el psicópata me dijo que podía hacerme llorar dos veces con sólo contarme una historia. Quería que mis ojos brillasen para añadir emoción a la imagen. Le dije que lo intentase.

—Imagínate —me dijo— a un bebé de oso polar que hace cabriolas alegres alrededor de su madre en el hielo. De repente, un cazador dispara contra ella. La mamá osa resbala y cae de costado, y un pequeño redondel rojo se agranda en su piel inmaculada. Gruñe de dolor. El osezno no se ha percatado de nada, sigue dando brincos hasta el momento en que advierte que su madre ya no se mueve. Al principio cree que está dormida. La empuja, le mordisquea el hocico, olisquea sus ojos cerrados. Trata de levantarle una pata, luego la otra, que caen pesadamente en la nieve roja y pegajosa. Pasa así diez, veinte, treinta minutos tratando de despertar a su mamá. Poco a poco acaba comprendiendo que ella acaba de morir en su presencia. Empieza a gemir, al principio es una queja ronca, discreta, que se parece a la de un niño herido, y luego grita, llora, aúlla a la luna. Intenta visualizar al osezno tan bonito cuando se da cuenta de que se ha quedado solo en el mundo y lanza gritos inhumanos o, mejor dicho, algo peor para un animal: humanos, en medio del charco de sangre creciente.

Cuando me describió esta escena me puse a llorar. Él también lloraba. Era muy emotivo. Él continuó:

—Ya ves, el osezno vierte lágrimas de duelo. Pide socorro, se siente abandonado, desesperado. Desgracia inmensa la muerte de un progenitor que nos obliga a crecer de golpe en el horror ensangrentado. Pero antes de alejarse definitivamente por el hielo, como asaltado por una duda, el osezno blanco se vuelve por última vez hacia su madre. Trata de levantarle un párpado, de lamerle el hocico. Insiste. Y de pronto sucede una cosa increíble: ¡la mamá osa entreabre un ojo y después el otro! ¡Se mueve, respira, empieza a bostezar y se estira! El osezno vuelve a gritar, pero de alegría. Baila alrededor de su madre, se echa encima de ella, que le rechaza con ternura… ¿Ves la escena? De hecho, la mamá osa sólo tiene un rasguño, la bala del cazador no la ha matado, se había desmayado mientras la herida cicatrizaba. Es un milagro. El hombre se ha ido, el osezno y su madre se estrechan para darse calor antes de desaparecer en la ventisca, felices como si acabaran de renacer.

Y Octave tenía razón, volví a llorar con lágrimas calientes, esta vez de alegría. Era maravilloso. Él ametrallaba mis lágrimas, que me corrían el rímel. Mi tristeza era fotogénica: se habría dicho una publicidad Sisley.

—Ya ves —concluyó Octave—, tus segundas lágrimas son más hermosas porque son las de la resurrección. Acabo de contar la historia más bella del universo: el Evangelio.»

Irina K.,

modelo, Aristo Agency, Moscú

«¿Cómo ha averiguado mi teléfono? ¡Ah! Al francés que me tomó por una bielorrusa lo embauqué como a un idiota, yo sabía bien que no debería haber accedido a apuntarle mis señas. ¡Me suplicó toda la noche que le diese mi número! Buscaba droga, decía que la había dejado pero no paraba de hablar de ella, como todos los yonquis con mono. Decía que el problema con la coca era que o tomabas demasiado o no tomabas bastante. ¡Pobre hombre! Es una norma para mí: no doy nunca mi teléfono, trae demasiados problemas, ¡y esta llamada demuestra que tengo razón!»

Tania S.,

estudiante, Nijni-Nóvgorod

«No sé qué decirle de mi hijo. Estoy conmocionada. Las imágenes de los cuerpos… Perdone. ¿Puede darme un vaso de agua, por favor? (…) De niño era vivo, chispeante. Siempre intentaba llamar la atención, brincaba, hacía payasadas, hoy día se diría un «niño hiperactivo», pero entonces era «alumno distraído». Yo tomaba como un cumplido las críticas de sus profesores, le enseñé el valor de la impertinencia, válgame Dios, ¿creen que todo es culpa mía? (…) Les eduqué yo sola, a su hermano y a él, no todos los días era cosa fácil, supongo que él negaba su melancolía como yo también la ocultaba… Los niños sienten las vibraciones de la tristeza. No creo haber alentado el deseo que Octave sentía por mí ni la rivalidad con su hermano mayor. ¡Pero es verdad que me halagaba tener dos chicos locos por mí en casa! Es difícil de comprender su locura. Nunca le faltó cariño. ¿Quizás tuvo demasiado? ¡No le van a reprochar a una madre que ame demasiado a sus hijos! El divorcio, por desgracia, es banal, todos los niños lo sufren actualmente, el divorcio tiene anchas las espaldas, le echan la culpa de todo, pero si todos los hijos de divorciados se volvieran locos, el mundo estaría lleno de enfermos mentales sueltos, ¿no?»

Sophie de L., madre del sospechoso, París

(Testimonios recogidos en la comisaría central de Moscú después de la catástrofe.)